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El cuerpo de Lázaro, al haberse desprendido de las manos de Eliz, encontró un refugio al lado de un enorme cornudo coral cerebro, rodeado de plumas de gorgonias. Esta caída inesperada de algo ajeno alarmó a una colonia de esas esponjas de dos metros. Se pegaron al cadáver como si fueran sanguijuelas, habiendo expulsado una cantidad inimaginable de tintura de color lila. Unos tiburones pronto advirtieron el cuerpo rojo, aunque no lo tocaron, creyendo que sería venenoso. Tampoco lo hicieron con Eliz, la que estaba durmiendo el sueño eterno. Se acomodó en una cavidad poco accesible para sus mandíbulas macizas entre los corales negros, en un campamento retirado de peces balistes y angelotes, nómadas del Atlántico.

Unos peces raros susurraban un no sé qué a la bella durmiente, imaginándose ser guardias, que desterraban el ajetreo y las dudas. Le aplicaban un maquillaje de tranquilidad en su semblante, intentando quitar de su cara el velo inmóvil de un temor incompresible. “No te molestes, princesa… un adepto habría podido leer los desahogos mudos, valiéndose de los labios – Esta es una de las más hermosas inhumaciones terrenales. Aquí reina la calma y la pacificación…”

Si no fuera el severo Epinephelus el que siempre sacude las aletas y menea la cola, como si supiera algo de importancia que solamente lo dará a conocer cuando los otros le abran el paso. Pues, por favor. Expón tu noticia, fanfarroncito. ¿Qué viste allí, estando arriba, en la superficie de las aguas maliciosas? Un niño desesperado que se ahogaba. Se valía de las últimas fuerzas para alcanzar un neumático de goma, se encaramó en este y pudo mantenerse hasta que se estableció la bonanza. Ahora está durmiendo en medio del centellante espejo del mar. El sol le hace cosquillas en la nariz…

¿Y nada más? ¿Esa es toda la novedad?… ¡Se hinchó como si supiera unos detalles súper importantes! “No quieren oírme hablar, como quieran” – Epinephelus salió a escape, advirtiendo una maravilla azul cielo, era un Acanthurus que se filtró por detrás del coral, dando a entender que el pececito sería un oyente mucho más agradecido. No obstante, apenas hubo desaparecido el Epinephelus, los sarcásticos balistes y los irónicos angelotes percibieron con sus escamas que la alarma en su oculta cavidad ya desapareció sin dejar rostro, y de la faz de la princesa se esfumó la mímica de un temor incomprensible y apareció una sonrisa misteriosa…

La mañana del 23 de noviembre de 1999

Alta mar, a 10 millas del puerto de Key West

Extremo meridional de Florida

– ¡Hombre al agua! – vocifero un pescador barbudo, haciendo bajar un bote de salvamento al agua.

Unas fuertes manos cargaron cuidadosamente al niño al bote y lo hicieron subir a bordo del buque pesquero que iba a la deriva, donde Elián inmediatamente volvió en sí.

– ¿Chiquillo, como es que has llegado aquí? – sin esperar la respuesta del chico sin fuerzas, completamente agotado. “Solamente Dios sabe lo que habrá sufrido”, barboteaba uno de sus salvadores.

– Me siento mareado – pronunció con una voz vibrante el pequeño tendido en la cubierta de madera.

– ¿Qué acaba de decir? – exigió la traducción el capitán irlandés.

– Se queja de que está mareado – sin volverse respondió un barbudo cubano, en un instante se convenció de que el chavalito era compatriota suyo.

En la tripulación había muchos cubanos. Se mudaron a Miami en la época de Camarioca, en el año ‘62 tras la crisis del Caribe, cuando Castro por primera vez declaró que la construcción del comunismo era un asunto voluntario y que a nadie le sujetaría de la mano. Del puerto cubano de Camarioca empezaron a circular centenares de lanchas y yates, transportando a miles de descontentos, a tales como este barbudo. Él era representante de una profesión libre y esperaba que la joyería lo sustentara en los EE.UU. Pero no fue así. Un ducho experto judío en orfebrería y diamantes, examinando con su mirada experta los hábitos y la manera del “Fabergé cubano”, como se imaginaba ser el inmigrante, con indulgencia no le ofrecían siquiera trabajo de aprendiz, temiendo que el refugiado del hambre pudiera hasta meterse al robo, sino un aprendizaje de pago. El instructor, disgustado al examinar su pieza, profirió en la primera clase: “Esto es algo de mal gusto y primitivo. Algo así nadie lo comprará.” Entonces, el joyero fallido golpeó la puerta y se hizo pescador.

