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12 de enero

¿Si una sigue a un torero a la larga ese mundo acaba por gustarle?, dijo Lupe. Así parece, dijo Belano. ¿Y si una sale con un policía, el mundo del policía acabará por gustarle? Así parece, dijo Belano. ¿Y si una sale con un padrote, el mundo del padrote acabará por gustarle? Belano no contestó. Raro, porque él siempre procura contestar a todas las preguntas, aunque éstas no necesiten respuesta o no vengan al caso. Lima, por el contrario, cada vez habla menos, limitándose a conducir el Impala con expresión ausente. Creo que no nos hemos dado cuenta, ciegos como estamos, del cambio que Lupe empieza a experimentar.

13 de enero

Hoy hemos llamado al DF por primera vez. Belano habló con Quim Font. Quim le dijo que el padrote de Lupe sabía dónde estábamos y había salido en nuestra búsqueda. Belano le dijo que eso era imposible. Alberto nos estuvo siguiendo hasta la salida del DF y allí conseguimos despistarlo. Sí, dijo Quim, pero luego volvió a mi casa y me amenazó con matarme si no le decía hacia dónde nos dirigíamos. Cogí el teléfono y dije que quería hablar con María. Escuché la voz de Quim. Estaba llorando. ¿Bueno?, dije. Quiero hablar con María. ¿Eres tú, García Madero?, sollozó Quim. Pensé que estarías en tu casa. Estoy aquí, dije. Me pareció que Quim se sorbía los mocos. Belano y Lima estaban hablando en voz baja. Se habían apartado del teléfono y parecían preocupados. Lupe se quedó junto a mí, junto al teléfono, como si tuviera frío aunque no hacía frío, de espaldas, mirando hacia la gasolinera en donde estaba nuestro coche. Coge el primer bus y vuelve al DF, oí que decía Quim. Si no tienes dinero yo te lo mando. Tenemos dinero de sobra, dije. ¿Está María? No hay nadie, estoy solo, sollozó Quim. Durante un rato los dos guardamos silencio. ¿Cómo está mi coche?, dijo de repente su voz que llegaba desde otro mundo. Bien, dije, todo está bien. Estamos acercándonos a Cesárea Tinajero, mentí. ¿Quién es Cesárea Tinajero?, dijo Quim.

14 de enero

Compramos ropa en Hermosillo y un traje de baño para cada uno. Después fuimos a recoger a Belano a la biblioteca (en donde pasó toda la mañana, convencido de que un poeta siempre deja huellas escritas, por más que las evidencias hasta ahora digan lo contrario) y nos marchamos a la playa. Alquilamos dos habitaciones en una pensión de Bahía Kino. El mar es azul oscuro. Lupe nunca lo había visto.

15 de enero

Una excursión: nuestro Impala enfiló por la pista que cuelga a un lado del golfo de California, hasta Punta Chueca, enfrente de la isla Tiburón. Después fuimos a El Dólar, enfrente de la isla Patos. Lima la llama la isla Pato Donald. Tirados en una playa desierta, estuvimos fumando mota durante horas. Punta Chueca-Tiburón, Dólar-Patos, naturalmente son sólo nombres, pero a mí me llenan el alma de oscuros presagios, como diría un colega de Amado Nervo. ¿Pero qué es lo que en esos nombres consigue alterarme, entristecerme, ponerme fatalista, hacer que mire a Lupe como si fuera la última mujer sobre la Tierra? Poco antes de que anocheciera seguimos subiendo hacia el norte. Allí se levanta Desemboque. El alma absolutamente negra. Creo que incluso temblaba. Y después volvimos a Bahía Kino por una carretera oscura en donde de tanto en tanto nos cruzábamos con camionetas llenas de pescadores que cantaban canciones seris.

16 de enero

Belano ha comprado un cuchillo.

