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Hope mojó los dedos de una mano en el agua bendita de la pila bautismal que había en la entrada y se dirigió hacia los confesionarios. Se detuvo en el primero y se arrodilló. Oscurecido por una celosía, apenas podía contemplar el rostro del sacerdote.

– Perdóneme, padre, porque he pecado. Han pasado dos semanas desde mi última confesión.

– ¿Qué pecados debe confesar, hija?

– Padre, yo… En realidad no he venido a confesarme, sino a pedirle consejo.

Estaba tan asustada que no sabía cómo expresarse.

– No sé a quién acudir -continuó-. Si no puede ayudarme no sé lo que haré. Estaría perdida. Por favor, padre, ayúdeme.

– Cálmese, hija. La ayudaré. Pero cuénteme lo que sucede.

Hope se estremeció.

– Las mujeres de mi familia siempre han sido malas, padre. Son pecadoras que venden su cuerpo. Todas las mujeres de mi familia están malditas. Sin embargo, yo conseguí huir de aquello -declaró entre lágrimas-. Por desgracia ahora temo por el alma de mi hija. Temo que también ella caiga en las garras del pecado. Cuando la miro veo la oscuridad en su rostro, y estoy muy asustada.

El sacerdote tardó unos segundos en hablar. Y cuando lo hizo, habló con suavidad y firmeza.

– Hija mía, la oscuridad está en todos nosotros, desde el pecado original. Nadie está libre de pecado. Pero Dios envió a su hijo para que muriera por la humanidad, para limpiarnos Cristo es la promesa de la salvación -dijo-. Debe ayudar a su hija. Debe enseñarle cuál es el camino correcto. Debe ayudarla a vencer a la serpiente.

– ¿Como, padre? ¿Cómo puedo ayudarla?

– Usted es su madre. Tiene el poder de convertirla en una mujer con valores morales. No se preocupe, sabrá cómo hacerlo Si eso le sirve de ayuda, intente creer que Dios ha enviar a su hija para probar su fortaleza y su fe. Esa niña podría ser su gloria, o su derrota.

De repente, Hope sintió que todo estaba claro. No era Dios quien intentaba probarla, sino el diablo. Apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas. No dejaría que la «oscuridad» la tentara, porque no perdería aquella batalla. No dejaría que se llevara a su hija. Sacaría el mal de ella tal y como lo había sacado de sí misma.

Aquella niña no sería su derrota, sino su camino a la gloria.

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