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Santos entró en el Rack, con la cabeza baja. Alguien podía reconocerlo, aunque hacía muchos años que no iba a aquel sitio en una redada rutinaria. Si no le fallaba la memoria, después de una de las redadas el local estuvo cerrado durante tres días.

La vida seguía su curso. La policía no tenía dinero ni personal para actuar contra todas las infracciones de la ley, y además no estaba seguro de que hubiera algo de malo en una relación consensuada entre adultos, por repugnante que le pareciera.

Todo el mundo tenía algún entretenimiento.

Examinó la estancia. Era muy elegante. No se trataba en absoluto del interior que cabría esperar de un local en el que se reunían los sadomasoquistas. Pero la clientela del Rack era de clase alta. Estaban acostumbrados a lo mejor y no se conformaban con menos, ni siquiera para dar rienda suelta a sus aficiones más inconfesables. Además, si algún cliente deseaba la cámara de los horrores tradicional, podía encontrarla en los reservados de la parte trasera.

Santos avanzó dentro del club, entre una multitud ataviada con una cantidad increíble de cuero negro y cadenas. Se detuvo para ceder el paso a un hombre que llevaba a su amigo con una cadena de perro. En la barra, una mujer con botas de tacón de aguja utilizaba la espalda desnuda de su acompañante como reposapiés. Santos contuvo la respiración cuando vio que se inclinaba hacia delante, hundiendo el tacón en la carne del hombre.

También había muchas personas que tenían un aspecto completamente normal, tan bien vestidos y conservadores como cualquier otro banquero, economista o abogado.

Pero no veía a Hope Saint Germaine.

Debía estar en una fiesta privada, en uno de los reservados. Maldijo y miró de nuevo a su alrededor. No podía entrar en un reservado si no ocurría un milagro, ya que ni siquiera podía enseñar su placa de policía. No sabía qué hacer.

– Hola, guapísimo.

Una mujer alta, de constitución fuerte, que tal vez había sido un hombre en el pasado, entrelazó un brazo con el suyo, pasándole las larguísimas uñas rojas por la piel en ademán seductor.

– Tienes pinta de ser precisamente el hombre que podría hacerme gritar -le dijo.

Santos miró sus ojos cargados de pintura y reconoció a Samantha. Sus caminos se habían cruzado en varias ocasiones. Era un conocido travesti.

Y tal vez pudiera ayudarlo.

– Hola, Sam -dijo sonriendo-. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?

Samantha intentó apartarse al reconocerlo, pero Santos le cubrió la mano con la suya para retenerla en el sitio.

– No irás a montar una escena, ¿verdad? No me gustaría nada.

Samantha negó con la cabeza.

– No voy a hacer nada. Venga, detective, sólo me estaba divirtiendo un poco.

– ¿Ya te has divertido? Pues ven conmigo. Tenemos que hablar.

La condujo a una esquina y se colocó de espaldas a la pared, para seguir controlando todo el local.

– Necesito saber qué pasa hoy -le dijo.

Samantha volvió a negar con la cabeza, algo nerviosa.

– Ya te lo he dicho, detective. No pasa nada.

– Las fiestas privadas, Sam. Necesito saber qué fiestas se celebran esta noche.

Samantha se alisó con una mano el vestido negro de satén. Tenía una abertura a un lado, sujeta con cadenas plateadas.

– No sé nada. De verdad.

Santos se dio cuenta de que le temblaba la mano.

– ¿Estás nerviosa por algo?

– No, en absoluto.

– Entonces, ¿por qué tiemblas? Parece como si te sintieras culpable, o algo así -se acercó-. Podría arrestarte por varios motivos. Nunca te ha gustado demasiado la cárcel, ¿verdad?

Samantha palideció.

– No me hagas esto, por favor. Si alguien descubre que te he dicho algo…

– Busco a una mujer madura. De la alta sociedad. Tiene un montón de dinero.

Samantha se mordió el labio y miró nerviosa a los lados.

– ¿Sabes de quién hablo? -preguntó mirándola a los ojos-. Te debo una, Sam. Esto es muy importante. Es algo personal.

Durante un momento Samantha guardó silencio, pensativa. Después asintió y se acercó un poco.

– Sé de quién hablas -dijo bajando la voz-. Es una verdadera zorra. Dejó malherido a un amigo mío. Se pasó una semana en el hospital.

El corazón de Santos empezó a latir con fuerza. La tenía.

– ¿Qué más?

– Le gustan los chicos jóvenes y musculosos. Hay gente que tiene gustos muy raros.

– ¿Está aquí ahora?

Samantha se humedeció los labios y asintió.

– Acaba de llegar. Nunca habla con nadie. Nunca mira a nadie. Se considera superior a los demás.

– Así que entra en un reservado -dijo Santos impaciente-. ¿Qué hace entonces?

– Empiezan los juegos, evidentemente. Tengo entendido que se hace llamar Violet.

Se había puesto un nombre de flor. Como las demás mujeres Pierron.

– ¿Chop le consigue el material?

La expresión de Samantha se enfrió.

– ¿Cómo quieres que lo sepa?

– Claro que lo sabes -le sujetó la mano con fuerza-. Chop consigue el material a casi todo el mundo. ¿Cuánto le cuesta lo que le gusta?

– Nunca he estado con ella, ¿sabes? Pero según tengo entendido, entre unos cientos y unos miles de dólares. Según lo que le apetezca cada noche.

En ningún caso veinticinco mil. Santos asintió, entrecerrando los ojos. Evidentemente, había invertido el dinero en otra cosa. Algo más peligroso, más fuera de lo normal que lo que ocurría arriba.

– Muchas gracias, Samantha -dijo soltándole la mano-. No olvidaré esto, Te debo una.

