Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Y, sin más, poniéndose manos a la obra, los acusados perfeccionaron su plan en el curso de dos o tres reuniones posteriores. Teófilo Morey consiguió, efectivamente, sonsacar mediante mañas al teniente primero de la Armada, Germán Urioste, que un convoy fluvial de seis visitadoras, procedente de Iquitos, recorrería en los primeros días de enero los puestos de Nauta, Bagazán y Requena, estando fijada la llegada al primero de los puntos nombrados el día 2 a eso del mediodía. Reunidos nuevamente en casa del ex alcalde, los siete individuos ultimaron su criminal proyecto, decidiendo emboscar al convoy en las afueras de Nauta, para hacer pensar a las víctimas y a la policía, que los autores del latrocinio sexual eran vecinos de aquella histórica localidad. Al parecer, en este momento habrían concebido la idea de dejar como pista falsa en las cercanías del lugar de la emboscada, una cruz con un animal clavado, para hacer suponer que la operación era obra de los hermanos del arca de Nauta.

A este fin, se equiparon de los correspondientes clavos y martillos, sin sospechar-así lo afirman ellos-que el azar iba a favorecer terriblemente sus planes, ofreciéndoles no un animal para clavar sino el cuerpo de una joven y bella polilla. Los siete sujetos decidieron dividirse en dos grupos y dar cada cual una explicación distinta a los familiares y conocidos para ausentarse de Requena. Es así como un grupo, integrado por Teófilo Morey, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba, abandonó el lugar el día 29 de diciembre, en una lancha con motor fuera de borda, propiedad del primero de los nombrados, haciendo creer a todo el mundo que se dirigían hacia el lago de Carahuite, donde pensaban pasar las fiestas de fin de año consagrados al sano deporte de la pesca del sábalo y la gamitana. El otro grupo-Caifás Sancho, Fabio Tapayuri y Fabriciano Pizango-partió sólo el 1 de enero al amanecer, en un deslizador perteneciente a este último, asegurando a los conocidos que iban de cacería en la dirección de Bagazán, donde recientemente se había descubierto, merodeando no lejos del pueblo, una manada de jaguares.

Tal como lo habían programado, los dos grupos se dirigieron río abajo, hacia Nauta, pasando sin detenerse ante este pueblo, igual que lo habían hecho ante Bagazán, pues su objetivo era alcanzar, sin ser vistos, un punto situado unos tres kilómetros aguas abajo del nacimiento del Amazonas, nuestro gran río-mar, es decir la Quebrada del Cacique Cocama, denominada así por la leyenda según la cual en ese lugar, los días de mucha lluvia, se divisa flotando cerca de la orilla el fantasma del célebre cacique cocama don Manuel Pacaya, quien, un 30 de abril de 1840, fundara pioneramente, en la confluencia de los ríos Marañón y Ucayali, el progresista pueblo de Nauta. Los siete inculpados habían elegido este lugar, pese al temor que inspiraba a algunos de ellos la superstición mencionada, porque la abundante vegetación que cubre parte del cauce era muy conveniente para su propósito de pasar desapercibidos. Los dos grupos se encontraron en la Quebrada del Cacique Cocama al atardecer del 1 de enero, acampando allí en un bajío y divirtiéndose esa noche en improvisada fiesta. Pues, muy sabidos, habían viajado provistos no sólo de revólveres, carabinas, clavos y mantas para dormir, sino también de sendas botellas de anisado y cerveza, lo que les permitió embriagarse, mientras, sin duda muy excitados y lenguaraces, se extasiaban pensando en el nuevo día que vería convertirse en realidad sus enfermizas maquinaciones y anhelos.

