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"No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia adelante. Porque confían. Porque tienen Fe."

O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber que ella había entendido.

Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora.

Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a ella aceptarla o no.

Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la noche entera, sola, en un bosque.

– ¡Es muy difícil la Tradición del Sol! -le gritó al bosque-. ¡Tengo que ser mi propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba!

Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la roca.

– Quiero decir otra cosa -gritó con voz suelta y alegre-. Eres un hombre muy interesante.

Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío.

Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte.

En el centro de Dublín existe una librería especializada en los tratados de ocultismo más avanzados. Es una librería que jamás hizo publicidad alguna en diarios ni revistas: las personas sólo llegan allí recomendadas por otras, y el librero queda contento, porque tiene un público selecto y especializado.

Aun así, la librería está siempre llena. Después de oír hablar mucho de ella, finalmente Brida consiguió la dirección por medio del profesor de un curso de viaje astral al que estaba asistiendo. Fue allí una tarde, después del trabajo, y quedó encantada con el lugar.

Desde entonces siempre que podía iba a ver los libros: apenas mirarlos, porque eran todos importados y muy caros. Acostumbraba hojearlos uno por uno, prestando atención a los dibujos y símbolos que algunos volúmenes traían, y sintiendo intuitivamente la vibración de todo aquel conocimiento acumulado. Después de la experiencia con el Mago se había vuelto más cautelosa. A veces se enfadaba consigo misma porque sólo conseguía participar en las cosas que podía entender. Presentía que estaba perdiendo algo importante en esta vida, que de esa manera sólo tendría experiencias repetidas. Pero no encontraba la valentía para cambiar. Necesitaba estar siempre mirando su camino; ahora que conocía la Noche Oscura, sabía que no deseaba andar por ella.

Y a pesar de quedar insatisfecha consigo misma, algunas veces le era imposible ir más allá de sus propios límites.

Los libros eran más seguros. Los estantes contenían reediciones de tratados escritos centenares de años atrás; muy poca gente se arriesgaba a decir algo nuevo en este campo. Y la sabiduría oculta parecía sonreír en aquellas páginas, distante y ausente, ante el esfuerzo de los hombres en intentar develarla a cada generación.

Además de los libros, Brida tenía otro gran motivo para frecuentar el local: se quedaba observando a quienes venían siempre allí. A veces fingía hojear respetables tratados alquímicos, pero sus ojos estaban concentrados en las personas -hombres y mujeres, generalmente más viejos que ella- que sabían lo que deseaban e iban siempre hacia el estante adecuado. Intentaba imaginar cómo debían ser en la intimidad. A veces parecían sabios, capaces de despertar la fuerza o el poder que los mortales no conocían. Otras, apenas personas desesperadas, intentando descubrir nuevamente respuestas que olvidaron hace mucho tiempo y sin las cuales la vida dejaba de tener sentido.

Reparó también en que los clientes más usuales acostumbraban conversar siempre con el librero. Hablaban de cosas extrañas, como fases de la luna, propiedades de las piedras y pronunciación correcta de palabras rituales.

Cierta tarde Brida decidió hacer lo mismo. Estaba regresando del trabajo, donde todo le había ido bien. Consideró que debía aprovechar el día de suerte.

– Sé que existen sociedades secretas -dijo. Creyó que era un buen comienzo para la conversación. Ella "sabía" algo.

Pero todo lo que el librero hizo fue levantar la cabeza de las cuentas que estaba haciendo y mirar espantado a la chica.

– Estuve con el Mago de Folk -dijo una Brida ya medio desconcertada, sin saber cómo continuar-. Él me habló sobre la Noche Oscura. Él me dijo que el camino de la sabiduría es no tener miedo de errar.

Reparó en que el librero ya estaba prestando más atención a sus palabras. Si el Mago le había enseñado algo, es porque ella debía ser una persona especial.

– Si sabes que el camino es la Noche Oscura, entonces, ¿por qué buscar los libros? -dijo él, finalmente, y ella entendió que la referencia al Mago no había sido una buena idea.

– Porque no quiero aprender de esa manera -respondió ella.

El librero se quedó mirando a la joven que estaba frente a él. Ella poseía un Don. Pero era extraño que, sólo por esto, el Mago de Folk le hubiese dedicado tanta atención. Debía haber otra causa. También podía ser mentira, pero ella había hecho comentarios sobre la Noche Oscura.

– Te he visto siempre por aquí -dijo-. Entras, hojeas todo y nunca compras libros.

– Son caros -dijo Brida, presintiendo que él estaba interesado en continuar la conversación-. Pero he leído otros libros, frecuenté varios cursos.

'Le dijo el nombre de los profesores. Tal vez el librero se quedase todavía más impresionado.

De nuevo la situación resultó contraria a sus expectativas. El librero la interrumpió y fue a atender a un

cliente que quería saber si el almanaque con las posiciones planetarias para los próximos cien años había llegado.

