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Al final no fue ella, sino su padre, quien apareció. Philip no dijo nada. Se limitó a tomarla en brazos y a llevarla a la cama. Después se sentó sobre ella y la abrazó con fuerza, murmurando palabras de ánimo y de cariño.

Glory se apretó contra él, agotada. Deseaba decirle que lo sentía, que no había querido ser una mala chica, pero no era capaz de articular una simple palabra. Ni siquiera tenía ganas de llorar. Había agotado sus jóvenes lágrimas.

Poco a poco fue haciéndose de noche, pero su padre no la dejó. Glory mantenía los ojos cerrados. Sin embargo, no podía quitarse de la cabeza el rostro enloquecido de su propia madre. Y mucho más tarde, cuando por fin se quedó a solas, deseo poder hacer algo para no escuchar el sonido de las irritadas voces de sus padres, que estaban discutiendo de nuevo.

Se tapó la cabeza con las sábanas. Nunca se habían peleado de aquel modo. No entendía lo que decía, pero oyó varias veces su nombre. Como oyó que su padre amenazaba a su madre con el divorcio. Hope, entonces, se limitó a reír.

Glory sentía tanto dolor que no podía soportarlo. Se creía culpable de la discusión de sus padres. Creía que era culpable de que su madre hubiera despedido a la señora Cooper, y de que Danny se hubiera puesto a llorar.

Se creía culpable de todo.

No en vano, había mentido a su madre acerca del niño. Le había dicho que había sido idea suya, que Danny la había obligado. Y todo ello después de prometer a su amigo que no los descubrirían.

A la mañana siguiente descubrió que los criados mantenían con ella una actitud lejana y distante. Hasta apartaban la mirada para no verla. En general bromeaban y jugaban con ella, y en su inocencia interpretó que su comportamiento se debía a que había mentido, a que pensaban que era culpable de que hubieran despedido a la señora Cooper.

Glory miró su desayuno y sintió deseos de vomitar. No podía olvidar lo que había hecho con Danny, con su amigo. Lo había traicionado a pesar de que siempre había sido cariñoso con ella, de que la hacía reír cuando estaba triste. Y de paso había conseguido que despidieran a la señora Cooper, la mujer que siempre le llevaba algo de comer, a escondidas, cuando su madre la castigaba.

Estaba desesperada. Los echaba mucho de menos. Había hecho algo terrible y deseaba pedirle a su madre que los trajera otra vez a casa.

Para entonces estaba llorando de nuevo, pero al oír que su madre entraba en la casa, de vuelta de la misa de la mañana, se secó las lágrimas. Supuso que si le decía la verdad reconsideraría su decisión. Danny no había hecho nada malo, ni mucho menos su abuela. Tenía que comprenderlo. Se enfrentaría a su madre y diría la verdad.

No obstante, en cuanto recordó el rostro de su madre se estremeció. No podía olvidar, y no olvidaría nunca, el intenso dolor que le produjo aquel cepillo. Como no olvidaría tampoco los gritos de su madre mientras rezaba y hablaba sobre el diablo y la oscuridad.

Si se atrevía a hablar, era posible que volviera a castigarla. Se estremeció y pensó que sería mejor contárselo a su padre. El podría arreglarlo todo.

Entonces pensó en la conversación que había oído durante la noche. Si sus padres se divorciaban, sería terrible para ella. Sabía cómo funcionaban generalmente aquellas cosas, y no tendría más remedio que irse a vivir con su madre. Algo que en ningún caso podría soportar.

No tendría más remedio que atreverse a hablar con ella.

Se levantó de la silla y avanzó hacia el vestíbulo. Estaba vacío, pero sabía de sobra dónde se encontraba su madre. Tenía la costumbre de leer el periódico, después de la misa, en el solario.

Cuando llegó, se estremeció. Bajo la luz del sol su madre parecía tan calmada y bella que no parecía la misma persona. De hecho, parecía un ángel de pelo oscuro.

– ¿Mamá? -preguntó, con voz temblorosa.

Su madre levantó la mirada y la imagen celestial desapareció de inmediato. Glory dio un paso atrás.

– ¿Qué quieres?

– ¿Puedo hablar contigo, por favor?

Hope dudó unos segundos, pero al final asintió.

– Puedes.

– Mamá, yo… te mentí.

Su madre arqueó las cejas, pero no dijo nada.

– Mentí sobre Danny. No fue idea suya, sino mía.

Su madre permaneció en silencio. Los ojos de Glory se llenaron de lágrimas. Nerviosa, continuó hablando.

– Quería que supieras que fue culpa mía. Todo.

– Ya veo.

– Lo siento, mamá. Estoy avergonzada por ello.

Su madre levantó su taza y tomó un poco de té. Acto seguido, preguntó:

– ¿Eso es todo?

– No -contestó, más tranquila al observar que no se enfurecía-. Pensé… Esperaba que le pidieras a la señora Cooper que regresara.

Hope no se movió. Daba la impresión de que ni siquiera respiraba. Al final, levantó la mirada y rompió el silencio.

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– Porque mentí. No fue culpa de Danny, ni de su madre. No deben ser castigados por mi comportamiento. Por favor, mamá, lo siento mucho. Por favor, pídeles que vuelvan.