17 de enero

Otra vez en Agua Prieta. Salimos a las ocho de la mañana de Bahía Kino. La ruta seguida ha sido de Bahía Kino a Punta Chueca, de Punta Chueca a El Dólar, de El Dólar a Desemboque, de Desemboque a Las Estrellas y de Las Estrellas a Trincheras. Unos 250 kilómetros por caminos en pésimo estado. Si hubiéramos cogido la ruta Bahía Kino-El Triunfo-Hermosillo, y de Hermosillo la federal hasta San Ignacio y desde allí la carretera que conduce hasta Cananea y Agua Prieta, sin duda hubiéramos hecho un viaje más cómodo y hubiéramos llegado antes. Todos decidimos, sin embargo, que era mejor viajar por caminos poco o nada transitados, además de que pasar otra vez por el rancho La Buena Vida nos seducía. Pero en el triángulo que forman El Cuatro, Trincheras y La Ciénega nos perdimos y finalmente decidimos seguir hacia adelante, hacia Trincheras, y posponer nuestra visita al viejo torero.

Cuando estacionamos el Impala en las puertas del cementerio de Agua Prieta había empezado a anochecer. Belano y Lima tocaron la campana del vigilante. Al cabo de un rato se asomó un hombre tan quemado por el sol que parecía negro. Llevaba gafas y tenía una gran cicatriz en el lado izquierdo de la cara. Nos preguntó qué queríamos. Belano dijo que estábamos buscando al sepulturero Andrés González Ahumada. El tipo nos miró y preguntó quiénes y para qué lo querían. Belano dijo que era por la tumba del torero Pepe Avellaneda. Queremos verla, dijimos. Yo soy Andrés González Ahumada, dijo el sepulturero, y éstas no son horas de visitar un camposanto. Ándele, sea comprensivo, dijo Lupe. ¿Y por qué esa curiosidad, si se puede saber?, dijo el sepulturero. Belano se acercó a la reja y conversó con el hombre en voz baja durante unos minutos. El sepulturero asintió varias veces y luego se metió en la garita y volvió a salir con una llave enorme con la que nos franqueó la entrada. Lo seguimos por la avenida principal del cementerio, un paseo bordeado de cipreses y viejos robles. Cuando nos internamos por las calles laterales, en cambio, vi algunos cactus propios de la región: choyas y sahuesos y también algún nopal, como para que los muertos no olvidaran que estaban en Sonora y no en otro lugar.

Ésta es la tumba de Pepe Avellaneda, el torero, nos dijo indicándonos un nicho en un rincón abandonado. Belano y Lima se acercaron y trataron de leer la inscripción, pero el nicho estaba en un cuarto piso y la noche ya descendía por las calles del cementerio. Ninguna tumba tenía flores, salvo una en donde colgaban cuatro claveles de plástico, y la mayoría de las inscripciones estaban cubiertas por el polvo. Belano entonces juntó los dedos de ambas manos formando una sillita o un estribo y Lima se subió hasta pegar la cara al cristal que protegía la foto de Avellaneda. Lo que hizo a continuación fue limpiar con una mano la lápida y leer en voz alta la inscripción: «José Avellaneda Tinajero, matador de toros, Nogales 1903-Agua Prieta 1930». ¿Eso es todo?, oí que decía Belano. Eso es todo, le respondió la voz de Lima, más ronca que nunca. Luego se dejó caer de un salto e hizo lo mismo que antes había hecho Belano: con las manos formó un peldaño por el que Belano trepó. Dame el encendedor, Lupe, lo oí decir. Lupe se acercó a esa figura patética que formaban mis dos amigos y sin decir nada le alcanzó una caja de cerillos. ¿Y mi encendedor?, dijo Belano. Yo no lo tengo, mano, dijo Lupe con una voz muy dulce a la que no terminaba de acostumbrarme. Belano encendió un cerillo y lo acercó al nicho. Cuando se le apagó encendió otro y luego otro. Lupe estaba apoyada en la pared de enfrente y tenía sus largas piernas cruzadas. Miraba el suelo y parecía pensativa. Lima también miraba el suelo pero su rostro sólo expresaba el esfuerzo de mantener a Belano en peso. Después de consumir unos siete cerillos y de haberse quemado un par de veces las puntas de los dedos, Belano desistió de su empeño y bajó. Volvimos sin hablar hasta la puerta de salida del cementerio de Agua Prieta. Allí, junto a la reja, Belano le dio unos billetes al sepulturero y nos marchamos.

