Литмир - Электронная Библиотека

– Mi querido Basil, ¿cómo quieres que lo sepa? -murmuró Dorian Gray, bebiendo un sorbo de pálido vino blanco de una delicada copa de cristal veneciano, adornada con perlas de oro, con aire de aburrirse muchísimo-. Estaba en la ópera. Deberías haber ido allí. Conocí a lady Gwendolen, la hermana de Harry. Estuvimos en su palco. Es absolutamente encantadora; y la Patti cantó divinamente. No hables de cosas horribles. Basta con no hablar de algo para que no haya sucedido nunca. Como dice Harry, el hecho de expresarlas es lo que da realidad a las cosas. Aunque quizá deba mencionar que no era hija única. Existe un varón, un muchacho excelente, según creo. Pero no se dedica al teatro. Es marinero o algo parecido. Y ahora háblame de ti y de lo que estás pintando.

– Fuiste a la ópera -exclamó Hallward, hablando muy despacio, la voz estremecida por el dolor-. ¿Fuiste a la ópera mientras el cadáver de Sibyl Vane yacía en algún sórdido lugar? ¿Eres capaz de hablarme de lo encantadoras que son otras mujeres y de la maravillosa voz de la Patti, antes de que la muchacha a la que amabas disponga siquiera de la paz de un sepulcro donde descansar? ¿Acaso no sabes los horrores que aguardan a ese cuerpo suyo todavía tan blanco?

– ¡Basta! ¡No estoy dispuesto a escucharlo! -exclamó Dorian, poniéndose en pie con brusquedad-. No me hables de esas cosas. Lo que está hecho, está hecho. Lo pasado, pasado está.

– ¿Al día de ayer le llamas el pasado?

– ¿Qué tiene que ver el lapso de tiempo transcurrido? Sólo las personas superficiales necesitan años para desechar una emoción. Un hombre que es dueño de sí mismo pone fin a un pesar tan fácilmente como inventa un placer. No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero usarlas, disfrutarlas, dominarlas.

– ¡Eso que dices es horrible, Dorian! Algo te ha cambiado completamente. Sigues teniendo el mismo aspecto que el maravilloso muchacho que, día tras día, venía a mi estudio para posar. Pero entonces eras una persona sencilla, espontánea y afectuosa. Eras la criatura más íntegra de la tierra. Ahora, no sé qué es lo que te ha sucedido. Hablas como si no tuvieras corazón, como si fueras incapaz de compadecerte. Es la influencia de Harry. Lo veo con toda claridad.

El muchacho enrojeció y, llegándose hasta la ventana, contempló durante unos instantes el verdor fulgurante del jardín, bañado de sol.

– Es mucho lo que le debo a Harry-dijo por fin-; más de lo que te debo a ti. Tú sólo me enseñaste a ser vanidoso.

– Sin duda estoy siendo castigado por ello; o lo seré algún día.

– No entiendo lo que dices, Basil -exclamó Dorian Gray, volviéndose-. Tampoco sé lo que quieres. ¿Qué es lo que quieres?

– Quiero al Dorian Gray cuyo retrato pinté en otro tiempo -dijo el artista con tristeza.

– Basil -dijo el muchacho, acercándose a él, y poniéndole la mano en el hombro-, has llegado demasiado tarde. Ayer, cuando oí que Sibyl Vane se había quitado la vida…

– ¡Quitado la vida! ¡Cielo santo! ¿Se sabe a ciencia cierta? -exclamó Hallward, mirando horrorizado a su amigo.

– ¡Mi querido Basil! ¿No pensarás que ha sido un vulgar accidente? Por supuesto que se ha suicidado.

El hombre de más edad se cubrió la cara con las manos.

– Qué cosa tan terrible -murmuró, el cuerpo entero sacudido por un estremecimiento.

