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– No sé ni por dónde empezar, Bea… Tú no sabes el calvario que me ha tocado aguantar estos dos años. Lo lees constantemente en los periódicos, pero nunca se te ocurre que te pueda pasar a ti…

Su tono de voz se ha hecho mucho más pausado, y habla con una voz terrosa que se desliza entre susurros, como si le costase un esfuerzo épico articular cada palabra. Poco a poco va devanando un discurso de monótona musicalidad, y las palabras van cayendo como fardos sobre su mesa. Todo el discurso es perfectamente predecible.

– Todo iba tan bien… Estaba estudiando físicas, ya te acuerdas de aquello que solía decir de que quería ser astrónoma… y parecía tomarse bastante en serio la carrera… y además salía con un chico monísimo y encantador…

– Javier -adivino.

– Ese mismo, Javier -confirma-. Un encanto de niño. Hacían una pareja ideal y supongo que había un montón de señales que no supe identificar, no sé… que adelgazó muchísimo de repente, que siempre parecía ir corta de dinero, a pesar de que yo le pasaba bastante y de que yendo con Javier no podía tener muchos gastos… Y luego empezaron a faltar cosas en casa, pequeños objetos de valor, ceniceros de plata, joyas, qué sé yo… fruslerías. Y de repente, de la noche a la mañana, la cosa se precipitó. Una madrugada, me despierta el teléfono y me pega un susto de muerte. Pensé que se trataría de uno de esos chalados que llaman para que escuches cómo se masturban, porque desde que salgo en televisión, hija, tengo dos o tres perturbados pesadísimos a los que les ha dado por enviarme cartas obscenas a la redacción…

– Vaya, lo siento… No sabía lo de la tele…

– Pero no, no se trataba de eso, sino de algo muchísimo peor. Me llamaban para decirme que la niña estaba ingresada en el Primero de Octubre. Una sobredosis. Y me entero, así, de golpe, de que es heroinómana. Y luego, los dos últimos años, todo lo que puedas imaginar: roba, miente, desaparece meses enteros… En casa ha organizado numeritos de todo tipo. Un horror, hija, qué te voy a contar… Una vez, en una crisis histérica, amenazó con un cuchillo a Manuel…

Vuelve a dar una calada nerviosa a su cigarrillo. El humo enturbia el aire tenue. Debía haber imaginado desde ayer lo que Charo iba a contarme, y reparo en que los cafés ya se habrán enfriado sin que los hayamos probado siquiera. Cómo fui tan idiota… Creer que lo inevitable no acabaría por suceder. Por muy Mónica que fuera no contaba con un Ángel de la Guarda especialmente encomendado para su custodia.

– Fatal… Imagínate la situación, y para colmo con dos niños pequeños en casa… Ahora está ingresada en una clínica de desintoxicación. Puede recibir visitas, y, entre tú y yo, creo que le vendría bien. Los doctores insisten mucho en que debe cortar con su antiguo ambiente. Qué quieres que te diga, Bea, al principio albergaba ciertos recelos cuando llamaste, si te digo la verdad. Pero está claro que tú has permanecido al margen de todo este asunto. No sé… quizá a Mónica le convenga verte. Sé que se siente muy sola. Pero, tú ya me entiendes, necesitaba hablar contigo antes de decidirme a contarte todo esto para comprobar…

– Que, efectivamente, yo estoy al margen del asunto -remato-. Que no estoy enganchada como ella. No, no lo estoy.

– Eso mismo. No creas, ya podía suponer que no tenías nada que ver con el tema porque sé que no os habéis visto en todo este tiempo. Tú dejaste de llamar, ella ni te mencionaba, ya sabes… Si te soy sincera, me sorprendió mucho saber de ti, así, tan de pronto.

– Lo entiendo. Si me dices dónde está ingresada, quizá pueda ir a verla.

– Sí, claro, mujer. -Garrapatea sobre un papel una dirección, luego lo dobla cuidadosamente y me lo pasa-. Debes llamarles antes. Hay que concertar las visitas.

– Gracias.

– Ahora, me vas a perdonar, no me queda más remedio que pedirte que te marches. Hoy tenemos muchas cosas que hacer. Me encanta haberte visto, de verdad.

Nos levantamos a la vez. Ella me tiende la mano que yo estrecho en un gesto típicamente sajón. A ninguna de las dos nos gustan las muestras de afecto y no seríamos tan hipócritas como para besarnos.

– Por cierto, que no te he dicho lo guapa que estás. Te queda ideal el pelo corto. Y oye, cielo, por favor, que si vas a verla, que me llames. Me tendrás informada… ¿verdad que sí?

Tiene la consideración de dedicarme -por primera vez en nuestra entrevista- una de sus inmensas sonrisas equinas, blanqueada por obra y gracia del láser.

– Descuida. Lo haré. Muchas gracias, Charo.

Ese papel que acababa de pasarme es el documento que certifica una tregua. Durante muchos años no nos soportábamos la una a la otra. Para ella yo era la amiga medio loca de su no menos loca hija. Para mí, ella era la insoportable madre de mi mejor amiga. Pero ahora yo he crecido y advierto que ella ya no puede tratarme como a una niña; y, en cuanto a mí, es la primera vez que he intuido un fondo humano bajo su máscara de silicona y maquillaje caro. No he visto a Mónica desde hace cuatro años. Desde aquella semana que lo desencadenó todo. En el recuerdo, cada minuto de esos diez días permanece grabado al fuego. Diez días que revivo con la intensidad de las pesadillas.

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