Литмир - Электронная Библиотека

Una pausa. Boothby tamborileó con los dedos sobre la superficie de la mesa. Vicary golpeó suavemente con la estropeada puntera del zapato el dibujo de la alfombra persa de Boothby.

– Sí, sigo aquí -dijo Boothby-. ¿Está ahí? ¡Oh, rayos del infierno! Será mejor que busque al general Eisenhower. Es preciso que me entreviste con él de inmediato, Me pondré en contacto personalmente con la oficina del primer ministro. Me temo que tenemos un problema más bien grave.

Despacio, Boothby dejó otra vez el auricular en la horquilla y miró a Vicary, con el semblante del color de la ceniza.

Una niebla helada, como humo de armas de fuego, flotaba suspendida sobre Hampstead Heath. Sentada en un banco rodeado de hayas, Catherine Blake encendió un cigarrillo. Desde donde estaba, su vista podía alcanzar varios centenares de metros en todas direcciones. Confiaba en estar sola. Neumann surgió de la niebla, con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo. Andaba como un hombre que sabe a donde va. Cuando lo tuvo a un par de metros, Catherine dijo:

– Quiero hablar contigo. Todo va bien, estamos solos. Neumann se sentó en el banco, junto a ella, y Catherine le pasó un cigarrillo y se lo encendió con el suyo.

Le tendió el sobre que contenía los dos rollos de película.

– Estoy casi segura de que aquí está lo que andan buscando -declaró-. Lo llevó a su casa anoche: un libro en el que se detalla el proyecto en el que está trabajando. Lo fotografié de cabo a rabo. Neumann se guardó el sobre en el bolsillo.

– Enhorabuena, Catherine. Me aseguraré de que llega a las manos de nuestro amigo de la embajada portuguesa.

– Hay algo más en ese rollo -dijo Catherine-. Le pido a Vogel que nos saque de aquí. Hay unas cuantas cosas que se han ido al garete y creo que mi cobertura no se va a mantener durante mucho tiempo.

– ¿Te gustaría contármelo?

– Cuanto menos sepas, mejor para ti, créeme.

– La profesional eres tú. Yo no soy más que el chico de los recados.

– Limítate a estar preparado para largarte en cuanto llegue el aviso.

Catherine se puso en pie y se alejó.

– Entra y siéntate, Alfred -indicó Boothby-. Me da en la nariz que tenemos entre manos un desastre Fuerza Doce. -Boothby señaló con el ademán una de las sillas colocadas ante la mesa. Acababa de cruzar la puerta y aún tenía el abrigo de cachemira echado sobre los hombros como una capa. Se lo quitó para entregárselo a la secretaria, que le miraba con la intensidad de un perro cobrador, a la espera de su próxima orden-. Café, por favor. Y nada de interrupciones. Gracias.

Vicary bajó el cuerpo hasta el asiento. Estaba de un humor de perros. Sir Basil había permanecido ausente tres horas. La última vez que Vicary vio a Boothby, éste salía precipitadamente por la puerta, al tiempo que murmuraba algo sobre mulberries. La palabra clave no significaba nada para Vicary. Que supiese, el mulberry [En inglés, morera. (N. de la T. )] era un árbol que producía un fruto de sabor dulce. Todo el tiempo que Boothby estuvo fuera, Vicary se lo había pasado preguntándose hasta qué punto serían graves los daños. Pero había otra cosa que le molestaba. Desde el principio, el caso siempre fue suyo y sin embargo, era Boothby quien despachaba con Eisenhower y Churchill.

Entró la secretaria, con una bandeja en la que llevaba una cafetera de plata y un par de primorosas tazas de porcelana. Dejó cuidadosamente la bandeja encima de la mesa y volvió a salir del despacho

Boothby sirvió el café.

– ¿Leche, Alfred? Es de verdad.

– Sí, gracias.

– Lo que voy a decirte es materia altamente secreta -empezó Boothby-. Muy pocas personas conocen su existencia: un puñado de planificadores de la invasión y las personas que trabajan en el propio proyecto. Incluso yo, apenas conocía unos pocos detalles y muy por encima. Es decir, hasta hoy.

Boothby hundió la mano en el interior de su cartera, retiró un mapa y lo desplegó sobre la superficie de la mesa. Se puso las gafas de leer, que nunca llevaba en presencia de Vicary, y utilizó su pluma de oro a guisa de puntero.

– Aquí están las playas de Normandía -golpeó el mapa con la pluma-. Aquí, la bahía del Sena. Los planificadores de la invasión han llegado a la conclusión de que la única manera de trasladar suficientes suministros y efectivos humanos a tierra firme para sostener la operación es mediante un puerto amplio y a pleno rendimiento. Sin él, la invasión será un completo fracaso.

Vicary, todo oídos, asintió.

Hay un problema con la cuestión del puerto… no hemos pensado en capturar ninguno -dijo Boothby-. El resultado es esto. -Boothby volvió a introducir la mano en la cartera y sacó otro mapa del mismo sector de la costa francesa, sólo que éste tenía una serie de marcas que representaban estructuras a lo largo del litoral-. Se llama Operación Mulberry. Hemos construido aquí, en Gran Bretaña, dos puertos artificiales completos y los remolcaremos a través del Canal el Día D.

– ¡Dios santo! -susurró Vicary.

