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En el centro de la cueva habнa un hoyo para encender fuego, y encima de йl una apertura por donde alguna vez habнa salido el humo. Cordelia tuvo una visiуn fantasmal de una multitud de guerrilleros que comнan, bromeaban, escupнan hojas de mascar, limpiaban las armas y planeaban la siguiente incursiуn. Los espнas iban y venнan, fantasmas entre los fantasmas, para entregar su preciosa informaciуn a los generales jуvenes que extendнan los mapas sobre la roca plana que estaba allн… Cordelia sacudiу la cabeza para desalojar la visiуn y cogiу la luz para explorar los nichos. Habнa al menos cinco tъneles para salir de la caverna tres de los cuales mostraban rastros de haber sido muy transitados.

— їKly le dijo dуnde desembocan estos tъneles, sargento?

— No exactamente, seсora. Dijo que los pasajes recorrнan kilуmetros por debajo de las colinas. Iba con retraso y tenнa prisa por partir.

— їLe explicу si el sistema es vertical u horizontal?

— їCуmo?

— їSe encuentra en un solo estrato o tiene caнdas abruptas? їHay muchos pasajes sin salida? їCuбl nos convendrнa tomar? їHay arroyos subterrбneos?

— Creo que йl pensaba guiarnos, en caso de que tuviйsemos que escapar. Comenzу a explicarlo, pero luego dijo que era demasiado complicado.

Cordelia frunciу el ceсo y contemplу las posibilidades. Durante su entrenamiento se habнa familiarizado bastante con las cavernas, o al menos lo suficiente para comprender lo que significaba el tйrmino «respeto por los riesgos». Respiraderos, precipicios, grietas, pasajes laberнnticos… y allн se sumaban las crecientes de los arroyos, cuestiуn que no causaba grandes problemas en Colonia Beta. La noche anterior habнa llovido. Los sensores no servнan de gran cosa para encontrar a una persona en una caverna. їY los sensores de quiйn? Si el sistema era tan extenso como habнa sugerido Kly, podнan necesitar a cientos de hombres… Su ceсo fruncido se transformу en una lenta sonrisa.

— Sargento, acamparemos aquн esta noche.

A Gregor le gustу la caverna, sobre todo cuando Cordelia le describiу la historia del lugar. El niсo anduvo por allн murmurando diбlogos militares para sн mismo, se encaramу a todos los nichos y tratу de indagar lo que significaban todas las palabrotas talladas en los muros. Bothari encendiу un pequeсo fuego en el foso y extendiу un saco de dormir para Gregor y Cordelia, disponiйndose a montar guardia toda la noche. Cordelia acomodу un segundo saco de dormir, enrollado junto con unas provisiones a la entrada de la cueva. Luego colocу la chaqueta negra con el nombre VORKOSIGAN, A. artнsticamente en un nicho, como si alguien la hubiera usado para sentarse y no enfriarse el trasero con la piedra, olvidбndola allн al partir. Por ъltimo Bothari trajo los caballos todavнa extenuados, les colocу las monturas y las bridas y los atу en la entrada.

Cordelia emergiу del pasaje mбs ancho, donde habнa dejado caer una luz frнa a unos trescientos metros de distancia, sobre un despeсadero cruzado por una soga de diez metros. La cuerda era de fibras naturales y estaba reseca. Cordelia habнa decidido no probarla.

— No lo entiendo, seсora. Con los caballos abandonados allб fuera, si alguien viene a buscarnos nos encontrarб de inmediato, y sabrб exactamente dуnde estamos.

— Sin duda nos encontrarб — convino Cordelia -. Pero no sabrб dуnde estamos. Porque sin Kly, no tengo la menor intenciуn de llevar a Gregor por este laberinto. No obstante, la mejor forma de fingir que hemos estado aquн es estar aquн un buen rato.

Los ojos de Bothari se iluminaron al comprender, y se volvieron hacia las cinco entradas de los tъneles.

— ЎAh!

— Eso significa que tambiйn debemos encontrar un verdadero escondite. En algъn lugar del bosque, desde donde podamos llegar al sendero por donde Kly nos trajo ayer. Es una pena no haberlo hecho a la luz del dнa.

— Entiendo a quй se refiere, seсora. Irй a explorar.

— Por favor, sargento.

Bothari cogiу el saco con las provisiones y desapareciу en la oscuridad del bosque. Cordelia acomodу a Gregor en el saco de dormir y luego saliу de la cueva para sentarse sobre unas rocas y vigilar. Divisaba el valle gris que se extendнa bajo las copas de los бrboles y el techo de la cabana de Kly. Ahora no surgнa humo de su chimenea. Bajo la roca, ningъn sensor tйrmico lograrнa detectar el fuego de la caverna, aunque el olor se esparcнa por el aire frнo. Cordelia buscу luces mуviles en el cielo hasta que las estrellas se convirtieron en una mancha confusa frente a sus ojos.

Bothari regresу despuйs de un buen rato.

— Tengo el lugar. їNos vamos ya?