18 de enero

En Santa Teresa, al entrar en un café con una gran luna detrás de la barra, pude apreciar cuánto habíamos cambiado. Belano no se afeita desde hace días. Lima es lampiño pero yo diría que no se ha peinado más o menos por las mismas fechas que Belano dejó de afeitarse. Yo estoy en los puros huesos (cada noche cojo un promedio de tres veces). Sólo Lupe está bien, quiero decir: está mejor de lo que estaba cuando salimos del DF.

19 de enero

¿Cesárea Tinajero era prima del torero muerto? ¿Era pariente lejana? ¿Hizo que inscribieran en la lápida su propio apellido, le dio su propio apellido a Avellaneda, como una forma de decir que aquel hombre era suyo? ¿Adjuntó su nombre al del torero como una broma? ¿Una forma de decir por aquí pasó Cesárea Tinajero? Poco importa. Hoy volvimos a llamar al DF. En casa de Quim todo está tranquilo. Belano habló con Quim, Lima habló con Quim, cuando quise hablar yo la comunicación se cortó pese a que teníamos monedas de sobra. Tuve la impresión de que Quim no quería hablar conmigo y colgó el teléfono. Después Belano telefoneó a su padre y Lima a su madre y después Belano telefoneó a Laura Jáuregui. Las dos primeras conversaciones fueron relativamente largas, formales, y la última muy corta. Sólo Lupe y yo no telefoneamos a nadie del DF, como si no tuviéramos ganas o no tuviéramos a nadie con quien hablar.

20 de enero

Esta mañana, mientras desayunábamos en un café de Nogales, vimos a Alberto al volante de su Camaro. Vestía una camisa del mismo color que el coche, amarillo reluciente, y a su lado iba un tipo con chaqueta de cuero y pinta de policía. Lupe lo reconoció enseguida: empalideció y dijo que ahí estaba Alberto. No dejó que el miedo se le trasluciera, pero yo supe que tenía miedo. Lima miró en la dirección que le indicaban los ojos de Lupe y dijo que en efecto, ahí estaba Alberto y uno de sus cuates del alma. Belano vio pasar el coche por delante de los ventanales del café y dijo que estábamos alucinando. Yo vi a Alberto con total claridad. Vamonos de aquí ahora mismo, dije. Belano nos miró y dijo que ni soñarlo. Primero íbamos a ir a la biblioteca de Nogales y luego, tal como lo habíamos planeado, volveríamos a Hermosillo a seguir con nuestra indagación. Lima estuvo de acuerdo. Me gusta tu obstinación, buey, dijo. Así que terminaron de desayunar (ni Lupe ni yo pudimos comer nada más) y luego salimos del café, nos metimos en el Impala y dejamos a Belano en las puertas de la biblioteca. Sean valientes, carajo, no vean fantasmas, dijo antes de desaparecer. Lima contempló durante un rato la puerta de la biblioteca, como si estuviera pensando en qué respuesta darle a Belano, y luego puso el coche en marcha. Tú lo viste, Ulises, dijo Lupe, era él. Creo que sí, dijo Lima. ¿Qué vamos a hacer si me encuentra?, dijo Lupe. Lima no contestó. Estacionamos el coche en una calle desierta, en una colonia de clase media, sin bares ni comercios a la vista salvo un almacén de frutas y Lupe se puso a contarnos episodios de su infancia y luego yo también me puse a contar historias de cuando era niño, para matar el tiempo, nada más, y aunque Ulises no abrió la boca en ningún momento y se puso a leer un libro, sin abandonar su asiento junto al volante, se notaba que nos estaba escuchando porque a veces levantaba la vista y nos miraba y sonreía. Pasadas las doce fuimos a buscar a Belano. Lima estacionó cerca de una plaza cercana y me dijo que fuera a la biblioteca. Él se quedaba con Lupe y el Impala, por si aparecía Alberto y había que salir huyendo. Recorrí aprisa, sin mirar hacia los lados, las cuatro calles que me separaban de la biblioteca. Encontré a Belano sentado en una larga mesa de madera oscurecida por los años, con varios volúmenes encuadernados del periódico local de Nogales. Cuando llegué levantó la cabeza, era el único usuario de la biblioteca, y con un gesto me indicó que me acercara y me sentara a su lado.

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