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83. Manzanas chinas a la provenzal

(Y la felicitación de Jan Zrzavy para su octogésimo aniversario)

Junto a la Nueva Escalinata del castillo y las antiguas tabernas de Praga, cerca del Hrad de Praga había unas casas del siglo dieciséis. La escultora Hana Wichterova se compró una de ellas, en la que vive y trabaja el pintor Jan Zrzavy. Ocupaba un pequeño piso de la segunda planta. Sus escaleras se habían desgaseado tanto hacía tiempo que andar por ellas daba vértigo. En el más grande de los dos cuartos el pintor había organizado un modesto estudio.

Durante años había vivido en Bubenci. Tenía allí un hermoso piso moderno en una casa nueva cuyas ventanas daban a Stromovka. Pero no estaba satisfecho. Echaba de menos la vieja Praga. Dejó de buena gana la necesaria comodidad y se trasladó a aquella casa vieja.

Desde las dos ventanas más pequeñas del estudio se veían los tejados del palacio de Thunov, Mala Strana y Petfín. Aunque el panorama que se divisaba desde allí era espléndido, uno no podía evitar el recuerdo de los estudios de lo más alto de los modernos edificios de Praga, espaciosos, lujosos y, sobre todo, inundados de sol y de blanca luz. La casa de Zrzavy no era precisamente oscura, pero allí apenas había luz. El pintor estaba contento. Vivía allí apaciblemente.

En una de mis visitas me llegó desde la cocina un olor fuerte y agradable. Un olor desconocido de un plato desconocido.

– He estado haciendo las manzanas chinas como las preparan en Provenza. Son muy buenas. Le daré la receta. Me marcho a Benátky. Acabo de escribir a los capuchinos de allá. Me hospedo con ellos. Quiero pintar Benátky una vez más.

¡Benátky! Una ciudad antigua, rebosante de belleza en descomposición, esa «guitarra llena de agua» pintada miles de veces -y aun así, muy pocas- por artistas de todas las tierras y de todos los tiempos, era el lugar del amor duradero y constante de Jan Zrzavy. De un amor nada infructuoso.

– Aquí está un poco oscuro para pintar.

– Eso no me importa en absoluto. Lo que cuenta es que pueda vivir entre estos viejos muros de Praga. Estaba echando de menos todo esto.

– ¿Y por qué, entonces, no pinta Praga como pintaba Benátky y Bretaña?

– No puedo. Y le voy a decir por qué. En Benátky puedo permitirme el pintar una torre donde en realidad no la hay o quitarla de donde está si no me conviene. Pero en Praga esto es imposible. Así que prefiero no pintar Praga. Pero antes de que se me olvide, tengo que decirle cómo se hacen esas manzanas. No, no hace falta que tome notas, es fácil.

»Sobre el fondo de una olla grande se ponen las manzanas de China y se les echa encima abundante aceite. Luego sobre un plato pequeño se cortan dos grandes cabezas de ajo, se esparce el ajo sobre las manzanas y se deja todo en el fuego hasta que las manzanas se vuelvan completamente blandas.

La cantidad de ajo me asustó.

– ¡No, no es verdad! El ajo se convierte en este aroma agradable que tanto ha llamado su atención.

Jan Zrzavy llevaba ya varios años viviendo y pintando en aquel espacio tan arcaicamente atrayente. En todas partes se mantenía una limpieza impecable, la despensa de la cocina que se había traído desde el mismo París estaba adornada con blancos encajes de su madre, lo mismo que hacían las amas de casa de antaño. Las ventanas relucían de pulcritud, los pinceles y los lápices estaban colocados en orden. El viejo reloj producía un sonoro tictac. Y entre aquellos objetos familiares celebró Zrzavy su ochenta aniversario.

«Querido señor Zrzavy:

»En su obra, importante y extensa, hay muchos cuadros que poseen una fuerza casi mágica y nos arrastran poderosamente hacia su propio mundo. Nos fortalecen y nos atan a ellos para siempre. Ya no nos liberamos nunca de su hechizo. Una de estas obras maestras es Las amigas.

»La luz de una vela que alumbra a las dos mujeres, la mesa, las dos cartas y el respaldar de la silla tienen la elocuencia de un profundo silencio. Ya llevo cincuenta años escuchándolo con atención. Como es lógico, no sé de qué hablan estas dos mujeres que han llegado de alguna parte de los huertos de Zeyer, pero comprendo el silencio apasionado de este cuadro. Esos cincuenta años son un buen trecho de tiempo. Al menos, de nuestro tiempo. Y puedo hablar de la buena suerte que me ha permitido seguir, a veces incluso de cerca, su obra desde sus mismos comienzos, cuando expuso por primera vez sus cuadros ante el público.

»Éramos entonces todavía jóvenes, teníamos unos veinte años, pero usted nos cautivó en seguida. Aquello fue como una revelación, algo que nos traía un gran mensaje desde el mundo hacia el que nos estábamos dirigiendo. Eran los límites de una nueva fantasía y de un lirismo ardiente que por aquel entonces sólo presentíamos, pero que no habíamos tenido la posibilidad de alcanzar, aunque el valor no nos faltaba. Amamos el arrebato de sus visiones.

»No tardamos mucho en conocerle personalmente. Fueron aquéllos unos años ricos, llenos de esfuerzos creativos y de hermosas amistades.

»En las personalidades grandes y excepcionales encontramos de forma regular y, al parecer, inevitable, muchas paradojas. Lo mismo nos pasó con usted. Permítame que en este minuto solemne, y digamos que también inolvidable, le exprese en breves líneas mi admiración y mi modesta opinión.

