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– Toda la relación del hombre con el mundo se hace a través de los cinco sentidos. Sumergirse en el mundo de la magia es descubrir sentidos desconocidos, y el sexo nos empuja hacia algunas de estas puertas.

Había cambiado súbitamente de tono. Parecía un profesor dando clase de Biología a un alumno. "Tal vez sea mejor así", pensó ella, sin estar muy convencida.

– No importa si estás buscando la sabiduría o el placer en la fuerza del sexo; siempre será una experiencia total. Porque es la única actividad del hombre que afecta, o debería afectar, a los cinco sentidos de forma simultánea. Todos los canales con el prójimo quedan conectados.

En el momento del orgasmo, los cinco sentidos desaparecen, y penetramos en el mundo de la magia; ya no somos capaces de ver, de escuchar, de sentir el sabor, el tacto, el olor. Durante aquellos largos segundos todo desaparece, un éxtasis ocupa su lugar. Un éxtasis absolutamente igual al que los místicos alcanzan tras años de renuncia y disciplina.

Brida tuvo ganas de preguntar por qué los místicos no lo buscaban a través del orgasmo. Pero se acordó de los descendientes de los ángeles.

– Lo que empuja a la persona hacia este éxtasis son los cinco sentidos. Cuanto más fuertemente sean estimulados, más fuerte será el empujón. Y tu éxtasis será más profundo. ¿Entiendes?

Claro. Ella estaba entendiendo todo, y afirmó con la cabeza. Pero esta pregunta la dejó más distante. Le hubiera gustado que él estuviese a su lado, como cuando caminaban por el bosque.

– Es tan solo eso -dijo él.

– ¡Pero esto lo sé, e incluso así no lo consigo! -Brida no podía hablar de Lorens. Presentía que era peligroso-. ¡Me dijiste que existía un modo de alcanzarlo!

Estaba nerviosa. Las emociones comenzaban a cabalgar y ella estaba perdiendo el control.

El Mago miró nuevamente el bosque allá abajo. Brida se preguntó a sí misma si también él estaba luchando contra las emociones. Pero no quería y no debía creer en lo que estaba pensando.

Ella sabía lo que era la Tradición del Sol. Ella sabía que sus Maestros enseñaban a través del espacio, del momento. Pensó en esto antes de buscarlo. Imaginó que podían estar juntos, como estaban ahora, sin nadie cerca. Así eran los Maestros de la Tradición del Sol, siempre enseñando a través de la acción, y nunca dejando que la teoría fuera más importante. Había pensado todo esto antes de venir al bosque. Y vino, incluso así, porque ahora su camino era más importante que cualquier cosa. Tenía que continuar la tradición de sus muchas vidas.

Pero él se estaba comportando como Wicca, que apenas hablaba de las cosas.

– Enséñame -dijo ella, otra vez.

El Mago tenía los ojos fijos en las copas deshojadas y cubiertas de nieve. Podía, en aquel momento, olvidar que era un Maestro. Sabía que la Otra Parte estaba frente a él. Podía hablar de la luz que estaba viendo, ella lo creería, y el reencuentro estaba consumado. Aunque saliera llorando e indignada, acabaría volviendo, porque él estaba diciendo la verdad, y así corno él necesitaba de ella, ella también necesitaba de él. Era ésta la sabiduría de las Otras Partes, una nunca dejaba de reconocer a la otra.

Pero él era un Maestro. Y un día, en una aldea de España, había hecho un juramento sagrado. Entre otras cosas, este juramento decía que ningún Maestro podía inducir a nadie a hacer una elección. Cometió este error una vez y por este motivo estuvo tantos años exiliado del mundo. Ahora era diferente pero, incluso así, no quería arriesgarse. "Puedo renunciar a la Magia por ella", pensó, durante unos instantes, y luego se dio cuenta. de lo absurdo de su pensamiento. No era este tipo de renuncia lo que el Amor necesitaba. El verdadero Amor permitía que cada uno siguiese su propio camino, sabiendo que esto jamás alejaba a las Partes.

Tenía que tener paciencia. Tenía que continuar mirando a los pastores y sabiendo que; más pronto o más tarde, los dos estarían juntos. Esta era la Ley. Creería en ello toda su vida.

– Lo que pides es sencillo -dijo él finalmente. Continuaba dominándose; la disciplina había vencido. -Haz que, cuando tocas al otro, los cinco sentidos ya estén funcionando. Porque el sexo tiene vida propia. A partir del momento en que comienza, ya no lo puedes controlar, es él el que pasa a controlarte. Ylo que tú cargaste sobre él, tus miedos, tus deseos, tu sensibilidad, permanecerá todo el tiempo. Por eso las personas se vuelven impotentes. En el sexo, lleva a la cama sólo el amor y los cinco sentidos ya funcionando. Sólo así experimentarás la comunión con Dios.

Brida contempló los cartuchos diseminados por el suelo. No demostró nada de lo que estaba sintiendo. Finalmente, ya sabía el truco. Y -se dijo a sí misma era lo único que le interesaba.

– Esto es todo lo que puedo enseñarte.

Ella continuaba inmóvil. Los caballos salvajes estaban siendo domados por el silencio.

– Respira siete veces tranquilamente, haz que tus cinco sentidos estén funcionando antes del contacto físico. Da tiempo al tiempo.

Era un Maestro de la Tradición del Sol. Había superado una nueva prueba. Su Otra Parte estaba también haciendo que él aprendiese muchas cosas.

– Ya te he mostrado la vista desde aquí arriba. Podemos bajar.

