– La… laca… La caja… de marfil…
Nadie respondió pero no colgaron. Me cago en la leche, pensó Quirós, no lo he dicho bien, se ha olido algo. Salió del bar con el teléfono en la mano. Escuchó una respiración, luego una voz chirriante:
– ¿Quién eres?
Quirós no contestó. Pasaron dos viejas que lo miraron. La llamada se cortó.
Reemprendió el camino mientras libraba una batalla interior. ¿De qué serviría decírselo a Gaos?, pensaba. Debería ir a esa cueva yo mismo. A fin de cuentas, ahora se cree a salvo porque sus amigos han podido endilgárselo todo a un pobre diablo… Quizá se crea tan a salvo que decida arriesgarse y lleve el material. Al menos, podrías atrapar a ese cabrón. Incluso… ¿quién sabe? No has mirado dentro de la caja. Aún no has mirado dentro de la caja.
Tales cosas pensaba la mitad de Quirós. La otra mitad meneaba la cabeza: Ya has dejado el trabajo, decía. Regresa con Pilar y olvídate del asunto. Decidió obedecer a esta mitad, que le parecía más sensata.
Pidió la llave en recepción al hijo de la señora Ripio y le dijo que le fuera haciendo la cuenta. Se marcharía después de almorzar. El chico lo miró con expresión absorta y alzó el dedo apuntando hacia la terraza. Quirós vio a la mujer sentada a una mesa. Se alegró, pero al acercarse la notó tensa.
– Le estaba esperando -dijo ella-. Quiero que me acompañe esta misma tarde a una cueva de la sierra. Es el lugar donde fue Soledad antes de desaparecer. -Quirós se quedó mirándola-. Si es preciso, le pagaré.
Vio a Marta sentada frente a él, casi en la misma postura que la mujer, con una mesa entre ambos. ¿Nunca hace nada gratis?
Sí. Puedo mirar dentro de la caja.