Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Gringa -digo yo.

– Tranquila -digo.

Se vuelve hacia mí, sonriendo. Yo me sonrío.

– Está bien, corazón -dice.

Abre el bolso y saca la linterna. De golpe, mis ojos se llenan de luz. Cierro los ojos y echo atrás la cabeza. Enciende y apaga la linterna, la enciende y la apaga. Veo bien que quiere eso. Veo bien que está tratando de dármelo a entender.

– Apaga esa luz, Gringa, o ya sabes lo que te espera -digo.

La apaga. La escena reaparece ante mis ojos, plagada de astillas de luz y de manchas rojizas, hasta que todo vuelve a estar ahí como antes, nítido.

– Lo tengo así -dice ella-. A raya. Me da mala vida.

– Ya sabes lo que te espera -digo.

– Me da muy mala vida -dice.

– Vámonos -digo yo.

– La juventud de ahora no se acuerda, pero el nombre de Pedro Gorosito estaba en boca de todos, años atrás -dice don Gorosito.

Termino mi caña de un trago y dejo un billete de cincuenta pesos sobre el mostrador.

– Termina esa caña y vamos -digo.

– Soy dueña de quedarme, si quiero -dice ella.

– No. Vámonos -digo yo.

Ella toma su caña, de un modo lento, deliberado, para hacerme tirar la bronca. Tiene la linterna en la mano. Después recoge el bolso de sobre el mostrador y se apresta a salir. Alzo la escopeta y los patos.

– Buenas noches a todos -dice ella.

Saludo. Salimos. Ahora llovizna.

– ¿No dije yo que iba a llover? -dice ella.

– Sí. Dijiste -digo yo.

– Cuando yo digo una cosa, sé por qué la digo -dice.

Percibo en la oscuridad que se ha parado, interceptándome el paso hacia la camioneta.

– Camina de una vez -le digo.

– ¿Acaso no dije una y mil veces que iba a llover? -dice.

– Sí -digo-. Marcha de una vez.

– Cuando yo digo que una cosa se va a cumplir, se cumple -dice.

Llevo la escopeta bajo el brazo derecho, los patos en la mano izquierda.

– No marcho nada -dice.

Sigue parada entre mi cuerpo y la camioneta. Percibo su respiración en la oscuridad, y los tintineos y chasquidos de su bolso y la linterna. Por un momento no hago nada.

Después avanzo hacia ella y la toco, empujándola, y la siento trastabillar. Hace una exclamación y después enciende la linterna. El círculo de luz brillante estalla y me busca hasta que por fin, después de lamerme las manos, el pecho y el cuello, me da de lleno en la cara. Es un destello cegador, lleno de astillas brillantes que llamean alrededor de un núcleo de luz blanca que las expande, inmóvil. Me deja como clavado en la oscuridad.

– ¿No dije yo que iba a llover? -dice la voz de ella- ¿No dije? ¿Acaso no oíste lo que yo dije?

Entonces alzo los cañones de la escopeta, que queda en posición oblicua, apuntando hacia arriba No tengo mas que apretar los gatillos, uno después del otro, y cuando lo hago las explosiones resuenan una tan inmediatamente después de la otra que la segunda parece una vacilación de la primera, el eco algo demorado de la primera que llena el aire lluvioso de unos sonidos retumbantes impregnados de olor a pólvora En el momento de oprimir los gatillos mi mano izquierda se afloja y los patos caen al suelo. También la linterna cae al suelo, el círculo de luz proyectándose sin sentido en cualquier dirección y quedando después inmóvil. El haz de luz choca contra algo y se interrumpe, y después continua, quebrado en dirección a la calle oscura. Sorteo la linterna y subo a la camioneta.

Hago una maniobra brusca, paso el puentecito, y doblo en la esquina. El motor brama. Cuando llego a la avenida compruebo que he venido todo el trayecto con la puerta abierta, que ha estado golpeándose locamente contra el marco de metal. En la avenida encuentro un bar abierto y detengo la camioneta. Bajo y tomo dos ginebras en el mostrador, una atrás de la otra. Después salgo y me voy para mi casa. Dejo la camioneta estacionada en la oscuridad y entro en la casa, llevando la escopeta. Enciendo la luz del dormitorio de la nena. Esta dormida. Me acerco a su cama, y levanto la escopeta apuntando derecho a su cabeza. Gatillo, pero no se oye mas que un sonido metálico Entonces voy a mi dormitorio. Esta el ropero, con su espejo oval, que me refleja al pasar. Dejo la escopeta sobre la cama, me saco la cartuchera, y la dejo al lado de la escopeta. Después voy al patio, recojo la pava y el mate, fríos, de donde los he dejado a la mañana, y me voy para la cocina. Vacío el mate de la yerba vieja, le pongo yerba nueva, y cuando la pava comienza a chillar me la llevo con el mate y la bombilla a la galena. Me siento en la silla baja.

La llovizna cae sobre los árboles mutilados, negros, que están sobre el patio liso. La luz del patio los ilumina débilmente Deslumbran, sin embargo La corteza atravesada de hendiduras se llena de agua, y también algunas porciones del patio liso emiten de golpe algunos reflejos. Deslumbran. Cierro los ojos durante un momento, apretándolos fuertemente. Cuando los abro, los muñones mojados y el patio liso están todavía ahí.

Entonces comprendo que he borrado apenas una parte, no todo, y que me falta todavía borrar algo, para que se borre por fin todo.

NAM OPORTET HAERESES ESSE

48
{"b":"87634","o":1}