Apenas liberados, el suboficial primero Rodríguez Saravia y la tripulación alertaron por radio a Nauta Requena e Iquitos sobre lo sucedido, movilizándose de inmediato todos los puestos, bases navales y guarniciones de la región en inmensa cacería de los cinco prófugos. Todos fueron capturados en veinticuatro horas. Tres de ellos-Teófilo Morey, Artidoro Soma y Fabio Tapayuri-cayeron al anochecer, en las afueras de Nauta, adonde pretendían introducirse subrepticiamente, después de haber recorrido, destrozándose las ropas y ensangrentándose el cuerpo, muchos kilómetros de maleza. Los otros dos-Caifás Sancho y Fabriciano Pizango-fueron capturados en las primeras horas de la mañana, cuando remontaban el Ucayali en un deslizador robado en el puerto de Nauta. Uno de ellos, Caifás Sancho, se hallaba herido de cierta gravedad, al haberle arrancado una bala parte de la boca.
Las víctimas de la agresión fueron trasladadas a Nauta, donde Luisa Canepa y Chupito recibieron las curaciones que requerían, demostrando ambos mucho espíritu y ánimo en su afligida situación. Allí mismo se tomaron las primeras declaraciones a las víctimas sobre la terrible experiencia que acababan de pasar.
El cadáver de la infeliz Olga Arellano Rosaura, sólo pudo ser traído a Iquitos el día 4, debido a las diligencias Judiciales, lo mismo que se hizo por aire, en el hidroavión Dalila, habiéndose trasladado a Nauta para acompañar los restos y hacer las primeras investigaciones el entonces todavía únicamente señor Pantaleón Pantoja. El resto de las visitadoras retornó a Iquitos por vía fluvial, en el barco Eva, el que no sufrió averías de importancia durante el asalto, en tanto que los siete detenidos permanecían dos días más en Nauta, sometidos a interrogatorios exhaustivos por parte de las autoridades. Ayer, bajo fuerte escolta, llegaron a Iquitos en un hidroavión de la FAP y se hallan actualmente en los calabozos de la cárcel central de la calle Sargento Lores, donde, sin duda, permanecerán todavía bastante tiempo, a causa de su canallesco proceder.
Inquieta y escandalosa fue la vida de la visitadora fallecida
Nació el 17 de abril de 1936, en el entonces retirado caserío de Nanay (todavía no existía la carretera que une el balneario a Iquitos), siendo hija de doña Hermenegilda Arellano Rosaura y de padre desconocido. Fue bautizada el 8 de mayo del mismo año en la iglesia de Punchana, con el nombre de Olga y los dos apellidos de la madre. Ésta ejercía en Nanay, según cuentan personas del barrio que la recuerdan, oficios diversos, como empleada doméstica de la base naval de Punchana y de bares y restaurantes del lugar, trabajos de donde siempre la despedían por su afición a la bebida, al extremo de que, dicen, era usual el espectáculo de la tambaleante figura de Traguito Hermes, como la apodaban, recorriendo el barrio entre las risas de la gente y seguida por su menor hija Olguita. Con un poco de suerte para ésta, cuando la niña tendría unos ocho o nueve años, Traguito Hermes desapareció de Nanay abandonando a la desamparada chiquita, que fue recogida caritativamente por los Adventistas del Séptimo Día en su pequeño orfelinato de la esquina Samanez Ocampo y Napo, donde actualmente queda sólo la iglesia. En dicha institución, esa pobre niña que hasta entonces se había criado como animalito chusco, en la suciedad y en la ignorancia, recibió las primeras enseñanzas, aprendió a leer, escribir y contar, y llevó una vida modesta pero sana y pulcra, regulada por los severos preceptos morales de esa iglesia. ("No serán esos preceptos tan sólidos como los pintan, a juzgar por la foja de servicios de la damisela", comentó a uno de nuestros redactores, con su severidad característica, un religioso católico antaño vinculado al Ejército, célebre por las constantes ironías de sus sermones contra las numerosas iglesias protestantes avecindadas en Iquitos, y que nos ha pedido no revelar su nombre.)
El drama de un joven misionero
"La recuerdo muy bien"-nos ha dicho, por su parte, el pastor adventista, Reverendo Abraham MacPherson, quien dirigió el orfelinato en los años que permaneció en él la joven Olga Arellano Rosaura-. "Era una morochita alegre, de inteligencia rápida y espíritu vivaz, que seguía dócilmente las prédicas de sus celadores y maestros, y de quien esperábamos muchas cosas buenas. Lo que la perdió fue, sin duda, la gran belleza física con que la dotó la naturaleza a partir de la adolescencia. Pero, en fin, oremos por ella e inspirémonos en su caso para enmendar nuestras propias vidas, en vez de recordar cosas tristes y amargas que a nadie sirven y a nada conducen." El reverendo Abraham MacPherson alude, veladamente, a un suceso que en esa época hizo mucho ruido en Iquitos: la sensacional fuga del orfelinato de los Adventistas del Séptimo Día, de la bella quinceañera que era entonces Olguita Arellano Rosaura, con uno de sus celadores, el joven pastor adventista Richard Jay Pierce Jr., recién llegado por aquellos días a Iquitos desde su lejana
tierra, Norteamérica, para hacer aquí sus primeras armas misioneras. El episodio terminó trágicamente, como recordarán muchos lectores de El Oriente, pues fue a este diario, ya entonces el más prestigioso de Iquitos, al que el atormentado misionero dirigió una carta de excusas a la opinión pública loretana, antes de poner fin a sus días, desesperado del remordimiento por haber sucumbido ante la belleza adolescente de Olguita, ahorcándose en una palmera aguaje, en las afueras del caserío de San Juan (El Oriente publicó integra la carta, en su medio inglés medio español, el 20 de septiembre de 1949).
