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El Presidente de la Cámara, golpea su mesa: ¡Orden, honorables representantes, orden!

Humamí Numarub: Creen que el sentido del trabajo es lo único que vale la pena; tienen en menos la vida africana, la vida negra, dedicada casi exclusivamente al goce de la misma. Es cierto, como lo señala el profesor Jacobo Verga, que la palabra, la noción "empresa", no tiene el menor sentido ni para nosotros ni para los orientales, islamizados o no. En contraste, la civilización blanca es el resultado de una acumulación inaudita de anárquicas iniciativas individuales, de metódicas investigaciones, de rigor, de trabajo obstinado, de disciplina terrible, de las que no somos capaces; gracias le sean dadas al cielo.

Una voz: ¡Al grano!

Hamamt Numarub: No lo pierdo de vista, honorable representante. Tristes los que piensan que el rocío no es un don de Alá.

Tampoco podemos suponer y mucho menos exigir un cambio radical de la mentalidad de los blancos. Implicaría una mutación psicológica sin precedente. Sentado lo anterior, honorables representantes, voy a exponer las proposiciones que considero pertinentes para resolver nuestros problemas.

Una voz: ¡Ya era hora!

Hamamt Numarub: Debemos partir de la meta -si me permiten esta inversión- de la que les informé al principio. Es decir: nos echan en cara que la natalidad, en nuestros pueblos, no sigue el ritmo descendente que corresponde al ascendiente de la mejor salud que nos proporcionan. Lo cual no me parece muy razonable. Lo de "creced y multiplicaos" hace tiempo que perdió aliciente para ellos, más interesados en la concentración de bienes que en la dispersión -digamos-… del polen. No voy a discutir -no soy sociólogo ni economista, gracias le sean dadas a Alá- esta oscura cuestión desde el ángulo teórico, pero sí voy a conjugar nuestros intereses con los suyos. Es decir, intentar aunar nuestro gusto por la vida con la industrialización. Esto, honorables representantes, lo tenemos en las manos. Bueno: esto de las manos es un decir.

Según las cifras que he puesto en vuestro conocimiento, demográficamente aumentamos a una velocidad increíble. Cada día nace un enorme número de elementos que producirán, a la larga, disturbios y depauperación. (Fuertes rumores.) Honorables representantes: estén o no de acuerdo con mi teoría les pido que me dejen exponer mis soluciones.

Los blancos y su enorme y natural influencia han hecho que gran parte de la humanidad se nutra hoy de productos enlatados. Honorables representantes: enlatemos nuestros sobrantes. Vendámoslos, cambiémoslos por lo que necesitamos. (Enorme revuelo. El Presidente de la Cámara golpea repetidamente su mesa. La calma se restablece lentamente.) El establecimiento de la industria en sí no presenta ningún problema: la Macbinery Corpor ation of America tiene todo lo necesario, desde el punto de vista técnico, y está dispuesta a proporcionarlo, de acuerdo con el Banco Mundial Internacional. Lo único que habrá que resolver sobre la marcha será que las fábricas de hojalata del Dahomey estén dispuestas a surtir las láminas necesarias para la latería. Las etiquetas pueden hacerse en Francia, por el procedimiento de huecograbado, que dará al género una presentación adecuada y atractiva.

Desde el punto de vista de las sociedades protectoras de todas clases, que no dejarán de poner el grito en el cielo, si mi proposición es aceptada, podemos presentar diversas proposiciones tendientes a tranquilizar sus "buenas" conciencias.

Una voz: ¡Hable más claro!

Hamamí Numaruh: Lo está más que el agua. Es cuestión de vista. Por primera vez en la historia los propios elementos -y alimentos- servirán para resolver los problemas que plantean su carencia o su abundancia.

Aquí es donde quiero especificar las gracias que le debemos al padre Tomás Gilliard por haberme insinuado el enlatar los sobrantes antes de ser bautizados y no tener así problemas con los otros mundos.

No creo que este hecho tenga influencia en la calidad del género ya que hace tiempo no hay paladares acostumbrados a tal manjar. Al principio, por lo menos, podríamos limitarnos a los menores de seis meses. Además de ser justo, y justa correspondencia a las atenciones médicas, los actuales medios suprimen todo dolor y como, por la edad, el elemento primario no puede darse cuenta de su fin, no hay pecado posible.

No olvidemos, honorable Asamblea, que estamos intentando resolver un problema que los blancos tienen por insoluble -uno más de los que, según mi colega sudamericano les ofrecemos-. Es una salida natural, con poco daño y excelentes beneficios; en la que, quiérase o no, como en cualquier empresa humana, existirán fallas, trances amargos, decisiones duras; pero dado el estado de la cuestión que he tenido el honor de exponer, la solución que propongo me parece -y perdonen- no sólo excelente sino única. Sucede, como en todo, que había que haber pensado en ello.

Una voz aguda: Podrían aderezarse para todos los gustos: con dulce, con pimienta o pimientos, con azúcar, piloncillo o azafrán… (Rumores.)

