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Mevlâna, que mientras había ocupado el puesto de jeque de Konya que había heredado de su padre había sido querido y admirado no sólo por sus discípulos sino por toda la ciudad, sucumbió a los cuarenta y cinco años a la influencia de un derviche errante que iba de ciudad en ciudad, llamado Semsi Tebrizi, y que no se parecía a él ni en sus conocimientos, ni en sus valores, ni en su forma de ver la vida. Según Celâl, era un comportamiento absolutamente incomprensible. Y lo probaban las «explicaciones» que habían escrito sus comentaristas a lo largo de setecientos años para conseguir que aquella relación pasara por «comprensible». Después de que Semsi desapareciera o fuera asesinado, Mevlâna designó como su sucesor a un orfebre del todo inculto y desprovisto de cualquier cualidad a pesar de la indignación de sus discípulos. En opinión de Celâl aquella elección era otra señal que demostraba, no que Semsi Tebrizi poseyera un «poderoso influjo místico», como todo el mundo intentaba demostrar, sino la situación espiritual y sexual de Mevlâna. De hecho, el tercer sucesor que Mevlâna escogió como su «íntimo amigo» era tan poco especial y tan opaco como para no echar de menos al segundo.

Según Celâl, buscar pretextos, como se había venido haciendo durante setecientos años, para convertir en «comprensibles» aquellas tres relaciones aparentemente «incomprensibles», revestir a cada uno de los «sucesores» de virtudes falsas que, en cualquier caso, nunca habrían podido adornarlos, e incluso, como algunos habían hecho, inventarse genealogías para demostrar que descendían de la estirpe de Mahoma o de Alí era ignorar una característica importantísima de Mevlâna. Celâl había hablado de aquella característica, que, según decía, también se reflejaba en la obra de Mevlâna, en un artículo dominical con ocasión del día en conmemoración del místico que se celebra cada año en Konya. Releyendo veintidós años después aquel artículo, que en su niñez había encontrado aburrido, como todo lo relacionado con la religión, y cuya publicación sólo recordaba gracias a la serie de sellos que salió ese año (los de quince piastras eran rosas, los de treinta azules y los de sesenta, difíciles de encontrar, verdes), Galip volvió a notar que los objetos a su alrededor se transformaban. Según Celâl, tal y como habían dejado bien sentado sus comentaristas en el lugar más importante de sus libros y como ya se había dicho miles de veces, era una realidad que Mevlâna había influido en el derviche errante Semsi Tebrizi desde el instante de su primer encuentro en Konya, y que, a su vez, sufrió su influencia. Pero no, como se creía, porque Mevlâna hubiera comprendido que aquel hombre era un sabio inmediatamente después de aquel famoso «diálogo» que había comenzado con una pregunta que había planteado Semsi Tebrizi. La conversación que se desarrolló entre ambos se basaba en una vulgar «parábola de la modestia» de las que se pueden encontrar miles de ejemplos incluso en los más simples libros de mística. Si Mevlâna hubiera sido un hombre tan sabio como se dice, no le habría impresionado una «parábola» tan corriente, como mucho sólo habría aparentado impresionarse. Y eso fue lo que hizo. Se comportó como si en Semsi hubiera encontrado una personalidad verdaderamente profunda, un espíritu impresionante. Porque, según Celâl, Mevlâna, de unos cuarenta y cinco años entonces, realmente necesitaba ese día lluvioso encontrarse con un «alma» así, necesitaba a alguien en cuyo rostro ver su propia imagen. Y así, en cuanto se encontró con Semsi, creyó que era el que buscaba y, por supuesto, no le resultó en absoluto difícil convencer a Semsi de que verdaderamente poseía tan sublime personalidad. Inmediatamente después de aquel encuentro del 23 de octubre de 1244 se encerraron en una celda de una medersa y no salieron de ella en seis meses. En su artículo, Celâl trataba con cuidado la cuestión de qué habrían hecho y de qué habrían hablado durante seis meses en una celda de una medersa , una cuestión «laica» de la que se habían ocupado muy poco los mevlevíes, para no irritar demasiado a sus lectores más píos, y pasaba al tema esencial.

A lo largo de toda su vida Mevlâna buscó un «otro» que le pusiera en movimiento, que le enardeciera, un espejo en el que se reflejaran su rostro y su alma. Por esa razón, lo que habían hecho y hablado en la celda, como ocurría con las obras de Mevlâna, eran el trabajo, las palabras y las voces de una sola persona revestida con la apariencia de varias o de varias disfrazadas de una sola. Porque para poder resistir la admiración de sus estúpidos discípulos (a los que no podía renunciar) y la atmósfera asfixiante de una ciudad de Anatolia en el siglo XIII, el poeta necesitaba otras identidades que mantener siempre a su lado y con las que pudiera refrescarse envolviéndose en ellas llegado el caso, de la misma manera que guardaba en su armario ropa con la que disfrazarse. Para explicar mejor ese deseo profundo, Celâl recurría a una imagen que había tomado prestada de otros escritos suyos: «Exactamente como las ropas de campesino que guarda en su armario el soberano de un país de imbéciles, harto de gobernar entre parásitos, malvados y pobres, para vestirlas de noche y poder relajarse un poco paseando por las calles».

Tal y como Galip esperaba, un mes después de aquella columna, que había provocado amenazas de muerte por parte de los lectores más religiosos y cartas de felicitación de los laicos y republicanos, Celâl volvió a plantear la cuestión a pesar de que el director del periódico le había rogado que no lo hiciera.