– Estás a punto de ingresar en una cofradía muy reducida, Alfred, presta mucha atención. -Boothby volvía a usar la pluma como puntero-. Estos son gigantescos flotadores de acero que se anclarán a tres kilómetros y medio de la costa. Están diseñados para amortiguar el ímpetu del oleaje en su desplazamiento hacia la costa. Aquí, en esta zona, van a hundir varios viejos mercantes en línea, para crear un rompeolas. Esa parte de la operación tiene el nombre clave de Gooseberry [En inglés, grosellero. (N. de la T. )]. Son calzadas flotantes con embarcaderos en los extremos. Los buques de aprovisionamiento atracarán en los embarcaderos. Los suministros se cargarán directamente en camiones que los transportarán hasta la orilla francesa.

– Asombroso -comentó Vicary.

– La espina dorsal de todo el proyecto son estas cosas que están aquí, aquí y aquí. -Boothby golpeó ligeramente con la pluma en tres puntos del mapa-. Su nombre en clave es Fénix. No se elevan, sin embargo. Se hunden. Son cajones gigantescos de cemento y acero que se remolcarán a través del Canal y se hundirán en fila para crear una escollera interior. Constituyen el componente esencial de la Operación Mulberry. -Boothby vaciló unos segundos-. El capitán de fragata Peter Jordan está destinado a esa operación.

– ¡Dios mío! -murmuró Vicary.

– La cosa es aún peor, me temo. El proyecto Fénix tiene dificultades. Planeaban construir ciento cuarenta y cinco unidades. Las estructuras son inmensas… tienen más de dieciocho metros de altura. Algunas cuentan con alojamientos propios para los equipos y baterías antiaéreas. Para construirlas se necesitan cantidades ingentes de cemento, refuerzos de hierro y personal altamente cualificado. El proyecto se ha visto obstaculizado desde el principio por la escasez de materias primas y los retrasos en la construcción.

Boothby plegó los mapas y los guardó en un cajón de su mesa.

– Anoche se le ordenó al capitán de fragata Peter Jordan que hiciera una visita a los centros de construcción del sur y efectuara una evaluación realista que determinase si las unidades Fénix podrían estar concluidas a tiempo. Salió del número cuarenta y siete de la plaza de Grosvenor con una cartera encadenada a la muñeca. Dentro de la cartera iban los planos de los Fénix.

– ¡Dios todopoderoso! -exclamó Vicary-. ¿Por qué diablos hizo eso?

– Su familia es propietaria de la casa donde vive aquí en Londres. Tiene una caja de caudales, La Inteligencia de la JSFEA la examinó y estampó el sello del visto bueno.

Vicary pensó: «Nada de esto habría sucedido si Boothby hubiera transmitido mi condenada alerta de seguridad».

– De modo -dijo- que si el capitán de fragata Jordan hubiese estado comprometido en ello, es posible que una parte aún más importante de los planos de la Operación Mulberry hubieran caído en manos de los alemanes.

– Me temo que sí -reconoció Boothby-. Pero aún quedan más malas noticias. Por su naturaleza, Mulberry puede revelar el secreto de la invasión. Los alemanes saben que necesitamos disponer de puertos para poder llevar a cabo con éxito una invasión del Continente. Esperan que desencadenemos el asalto frontal de un puerto, nos apoderemos de él y después lo volvamos a abrir con la máxima rapidez posible. Si descubren que estamos construyendo un puerto artificial -medios para rodear los poderosamente fortificados puertos de Calais- comprenderán sin dificultad que llegaremos por Normandía.

– ¡Dios mío! ¿Quién demonios del infierno es el capitán de fragata Peter Jordan?

Bootbby volvió a buscar en su cartera. Extrajo una delgada carpeta y la arrojó a través de la mesa.

– Había sido ingeniero jefe en la Compañía de Puentes del Noreste. Es una de las empresas constructoras de puentes más importantes de América. Está considerado una especie de niño prodigio. Lo incorporaron a la Operación Mulberry por su gran experiencia en la supervisión de grandes proyectos del sector de la construcción.

– ¿Dónde está ahora?

– Todavía se encuentra en el sur, inspeccionando las obras. Se espera que esté de regreso en la plaza de Grosvenor a las siete. Según lo previsto, ha de reunirse a las ocho con Eisenhower e Ismay para informarles de las conclusiones de su visita de inspección. Quiero que Harry y tú lo recojáis en Grosvenor Square -sin que se oiga una palabra más alta que otra- y lo llevéis a la casa de Richmond. Lo interrogaremos allí. Quiero que dirijas tú el interrogatorio.

– Gracias, sir Basil.

Vicary se levantó.

– Como mínimo, vamos a necesitar que Jordan nos eche una mano para zurcir tu red.

– Cierto -dijo Vicary-. Pero es posible que necesitemos más ayuda, según las proporciones de los daños.

– ¿Tienes alguna idea, Alfred?

– El germen de una. Me gustaría echar un vistazo al interior de la casa de Jordan, antes de proceder a interrogarle. ¿Alguna objeción?

– No -repuso Boothby-. Pero con cuidado, Alfred, con mucho cuidado.

– No se preocupe. Seré discreto.

– Algunos vigilantes son especialistas en esa clase de maniobras… Forzar y entrar, ya sabes.

– A decir verdad, ya he pensado en alguien para esa tarea.

Harry Dalton manipuló con una fina herramienta metálica en la cerradura de la puerta frontal de la casa de Peter Jordan. Vicary estaba de pie, de cara a la calle, ocultando con su cuerpo a Harry para evitar que lo vieran. Al cabo de unos instantes. Vicary oyó un tenue clic, al ceder la cerradura. Como un consumado ladrón profesional, Harry abrió la puerta igual que si fuera el dueño de la casa y ambos entraron.

67
{"b":"81648","o":1}