– Fidel – susurró con un sentimiento de pérdida irremediable, – ¿Puede ser probable que los yanquis no me entreguen al niño?
El líder de Cuba con tristeza pasó la mano por la barba y meneó la cabeza.
– ¡Si no, ordena a un grupo especial de operaciones que saquen a mi Eliancito, o dame un arma para que yo mismo lo haga! – dijo decididamente el padre del chico.
– No, la estrategia ya está elaborada. Intervendré en directo por la televisión nacional. Te ayudaré. Cuba te ayudará. Libraremos la lucha aplicando medios legítimos. Nos valdremos de la opinión pública internacional. Sería bueno si lo hiciéramos de una manera civilizada, es decir, como debería actuar un estado soberano, enfocar este problema quisquilloso y vencer con ayuda de Dios. Sería ideal si se solucionara el litigio utilizando métodos procesales. Teniendo en cuenta que lo suyo no se roba. Lo suyo se ha de devolver…
La madre de Elián falleció. Eres el único, el cual tiene el derecho de educar al chico. Pero piensa lo que estás exigiendo. ¿A qué consecuencias conllevarán los actos de las Fuerzas Especiales cubanas en el territorio de un estado hostil? Tal decisión sería errónea.
Comprendo tus sentimientos, pero te lo pido, compadécete no solamente de ti, sino también de tus compatriotas. No debes imitar en todo al temerario Fidel, el cual hasta hoy está dispuesto, siendo ya una persona anciana, a volver otra vez a las montañas de la Sierra Maestra, habiendo un motivo insignificante, abriéndose paso por intransitables manglares y defenderse de las “hordas” de mosquitos, pensando que todos los cubanos sin excepción alguna son tales arrojados, como su guía.
Las provocaciones no acabarán nunca. Pero no somos aquellos, los de antes. No somos gatitos ciegos y terminamos los estudios de diplomacia, la táctica en enfrentamientos mediáticos. El pueblo ya hace tiempo que está cansado de esa tensión permanente y ansia una vida pacífica. Sueña con la buena vecindad con todos. Y con los EE.UU. en primer lugar. Pero allí me han alistado a la legión de diablos junto con Sadam, Bin Laden, Kim Jong–il y Lukashenko. No quieren llevar las conversaciones conmigo. Es un circuito cerrado. Pero lo romperemos con la fuerza de la verdad. Por su pequeño ciudadano no intercede Fidel, sino Cuba. ¿No quieren hablan con Castro? Entonces deberán llevar las conversaciones con todo el pueblo cubano, y tú, un simple joven de Cárdenas, serás su representante plenipotenciario…
Tras estas palabras, Fidel respiró hondo y agregó de manera confidencial:
– En mi vida he cometido muchos errores. Debido a mi propia inexperiencia, influencia del ámbito que nos rodea. Te parecía imposible llevarlo a cabo de otra manera. Luego me arrepentía. A veces ya era tarde. Uno de estos casos es la invasión de las tropas soviéticas en Checoslovaquia. No supe encontrar fuerzas para condenarla. Otro caso aún peor, a partir de la segunda etapa de nacionalización, cuando nosotros según el modelo estereotipado soviético comenzamos a expropiar los bienes de los guajiros. Entonces ofendimos a la gente. Luego largo tiempo pagábamos el pato. Pero el error más grande de mi vida yo creo que es una historia muy antigua, que no figuró en ninguna de las crónicas. En aquella época yo era demasiado joven, era muy iracundo y egoísta. Te lo relataré. Ha de ser un gran secreto… A mi hijo Fidelito se lo llevaron a los EE.UU. sin autorización mía. Eso lo hizo su madre natal, mi primera esposa Mirta Balart. Era una buena mujer y una esposa fiel. Su tío, cómplice de Batista, la obligó a cometer tal tontería. Entonces enviamos a Miami a unos muchachos atrevidos. Ellos trajeron a Cuba a mi chico. Hasta hoy día estoy lamentando ese episodio. No se debía privar a la criatura del amor maternal. Ofendí a la mujer, la cual me quería sinceramente, pero al mismo tiempo estaba muy apegada a los suyos y se hallaba entre tenazas de su procedencia noble.
