Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¡García Madero! -gritó-. ¡Hombre, ven para acá!

Crucé la calle tomando o haciendo ver que tomaba unas precauciones inútiles (pues en ese momento no circulaba ningún vehículo por Revillagigedo), tal vez para dilatar en unos segundos mi encuentro con el padre de María. Cuando alcancé la otra acera la muchacha levantó la cabeza y me miró. Era Lupe, a quien había conocido en la colonia Guerrero. No dio señales de recordarme. Por supuesto, lo primero que pensé fue que Quim y Lupe buscaban un hotel.

– ¡Has llegado que ni caído del cielo, hombre! -dijo Quim Font.

Saludé a Lupe.

– Qué hubo -dijo ésta con una sonrisa que me heló el corazón.

– Estoy buscándole un refugio a esta señorita -dijo Quim-, pero no encuentro un pinche hotel decente en todo el barrio.

– Pues aquí hay bastantes hoteles -dijo Lupe-. Di mejor que no quieres gastarte mucho dinero.

– El dinero no es ningún problema. Si lo tienes, lo tienes, y si no lo tienes, pues no lo tienes.

Recién entonces noté que Quim estaba muy nervioso. La mano con la que tenía agarrada a Lupe le temblaba de forma espasmódica, como si el brazo de Lupe estuviera cargado de electricidad. Parpadeaba con fiereza y se mordía los labios.

– ¿Hay algún problema? -pregunté.

Quim y Lupe me miraron durante unos instantes (los dos parecían a punto de explotar) y después se rieron.

– Un chingo de problemas -dijo Lupe.

– ¿Conoces algún sitio en donde podamos ocultar a esta damisela? -dijo Quim.

Podía estar muy nervioso, sin duda, pero también estaba muy feliz.

– No sé -dije por decir algo.

– ¿En tu casa es imposible, verdad? -dijo Quim.

– Absolutamente imposible.

– ¿Por qué no me dejas resolver yo sola mis problemas? -dijo Lupe.

– ¡Porque nadie escapa de mi solidaridad! -dijo Quim guiñándome un ojo-. Y además porque sé que no serías capaz de hacerlo.

– Vamos a tomarnos un café con leche -dije yo-, y ya se nos ocurrirá algo.

– No me esperaba menos de ti, García Madero -dijo Quim-, sabía que no me ibas a dejar en la estacada.

– ¡Pero si te he encontrado de pura casualidad! -dije yo.

– Ay, las casualidades -dijo Quim respirando a pleno pulmón, como el titán de la calle Revillagigedo-, valen verga las casualidades. A la hora de la verdad todo está escrito. A eso los pinches griegos lo llamaban destino.

Lupe lo miró y le sonrió como se sonríe a los locos. Iba vestida con una minifalda y un suéter negro. El suéter me pareció que era de María, al menos olía a María.

Nos pusimos a caminar, doblamos a la derecha por Victoria hasta Dolores. Allí nos metimos en un café chino. Nos sentamos enfrente de un tipo de aspecto cadavérico que leía el periódico. Quim inspeccionó el local y luego se encerró unos minutos en el baño. Lupe lo siguió con la vista y por un instante su mirada me pareció la de una mujer enamorada. En ese momento no me cupo duda alguna de que se habían ido a la cama o de que pensaban hacerlo en los próximos minutos.

Cuando Quim volvió se había lavado las manos, la cara y echado agua en el pelo. Como no había toalla en el baño no se había secado y el agua le chorreaba por las sienes.

– Estos lugares me traen el recuerdo de uno de los momentos más horribles de mi vida -dijo.

Luego se quedó callado. Lupe y yo también permanecimos en silencio durante un rato.

