– Por supuesto.
– Hábleme de sus amigos -pidió Hulan después de meterse el pasaporte en el bolso.
– ¿Qué voy a contarle? Usted ya sabe quiénes son. Y ya sabe dónde encontrarlos.
– Señor Guang, gracias por su ayuda. -Hulan se levantó para marcharse.
– Perdóneme -dijo David-, pero yo tengo algunas preguntas. ¿Qué negocios tiene usted en Estados Unidos?
David notó que el ambiente cambiaba en la habitación. Hulan volvió a sentarse y a sumir su anterior postura, pero apartó la vista como si no formara parte de la conversación. Mingyun apretó los dientes hasta convertir su boca de labios carnosos en una línea.
– Tengo inversiones en estados Unidos, pero no sé qué relación pueden tener con su investigación.
– Creo que es importante estudiar todas la posibilidades- explicó David -. A su hijo lo hallaron en un barco que supuestamente pertenecía al Ave fénix. ¿Conoce usted a esa banda?
– No.
– ¿Ha oído hablar del Ave Fénix?
– He oído hablar de ellos, claro, pero no sé nada de ellos.
– Dígame, ¿quién orienta sus inversiones en Estados Unidos?
– China Land and Economics Corporation -dijo Guang después de un suspiro de resignación- es una compañía muy grande, lo que llamaríamos una multinacional. No conozco a todos mis socios por el nombre. Si lo desea, le pediré a mi secretaria que le haga una lista.
– ¿Y sus relaciones personales con Estados Unidos?
Guang Mingyun cambió al chino para hablar con Hulan. Ella respondió y volvió a apartar la vista.
– Tengo parientes en Los Angeles que abandonaron China antes de la liberación -dijo Guang con frialdad-. Yo no los he visto nunca, pero ofrecieron su hospitalidad a mi hijo durante las visitas que hizo.
– ¿Y sus nombres?
– No tienen nada que ver con todo esto.
– Responda a la pregunta, por favor.
– Mi secretaria le proporcionará esa lista también.
– Tengo entendido que está usted muy metido en negocios de importación y exportación.
– Cierto -convino Guang con falsa modestia-. Traigo aquí un poco de esto y envío fuera un poco de aquello.
– Es decir…
– Hemos importado coches de lujo: Mercedes, Cadillacs, Peugeots, Saabs. Exportamos zapatos, camisetas, pieles, juguetes, adornos navideños. Gran parte de este trabajo se realiza en el interior.
– ¿En qué provincia? -preguntó Hulan.
– Sichuan -respondió Guang.
– Es bueno que lleve usted la prosperidad…
David no iba a permitir que las cortesías de Hulan lo desviaran de su propósito.
– Qué me dice de los inmigrantes? ¿Forman parte también de sus exportaciones?
– No sé de qué me habla.
– Sabe usted, señor Guang, que se sospecha que el Ave Fénix tiene dinero en el Chinese Overseas Bank de California?
– Yo no tendría conocimiento de ello aunque fuera cierto.
– Pero usted es el dueño del banco.
– Es uno de mis negocios.
– Señor Guang -dijo Hulan, cambiando de postura-, debe usted perdonar los modales de nuestro amigo americano. Creo que es mi deber asegurarle que el Ministerio de Seguridad Público no tiene conocimiento -el énfasis que dio a sus palabras subrayaba el aparente desagrado que le causaban los métodos americanos- de ningún hecho delictivo cometido por usted ni por su hijo. El ministerio tiene el mayor de los respetos por Guang Mingyun y su familia. Así es como debe ser. Pero yo debo pensar en su hijo. Sé que usted quiere averiguar qué pasó. Sé que usted quiere llevar a los indeseables que lo mataron ante la justicia.
– Eso es cierto, inspectora.
– Y también sé que usted quiere ayudar al ministerio en su trabajo.
– Por supuesto. ¿Qué puedo hacer?
– Podríamos visitar la casa de Henglai? Tal vez descubramos algo que nos ayude a conocerle. Podría ayudarnos a atrapar a su asesino.
– Que su chófer les lleve a la Capital Mansion de la calle Xinyuan del distrito Chaoyang.
Mientras David y Hulan se ponían los abrigos, Guang recobró su anterior actitud jovial.
– La próxima vez celebraremos un banquete.
– Es usted demasiado generoso en su hospitalidad, señor Guang -dijo Hulan.
– Transmítale mis saludos a su padre, se lo ruego -dijo él mirándola a los ojos.
– Así lo haré, y espero que transmita usted el más profundo pésame de nuestra familia a la señora Guang.
– Uno de los dos hombres miente -dijo David cuando se hallaban en el ascensor.
Hulan clavó la vista en los números electrónicos mientras el ascensor proseguía su rápido descenso.