Ardía por encontrarse allí, donde le admirarían, donde sería una persona respetable, pero como se suele decir, muy pronto en la vida es demasiado tarde… En la patria él ahora pertenecía a la “escoria”11 , es decir le estaba prohibido el camino a casa. En el barco, aunque sea un poquito, pero estaban más cerca a las costas natales, en comparación con aquellos para los cuales todo el mundo estaba limitado a los barrios de la Pequeña Habana.

– ¿Cuál es tu nombre? – pregunto al niño un buen pescador.

– Elián – pronunció el chicuelo.

– ¿Cuál es tu apellido?

– González… Tengo hambre, – interrumpió el interrogatorio Eliancito.

– Todo va estar en orden con él – reportó el pescador – Quiere comer. ¡Traigan arroz con frijoles! Allí en la cocina en la caldereta. Todavía no está frío.

Trajeron un plato con cangrejo. Nunca pensó que los ordinarios “moros y cristianos”, una comida que él probó cientos de veces, puede ser tan rica. Luego le ofrecieron tostones, bananas en rodajas fritas en aceite. Este postre era el plato especial de su querida mamá.

Debe de estar cerca de aquí, la encontrarán otros pescadores, y pronto ellos todos juntos, él, mamá y papá se sentarán a la mesa a comer. Habrá en esta todos tipos de manjares, tales sabrosos como les que acaban de convidar los generosos pescadores.

A ellos, naturalmente, papá y mamá deberán invitarles obligatoriamente hasta que queden rehartados. Mamá especialmente para ellos preparará un pollo asado y camarones. De postre servirá mermelada de guayaba. ¡Sabrosura! ¡Para chuparse los dedos! El mozalbete contento se entornó los ojos en espera de inevitables exaltaciones culinarias de sus nuevos amigos.

– Habrá que dar un anuncio en “El Nuevo Heraldo”. Creo que sus familiares darán señales de vida y nos contestarán. Es que no vamos a ahijarlo – reflexionaba el sombrío capitán, contemplando con curiosidad al lobato orejudo, el cual iba tragando uno tras otro los pedacitos de bananas, sin masticarlos.

– Yes, sir – gesticuló el pescador – estoy seguro de que los parientes se darán a conocer. De otra manera nos arruinaremos sustentándole aquí, este glotón traga la comida, como un depósito de cereales. Si lo incluimos, a este troglodita, en las listas de abastecimiento, toda la tripulación morirá de hambre.

Todos en la cubierta se pusieron a reír a carcajadas. Acababan de salvar a una persona y este hombrecito estaba sano y salvo…

Se reía Elián. Aunque no comprendió el significado del dicho, pero con todo el corazón sentía una atmósfera amistosa y estaba contento de su salvación. Los ojos de los pescadores, su temperamento alegre irradiaba la sinceridad. Esto bastaba para complacer al pequeñuelo. Todo era claro como la luz del día. En las miradas de ellos se reflejaba un dulce sosiego y una calma contagiosa. Aunque, dicen, que incluso no todos los adultos saben leer mirando los ojos. Pero en el caso arriba mencionado, todo era muy simple. “Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación…”

2 de diciembre de 1999.

La Habana, Cuba. Palacio de la Revolución, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba Fidel Castro Ruz

Ellos conversaban con el Comandante varias horas seguidas, como dos viejos amigos, lo único que uno de los dos era instructor por derecho. Una persona sabia, es decir, buena. Juan Miguel estaba impaciente por preguntarle algo.

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11

Las escorias son un subproducto de la fundición de la mena para purificar los metales.

21
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