– Cuando yo era joven conocí a un mudo, mejor dicho a un sordomudo -prosiguió Quim tras una breve reflexión-. El sordomudo frecuentaba la cafetería de estudiantes a la que siempre íbamos un grupo de amigos de Arquitectura. Entre ellos el pintor Pérez Camargo, seguro que conocen su obra o les suena. Y en la cafetería siempre encontrábamos al sordomudo que vendía lapiceros, juguetes, hojitas con el lenguaje de los sordormudos impreso, en fin, cosas sin importancia para sacarse algunos pesos extra. Era un tipo simpático y a veces venía a sentarse a nuestra mesa. La mera verdad, creo que algunos lo consideraban, de manera bastante estúpida, la mascota del grupo y creo que más de uno, por puro juego, aprendió algunos signos del lenguaje de los sordomudos. O puede que fuera el mismo sordomudo el que nos lo enseñara, ya no lo recuerdo. Una noche, sin embargo, entré en un café chino como éste, pero en la colonia Narvarte, y de sopetón me encontré al sordomudo. No sé qué demonios andaba haciendo yo por ahí, no era un barrio que visitara asiduamente, tal vez saliera de la casa de una amiga, lo cierto es que yo estaba un poco alterado, digamos que pasando por una de mis depresiones cíclicas. Era tarde. El chino estaba vacío. Yo me senté en la barra o en una mesa cercana a la puerta. Al principio pensé que era el único cliente del café. Pero cuando me levanté y fui al baño (¡a hacer alguna necesidad o a llorar a gusto!) encontré al sordomudo en la parte de atrás del café, en una especie de segunda habitación. Él también estaba solo y leía un periódico y no me vio. Lo que son las cosas. Al pasar no me vio y yo no lo saludé. No me sentí capaz de soportar su alegría, supongo. Pero cuando salí del baño de alguna manera todo había cambiado y decidí saludarlo. Él seguía allí, leyendo, y yo le dije hola, y le moví un poco la mesa para que notara mi presencia. Entonces el sordomudo levantó la vista, parecía medio dormido, me miró sin reconocerme y me dijo hola.

– Carajo -dije yo y se me pusieron los pelos de punta.

– Estamos en la misma onda, García Madero -dijo Quim mirándome con simpatía-, yo también sentí miedo. La verdad, a duras penas me controlé para no salir huyendo de aquel chino desconocido.

– No sé de qué tuviste miedo -dijo Lupe.

Quim no le hizo caso.

– Con gran esfuerzo me controlé para no salir dando gritos -dijo-. Me retuvo la certeza de que por el momento el sordomudo no me había reconocido y la obligación de pagar mi consumición. Sin embargo, no fui capaz de terminar el café con leche y cuando estuve en la calle eché a correr sin ninguna vergüenza.

– Ya me lo imagino -dije yo.

– Fue como ver al demonio -dijo Quim.

– El tipo hablaba sin ningún problema -dije yo.

– ¡Sin ningún problema! Levantó la vista y me dijo hola. Hasta tenía una voz bien timbrada, caray.

– No era el demonio -dijo Lupe-, aunque puede, nunca se sabe, pero yo no creo que en este caso fuera el demonio.

– Hombre, yo no creo en el demonio, Lupe, es una manera de hablar -dijo Quim.

– ¿Tú quién crees que era? -dije yo.

– Un chivato. Un confidente de la policía -dijo Lupe con una sonrisa de oreja a oreja.

– Pues tienes razón, es verdad -dije yo.

– ¿Y por qué se iba a acercar a nosotros fingiendo que era mudo? -dijo Quim.

– Sordomudo -dije yo.

– Pues porque eran estudiantes -dijo Lupe.

Quim miró a Lupe como si la fuera a besar.

– Qué inteligente eres, Lupita.

– No te burles de mí -dijo ella.

– Lo digo en serio, carajo.

A la una de la mañana salimos del café chino y nos pusimos a buscar un hotel. A eso de las dos lo encontramos finalmente en Río de la Loza. Por el camino me explicaron qué era lo que le pasaba a Lupe. Su padrote había intentado matarla. Cuando pregunté el motivo me dijeron que porque Lupe ya no quería trabajar por las tardes sino estudiar.

– Te felicito, Lupe -le dije-, qué es lo que vas a estudiar.

– Danza contemporánea -dijo ella.

– ¿En la Escuela de Danza, junto con María?