Su madre se levantó y caminó hacia la cristalera. Estuvo un buen rato mirando hacia el jardín, y cuando se dio la vuelta había en sus labios algo parecido a una sonrisa.

– Me alegra que estés avergonzada por tu comportamiento. Es bueno que lo sientas. ¿Pero cómo sé que eres sincera?

– ¡Lo soy, de verdad! -dio un paso hacia ella-. De verdad. Por favor, dile a la señora Cooper que vuelva.

– Puede que lo haga -dijo con suavidad.

Glory se llevó las manos al pecho. Creía que su madre hablaría con la señora Cooper y que lo solucionaría todo. Danny volvería a ser su amigo y el resto de los criados volverían a ser simpáticos con ella.

– Oh, mamá, gracias. Muchas gracias por…

Hope la interrumpió.

– Le pediré que vuelva si me demuestras que puedes ser una buena chica. Si me demuestras que puedes ser la niña que Dios espera.

– ¡Puedo serlo, mamá! -sonrió--. Te lo demostraré. Seré la mejor niña del mundo.

Capítulo 12

Hope conocía a fondo el barrio francés y sabía dónde encontrar lo que necesitara, dónde saciar cualquier deseo oscuro e incontrolable que la dominara. Muchos eran establecimientos públicos, frecuentados por inocentes turistas que no sospechaban lo que sucedía más allá del espectáculo nocturno.

Y aquella noche, la «oscuridad» la había llevado a uno de aquellos locales.

Hope entró por la puerta trasera y tomó un pasillo estrecho y apenas iluminado. Las paredes estaban llenas de humedad, y el ambiente, cargado. Los edificios del barrio francés eran muy antiguos, y albergaban todo tipo de criaturas diversas. Entre ellas, algunas humanas.

Se había disfrazado, aunque sabía que no encontraría a ninguna persona conocida en semejante lugar. No estaba de más tomar precauciones. No en vano había estado muchas veces en establecimientos como aquél.

El fuego que ardía en su interior se incrementaba con cada paso que daba. Era una especie de infierno que había que apagar antes de que la consumiera.

Como siempre, sabía que al día siguiente se odiaría. Como de costumbre, culparía por ello a su madre, a su pasado, y a todas las mujeres de la familia Pierron. Todo lo arreglaba con una penitencia, y se justificaba pensando que tenía que hacerlo para apagar el deseo, al menos durante unos días; con un poco de suerte, para toda la vida.

Sólo entonces podría ser libre.

Se detuvo ante la habitación marcada con el número tres. Respiró profundamente. Los latidos de su corazón reverberaban en su cuerpo como tambores tribales. Giró el frío pomo de la puerta y la abrió.

En la cama había un hombre esperándola, desnudo.

Capítulo 13

Glory se comportaba como la niña devota que se esperaba de ella. No corría, no cantaba, y no reía en alto. No se quejaba nunca ni decía nada que pudiera molestarla.

Los días pasaron hasta transformarse en semanas, pero su madre no le pidió a la señora Cooper que regresara. Glory se despertaba a veces en mitad de la noche y seguía descubriendo a Hope en su dormitorio, observándola con aquel gesto.

Al principio no lo comprendía. Pero entonces se dijo que seguramente lo había planeado para que la señora Cooper regresara el día de su cumpleaños, como una especie de regalo sorpresa. De manera que esperó la llegada del día con ansiedad y no dejó de comportarse, todo el tiempo, como una niña modélica.

Por fin, llegó su cumpleaños. Aquella mañana bajó corriendo a desayunar. Tenía muchas ganas de ver de nuevo a la señora Cooper; deseaba contemplar otra vez su suave sonrisa y sus amables ojos azules; deseaba interesarse por Danny.

Pero no estaba allí. En lugar de ella, la saludó la señora Greta Hillcrest, la nueva ama de llaves.

Decepcionada, se dio la vuelta y se encerró en su dormitorio.

Se arrojó sobre la cama y lloró hasta que no le quedaron más lágrimas. Se había equivocado al pensar que su madre pensaba sorprenderla.

Ahora sabía la verdad.

Nunca le pediría que regresara porque, por mucho empeño que pusiera en ser una buena chica, nunca lo sería ante sus ojos. No estaría nunca orgullosa de ella, no la haría feliz, no lograría ser la hija que esperaba.

Por si fuera poco, la actitud de su madre sólo servía para que se sintiera culpable. No sabía qué había hecho para merecer un trato así, pero resultaba evidente que no podía hacer nada para cambiarlo. De repente, la dominó una intensa furia. Su madre no había tenido intención de cumplir el trato, ni de pedirle a la señora Cooper que regresara.

Era una mentirosa y había intentado engañarla. Nada de lo que pudiera hacer serviría para ganarse su afecto.

Esta vez lloró de rabia. Y por alguna razón se sintió mucho más relajada.

Varias horas más tarde se encontraba mirando la tarta de cumpleaños, sobre la que ardían ocho velitas. A su alrededor, todo el mundo cantaba el «cumpleaños feliz». Año tras año había pedido el mismo deseo al soplar las velas: que su madre la amase. Pero aquel año no lo hizo. A punto de llorar, decidió que no volvería a malgastar un deseo en su madre.

Respiró profundamente y sopló.

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