El librero consultó una serie de paquetes que estaban debajo del mostrador. Brida reparó en que los paquetes traían sellos de distintas partes del mundo.

Estaba cada vez más nerviosa; su coraje inicial había pasado por completo. Pero tuvo que esperar a que el cliente recibiera el libro, pagase, le devolvieran el cambio y se fuera. Sólo entonces, el librero se dirigió nuevamente a ella.

– No sé cómo continuar -dijo Brida. Sus ojos estaban comenzando a ponerse colorados.

– ¿Qué sabes hacer bien? -preguntó él.

– Ir tras de lo que creo -no había otra respuesta. Vivía corriendo tras de lo que creía. El problema es que cada día creía en una cosa diferente.

El librero escribió un nombre en el papel donde estaba haciendo sus cuentas. Arrancó el pedazo donde había escrito v lo mantuvo en su mano.

– Voy a darte una dirección -dijo-. Hubo una época en que las personas aceptaban las experiencias mágicas como cosas naturales. En aquel entonces no había siquiera sacerdotes. Y nadie salía corriendo tras secretos ocultos.

Brida no sabía si se estaría refiriendo a ella. -¿Sabes lo que es la magia? -preguntó él.

– Es un puente. Entre el mundo visible y el invisible. El librero le extendió el papel. Allí estaba un teléfono y un nombre: Wicca.

Brida agarró rápidamente el papel, le agradeció y salió. Al llegar a la puerta, se volvió hacia él:

– Y también sé que la magia habla muchos lenguajes. Incluso el de los libreros, que se fingen difíciles pero que son generosos y accesibles.

Le mandó un beso y desapareció tras la puerta. El librero interrumpió sus cuentas y se quedó mirando su tienda. "El Mago de Folk le enseñó estas cosas", pensó. Un don, por bueno que fuese, no era suficiente para que el Mago se interesase; debía existir otro motivo. Wicca sería capaz de descubrir cuál era.

Ya era hora de cerrar. El librero estaba notando que el público de su tienda comenzaba a cambiar. Era cada vez más joven; como decían los viejos tratados que poblaban sus estantes, las cosas empezaban a volver, finalmente, al lugar de donde partieron.

El edificio antiguo estaba en el centro de la ciudad, en un lugar que hoy en día sólo es frecuentado por turistas en busca del romanticismo del siglo pasado. Brida tuvo que esperar una semana hasta que Wicca decidiera recibirla y ahora se hallaba delante de una construcción grisácea y misteriosa, intentando contener su excitación. Aquel edificio encajaba con el modelo de su búsqueda, era exactamente en un lugar como aquél donde debían vivir las personas que frecuentaban la librería.

El lugar no tenía ascensor. Subió las escaleras lentamente, para no llegar sofocada. Tocó el timbre de la única puerta del tercer piso.

Un perro ladró, desde adentro. Después de algún rato, una mujer delgada, bien vestida y con un aire severo, salió a recibirla.

– Fui yo quien telefoneó -dijo Brida.

Wicca le hizo una señal para que entrase, y Brida se encontró en una sala toda blanca, con obras de arte moderno en las paredes y en las mesas. Cortinas igualmente blancas ayudaban a filtrar la luz del sol; el ambiente estaba dividido en varios planos, distribuyendo con armonía los sofás, la mesa y la biblioteca repleta de libros. Todo parecía decorado con muy buen gusto, y Brida se acordó de ciertas revistas de arquitectura que acostumbraba hojear en los quioscos.

"Debe haber costado muy caro", fue el único pensamiento que se le ocurrió.

Wicca llevó a la recién llegada hasta uno de los ambientes de la inmensa sala, donde había dos sillones de diseño italiano, hechos de cuero y acero. Entre ambos había una mesita baja, de vidrio, con las patas también de acero. -Eres muy joven -dijo Wicca, finalmente.

No serviría hablar de las bailarinas, etc. Brida permaneció en silencio, esperando el próximo comentario, mientras intentaba imaginar qué hacía un ambiente tan moderno como aquél en un edificio tan antiguo. Su idea romántica de la búsqueda del conocimiento se había disipado nuevamente.

– Él me telefoneó -dijo Wicca; Brida entendió que se estaba refiriendo al librero.

Vine en busca de un Maestro. Quiero recorrer el camino de la magia.

Wicca miró a la chica. Ella, de hecho, poseía un Don. Pero necesitaba saber por qué el Mago de Folk se había interesado tanto por ella. El Don, por sí solo, no era bastante. Si el Mago de Folk fuese un iniciante en la magia, podría haber quedado impresionado por la claridad con que el Don se manifestaba en la chica. Pero él ya había vivido lo suficiente como para aprender que toda y cualquier persona poseía un Don; ya no era sensible a esos ardides.

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