El tobogán de la vida airada
Luego de esta precoz y desdichada aventura sentimental, Olga Arellano Rosaura empezó a rodar por la pendiente de las malas costumbres y la vida airada, para la que incuestionablemente la ayudaban sus encantos físicos y su gran simpatía. Es así que, desde esa época, fue habitual distinguir su bella silueta en los lugares nocturnos de Iquitos, como el "Mao Mao", " La Selva " y el desaparecido antro "El Vergel Florido", que las autoridades debieron cerrar en su día por haberse comprobado que el citado bar, haciendo honor a su nombre, era una casa de citas donde perdían la virtud, de cuatro a siete de la tarde, alumnas de los colegios secundarios de Iquitos. Su propietario, el casi mitológico Humberto Sipa, (a) Moquitos, que pasó unos meses en la cárcel, ha hecho luego una exitosa carrera en ese campo de los negocios, como es de todos conocido. Sería largo, por supuesto, trazar el itinerario sentimental de la agraciada Olguita Arellano Rosaura, a quien en esos años la murmuración y las habladurías atribuían incontables protectores y amigos pudientes, muchos de ellos casados, con quienes la muchacha no vacilaba en lucirse en público. Uno de esos rumores inverificables, asegura que Olguita fue expulsada de Iquitos, discretamente, a fines de 1952, por el entonces prefecto del departamento, don Miguel Torres Salamino, debido a los apasionados amores que mantenía con la traviesa Olguita, un hijo del prefecto, el estudiante de ingeniería Miguelito Torres Saavedra, cuya muerte, en las espesas aguas de la laguna de Quistococha muchas mentes calificaron de suicidio, por las repetidas muestras de desolación que daba el joven desde la partida de su amada, aunque la familia desmintió enérgicamente ese rumor. En todo caso, la inquieta Olguita partió a la brasileña ciudad de Manaos, donde lo único que se supo de ella fue que, en los años que permaneció allí, en vez de corregir su conducta la empeoró, dedicándose al mal vivir a plena luz, pues empezó a ejercer de lleno, en lugares aparentes -lupanares y casas de cita-, el milenario oficio de la prostitución.
Regreso a la Patria
Avezada en esos indecentes menesteres y más bella que nunca, Olga Arellano Rosaura, a quien la inventiva loretana motejó de inmediato con el seudónimo de Brasileña, regresó hace un par de años a su nativa Iquitos, ingresando casi inmediatamente, a través del conocido enganchador de mujeres de ese lugar, el Chino Porfirio del barrio de Belén, al Servicio de Visitadoras, esa institución que acarrea mujeres de mal vivir, como si fueran piezas de ganado o artículos de primera necesidad, a las guarniciones de la frontera.
Pero, poco antes, la incorregible Olguita protagonizó otro ruidoso escándalo, al haber sido sorprendida en la última fila del cine Bolognesi, en función de noche, efectuando malos tocamientos y acciones indecorosas, con un teniente de la Guardia Civil, quien debió ser mutado de Loreto a causa de lo ocurrido. Hubo incluso -recordarán nuestros lectores-un intento de agresión por parte de la esposa del oficial, que arremetió contra la Brasileña, un jueves de retreta, cruzando ambas golpes e insultos sobre el césped de nuestra Plaza de Armas.
Olga Arellano Rosaura se convertiría muy pronto, gracias a sus atractivos físicos, en la visitadora estrella del mal afamado recinto del río Itaya, y en la amiga dilecta del administrador gerente del establecimiento, el quien hasta ayer, ingenuamente, suponíamos paisano común y corriente, don Pantaleón Pantoja, y quien había resultado ser, para perplejidad y confusión de muchos, nada menos que capitán de nuestro Ejército. Para nadie es un secreto, en esta ciudad, la estrecha e intima relación que existió entre la hermosa finada y el señor (perdón), el capitán en activo Pantoja, pareja a la que no era raro ver, paseándose muy acarameladita en la Plaza 28 de Julio o abrazándose con furor, a la caída de la tarde, en el Malecón Tarapacá. Involuntaria sembradora de tragedias, se dice que Alguita Arellano Rosaura, la seductora Brasileña, fue la razón de la partida de Iquitos de la desatendida esposa del capitán Pantoja, sentido drama familiar que fuera revelado por un colega nuestro, destacado comentarista radial de esta ciudad.
Fin trágico
Y así llegamos al desenlace de esta vida, que, todavía en plena juventud, encontró en el atardecer del segundo día del año 1959, en la Quebrada del Cacique Cocama, de las afueras de Nauta, prematuro y espantoso final, debido a balas traicioneras que, acaso hechizadas por su belleza como tantos hombres, la prefirieron a ella en su mortífera trayectoria, y a los clavos de unos degenerados o fanáticos. Las muchas personas que acudieron al mal afamado local del río Itaya, donde la Funeraria "Modus Vivendi" había instalado una capilla ardiente de primera clase, para asistir al velorio de Olga Arellano Rosaura, al acercarse al ataúd admiraban intacta, a través del transparente vidrio, resplandeciendo bajo los cirios fúnebres, ¡la hermosura morenita de la BRASILEÑA!