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– Mickey Mouse no será lo único que podrás ver allí.

– ¿Y una nueva patineta?

– En ella irás a ver a Mickey Mouse – lo expresó con mordacidad este, cansado del interrogatorio estúpido del niño.

– ¿Habrá un machete de juguete en un estuche de cuero con motivos indios y con el perfil de Hatuey9? – siguió preguntando el chico melindroso.

– ¿Para qué necesitas un machete de ese tipo? Fíjate, tengo uno verdadero. Con él se puede cortar tu lengüita desobediente, si no cesa de desembanastar… – La amenaza no parecía ser tan inofensiva, en especial para Eliancito, que se asustó no tanto del irritado tono del conocido de mamá, sino del aspecto amenazador de su machete con un mango macizo hecho de madera rosa.

– ¿Es obligatorio que te la pases asustando al niño? – intervino la madre.

– No te enojes con él, niña mía – como siempre surgió a tiempo doña María Elena, fumando un cigarro – Todo eso tiene lugar por las divisas malditas. Le hicieron perder la cabeza al pobre chico. Ahora lo está pagando con el propio trabajo. Está tan atareado que no le queda tiempo para elegir las adecuadas expresiones. Querida, deberás comprenderlo. Es que él también está esforzándose por ti. En primer término, es por ti, nena.

– Quiero ver a papá… – mirando con esperanza a su mamá, pidió Eliancito.

– Ahora él es tu papá, – la vieja anciana con el cigarro en la boca, parecía ser un babalao10, indicó al conocido de mamá.

– No hay dos papás. ¡Papá ha de ser solo uno! – rechazó esas palabras el niño, apretando los labios y buscando con los ojitos la afirmación de su conclusión, aunque fuera con una gesticulación mímica aprobatoria de su mamá. Pero esta no reaccionó siquiera a su réplica. Permanecía callada.

– ¿Es verdad, mamá? – lanzó un grito Elián, tirándola de la manga.

La mujer no contestaba al hijo, observando ensimismada al último viajero que subió a bordo, en cuya mirada pudo leer sus propios pensamientos.

A Don Ramón Rafael, se le podía oír gimiendo, era el padre de Lázaro. El hijo y la mujercita de él pudieron convencerle de trasladarse solamente mediante un ultimato directo, afirmando que si él continúa obstinándose – desamarrarán solos.

¿Cómo él, una persona solitaria y de edad avanzada, podrá vivir luego sin sus familiares? Sean como sean, pero son los más allegados. Si parara a estos “viajeros”, lo martirizarían luego con reproches, chantajes y cavilaciones. Le pondrían el gorro a él, acusándole de que por culpa suya no materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.

¿Quién sabe dónde está ese paraíso? Puede ser que esté aquí, en Cuba… Si una persona habla constantemente, que está viviendo mal, el Señor puede mostrarle como es “realmente mala la vida”. Cuando un hombre ve lo bueno hasta en condiciones donde la

vida no es muy fácil, Dios mostrará lo que es “verdaderamente bueno”.

Puede ser que Fidel de verdad sea profeta, semejante a Moisés. Cuarenta años a partir de 1959 estuvo él indicando el camino limitándose a una isla, explicando que no hay nada que buscar, que en realidad se hallan en el paraíso. En su isla poblada por miles de animales excepcionales y no hay ninguno que sea venenoso. Donde los árboles sagrados e imponentes, la ceiba, que crece junto a Caesalpinias fogosas. Donde se abre la mariposa nívea, y gorjea la diminuta ave tocororo, cuyo plumaje azul-rojo-blanco se asemeja a la bandera cubana. Quizás transcurridos cuarenta años de andanza por la isla su tierra se haya convertido en un paraíso, además, llegó a ser el Edén con ayuda de sus manos cansadas, que con la misma obstinación saben manejar el arado y el fusil…

– Debes ir por tu hijo – así se expresaba María Elena, instruyendo a don Ramón para el lejano camino – aquí estará perdido, se pudrirá en las mazmorras de Raúl. Allí se abren inimaginables perspectivas… Tu hijo te necesita. No lo traiciones.

… Cuando el caudillo de la primera guerra por la independencia de Cuba, Carlos Manuel de Céspedes, fue puesto por los españoles ante la opción de salvar a su hijo natal o traicionar a la patria, el héroe prefirió sacrificar la vida del hijo a rescatarla mediante el precio de la traición.

