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– Porque la primera vez que me nombre, o hable del Servicio, le echaré encima a las cincuenta visitadoras y le advierto que todas tienen uñas largas-abre un cajón del escritorio, saca un revolver, lo carga y descarga, hace girar el tambor, encañona el pizarrón, el teléfono, las vigas Pantaleón Pantoja-. Y si ellas no acaban con usted, lo remato yo, de un tiro en la cabeza. ¿Comprendido?

– A la perfección, amigo Pantoja, ni una palabra más -multiplica las venias, las sonrisas, los adioses, baja la escalerilla de espaldas, echa a correr, desaparece en la trocha a Iquitos el Sinchi-. Clarísimo como el sol.

¿Quién es el señor Pan Pan? No se le conoce, no existe, no se oyó nunca. ¿Y el Servicio de Visitadoras? Qué es eso, cómo se come eso. ¿Correcto? Vaya, nos entendemos. Los quinientos solifacios de este mes ¿como siempre, con Chupito?

– No, no, eso sí que no-secretea con Alicia, corre donde los agustinos, escucha confidencias del director, regresa sofocada a casa, recibe a Panta protestando la señora Leonor-. ¡Te presentaste con una de esas bandidas en la Iglesia! ¡Y en el San Agustín, nada menos! El padre José María me ha contado.

– Primero óyeme y trata de entender, mamá-arroja la gorrita al ropero, va a la cocina, bebe un jugo de papaya con hielo, se limpia la boca Panta-. No lo hago nunca, jamás me luzco por la ciudad con ninguna de ellas. Fue una circunstancia muy especial.

– El padre José María los vio entrar a los dos del brazo, con el mayor desparpajo-llena la bañera de agua fría, arranca la envoltura de un jabón, dispone toallas limpias la señora Leonor-. A las once de la mañana, justo cuando van a misa todas las señoras de Iquitos.

– Porque a esa hora son los bautizos, no es mi culpa, déjame explicarte-se quita la guayabera, el pantalón, la camiseta, el calzoncillo, se pone una bata, zapatillas, entra al baño, se desnuda, se sumerge en la bañera, entrecierra los ojos y murmura qué fresca está Pantita-.

La Pechuga es una de mis colaboradoras más antiguas y eficientes, estaba obligado a hacerlo.

– No podemos fabricar mártires, basta con los que ellos hacen-revisa cartapacios de recortes de periódicos marcados con lápiz rojo, celebra conciliábulos con oficiales del Servicio de Inteligencia, de la Policía de Investigaciones, propone un plan al Estado Mayor y lo ejecuta el Tigre Collazos-. Tenlos ahí en los cuarteles un par de semanas, a pan y agua. Luego los asustas y los largas, Scavino. Salvo a unos diez o doce cabecillas, a esos nos los mandas a Lima.

– La Pechuga -revolotea por el dormitorio, la salita, se asoma al cuarto de baño, ve a Panta moviendo los pies y salpicando el piso la señora Leonor-. Mira con quiénes trabajas, con quiénes te juntas. ¡ La Pechuga, la Pechuga! Como va a ser posible que te presentes en la Iglesia con una pérdida que encima tiene ese nombre.

Ya no sé a qué santo rogarle, hasta al niño mártir he ido a pedirle de rodillas que te saque de ese antro.

– Me pidió que fuera padrino de su hijito y no podía negarme, mamá-se jabona la cabeza, la cara, el cuerpo, se enjuaga en la ducha, se envuelve en toallas, salta de la bañera, se seca, se pone desodorante, se peina Pantita-. La Pechuga y Milcaras tuvieron el gesto simpático de ponerle mi nombre a la criatura. Se llama Pantaleón y yo mismo lo hice cristianizar.

– Cuánto honor para la familia-va a la cocina, trae un escobillón y trapos, seca el cuarto de baño, entra al dormitorio, alcanza a Panta una camisa, un pantalón recién planchado la señora Leonor-. Ya que tienes que hacer ese trabajo tan espantoso, cumple al menos lo que me prometiste. No te pasees con ellas, que la gente no te vea.