»Fue usted el más perseverante de todos los "contumaces", y debió de ser usted quien inventó el nombre para el grupo con el que había empezado. Con el tiempo, fue usted quien lo justificó más que nadie. Con la misma tenacidad, fiel a sí mismo, apartó a todos cuantos intentaron hacerlo suyo de alguna forma o sólo incorporarlo. En eso fue usted extremadamente honesto.

»Josef Sima contaba en París la visita que le hizo uno de los marchantes de pinturas modernas. Había visto su Viuda y le ofrecía un acuerdo muy lucrativo referente a todos los cuadros que iba a pintar en adelante. Es decir, eso que acostumbra a ser un ansia vana de tantos pintores. No obstante, usted no aceptó el trato y le hizo comprender que no iba a seguir pintando de la misma manera que entonces. Despreció una oportunidad que le habría asegurado una acomodada existencia y trabajo permanente en París.

»En realidad, es usted un hombre que no se dejó derrotar, y que no pudo ser conquistado por ninguna de las estéticas que conoció y contra las cuales se levantó en una tenaz defensa propia, para adentrarse con más libertad en su propio e íntimo microcosmos artístico y humano, celosamente guardado y herméticamente cerrado. Y dentro de ese mundo propio se ocultaba, si hablamos de las tendencias pictóricas, una sola constante. De veras una sola, aunque podemos llamarla con varios nombres: antiimpresionismo, antinaturalismo, antimaterialismo o, del mismo modo, simbolismo. Era y hasta ahora sigue siendo la búsqueda de un estilo que no fuese estilo y que no se convirtiese en estilo. Es usted único, es usted singular y ningún artista se atrevería a seguirle en su camino detrás. Al principio usted les provocaba y ofendió a muchos, tanto con sus "deformaciones" como con la premura de sus mensajes. Luego, poco a poco, se encaminó hacia la sencillez que obliga al propio pintor a mantenerse en lejanía, tanto más tranquilo cuanto más palpable es la realidad auténtica y veraz de una obra vital, que es única. Usted se introdujo en lo que con indudable despreocupación incluimos en el cómodo, aunque no ineludible concepto del arte moderno, si bien podemos decir que el así llamado arte moderno en su casi totalidad le es esencialmente ajeno. Estoy pensando principalmente en el cubismo y en el surrealismo, pero también en la abstracción gélida y amarga a la que todos sucumben por un tiempo. Pero usted se mantiene en un cielo propio y presente de la pintura. Quizás el cielo no es para usted sólo un espacio donde vive en soledad, sino también el objeto y el tema, por indirecto que sea, de su pintura.

»Es usted un fanático del arte -más exactamente, de su propio arte- y al mismo tiempo se está apartando cada vez más de la habilidad para buscar una proyección inmediata en la espiritualidad, en la interioridad, en el ardor. Desprecia el virtuosismo artístico, y la destreza.

»Cuando hace unos años se celebró en Mainz ana gran exposición suya, se escuchó y salió en los periódicos un comentario digno de atención. ¡Que nunca se olvide! Delante de uno de sus cuadros de Benátky, una joven desconocida dijo con un suspiro a su acompañante: "¡Es tan hermoso que no debería exponerse!" Aquella expresión de encanto no era tan ingenua como podría parecer. Algunos de sus cuadros merecen llamarse joyas de la corona del arte checo. Y con el tiempo, su originalidad y consagración van en aumento. Es usted el primero de nuestros grandes pintores al que le ha salido bien el camino de la vida y del arte.

»Ya he hablado de mi buena suerte, que quiso que yo pudiera seguir su obra y su vida de cerca a lo largo de tantos años. Desde el principio mismo. También quiero referirme al honor que se me ha concedido hoy, de felicitarle y de estrechar su mano como amigo.»

Durante una de sus exposiciones, cuando yo ya me iba, Zrzavy me dirigió una mirada expresiva y me preguntó si me había enseñado ya el taller de alquimia que había en el patio. Pegada al muro de Hrad hay una pequeña edificación de puertas oscuras, detrás de las cuales, al menos según Zrzavy, se encontraba otrora un laboratorio de alquimista. Pronunció estas palabras con una expresión de misterio.

Silencio, noche, sueños, estrellas, todas las cosas indescifrables y ocultas, tremendas y bellas atrajeron a Zrzavy a lo largo de su vida. Así que, en su vejez, se abrió un camino invisible desde la escalinata del castillo hasta los Capuchinos de la plaza de Loretán. La pequeña iglesia de aquella orden, de aspecto arquitectónico casi idéntico en todo el mundo, le invitaba, con su propia pobreza, a rezar. Zrzavy es creyente, pero la doctrina eclesiástica le provoca inevitables objeciones. No cree en la vida después de la muerte.

La pequeña plaza, que hay ante la iglesia, con su cruz de hierro y los instrumentos de la pasión de Jesús, fue el tema de muchos cuadros de Zrzavy. La representó varias veces y de varios modos.

Cuando los ingleses descubrieron en 1922 la tumba de Tutankhamen, el hallazgo apasionó a Zrzavy durante mucho tiempo. Teige le sorprendió un día en Slávie cuando examinaba atentamente las imágenes de los objetos encontrados en el sepulcro, que había publicado Graphika. Despertaba en él una especial curiosidad el respaldo del trono, con su relieve repujado en oro. Es una magnífica obra de arte.

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