– Tú me contrataste.
– Nadie esperaba que hicieras algo más que servir el té. ¿Investigar? -Hizo una mueca-. No es correcto. Deberías hacer algo más limpio. Puedo arreglarlo.
– ¿No he cumplido con mi trabajo?
– No se trata de eso. Eres una princesa roja. No tienes por qué trabajar en absoluto.
– Soy buena en mi trabajo.
– Sí lo eres -admitió él-. Pero tu madre te necesita. Ven a casa con nosotros. Cuida de ella.
Hulan no aceptó ni siguió discutiendo. Pero mientras estaba sentada allí, comiendo los últimos granos de arroz de su cuenco, sabía que todo lo que su padre había dicho era cierto.