Cuando se volvió para marcharse, Samantha lo retuvo por el brazo y lo miró detenidamente.

– ¿Por qué no saldas tu cuenta ahora? Quédate un rato, podríamos pasarlo bien -se acercó un poco-. Estoy segura de que puedo enseñarte unos cuantos trucos nuevos.

Santos le apartó la mano, pero respondió con tono amable.

– Ya conozco todos los trucos que necesito. Cuídate, Sam. -Santos se alejó, dejando atrás el Rack.

Capítulo 65

Siete horas después, Santos y Jackson se detuvieron frente al club de Chop Robichaux, en Bourbon. Aún no eran las diez de la mañana, y la calle estaba casi desierta. Estaban convencidos de que Chop no tendría demasiada compañía en aquel momento. Justo lo que querían. El juego al que estaban a punto de jugar no se ajustaba demasiado a los reglamentos, y no querían testigos.

Jackson se volvió hacia Santos.

– Bueno, ya sabes. Hay que convencerlo de que Hope Saint Germaine lo ha delatado, y de que eso le va a costar muchos años de cárcel.

– Pan comido -Jackson sonrió incómodo-. Tenemos que apelar a su vertiente criminal y paranoide.

Santos miró la entrada del club, inquieto. Jackson y él habían hecho cosas parecidas anteriormente. Miles de veces. Pero nunca se había jugado tanto como en aquella ocasión. Su vida era lo que estaba en juego. Miró a su amigo.

– Es posible que no funcione. Puede que no muerda el anzuelo.

– Funcionará. Confía en mí, compañero. Cuando lo acorralemos cantará todo lo que sepa. Y si no lo hace, se lo sacaré a golpes.

– Se supone que eso tengo que decirlo yo -murmuró Santos, intentando bromear-. Si sigues así acabarás por pedir un filete.

– Gordo y poco hecho.

Santos rió, aunque la risa le sonó hueca.

– Ya tenemos lo fundamental. Sabemos lo del dinero. Sabemos que se reunió con él y que le entregó un sobre. Conocemos las actividades secretas de Hope. Lo único que tenemos que hacer es rellenar los espacios en blanco. Lo hacemos todo el tiempo.

– Y debo añadir que muy bien.

– Me gustaría que tuviéramos algo más -dijo Santos-. Me gustaría que esta visita fuera reglamentaria. Es curioso, pero no me parece tan divertido el juego de sacar una verdad de una mentira cuando se trata de salvarme a mí.

– En serio -dijo Jackson frustrado-. No van a conseguir acabar contigo. No vamos a permitir que eso ocurra.

– Entonces, hagámoslo.

Se bajaron del coche, caminaron hasta la puerta del bar y entraron. Chop estaba en la barra, comiendo y fumando. Tenía la televisión encendida. En la pantalla, el Coyote perseguía al Correcaminos.

– Está cerrado -dijo con la boca llena, sin girarse-. Vuelvan a las once.

– Me temo que no puede ser -dijo Santos, acercándose-. Tenemos un asunto del que hay que ocuparse ahora.

Chop se dio la vuelta para mirarlos, maldijo y volvió a su desayuno.

– Cerdos. ¿Qué pasa ahora?

– Eso, ¿qué pasa? -dijo Jackson, colocándose a su izquierda y mirando la comida-. Nadie te ha prevenido contra las grasas animales, ¿verdad?

– Vete a la mierda.

Santos rió y se apoyó en la barra, a la derecha de Chop. Miró a Jackson a los ojos.

– Me parece que esta mañana alguien se ha levantado con el pie izquierdo.

Chop miró a Santos con los ojos entrecerrados y se metió otro tenedor en la boca.

– No puedes estar aquí en misión policial. Ya no eres policía.

– ¿Ah, no? -sacó la placa, o lo que esperaba que Chop tomara por una placa, y se la puso ante los ojos-. Es curioso cómo pueden cambiar las cosas de la noche a la mañana. Se descubre cierta información, y al amanecer todo ha cambiado.

Chop parecía más divertido que nervioso.

– ¿Quién es tu amigo?

– Detective Jackson -le enseñó la placa y se la metió en el bolsillo-. Queremos hablar contigo sobre una interesante charla que hemos mantenido con una amiga tuya.

– ¿Una amiga mía? -rió-. No sabía que tuviera amigos.

– Se llama Hope Saint Germaine. A veces se hace llamar Violet. ¿Te suena de algo?

La sonrisa de Chop se desvaneció, y apartó el plato.

– No. Tal vez deberíais refrescarme la memoria.

– Con mucho gusto -Santos levantó el encendedor de Chop y lo examinó con despreocupación-. Pesa mucho. Debe ser de oro -lo abrió, lo encendió, y dejó caer la tapa-. ¿Cuánto cuesta este mechero, Chop? No creo que cueste veinticinco mil dólares. No debe ser tan caro. ¿Qué piensas tú, Jackson?

Lanzó el encendedor a su compañero, que lo atrapó en el aire y lo examinó.

– Estoy seguro de que por veinticinco mil dólares se podrían comprar muchos como éste. Tal vez una maleta llena.

Chop le arrebató el encendedor y se lo metió en el bolsillo de la camisa.

– ¿Queréis llegar a algún sitio con eso?

– Sí, claro que queremos llegar a algún sitio -Santos se inclinó hacia él, taladrándolo con la mirada-. Esa amiga tuya dice que le hiciste chantaje. Dice que amenazaste con revelar sus… preferencias sexuales. Asegura que te oyó planear la trampa que me tendiste, También va a testificar. Ya sabes que a las damas de la alta sociedad no les gusta ir a la cárcel -sonrió y le hundió el dedo en el pecho-. Y te tenemos, amigo. Te vamos a arrestar por conspiración y chantaje. ¿Qué te parece?

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