En su nuevo artículo Celâl trataba en primer lugar de los hechos básicos conocidos por todos los mevlevíes : los esbirros de Mevlâna, envidiosos de que mostrara tanta amistad a aquel derviche venido de Dios sabe dónde, arrinconaron a Semsi y lo amenazaron de muerte. Después de aquello, un día nevoso de invierno, el 15 de febrero de 1246 (a Galip le gustaba mucho aquella pasión de Celâl por las fechas exactas, que le recordaba los libros del instituto, llenos de errores de imprenta), Semsi desapareció de Konya. Mevlâna, incapaz de soportar la desaparición de su amado y de la segunda personalidad con la que poder disfrazarse, hizo volver a su «amor» (Celâl siempre usaba esa palabra entre comillas para aumentar las sospechas de los lectores) tras comprender por una carta que se hallaba en Damasco y lo casó de inmediato con una de sus hijas adoptivas. No obstante, el cerco de la envidia comenzó a estrecharse de nuevo alrededor de Semsi y, sin que pasara mucho, el 5 de diciembre de 1247, un jueves, un grupo numeroso de hombres, entre los que se encontraba Aladino, el hijo de Mevlâna, tendería una emboscada a Semsi, lo acuchillaría hasta matarlo y aquella misma noche, mientras caía una lluvia fría y sucia, arrojaría el cadáver a un pozo que había junto a la casa de Mevlâna.

En las líneas siguientes del artículo, que describían el pozo al que había sido arrojado el cuerpo de Semsi, Galip encontró ciertas cosas que no le resultaron en absoluto lejanas. Lo que Celâl había escrito sobre el pozo, el cadáver arrojado en él, la soledad y la tristeza del cuerpo, no sólo le resultó terrible y extraño, sino que también le dio la impresión de que había visto con sus propios ojos aquel pozo de hacía setecientos años al que habían arrojado el cadáver, que era capaz de distinguir las piedras y el yeso al estilo de Jurasán del brocal, después de leer varias veces el artículo, mientras ojeaba otros que había seleccionado instintivamente, descubrió que en la descripción del pozo Celâl había usado tal cual ciertas frases que había utilizado en una columna publicada por las mismas fechas y en la que hablaba del pozo de ventilación entre dos edificios, y que en ambos artículos había conservado de manera muy lograda el mismo estilo.

Fascinado por aquel jueguecito, al que no habría dado la menor importancia si lo hubiera leído después de sumergirse en los artículos que Celâl había escrito sobre los hurufíes , Galip comenzó a leer desde aquel punto de vista los artículos que se apilaban sobre la mesa. Fue entonces cuando comprendió por qué los objetos que lo rodeaban iban transformándose según leía los artículos de Celâl, por qué desaparecían aquel profundo significado y el optimismo que lo mantenía unido todo, las mesas, las cortinas, las lámparas, los ceniceros, las sillas, las tijeras y las baratijas que había sobre el radiador.

Celâl hablaba de Mevlâna como si hablara de sí mismo y, usando unas mágicas interpolaciones entre las palabras y las frases que a primera vista apenas llamaban la atención, se colocaba en el lugar de Mevlâna. Galip se convenció de aquello cuando vio que Celâl usaba en los artículos «históricos» sobre Mevlâna las mismas palabras y párrafos, y aún más el mismo estilo trenzado de amargura, que en ciertos artículos en los que hablaba de sí mismo. Lo que convertía en terrible aquel extraño juego era que lo corroboraran los cuadernos personales de Celâl, sus borradores de artículos sin publicar, sus charlas históricas, los ensayos que había escrito sobre el jeque Galip, sus interpretaciones de sueños, sus recuerdos de Estambul y muchos de los temas que había tratado en sus columnas.

Celâl había relatado cientos de veces en su sección de «Increíble pero cierto» las historias de reyes que se creían otros, de emperadores chinos que habían quemado sus palacios para poder serlo, de sultanes que se cambiaban de ropa por la noche para mezclarse con el pueblo hasta convertirlo en una manía enfermiza que los mantenía alejados durante días de palacio y de los asuntos del Estado. En un cuaderno en el que Celâl había dejado a medias unos cuentos cortos, muy parecidos a recuerdos, Galip leyó que Celâl, un día de verano vulgar y corriente, se había visto a sí mismo sucesivamente como Leibniz, como el famoso millonario Cevdet Bey, como Mahoma, como director de un periódico, como Anatole France, como un cocinero de éxito, como un imán famoso por sus prédicas, como Robinson Crusoe, como Balzac y como otros seis cuyos nombres había tachado avergonzado. Observó unas caricaturas de la imagen de Mevlâna que aparecía en los sellos y en las láminas; encontró un dibujo bastante torpe de un sarcófago en el que se leía «Mevlâna Celâl». Y una columna no publicada comenzaba con la siguiente frase: «¡El Mesnevi, que se tiene por la obra maestra de Mevlâna, no es sino un plagio de principio a fin!».

Después de aquella frase indicaba, exagerándolas, las similitudes que señalaban los comentaristas académicos con un estilo que vacilaba entre el miedo a ser irrespetuosos y la preocupación por la verdad. Tal cuento del Mesnevi había sido tomado del Calila e Dimna, tal otro lo había plagiado del Manttküt Tayr de Attar, esta anécdota la había copiado del Ley-Hy Mecnun , la de más allá la había pirateado del Menakib-i Evliya . Dentro de la larga lista de fuentes cuyas historias habían sido plagiadas, Galip vio también el Kisas-i Enbiya , Las mil y una noches y a Ibn Zerhani. Al final de aquella lista Celâl había añadido lo que Mevlâna opinaba sobre el hecho de plagiar historias de otros. Galip, mientras oscurecía y se iba intensificando el pesimismo de su corazón, leyó aquellas opiniones pensando que no sólo se trataban de las de Mevlâna, sino, al mismo tiempo, de las de Celâl poniéndose en el lugar de Mevlâna.

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