Don Ramón Rafael se orientaba bien en la historia, pero no creía poder ser capaz de un acto de heroísmo. Por dentro se arrepentía por la bajeza de espíritu y con todo corazón sentía que estaba cometiendo un error, pero, acostumbrado a seguir la corriente, como si fuera un zombi, entraba en un río turbio lleno de ilusiones ajenas, sin saber a dónde lo llevaría la corriente tempestuosa.

– ¡Dame el extremo! ¡Tíramelo! – Vociferaba Lázaro a un torpe jovencito, el cual intentaba sacar la soga del bolardo – ¿Por qué eres tan lento?… ¡Apaga el motor, la soga se puso tensa! No lo podrá hacer este debilucho…

– ¿Puede ser que demos marcha atrás? – preguntó de manera insegura el duro de oído Bernardo, que se asumió voluntariamente el modesto papel de contramaestre, pero, poniéndose al timón, inmediatamente creyó ser Magallanes.

– ¡Apaga el motor y apártate del timón, idiota! – ordenó Lázaro, mientras acompañaba sus exigencias con gestos expresivos…

– ¿Estás seguro de que luego lo pondremos en marcha? – Lo dudó el contramaestre rechazado, aunque se sometió al cacique, paró el motor con pocas ganas, bajó del puente de mando y con aire sombrío se dirigió al escotillón que llevaba a la bodega. Mejor sería ir a comprobar el remiendo hecho con soldadura en caliente, ejecutado de prisa en la sala de máquinas, que oír todo tipo ofensas. Realmente, en esta embarcación oxidada de los días de Batista, que era tan caduca, como el submarino alemán, hundido en estas aguas a mediados de la Segunda Guerra Mundial, había más de un remiendo bajo la línea de flotación. Pero Lázaro y su “contramaestre” solamente sabían la existencia de un agujero remendado.

– ¡Tira la soga para sí, pachucho! – Vociferaba a todo grito Lázaro, – Ahí está, holgazán. ¡Tírala a bordo! Por fin. ¡Desamarramos! – Hacía todo lo posible para que lo vieran en acción – decía palabrotas, se agitaba, se acaloraba…

A duras penas al motor se le aclaró la voz a fondo. Este comenzó a traquetear con aire enfermizo y apenas podía arrastrar a los fugitivos hacia el horizonte tras el cual se extendía la deseada Florida – puesto avanzado del sueño americano.

– ¡Yo quiero ver a papá! – mirando el agua tempestuosa tras la popa, Eliancito les hizo recordar que estaba a bordo.

– ¡Cálmalo, o si no yo lo tranquilizo! – Enseñó los dientes como un lobo a Elizabeth, le advirtió groseramente Lázaro – llévalo al camarote.

– Ahí tampoco hay sitio – le contestó Eliz mostrando la cara de pocos amigos y apretó al niño contra el pecho.

“Este Lázaro tiene un machete afilado, como una cuchilla. De estar mi papá aquí, sabría cómo arreglárselas…” – pensó Elián, y este pensamiento grato, junto con la manta de lana, con la cual mamá tapó al niño, empezó poco a poco a adormecer al joven pasajero del yate maldito. El aspecto poco atrayente de esta barcaza del sueño de manera adecuada correspondía a lo que le estaba predestinado por la suerte, ser el último refugio para los doce ciudadanos de Cuba, que se iban en búsquedas de una vida mejor.

La mayoría de ellos, a semejanza de Lázaro, no apreciaba su ciudadanía. Algunos, como don Ramón, quedaron sometidos a la voluntad ajena y seguían yendo por el trayecto trazado. Otros, como Elizabeth, actuaban instintiva y espontáneamente, obedeciendo a la primera emoción y prestando oído solo a una amargura fugaz y una ofensa insoportable a primera vista. Esto es una bien marcada característica de las mujeres latinoamericanas. Pero había entre esos desdichados, afectados por el virus de la desesperación y otros que intentaban hallar el suero de la salvación, no en el lugar donde lo producían, un hombrecillo que vagamente se imaginaba a donde lo llevaba una fea y destartalada embarcación del miedo, a la cual no se sabe por qué la tomaron por un deslumbrante buque níveo de la Esperanza…

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9

Hatuey – cacique de los indios. Encabezó la sublevación de 1511–1512 contra los colonizadores españoles. Fue hecho prisionero por la orden de Diego Velázquez de Cuellar fue quemado en la hoguera.

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10

babalao – es título Yoruba que denota a los Sacerdotes de Santería materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.

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