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Pero antes de seguir o mejor dicho de volver al tema, quiero dejar patente otro agradecimiento -aunque corte el hilo de mi discurso-: me refiero al señor profesor Rouvier, de las Universidades de Atenas y Dijon, sin cuyas ideas básicas no hubiera podido construir con tanta claridad el informe que tengo el honor de presentaros. El hecho de que sea un sabio francés refuerza nuestro agradecimiento. Señores…

El Presidente de la Cámara: Honorables representantes…

Humamí Numarub; Honorables representantes: la primera razón que aducen los países superdesarrollados referente a su interés hacia nosotros es de orden demográfico. Aseguran que durante milenios la tasa de crecimiento de las sociedades humanas ha sido apenas un cero, coma, uno por ciento (0,1%) por año; que ha pasado hoy, casi de repente a uno, coma, siete por ciento (1,7%) para el conjunto de la humanidad, lo que supone, si se mantiene el crecimiento actual, un aumento de cuatrocientos sesenta y tres millones (463.000,000) en los diez (10) años próximos para alcanzar, al comienzo del siglo xxi la cifra de cinco, coma, seis miles de millones (5,600.000,000).

Según las autoridades de los que más pueden, esta súbita explosión demográfica se debe a la difusión de la medicina entre nuestras poblaciones; "demasiado atrasados -aseguran- para limitar voluntariamente el número de nacimientos, de tal modo que, en ellas, la mortalidad ha adoptado el porte occidental en tanto que la natalidad ha conservado el tipo primitivo de la fecundidad natural" [9] .

Honorables representantes: quiero que comprendan mi natural (risas) indignación ante estas siguientes aseveraciones digamos… tan civilizadas. Voy a leer una frase del informe de una de las eminencias nada grises de un país, cuyos nombres, por agradecimiento y respeto, callaré: "En estos países (los nuestros, el nuestro), el crecimiento de Jas subsistencias no ha podido seguir el ritmo de la población, porque el costo de los servicios médicos suficientes para contener las grandes epidemias, que hasta entonces mantenían la proporción entre la población y los recursos alimenticios, es insignificante comparado con el costo de las inversiones necesarias para mantener el nivel de la vida de una población rápidamente ascendente. De ahí resulta una distorsión trágica entre la tasa de crecimiento demográfico y la tasa de desarrollo económico en los pueblos subdesarrollados". Es decir, que llamando al maíz maíz y al mijo mijo, al fin y al cabo, somos responsables de nuestro subdesarrollo por el hecho mismo de nuestro desarrollo. (Aplausos.)

La segunda razón que esgrimen los expertos blancos es de orden geográfico, sin tener en cuenta que la tierra es, más o menos, la misma desde que los hombres tienen uso de razón o, por lo menos, memoria. Aducen que, debido a las restricciones inmigratorias, la gente no puede inmigrar como antes. Achacan a la geografía el mal de la historia, como a nosotros los males producidos precisamente por ellos. (Aplausos.) Evidentemente, si los países ricos no protegieran tan celosamente sus fronteras; los salarios elevados, el estilo de vida, hasta la reducción de la natalidad, de los que tanto presumen, estarían al alcance de nuestra mano de obra. Pero se defienden con sus famosas "visas" o "010135" contra lo que llaman, sin buscar paliativos, el "rush de los miserables".

La tercera razón con la que procuran explicar -y nunca remediar- el problema de los pueblos subdesarrollados, es de orden psicológico. Han descubierto, con cierto asombro -inexplicable, para mí por lo menos, en mentes que se tienen por tan desarrolladas- que el que los pueblos comiencen a sentirse impacientes de su miseria se debe a los medios de información y las becas. Notan que nos vamos dando cuenta de la distancia que media entre nuestra indigencia y su opulencia. Y de que, si no hallan un remedio, la distancia que nos separa crecerá sin cesar. La disparidad de ingreso per capita entre un habitante de la India y un norteamericano ha pasado de la relación de 1 a 5, en 1938, a la relación de 1 a 35, en 1959. ¡Y se extrañan de que nuestros pueblos se sientan frustrados de los actuales métodos que emplean para resolver este problema!

Honorables representantes: ante tanta ingenuidad a veces me pregunto si, por un azar inexplicable, los subdesarrollados no son ellos. (Aplausos.) Todos sabemos que la economía de nuestros países descansa sobre las exportaciones de materias primas que nos permiten comprar, a cambio, bienes de producción hechos con los productos básicos que proporcionamos. Ahora bien, desde 1956, las materias primas bajaron de precio en más de un 20% (veinte por ciento) lo cual, naturalmente, ha hecho que la balanza de pagos de los países no industrializados -como el nuestro- se hayan saldado con un déficit creciente que ha absorbido totalmente nuestras reservas. Por si fuera poco, honorables representantes, se añade el desarrollo de los productos sintéticos inventados por el ingenio de algunos blancos -que mejor harían en dedicarse a otra cosa-, que compiten en el mercado con nuestras materias naturales, de tal manera que nuestros países -que se hartan de llamar subdesarrollados- suministran hoy apenas el cincuenta y seis por ciento de los productos básicos utilizados por los grandes países industrializados.