– No -dijo Dorian Gray-; no tiene nada de terrible. Es una de las grandes tragedias románticas de nuestra época. Por regla general, los actores llevan una vida bien corriente. Son buenos maridos, o esposas fieles, o algo igualmente tedioso. Ya sabes a qué me refiero, virtudes de la clase media y todas esas cosas. ¡Qué diferente era Sibyl, que ha vivido su mejor tragedia! Fue siempre una heroína. La última noche que actuó, la noche en que tú la viste, su interpretación fue mala porque había conocido la realidad del amor. Cuando conoció su irrealidad, murió, como podría haber muerto Julieta. Volvió de nuevo a la esfera del arte. Había algo de mártir en ella. Su muerte tiene toda la patética inutilidad del martirio, toda su belleza desperdiciada. Pero, como iba diciendo, no debes pensar que no he sufrido. Si hubieras venido ayer en cierto momento, hacia las cinco y media, quizá, o las seis menos cuarto, me habrías encontrado llorando. Incluso Harry, que estaba aquí y fue quien me trajo la noticia, no se dio cuenta de lo que me sucedía. Sufrí inmensamente. Luego el sufrimiento acabó. No puedo repetir una emoción. Nadie puede, excepto las personas sentimentales. Y tú eres terriblemente injusto, Basil. Vienes aquí a consolarme. Es muy de agradecer. Me encuentras consolado y te enfureces. ¡Bien por las personas compasivas! Me haces pensar en una historia que me contó Harry acerca de cierto filántropo que se pasó veinte años tratando de rectificar un agravio o de cambiar una ley injusta, no recuerdo exactamente de qué se trataba. Finalmente lo consiguió, y su decepción fue inmensa. Como no tenía absolutamente nada que hacer, casi se murió de ennui, convirtiéndose en un perfecto misántropo. Y además, mi querido Basil, si realmente quieres consolarme, enséñame más bien a olvidar lo que ha sucedido o a verlo desde el ángulo artístico más conveniente. ¿No era Gautier quien hablaba sobre la consolafon des arts? Recuerdo haber encontrado un día en tu estudio un librito con tapas de vitela en el que descubrí por casualidad esa frase deliciosa. Bien, no soy como el joven de quien me hablaste cuando estuvimos juntos en Marlow, el joven para quien el satén amarillo podía consolar a cualquiera de todas las tristezas de la vida. Me gustan las cosas hermosas que se pueden tocar y utilizar. Brocados antiguos, bronces con cardenillo, objetos lacados, marfiles tallados, ambientes exquisitos, lujo, pompa: es mucho lo que se puede disfrutar con todas esas cosas. Pero el temperamento artístico que crean, o que al menos revelan, tiene todavía más importancia para mí. Convertirse en el espectador de la propia vida, como dice Harry, es escapar a sus sufrimientos. Ya sé que te sorprende que te hable de esta manera. No te has dado cuenta de cómo he madurado. No era más que un colegial cuando me conociste. Soy un hombre ya. Tengo nuevas pasiones, nuevos pensamientos, nuevas ideas. Soy diferente, pero no debes tenerme menos afecto. He cambiado, pero tú serás siempre mi amigo. Es cierto que a Harry le tengo mucho cariño. Pero sé que tú eres mejor. Menos fuerte, porque le tienes demasiado miedo a la vida, pero mejor. Y, ¡qué felices éramos cuando estábamos juntos! No me dejes, Basil, ni te pelees conmigo. Soy lo que soy. No hay nada más que decir.

El pintor se sintió extrañamente emocionado. Apreciaba infinitamente a Dorian, y gracias a su personalidad su arte había dado un paso decisivo. No cabía seguir pensando en hacerle reproches. Tal vez su indiferencia fuese un estado de ánimo pasajero. ¡Había tanta bondad en él, tanta nobleza!

– Bien, Dorian -dijo, finalmente, con una triste sonrisa-; a partir de hoy no volveré a hablarte de ese suceso tan terrible. Sólo deseo que tu nombre no se vea mezclado en un escándalo. La investigación judicial se celebra esta tarde. ¿Te han convocado?

Dorian negó con la cabeza; y una expresión de fastidio pasó por su rostro al oír mencionar la palabra «investigación». Todo aquel asunto tenía algo de vulgar y de tosco.

– No saben cómo me llamo -respondió.

– ¿Tampoco ella?

– Sólo mi nombre de pila, y estoy seguro de que nunca se lo dijo a nadie. En una ocasión me contó que todos tenían una gran curiosidad por saber quién era yo, pero siempre les decía que era el Príncipe Azul. Una delicadeza por su parte. Has de hacerme un dibujo de Sibyl, Basil. Me gustaría tener algo más que el recuerdo de algunos besos y unas palabras entrecortadas llenas de patetismo.

– Trataré de hacer algo, Dorian, si eso te agrada. Pero tienes que venir y posar para mí de nuevo. Sin ti no hago nada que merezca la pena.

– Nunca volveré a posar para ti. ¡Es imposible! -exclamó Dorian, retrocediendo.

28
{"b":"99947","o":1}