Hatnamt Numarub: Son problemas secundarios. Por otra parte, no me atribuiré, ni mucho menos, la gloria del hallazgo. Bastaría, para volverme despiadadamente a la modestia, la grandeza de nuestro pasado. A nuestros héroes epónimos, a una tradición tan gloriosa como la que más es a la que debemos rendir homenaje. La antropofagia, honorables representantes, fue un signo de cultura tan glorioso como el que más. {Grandes aplausos.)

Antes de terminar quiero presentar dos aspeaos particulares del problema. Discutí largamente con mi colega katangués acerca de la posibilidad de utilizar voluntarios para la producción, sostenía el profesor Fulbert Lumbé que la autosugestión, la seguridad de saber estar cumpliendo un deber en bien de la colectividad, serían suficientes para que toda una clase, vistos los evidentes beneficios otorgados durante su engorda, abastecieran sin dificultad algunas empacadoras. Siento diferir de tan ilustre e ¡lustrada opinión. No rebato la posibilidad de la existencia de unas comunidades decididas a ofrecerse gustosamente al bien público, pero lo considero inadecuado por el momento y -desde el ángulo político- no exento de peligros. En cambio, el enlatado de recién nacidos no ofrece peligros ni dificultades sin contar que el costo -aún comparado al peso- será infinitamente más bajo, redundando en beneficio del Ministerio de Hacienda.

Una voz joven: ¡Moción al orden!

El Presidente de la Cámara: No hay desorden.

Una voz joven: Es de prioridad. No estoy de acuerdo -en parte- con las proposiciones del honorable Hamamí Numaruh, por uní cuestión de orden… en el tiempo. Propongo una modificación esencial a su proyecto: que se enlate a los viejos. (Escándalo .) Lo demás es ir en contra del progreso de la nación. (Continúa el escándalo.)

Voces: ¡No! ¡No! ¡No!

Una voz joven: El objeto de la inteligente operación propuesta es preservar el porvenir del país. Esto sólo lo conseguiremos con elementos nuevos y jóvenes. (Protestas.) ¡Claro, a ustedes no les conviene! (Escándalo.)

El Presidente de la Cámara: ¡Orden! ¡Orden! Ruego al fogoso representante de Oubanga-Oldia que guarde sus fuerzas y sus argumentos para cuando se discuta el articulado del proyecto, s¡ éste se aprueba en lo general.

Una voz joven: No tengo inconveniente en esperar. Yo puedo hacerlo. (Rumores.)

El Presidente de la Cámara: Nuestro honorable representante ante la O.N.U. sigue en el uso de la palabra.

Hamamí Numaruh: Ya serán muy pocas. Queda un punto por tratar y no el menos importante: la carne enlatada -en condiciones tan higiénicas que nada dejen de desear al más exigente-t presentada elegantemente según las maquetas parisienses de las que hablé, ¿será consumida en los Estados Unidos? Demos por sentado -a mí no me cabe la menor duda- que la O.N.U. apruebe nuestra proposición como la única apta para detener el catastrófico aumento demográfico, llamado a promover, si no se ataja, las más sangrientas revoluciones; a pesar de ello ¿no tendrán los norteamericanos -tan afectos a lo enlatado- reparo en comer carne que, en su origen y en su tiempo, fue de epidermis negra? Este es el peligro que presentan de nuevo los blancos con nosotros. Dejo a la superior opinión del gobierno el resolverlo. He dicho. (Aplausos tibios.)

El Presidente del Consejo: El Gobierno y el Parlamento dan las gracias a Su Excelencia Hamamí Numaruh por su informe. El Gobierno que me honro en presidir toma buena nota de la sugestión de nuestro honorable representante ante la O.N.U. La proposición me parece de tal interés que el menor soplo que acerca de ello pudieran tener cualquier país de raíz helénica sería funesto. ¡Y no digamos si llegaran a enterarse algunos de nuestros países vecinos! El Gobierno que me honro en presidir exige a los presentes la mayor discreción, el total silencio. Si no fuera así, el o los culpables y sus familias podrían servir para surtir los primeros pedidos. (Sensación.) Referente a los escrúpulos de nuestro compañero en lo que se refiere a ciertas posibles prevenciones -que soy el primero en lamentar- de algunos pueblos blancos hacia nuestros productos, no creo que sean, ni mucho menos insalvables, es cuestión de propaganda, sin contar que no tratándose de derechos y sí de buenos alimentos, nuestros actuales favorecedores nunca han puesto inconveniente alguno a aprovecharse de nuestro trabajo. Desde ahora puedo asegurar que la propuesta de nuestro ilustre compañero abre horizontes absolutamente insospechados para toda la humanidad. Gracias le sean dadas. (Grandes aplausos. Bravos.)

El Presidente de la Cámara: Se levanta la sesión.

Himno Nacional.

Nota posterior:

El 23 de octubre de 1962 estalló la rebelión -vencida mes y medio después- de las tribus Mau-Kona, Hamamí Numaruh, fue el primer elemento utilizado en la Fábrica número 1, inaugurada oficialmente por él quince días antes, que no pudo ponerse en marcha por la falla de una pieza mecánica. Esta falla, debida a otra de un avión Convair, le costó posiblemente la vida.

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