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La sobrina del comandante es esa Petrita López, que van a traer para que sea amiga mía. Ayer le dije a Mercedes que qué pesadas se están poniendo, y que no me hace ninguna falta tener esa amiga, y se enfadó mucho. Pero como ella y tía Concha se enfadan por tantas cosas al cabo del día, yo no hice ni caso. Me da pena de Mercedes, aunque no la quiero mucho, cada vez más separada de todos y más orgullosa, intransigente como la tía. Hasta la misma cara se le va poniendo. Me ha dicho Julia que son treinta años los que cumple en febrero, yo creía que veintinueve.

– Y es lo malo que ya no se casa, qué se va a casar. Con el carácter que tiene. ¿Tú crees que va a encontrar quien la aguante?

No hemos ido al cine. Nos hemos puesto a hablar y a andar, y a lo último ya estaba Julia de buen humor. Está decidida a irse a Madrid para Año Nuevo como sea. Dice que con permiso o sin permiso. Que primero se va a casa de los tíos y luego se busca un trabajo allí hasta que se case, porque Miguel por lo menos en un año no puede casarse todavía, le han fallado unos trabajos con los que contaba para ahorrar un poco.

– Pero preferiría irme por las buenas, dentro de lo posible. A ver si hablas tú con papá, Tali, guapa, que me lo prometiste.

– Sí, si no me olvido, es que estoy buscando el momento oportuno. Me ha parecido que estos días no estaba el horno para bollos, con eso de la carta que le ha escrito Miguel.

– Pues fíjate, yo creo que en el fondo le ha gustado a él que le escriba. La carta está bien, no se mete con nadie, yo la he leído. Un poco dura, bueno, pero es para entenderse. Si la tía no hubiera metido cizaña, estaría encantado papá. Pero estoy harta, te lo digo. No sabes lo que es tener que estar templando gaitas todo el día. Desde luego me voy a Madrid, me voy sin falta, ¿no te parece?

– Claro que sí. ¿Pero qué trabajo quieres encontrar?

– Ya lo veremos, dice Miguel que es fácil. El caso es ir.

Estaba tan animada contándome todas estas cosas que ni siquiera me preguntó ni una vez adónde íbamos, anduvimos por calles y por calles. De pronto se echó a reír.

– ¿Sabes dónde nos hemos metido, Tali?

– No.

– En el barrio chino.

– Bueno, ¿y qué?

– Nada, que no había entrado nunca.

Eran unas calles muy solitarias con faroles altos, las casas de cemento de un piso o dos, sin tiendas. Muchas ventanas estaban cerradas. Nos paró un hombre con un perro, para preguntarnos que si sabíamos el bar de la Teresa, y le dijimos que no. Julia tiraba de mi agarrada fuerte a mi brazo. Oscurecía.

– ¿No te da un poco de miedo? -dijo, y echó a andar con mas vigor.

– A mí no. No vayas tan de prisa.

– Si es que tengo frío. A mí tampoco me da miedo, no sé.

– Pero, ¿por qué te iba a dar miedo?

Salimos a lo conocido. En la iglesia de Santo Tomás estaban tocando para el rosario, y se veían bultos de señoras en la puerta. Nos fuimos a la otra acera. Ya había estrellas. Al pasar por la calle del Correo, Julia se paró en un portal.

– ¿Quieres que subamos un rato a ver a Elvira?

– ¿Qué Elvira?

– Elvira Domínguez. El otro día me estuvo preguntando por ti.

– Bueno.

Subimos. Elvira se había acostado porque le dolía un poco la cabeza, pero la criada no lo sabía y nos hizo pasar a su cuarto. Tiene un cuarto muy bonito. Me parece que se sobrecogió al oír que pedía Julia permiso para entrar, y se puso a recoger unos papeles que tenía en la mesilla de noche, como yo cuando hago el diario. A lo mejor hace diario ella también. Se echó fuera de la cama y se quedó sentada.

– Me iba a levantar, os advierto, no sé si estar en la cama o levantarme.

– Pero, ¿qué tienes?-le preguntó Julia-. ¿Fiebre?

– No, fiebre, no. No sé, desánimo. Bueno, sí, me levanto, porque Si no…

– Haz lo que quieras, por nosotras no lo hagas, vamos a estar muy poco.

Dijo que no la molestábamos, pero estaba distraída. Se puso una bata y anduvo de pie por la habitación, poniendo cosas en estantes y cambiando de postura continuamente, mientras nos hablaba.

– ¿Cuándo te casas por fin?-le dijo Julia.

– No sé, pero pronto.

Yo no sabía que Elvira se fuera a casar. Me puse a mirar lomos de libros. Ella vino por detrás y me empezó a preguntar cosas del Instituto, y de profesores que conoce ella. Me reí mucho cuando se puso a imitar al de Religión; es igual que estarle oyendo. Hizo lo de la parábola del hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y le asaltaron unos ladrones. Precisamente nos lo ha explicado don Abi antes de ayer y dice las mismas palabras, pone la misma cara. Luego me preguntó qué tal las clases de idiomas, y me parecía que se le había cambiado el humor raro que tenía cuando llegamos. Yo me puse a hablarle del profesor de alemán, de las clases que damos paseando; con mucho entusiasmo porque ella me escuchaba y me seguía la conversación; dice que le conoce un poco. Hablando del profesor de alemán me parecía que éramos muy amigas, porque a nadie le hablo de él, y me hubiera estado allí toda la tarde. Por eso me ha molestado lo que ha dicho Julia, al salir de allí:

– Esta Elvira es una hipócrita.

– ¿Por qué?

– Porque dice que a ese profesor le conoce un poco, y creo que se pasa todo el día ahí metido con ellos.

– ¿Con quiénes? ¿Dónde?