Piratería en la Quebrada del Cacique Cocama

Desde muy temprano, los siete sujetos estuvieron vigilando, subidos a los árboles, las aguas del Amazonas. Para ello se habían premunido de unos prismáticos que se pasaban de mano en mano a fin de tener una visión más aguzada del río. Estuvieron así buena parte del día, pues sólo a las cuatro de la tarde Fabio Tapayuri divisó a lo lejos los colores verdirrojos del barco Eva, que remontaba las aguas ocres del río mar con su codiciada carga. Inmediatamente, los individuos procedieron a ejecutar sus arteros planes. Mientras que cuatro de ellos-Teófilo Morey, Fabio Tapayuri, Fabriciano Pizango y René Márquez Curichimba-ocultaban la lancha con motor fuera de borda en la vegetación de la orilla y permanecían allí escondidos, Artidoro Soma, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho subían al deslizador y avanzaban hacia el centro de la corriente para interpretar su astuto teatro. Yendo a muy poca velocidad se aproximaron a Eva, a la vez que Soma y Quilca comenzaban a hacer ademanes y a dar grandes gritos pidiendo auxilio para Caifás Sancho, diciendo que necesitaba con urgencia ayuda médica por una picadura de víbora. El suboficial primero Carlos Rodríguez Saravia, al escuchar el clamor de los sujetos, ordenó parar la máquina e hizo que subieran al enfermo a bordo de Eva (pues dispone de un botiquín) con el loable propósito de prestar ayuda al simulador Caifás Sancho.

Apenas los tres sujetos consiguieron mediante dicho ardid hallarse a bordo, se quitaron los pacíficos antifaces, sacaron los revólveres que llevaban escondidos y conminaron al suboficial Rodríguez Saravia y a sus cuatro hombres a prestarles obediencia en lo que ordenaran. En tanto que Artidoro Soma obligaba al grupo de seis visitadoras (Luisa Canepa, Pechuga; Juana Barbichi Lu, Sandra; Eduviges Lauri, Eduviges; Ernesta Sipote, Loreta; María Carrasco Lunchu, Flor, y la infausta Olga Arellano Rosaura, Brasileña) y a Juan Rivero, Chupito, que comandaba el grupo, a permanecer encerrados en un camarote, Nepomuceno Quilca y Caifás Sancho, con insultos soeces y amenazas de muerte, exigían a la tripulación de Eva poner nuevamente en marcha el motor y dirigir el barco hacia la Quebrada, donde se hallaba al acecho el resto de la banda. Fue en estas circunstancias, mientras se ejecutaba la maniobra prescrita por los asaltantes, que el avispado timonel Isidoro Ahuanari Leiva, consiguió mediante una ingeniosa mentira (una necesidad natural del organismo) abandonar un momento la cubierta, entrar al puesto de radio y lanzar un desesperado S.O.S. a la base de Nauta, la que, aunque no entendió cabalmente el mensaje, decidió enviar de inmediato río abajo un deslizador con un práctico y dos soldados para ver qué le ocurría a Eva. La nave, mientras tanto, se había inmovilizado en la Quebrada del Cacique Cocama, sitio estratégicamente elegido, pues gracias a la abundante maleza quedaba medio oculta y no era fácil que pudiera ser reconocida desde el centro de la corriente, por las lanchas y motoras de pescadores que recorren nuestro río mar.

