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– Ni hablar, nunca -espetó Watson-. Lee ha sido hallado culpable de matar a mi hijo. Tiene que pagarlo.

Cuanto más intentaban David y Hulan convencer a Watson de que estaba en un error, más firme era su decisión, pero David no se dejó amilanar.

– Puedo conseguir una orden del Departamento de Estado. Entonces tendrá que iniciar una investigación oficial sobre los visados.

– Para entonces -masculló el embajador-, el asesino de mi hijo estará muerto y todo esto habrá terminado.

Phil Firestone entró para decir que el presidente se hallaba al teléfono.

– Tendremos que seguir con esto más tarde -dijo el embajador.

– Sólo una cosa más -dijo Hulan, poniéndose en pie-. Su hijo tenía negocios con Guang Henglai. ¿Está seguro de que usted no lo sabía?

Las duras facciones del embajador se habían convertido en las de un viejo.

– No sé qué decir, inspectora. Supongo que no conocía a mi hijo demasiado bien.

– ¿ Señor embajador? -le apremió Firestone-. El presidente.

Cuando David y Hulan se dirigieron a la puerta, el embajador Watson hizo una última petición con el dedo preparado para apretar el botón que le permitiría oír la voz del presidente.

– Por favor, no cuenten nada de todo esto a mi esposa. Elizabeth ha sufrido mucho. Esto la mataría.

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