En esta pendiente, su urgencia para ayudarnos se ha vuelto impostergable. Multiplican reuniones, consultas, asambleas, azuzados por las mejores intenciones y el miedo. Este último, como casi siempre, sin base, pero que se basta a sí mismo. Quieren tener la conciencia tranquila; no les parece justo -alabados sean- que una quinta parte de la población del mundo absorba los dos tercios del ingreso del mismo. Les parece moralmente -he dicho moralmente- intolerable que, por ejemplo, los Estados Unidos consuman casi la mitad de las materias primas del mundo, cuando estamos como estamos.

Existe, además, una razón de orden político: tanto unos como otros consideran que nuestra pobreza nos convierte en una presa fácil para sus respectivos adversarios.

Por último, hay una razón de orden económico, el crecimiento de la producción en los países superdesarrollados conduce a la saturación de sus mercados, a la existencia de excedentes que necesitan vender.

Mientras los peligros de una guerra general y no atómica han persistido, la ayuda a "los países subdesarrollados" ha tenido una importancia mediocre. Pero, desde el momento en que una guerra general se hace más problemática es evidente que la ayuda a los países subdesarrollados amenaza con ampliarse.

Honorables representantes: la ¡dea de la ayuda a los países "subdesarrollados" se basa en la idea, llamémosla europea, del trabajo. Idea retardataria, idea oscurantista, idea que nada tiene que ver con el hecho mismo de ser hombre.

El Ministro de Hacienda: Me parece que el honorable Hamamí Numaruh exagera…

Humamí Numaruh: Es natural que tratándose de préstamos proteste el señor Ministro de Hacienda. Pero tomemos como ejemplo el famoso U.N.I.C.E.F., es decir, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Bien está proteger a los niños, pero ¿no sería mejor asegurar la subsistencia de los adolescentes o aún mejor las de los adultos? (Aplausos.) De ello se confiesa totalmente incapaz la propia organización. Tomemos otro ejemplo: la no menos famosa O.M.S., la Organización Mundial de la Salud, que consiguió, con muy reducidos gastos, suprimir la malaria en Ceilán. ¿Qué ha sucedido, según ellos mismos? Que la isla, hasta hace poco exportadora de arroz, desde la supresión del paludismo no produce el suficiente para nutrir a la población. A esto llaman los superdesarrollados, los industrializados, la O.M.S., una catástrofe. (Rumores.)

Honorable Asamblea: hablamos un idioma distinto, porque por muchas vueltas que nosotros le demos, el hecho de que una isla haya pasado, en doce años, de seis a nueve millones de habitantes podrá serlo todo, todo, todo, menos una catástrofe.

Honorables representantes: si se consiguiera el desarme, si el dinero que se gasta en armamentos se nos diese, para la mejoría del nivel de vida de nuestros pueblos, s¡ los gobiernos escogieran la mantequilla en vez de los cañones -para seguir un símil si no muy afortunado, muy popular- tal vez llegáramos con el tiempo a resultados apreciables, pero es construir en el vacío el solo soñarlo. Antes se dijo que "la unión hace la fuerza". Ahora, la fuerza atómica hace la unión, pero el resultado, honorables representantes, es similar: desde que Dios echó a Adán del Paraíso, nadie se ha desarmado por gusto pensando asaltar, algún día, aquel inolvidable reducto. Sin contar, honorables representantes, que los no menos honorables representantes de los países usufructuarios de la riqueza han empezado a preguntarse si nuestras reivindicaciones están justificadas, lo cual equivale a dudar de que el estado de estancamiento de nuestros pueblos se deba a su explotación. Honorables representantes: el problema aparece mal planteado por nuestros teóricos favorecedores, por eso no le hallan solución; hela aquí: no son los países "adelantados" los que deben ayudar a los "subdesarrollados", sino al revés. (Rumores.) Galma: es el primer punto básico de la salida que voy a proponer.

Los sociólogos de raza blanca han buscado en la influencia de la raza y el medio una explicación de nuestras diferentes maneras de ser. No se dan cuenta de que lo que caracteriza al occidental, a los hijos de Grecia y Roma o de Bizancio, es la voluntad constante de responder a los desafíos de la existencia, de no aceptar ninguna fatalidad que se presuma natural, de protestar de cualquier injusticia que se repute estatuida; lo que les ha hecho pensar -infelices- que la condición humana es y será perfectible por el conocimiento de las leyes de la naturaleza y la utilización de sus fuerzas. No hay sino contemplar el hermoso resultado a que han llegado. (Risas.)

Llaman a nuestra manera de considerar el mundo, a nuestra seguridad, fatalismo. Desprecian nuestra idea de la Intemporalidad. "Toda innovación -llegan a decir refiriéndose a nuestras maneras- se condena en nombre de la costumbre de los antepasados". Como si no fuese lo único que nos lega la historia. Sálense de sí si un jefe marroquí admite que la cultura introducida por Francia es, quizá, útil pero que no sirve para nada a los musulmanes, puesto que les basta el Corán. Naturalmente, estos hijos de Prometeo, estos trabajadores infatigables, estos seres que se matan por producir, no se dan cuenta de su equivocación. Se empeñan en hacernos suponer que están en lo cierto. No creo que nos convenga, en ningún momento, sacarles de su error. Si la razón es blanca -vamos a concedérselo, ¿qué nos cuesta en vista de lo que vale?- el sentimiento es negro. (Bravos. Larga y prolongada ovación.)

[9] Hemos podido comprobar la perfecta exactitud de lo asegurado por el orador, ya que existe una traducción española de un texto del profesor Rouvier que trata estos problemas. Temas actuales. (México), 1963. N. del T.


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