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– Yo no haría nada que perjudicara a China -afirmó ella.

– Liu Hulan, muchas personas te quieren. Tu madre, tu padre, ese David Stark… -Alzó una mano-. No intentes negarlo. Esa es tu debilidad. Tú lo sabes. Yo lo sé.

– Nunca he podido discutir contigo -admitió ella.

Zai no hizo caso de su comentario.

– Has sido muy afortunada. Has gozado de numerosas oportunidades. Siempre has tenido relaciones importantes. Has tenido amigos que se han preocupado por tu seguridad. Pero esta situación es diferente. Un movimiento en falso y podrías perder tu permiso de residencia. Podrían poner una nota en tu expediente personal. Podrían enviarte al campo. Podrías decirle adiós al mundo y pasar el resto de tus días como campesina. Podrías morir convertida en una vieja encorvada a los cincuenta años, sin marido, sin hijos, sin familia. -Bebió un último sorbo de té y se levantó. Apoyó una mano en el hombro de Hulan-. Espero que recuerdes esta conversación durante el viaje. Adiós, Hulan.

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