Creía que costara lo que costase me pondría en razón. Y siguiendo los consejos de su familia hizo una estupidez. ¿Y yo qué? Le contesté con una estupidez a la suya, lo que reconozco solamente hoy día, transcurridos muchos años. Estoy castigado por eso.
Cuando Fidelito creció, se hizo insoportable. Todo el tiempo me reprimía porque no tuve en cuenta la opinión de su madre. Pero el peor castigo fue que mi pequeña Mirta nunca, jamás, hasta la misma muerte, no se permitió decir ni una sola mala palabra en cuanto a mí. Nada malo acerca de la persona que le privó del hijo para siempre. Ella no hizo ninguna declaración sobre el secuestro a las autoridades. Hasta se enteraba de los éxitos de su criatura mediante personas ajenas, temiendo que de algún modo podría causar daño con su atención a su hijo natal. Por eso la historia no fue de dominio público.
Otros no podían perder una ocasión sin que se ganaran algún dinero, denigrando a Fidel Castro. En los Estados Unidos eso lo hizo Juana, mi hermana natal. De España se oía llegar acusaciones de la hija natal Alina. Me llamaba demente y difundía rumores increíbles. Permanecía callada solo Mirta, la única mujer ante la cual yo me siento culpable…
La Habana, Cuba,
Agosto del año 1947
El Malecón como había prometido el presidente Grau San Martín a sus protectores norteamericanos se llenó de gente apasionada justo para el mediodía. Hasta que expirasen sus plenos poderes quedaba un año, pero la suerte del “demagogo de las Antillas” ya estaba predestinada. Su trono ya se tambaleaba. Los “gringos” consideraban al “colega Grau” demasiado cobarde porque este intentaba ganarse los favores no solamente ante ellos, sino ante los jefes de las bandas locales. Los gánsteres intrusos no podían admitir la dualidad de poderes. Deberían entronizar una marioneta mucho más segura.
El acompañante del presidente, “el pequeño sargento”, llevaba hombreras de coronel, el ambicioso mestizo Fulgencio Batista, con todas sus entrañas arrastrantes presentía que los planes grandiosos de los “gringos” de convertir su país en un súper-prostíbulo no han de llegar a materializarse sin su muy activa participación. Por lo consiguiente, en Grau ya es hora de poner cruz y raya.
– Que empiece la marcha – San Martín dio la señal a los jefes del carnaval a través de su encargado.
El crucero níveo “Benjamín Franklin” con los influyentes yanquis a bordo se encontraba a doscientas yardas de los bolardos de amarre. En el amarre, en el lugar determinado donde bajarían los huéspedes de alto rango, por la escalerilla del buque tendieron una alfombra de pasillo, una copia alargada de la bandera nacional. A nadie se le habría ocurrido que, en una situación de tal índole se pisoteaba la bandera nacional, hubiera un subtexto político. Y cinismo, por añadidura. Sea como sea, el suceso prometía ser algo simbólico.
A todo lo largo de la alfombra de pasillo sobresalían palmas decorativas, asperjadas con un spray dorado. De estas estaban colgados, como si fueran arbolitos de Navidad, pájaros disecados como colibrís, pájaros carpinteros y tocororos, así como cajas con cigarros cubanos, bananas, caracoles y botellas de ron “Paticruzado” con moños en los golletes.
San Martín trajinaba en el muelle, como un escolar esperando a los severos y justos examinadores. Le presionaban las previstas salvas de bienvenida, la de dos cañones de grueso calibre. Estos habían sido fundidos en plena correspondencia con la época de Colón y transportados con tal motivo a la fortaleza Castillo del Morro, directamente de Madrid.
El evento, en realidad, una reunión a celebrarse en la cumbre, no tenía análogos hasta ahora en la historia universal. Era un encuentro entre un vendedor y un comprador. Cuba servía de mercancía…
El régimen corrupto de San Martín se hizo, aunque no del todo ideal, garante de blanqueo del dinero sin riesgo de la mafia estadounidense. Cuba en los próximos años tenía todo para convertirse en base de partida de un armisticio a largo plazo entre familias de gánsteres.