– Ya lo sé, mamacita, no seas machacona, upa, hasta el techo, upa-se viste, echa la ropa sucia a una canasta, sonríe, se acerca a la señora Leonor, la abraza, la levanta en peso Pantita-. Ah, me olvidaba mostrarte. Mira, llegó carta de Pocha. Manda fotos de Gladycita.

– A ver, presta mis anteojos-se acomoda la falda, la blusa, le arrebata el sobre, se acerca a la luz de la ventana la señora Leonor-. Uy, qué cosa más rica, mi nietecita linda, cómo ha engordado. Cuándo me vas a dar lo que te pido, Santo Cristo de Bagazán. Me paso las tardes en la iglesia, rezando, hago novenas para que nos saques de aquí y tú nada.

– En Iquitos te has vuelto una beata, viejita, en Chiclayo ni siquiera ibas a misa, sólo jugabas canasta-se sienta en la mecedora de paja, hojea un periódico, resuelve un crucigrama, se ríe Panta-. Creo que tus rezos no sirven porque mezclas la Iglesia con la superstición: el niño mártir, el Santo Cristo de Bagazán, el Señor de los Milagros, la Santa Ignacia.

– No se olvide que hay que distraer gente y dinero para la caza y represión de los locos del Arca-toma aviones, jeeps y lanchas, recorre la Amazonía, vuelve a Lima, hace trabajar sobre tiempos a los oficiales de Contabilidad y Finanzas, redacta un informe, se presenta al despacho del Tigre Collazos el coronel López López-. Eso significa gastos fuertes para el Ejército. Y el Servicio de Visitadoras es una hemorragia, trabaja a pura pérdida. Aparte de otros problemitas.

– Aquí está la carta de Pocha, son sólo cuatro letras, te la leo-oye música, da un paseo con la señora Leonor por la Plaza de Armas, trabaja en su dormitorio hasta medianoche, duerme seis horas, se levanta con las primeras luces Panta-. Se han ido a Pimentel, con Chichi, para pasar el verano en la playa. No habla nada de volver, mamá.

– ¿A fojas cero?-se enfunda el quepí, deja salir antes del despacho al general Victoria y al coronel López López, se sienta en la parte delantera del auto, ordena al chofer a "Rosita Ríos" volando el Tigre Collazos-. Sí, claro, es una de las soluciones posibles, la que Scavino elegiría en el acto. Pero ¿no es un poco precipitado? No veo la razón ni la urgencia de declarar que el Servicio de

Visitadoras es un fracaso. Después de todo, los incidentes que ha provocado son insignificantes.

– No me preocupan las cosas negativas del Servicio de Visitadoras sino las positivas, Tigre-elige una mesa al aire libre, se sienta en la cabecera, se afloja la corbata, estudia el menú muy atento el general Victoria-. Lo grave son sus fantásticos éxitos. Para mí, el problema está en que, sin quererlo ni saberlo, hemos puesto en marcha un mecanismo infernal. López acaba de recorrer todas las guarniciones de la selva y su informe es inquietante.

– Me he visto en la imperiosa necesidad de reclutar diez visitadoras a toda urgencia-telegrafía el capitán Pantoja-. No para ampliar el Servicio, sino para mantener el ritmo de trabajo alcanzado hasta el presente.

– La verdad es que las visitadoras de Pantoja se han convertido en la preocupación central de todas las guarniciones, campamentos y puestos de la frontera-pide anticuchos y choclos sancochados para comenzar y de segundo un escabeche de pato con mucho ají el coronel López López-. No exagero lo más mínimo, mi general.

Casi no he podido hablar de otra cosa con oficiales, suboficiales y soldados, créame. Hasta los crímenes del Arca pasan a segundo plano cuando se trata de las visitadoras.