Se quedó mirando distraída a los niños que jugaban en la plaza. Alguien le había dicho una vez que toda ciudad tiene siempre un "lugar mágico", un lugar a donde acostumbramos a ir cuando necesitamos pensar seriamente sobre la vida. Aquella plaza era su "lugar mágico", en Dublín. Cerca de allí, había alquilado su primer departamento cuando llegó a la ciudad grande, llena de sueños y expectativas. En aquella época, su proyecto de vida era matricularse en el Trinity College y llegar a ser catedrática en Literatura. Permanecía mucho tiempo sentada en aquel banco, donde estaba ahora, escribiendo poemas e intentando comportarse como sus ídolos literarios se comportaban.

Pero el dinero que su padre remitía era escaso y tuvo que trabajar en la firma de exportaciones. No lo lamentaba; estaba contenta con lo que hacía y, en este momento, el empleo era una de las cosas más importantes de su vida, porque era lo que daba sentido de realidad a todo y hacía que no enloqueciese. Le permitía un equilibrio precario entre el mundo visible y lo invisible.

Los niños jugaban. Todas aquellas criaturas -como también ella hiciera un día- escucharon historias de hadas y brujas, donde las hechiceras se visten de negro y ofrecen manzanas envenenadas a pobres niñas perdidas en el bosque. Ninguno de aquellos niños podía imaginar que allí, observando sus juegos, estaba una hechicera de verdad.

Aquella tarde, Wicca le había pedido que hiciese un ejercicio que nada tenía que ver con la Tradición de la Luna; cualquier persona podía obtener resultados. No obstante, tenía que ejecutarlo para mantener siempre en movimiento el puente entre lo visible y lo invisible.

La práctica era sencilla: debía acostarse, relajarse e imaginar una calle comercial de la ciudad. Una vez concentrada, tenía que mirar una vitrina de la calle que estaba imaginando, recordando todos los detalles, mercaderías, precios, decoración. Cuando acabase el ejercicio, tenía que ir hasta la calle y verificarlo todo.

Ahora estaba allí mirando a los niños. Acababa de volver de la tienda y las mercaderías que imaginó en su concentración eran exactamente las mismas. Se preguntó si aquello era realmente un ejercicio para personas comunes o si sus meses de entrenamiento como hechicera habrían ayudado en el resultado. Jamás sabría la respuesta.

Pero la calle del ejercicio quedaba cerca de su "lugar mágico". "Nada es por casualidad", pensó. Su corazón estaba triste a causa de algo que no conseguía solucionar: el Amor. Amaba a Lorens, estaba segura de ello. Sabía que cuando manejase bien la Tradición de la Luna, vería el punto luminoso en el hombro izquierdo de él. Una de las tardes que salieron juntos para tomar chocolate caliente, cerca de la torre que sirvió de inspiración a James Joyce en Ulisses, ella pudo ver el brillo en sus ojos.

El Mago tenía razón. La Tradición del Sol era el camino de todos los hombres y estaba allí para ser descifrada por cualquier persona que supiese rezar, tener paciencia y desear sus enseñanzas. Cuanto más se sumergía en la Tradición de la Luna, más entendía y admiraba la Tradición del Sol.

El Mago. Estaba otra vez pensando en él. Era éste el problema que la había conducido hasta su "lugar mágico". Desde el encuentro en la cabaña de los cazadores, pensaba con frecuencia en él. Ahora mismo estaba deseando ir hasta allí, contarle el ejercicio que acababa de hacer; pero sabía que esto era apenas un pretexto, esperanza de que la invitara de nuevo a pasear por el bosque. Tenía la seguridad de que sería bien recibida y empezaba a creer que él, por alguna misteriosa razón -que ella ni osaba pensar cuál era-, también gustaba de su compañía.

"Siempre tuve esta tendencia al delirio total", pensó, procurando alejar al Mago de su mente. Pero sabía que dentro de poco él volvería.

No quería continuar. Era una mujer y conocía bien los síntomas de una nueva pasión; necesitaba evitarlo a cualquier costo. Amaba a Lorens, deseaba que las cosas continuasen así. Su mundo ya había cambiado lo suficiente.

El sábado por la mañana, Lorens telefoneó.

Vamos a dar un paseo -dijo-. Vamos a las rocas. Brida preparó algo para comer y soportaron juntos casi una hora en un autobús con la calefacción defectuosa. Alrededor del mediodía llegaron al pueblo.

Brida estaba emocionada. Durante su primer año de Literatura en la Facultad, había leído mucho sobre el poeta que vivió allí en el siglo pasado. Era un hombre misterioso, gran conocedor de la Tradición de la Luna, que participó en sociedades secretas y había dejado en sus libros el mensaje oculto de aquellos que buscan el camino espiritual. Se llamaba W. B. Yeats. Se acordó de algunos de sus versos, versos que parecían hechos para aquella mañana fría, con las gaviotas sobrevolando los barcos anclados en el pequeño puerto:

Yo sembré mis sueños donde tú estás pisando ahora;

pisa suavemente, porque tú estás pisando a mis sueños.

Entraron en el único bar del lugar, tomaron un whisky para soportar mejor el frío y salieron en dirección a las rocas. La pequeña calle asfaltada pronto dio lugar a una subida y, media hora después, llegaron a lo que los habitantes locales llamaban "falesias". Era un promontorio compuesto de formaciones rocosas, que acababan n un abismo frente al mar. Un camino circundaba las as; andando sin prisa, darían la vuelta entera a las falesias en menos de cuatro horas; después, sólo tenían que tomar el autobús y volver a Dublín.

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