El cobarde atropello: violaciones y heridos

Con matemática precisión se cumplían, una tras otra, las etapas del maquiavélico plan de los delincuentes. Una vez en la Quebrada del Cacique Cocama, los cuatro hombres que habían quedado en tierra se apresuraron a subir a bordo y, junto con sus tres compañeros de delito, amarraron y amordazaron con la mayor rudeza al suboficial Rodríguez Saravia y a los cuatro tripulantes, a quienes, luego, a empujones y malos tratos, encerraron en la bodega de la nave, diciendo a troche y moche que estaban allí por orden del Arca para hacer un escarmiento en razón de las actividades pecaminosas del Servicio de Visitadoras. De inmediato, los siete piratas quienes, según el testimonio de sus víctimas, denotaban subido estado etílico y tembloroso nerviosismo-se dirigieron hacia el camarote donde tenían encerradas a las visitadoras para satisfacer sus desaforados deseos. En ese instante se produjo el primer hecho de sangre. En efecto, al descubrir las criminales intenciones de los individuos, las aventureras les opusieron viva resistencia, siguiendo el ejemplo del bravo Juan Rivera, Chupito, quien sin arredrarse ni ponerse a parar mientes en su baja estatura y endeblez física, arremetió contra los piratas a cabezazos y patadas increpándoles su mal proceder, pero, por desgracia, su quijotesca acción no duró mucho, ya que aquéllos lo desmayaron muy pronto, golpeándolo con las cachas de sus revólveres y pateándolo en el sudo hasta destrozarle la cara. Suerte parecida sufrió la visitadora Luisa Cánepa, (a) Pechuga, quien también demostró mucha energía, enfrentándose a los secuestradores como un verdadero varón, arañándolos y mordiéndolos hasta que estos la golpearon con tanta ferocidad que perdió el sentido. Una vez dominada la resistencia de las extraviadas mujeres, los piratas las obligaron, a punta de revolver y carabina, a complacerlos en sus viciosos deseos, para lo cual cada uno de los asaltantes escogió una víctima, habiéndose registrado un amago de pugilato entre ellos al aspirar todos a la posesión de la infortunada Olga Arellano Rosaura, la que finalmente fue cedida a Teófilo Morey en consideración a su mayor edad.

Tiroteo y rescate: muere la bella visitadora

Entretanto, al tiempo que los siete individuos celebraban en medio de la violencia su gran orgía, el deslizador enviado desde la base de Nauta había recorrido un buen tramo del río sin encontrar trazas de Eva y se disponía a regresar, cuando milagrosamente los arreboles del crepúsculo hicieron percibir a lo lejos, brillando entre los árboles de la Quebrada del Cacique Cocama, los colores rojo y verde del barco. El deslizador se dirigió de inmediato a su encuentro, siendo recibido ante la estupefacción del grupo, con una lluvia de balas, una de las cuales hirió en el muslo izquierdo y parte inferior del glúteo, al soldado raso Felicio Tanchiva. Apenas recuperados del asombro, los soldados replicaron al fuego, estallando entonces un tiroteo que se prolongo por espacio de algunos minutos y en el curso de los cuales cayó mortalmente herida-por balas de los soldados, según ha determinado la autopsia-Olga Arellano Rosaura, (a) Brasileña. Viendo que se hallaban en inferioridad de condiciones, los soldados decidieron retornar a Nauta en busca de refuerzos. Al observar que la patrulla se alejaba, los delincuentes, presa del pánico por la muerte ocurrida, mostraron una gran confusión. El primero en reaccionar fue, al parecer, Teófilo Morey quien exhortó a sus compinches a guardar silencio, indicándoles que mientras la patrulla llegaba a Nauta tenían tiempo no sólo para huir sino, incluso, completar su plan. Fue entonces cuando alguien-no se ha podido saber quién: el propio Morey, según unos, Fabián Tapayuri según otros sugirió que clavaran a la Brasileña en vez de un animal. Los delincuentes procedieron a ejecutar su sangriento designio, arrojando a la orilla el cadáver de Olga Arellano y decidiendo, para ahorrar tiempo, no fabricar una cruz sino utilizar un árbol cualquiera. Estaban entregados a su macabro quehacer cuando cuatro deslizadores con soldados se hicieron visibles en el horizonte. Los delincuentes se dieron de inmediato a la fuga, internándose en la maleza. Sólo dos de ellos-Nepomuceno Quilca y Renán Márquez Curichimba-pudieron ser capturados en ese momento. Al subir a Eva, los soldados se encontraron con un espectáculo escalofriante: mujeres aterrorizadas y semi desnudas que corrían en estado de histeria, algunas con huellas de haber sufrido sevicias en el rostro y en el cuerpo (Pechuga) y un poco más allá, a unos pasos de la orilla, el bello cuerpo de Olga Arellano Rosaura clavado en el tronco de una lupuna. Las balas habían alcanzado a la desdichada al comenzar el tiroteo, interesándole órganos cruciales, como corazón y cerebro, lo que terminó instantáneamente con sus días. La infeliz fue desclavada, cubierta con mantas y subida al barco, en medio del horror y llanto frenético de las otras víctimas.

39
{"b":"87660","o":1}