– La razón son las numerosas patrullas y grupos de persecución y captura de los asesinos religiosos-pone en clave el capitán Pantoja-. Como la superioridad sabe, esos comandos se hallan internados en el monte, desarrollando una acción cívico policial de primer orden.

– En este maletín están las pruebas, Tigre-se decide por el cebiche de corvina y los riñoncitos a la criolla con arroz blanco el general Victoria-. Adivina qué son estos papeles. ¿Informes sobre el estado de la defensa aeroterrestre fluvial en las fronteras ecuatoriana, colombiana, brasileña y boliviana? Frío. ¿Sugerencias y planes para mejorar nuestro propio dispositivo de vigilancia y ataque en la Amazonía? Frío. ¿Estudios sobre comunicaciones, logística, etnografía? Frío, frío.

– El Servicio de Visitadoras creyó su obligación hacer llegar hasta esos comandos, allí donde se hallen, los convoyes de visitadoras-radia el capitán Pantoja-. Y lo hemos conseguido, gracias al esfuerzo entusiasta de todo el personal, sin excepción.

– Sólo solicitudes en relación con el SVGPFA, mi general-de postre alfajores de miel y maní y para tomar cerveza Pilsen bien heladita concluye el coronel López López-. Todos los suboficiales de la Amazonía han firmado memoriales pidiendo que se les permita utilizar el Servicio de Visitadoras. Aquí los tiene ordenados: 172 pliegos.

– Para ello he creado brigadas volantes de dos y tres visitadoras, y esa fragmentación del personal me hubiera impedido seguir asegurando la cobertura regular de los centros usuarios-telefonea el capitán Pantoja-. Espero no haberme excedido en mis atribuciones, mi general.

– Y la encuesta de López López entre la oficialidad es todavía más increíble-empuja con una rajita de pan, acompaña cada bocado con traguitos de cerveza, se enjuga la frente con la servilleta el general Victoria-. De capitán para abajo, el 95 por ciento de los oficiales también reclaman visitadoras. Y de capitán para arriba, un 55 por ciento. ¿Qué me dices de eso, Tigre?

– De acuerdo a las cifras que me ha comunicado el coronel López sobre su encuesta extraoficial, debo modificar totalmente el plan minimalista de ampliación del SVGPFA, mi general-se sobresalta, garabatea libretas, toma anfetaminas para amanecerse en el puesto de mando, despacha voluminosos sobres certificados el capitán Pantoja-. Le ruego que considere nulo y no recibido el proyecto que le mandé. Estoy trabajando día y noche en un nuevo organigrama. Espero enviárselo muy pronto.

– Porque, además, siento decirte que Pantoja, aunque está loco, tiene toda la razón del mundo, Tigre-ataca los riñones con ímpetu, bromea los franceses tienen razón, si uno encuentra el ritmo adecuado puede ingerir cualquier cantidad de platos, dieciocho, veinte el general Victoria-. Su argumentación es irrefutable.

– En vista de la duplicación potencial del número de usuarios, si se comprende a los suboficiales y mandos intermedios-discute con Chuchupe, Chupito y Chino Porfirio, pasa revista a candidatas, despide a lavanderas, conversa con cafiches, soborna a alcahuetas el capitán Pantoja-, debo comunicarle que el plan minimalista de prestaciones regulares, a un ritmo siempre por debajo del mínimo vital sexual, exigiría cuatro barcos del tonelaje de Eva, tres aviones tipo Dalila y un equipo

operacional de 272 visitadoras.

– Si se les concede ese Servicio a los clases y soldados ¿por qué no a los suboficiales?-separa las cebollas, los huesos y termina el escabeche de pato en unos cuantos bocados, sonríe, mira pasar a una mujer, guiña un ojo y exclama que escultura el coronel López López-. ¿Y si a éstos, por qué no a los oficiales? Es el planteamiento de todos. Y, la verdad, no tiene réplica.

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