– Ahí mero. Con Paco Duarte.

– ¿Pero ya te has inscrito, así no más, sin pasar por ningún examen?

Quim me miró como desde otra dimensión:

– Lupe también tiene sus amigos influyentes, García Madero, y todos estamos dispuestos a ayudarla. No va a necesitar pasar por ningún examen de la chingada.

El hotel se llamaba La Media Luna y contra lo que yo esperaba, tras revisar el cuarto y hablar durante unos segundos a solas con el recepcionista, Quim Font se despidió de Lupe deseándole buenas noches y recomendándole que no se le fuera a ocurrir irse de allí sin avisar. Lupe se despidió de nosotros en la puerta de su cuarto. No nos acompañes, le dijo Quim. Más tarde, mientras caminábamos rumbo a Reforma me explicó que había tenido que dar una pequeña propina al recepcionista para que aceptara a Lupe sin hacer muchas preguntas, pero sobre todo, llegado el caso, sin avanzar demasiadas respuestas.

– El miedo que tengo -me dijo- es que esta noche su chulo visite todos los hoteles del DF.

Le sugerí que tal vez la policía podía solucionar el asunto o al menos ponerle coto a aquel hombre.

– No seas pendejo, García Madero, ese tal Alberto tiene amigos policías, si no cómo crees que organiza sus redes de prostitución. Todas las putas del DF están controladas por la policía.

– Hombre, Quim, me cuesta creerlo -le dije-, tal vez hay agentes que reciben su mordida para hacer la vista gorda, pero que todos…

– El negocio de la prostitución en el DF y en todo México lo controla la policía, entérate de una vez -dijo Quim. Y al cabo de un rato añadió-: En esto estamos solos.

En Niños Héroes cogió un taxi. Antes de subir me hizo prometerle que al día siguiente estaría a primera hora en su casa.

1 de diciembre

No fui a casa de las Font. Estuve todo el día cogiendo con Rosario.

2 de diciembre

Me encontré a Jacinto Requena paseando por Bucareli.

Fuimos a comprar dos trozos de pizza donde el gringo. Mientras comíamos me dijo que Arturo había hecho la primera purga en el realismo visceral.

Me quedé helado. Le pregunté a cuántos había echado. A cinco, dijo Requena. Supongo que yo no estoy entre ellos, dije yo. No, tú no, dijo Requena. La noticia me proporcionó un gran alivio. Los purgados eran Pancho Rodríguez, Piel Divina, y tres poetas a quienes no conocía.

Mientras yo permanezco en la cama con Rosario, pensé, la poesía de vanguardia mexicana experimenta sus primeras fisuras.

Todo el día deprimido, pero escribiendo y leyendo como una locomotora.

3 de diciembre

Debo reconocer que en la cama me lo paso mejor con Rosario que con María.

4 de diciembre

¿Pero a quién amo? Ayer llovió toda la noche. Los pasillos de la vecindad parecían las cataratas del Niágara. Hice el amor llevando la cuenta. Rosario estuvo fantástica, pero por mor al éxito del experimento preferí no advertírselo. Se vino quince veces. Las primeras le tenía que tapar la boca para que no despertara a los vecinos. Las últimas temí que le fuera a dar un ataque al corazón. A veces parecía desmayarse entre mis brazos y otras veces se arqueaba como si un fantasma estuviera jugando con su columna vertebral. Yo me vine tres veces. Luego salimos los dos al pasillo y nos bañamos con la lluvia que caía del pasillo de arriba. Es extraño: mi sudor es caliente y el sudor de Rosario es frío, reptiliano, y tiene un sabor agridulce (el mío es claramente salado). En total estuvimos cuatro horas cogiendo. Después Rosario me secó, se secó, arregló el cuarto en un santiamén (es increíble lo hacendosa y práctica que es esta mujer) y se puso a dormir pues al día siguiente tenía que trabajar. Yo me acomodé en la mesa y escribí un poema que titulé «15/3». Después me puse a leer a William Burroughs hasta que amaneció.

19
{"b":"87881","o":1}