– Con ella y su hermano y su madre, y su novio. Ahí, en la casa. ¿No es uno delgado, de canas así en los lados? ¿De gafas sin montura?

– Sí.

– Claro, el mismo. Dicen que está medio enamorada de él.

Yo no entendía nada.

– ¿Pero cómo va a estar enamorada de él? ¿No dices que se va a casar? No se irá a casar con él!

– No, mujer, no entiendes nada. Con Emilio del Yerro se va a casar.

Es todo un lío. No he querido hacer más preguntas, las cosas que hablan las hermanas son siempre un lío. Pero me he quedado un poco triste de que al profesor de alemán le conozcan tantas personas.

Hoy ha venido por segunda vez Petrita López. El primer día que vino estuve tan antipática que no sé cómo ha tenido ganas de venir más. Se ha quedado a comer. Entró Mercedes en el cuarto mío, que es donde estábamos, y dijo: (Que se quede a comer Petrita, si quiere), con la voz de naturalidad que pone para invitar a sus amigas. Y Petrita dijo que bueno, que se quedaba. Es una pánfila que da pena. No es que sea mala chica, pero a lo primero se la toma manía por la cara que tiene de belleza de calendario, los labios pintados mucho y el pelo con moño, tirante para atrás. Parece que se va a poner uno a hablar con una chica mayor, muy de rompe y rasga y luego es tan tímida y tan ignorante que no le pega nada ir arreglada así y tener ese cuerpo de mayor. Hoy me daba pena de ella y la he hablado un poco más que el otro día, aunque he tenido que hacer esfuerzos para sacar conversaciones. Por lo visto es medio prima de Gertru, y me ha dicho una cosa que no sé si será verdad, pero me ha dejado muy pasmada. Que el novio de Gertru es un pinta y que en su casa ha oído ella decir que cuando va a Madrid vive con una señora extranjera.

– Pero tú eso, ¿por qué no se lo cuentas a Gertru?-le he dicho yo.

– No, si yo creo que ella ya se debe figurar algo. Desde luego que le gustan otras chicas además de ella, lo tiene que saber de sobra, y creo que ya se ha disgustado con él por eso alguna vez.

– ¿Pero cómo sigue con él?

– Porque le querrá. Tú de esto no digas nada.

Yo estaba indignada, cómo le va a querer a un tío así, no puede ser que le quiera.

En la comida también han hablado de ella, de que está aquí su suegra y la piden la semana que viene. Las hermanas opinaban que una boda de tanta prisa le va a dar que hablar a la gente.

En seguida de comer me he ido al Instituto. Tía Concha quería que hoy perdiera las clases y me fuera con Petrita al cine, pero yo dije que no podía. Hemos salido juntas.

– Que vuelvas-le ha dicho tía Concha en la puerta-. A ver si arregláis eso de la lección de dibujo.

Quieren que cojamos un profesor de dibujo para las dos, porque a ella le gusta dibujar, pero sola no le hace ilusión tomar clase. Como si fuera cosa de hacer ilusión o dejarla de hacer. Además, yo qué tendré que ver con lo que le haga ilusión a ella. Me ha acompañado un buen rato, casi hasta el Instituto.

Me aburre esta chica de muerte, estoy con la obsesión de que va a volver otro día.

He llegado a clase de muy mal humor. Hoy había alemán. Hemos estado en el aula porque llovía un poco y además ahora el profesor siempre pone pretextos para lo de los paseos, se ha debido hartar. En la clase le he estado mirando todo el tiempo, y me parecía la persona que tengo más cerca de todo el mundo, el mayor amigo. A la salida me he hecho la encontradiza en la puerta, lo había estado decidiendo durante toda la hora que a la salida le iba a hablar. Le he preguntado una duda del libro, para tener pretexto y que se parara conmigo. Ya lo sé que todas las chicas se han quedado mirando, pero me importa un comino.

– Es verdad que en mi casa no se puede vivir-le he dicho de pronto, sin quitar los ojos del libro, que lo tenía abierto contra la pared.

Me ha parecido que se reía un poco.

– ¿Por qué dice eso? ¿Qué le ha pasado?

No puedo sufrir que se ría. Había hecho un experimento de valor con esto de hablarle y ahora el valor se me venía al suelo, no sabía por dónde seguir.

– Por nada, lo que hablamos de mi familia-dije con vacilaciones-. Que tenía usted razón. La familia le come a uno, yo no sé. Hoy sin falta voy a hablar con mi padre.

– Estupendo, me parece bien, mujer. A ver si le sirve de algo.

Se despidió. Me parece que tenía prisa. Me metí en el water y estuve llorando. Cuando salí, ya se habían ido las amigas. Me bajé la cuesta sola, despacio, mojándome toda la cara. Bajaba una riada enorme con el chaparrón y me gustaba.

Papá no había venido todavía cuando llegué a casa. Vino justo a la hora de sentarse a cenar. Yo ni cenar podía, ni había podido leer ni hacer nada en todo el rato, esperándole. Tenía un nudo en la garganta mirando a papá que se comía en silencio las patatas. Luego se puso a hablar de un señor que va al Casino y decía que no sabe jugar al mus, que le toman el pelo todos en la partida. Tenía un humor neutro, no nos miraba a ninguna para hablar. Me lo sentía más lejos que nunca y me parecía imposible poder hablarle, pero estaba segura de que me iba a atrever. En la sobremesa hizo un solitario y yo estaba enfrente, callada. Luego cogió el periódico y dio las buenas noches. Esperé un poco, hasta calcular que se hubiera desnudado y metido en la cama: dos discos de flamenco y media guía comercial. Entonces me despedí como todos los días. Salía al pasillo, del cuarto de papá, la raya de luz de su lámpara verde. Llamé con los nudillos.

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