— Aъn no. Todavнa es posible que aparezca Kly.

— Entonces es su turno para dormir, seсora.

— Oh, sн. — Cordelia todavнa sentнa una gran fatiga muscular. Dejando a Bothari sentado en el peсasco a la luz de las estrellas como una gбrgola guardiana, ella se acomodу junto a Gregor. Un rato despuйs, se quedу dormida.

Cordelia despertу cuando la luz del amanecer derramу una bruma luminosa en el уvalo de la entrada. Bothari preparу tй caliente, y compartieron unos trozos de pan que habнan sobrado de la noche anterior, mordisqueando unos frutos secos.

— Seguirй vigilando — dijo Bothari -. De todos modos no logro dormir tan bien sin la medicaciуn.

— їMedicaciуn? — dijo Cordelia.

— Sн, me dejй las pastillas en Vorkosigan Surleau. Ya comienzo a notar su falta. Las cosas parecen mбs nнtidas.

De pronto a Cordelia le resultу difнcil tragar el pan que tenнa en la boca, pero lo empujу con un sorbo de tй. їSus drogas psicoactivas tendrнan un efecto verdaderamente terapйutico, o serнan sуlo polнticas?

— Comunнqueme de inmediato si experimenta alguna clase de alteraciуn, sargento — dijo con cautela.

— Hasta ahora no. Sуlo que cada vez me resulta mбs difнcil dormir. Las pastillas suprimen los sueсos. — Cogiу su taza de tй y regresу al puesto de guardia.

Cordelia no limpiу el campamento. Acompaсу a Gregor hasta el arroyo mбs cercano donde ambos se lavaron como pudieron. Estaban adquiriendo un olor autйnticamente montaсйs. Luego regresaron a la caverna, donde Cordelia descansу un rato en el saco de dormir. Pronto deberнa insistir en relevar a Bothari.

Vamos, Kly…

La voz tensa de Bothari retumbу en la cueva.

— Seсora. Majestad. Es hora de irnos.

—їKly?

— No.

Cordelia se levantу, ahogу el fuego con la tierra que habнa preparado para ese propуsito, cogiу a Gregor de la mano y lo sacу de la caverna. El niсo parecнa muy asustado. Bothari estaba quitando las bridas de los caballos y liberaba sus riendas. Cordelia se asomу a un lado de la cueva y echу un vistazo sobre las copas de los бrboles. Una aeronave habнa aterrizado frente a la cabana de Kly. Dos soldados uniformados la rodeaban por la izquierda y la derecha. Un tercero desapareciу bajo el porche. A lo lejos se oyу una patada que abrнa la puerta de Kly. En esa aeronave sуlo habнa soldados, ningъn montaсйs como guнa ni como prisionero. Ni rastro de Kly.

Echaron a correr hacia el bosque. Bothari iba adelante y llevaba a Gregor en la espalda. Rose se dispuso a seguirlos, y Cordelia se volviу para agitar los brazos susurrando con desesperaciуn:

— ЎNo! ЎVete de aquн, animal estъpido! — La yegua vacilу, y luego dio media vuelta para permanecer junto a su compaсero cojo.

Siguieron corriendo con pasos rнtmicos, sin pбnico. Bothari habнa escogido muy bien el camino, aprovechando el refugio de las rocas y los бrboles. Treparon, descendieron, volvieron a trepar, y justo cuando Cordelia pensaba que sus pulmones iban a estallar y que se descubrirнan ante sus perseguidores, Bothari se desvaneciу al otro lado de una escarpada pendiente de roca.

— ЎPor aquн, seсora!

Habнa encontrado una delgada grieta horizontal en las rocas, con medio metro de altura y tres metros de profundidad. Cordelia se introdujo en la cavidad y descubriу que la ъnica apertura del nicho era el lugar por donde habнa entrado, y que йste se encontraba parcialmente bloqueado por rocas desprendidas. Allн les aguardaban el saco de dormir y las provisiones.

— No me extraсa que los cetagandaneses hayan tenido problemas aquн — jadeу Cordelia. — Para detectarlos, tendrнan que apuntarles directamente con un detector tйrmico a veinte metros de distancia sobre el barranco. El lugar estaba perforado por cientos de hendiduras similares.

— Esto es lo mejor. — Bothari extrajo unos antiguos gemelos de campaсa que habнa encontrado en la cabana de Kly -. Podremos verlos.

Los gemelos no eran mбs que unos binoculares con lentes mуviles, unos colectores luminosos puramente pasivos. Debнan de remontarse a la Era del Aislamiento. El aumento era bastante pobre segъn los estбndares modernos, ninguna lente uviol, ni emisiуn de rayos infrarrojos, ningъn pulso de telйmetro… ninguna cйlula de energнa que pudiese ser detectada. Tendida sobre el vientre, con el mentуn apoyado en el suelo, Cordelia alcanzaba a ver la entrada de la caverna mбs allб del barranco y de un saliente empinado.

— Ahora debemos estar muy callados — dijo, y el pбlido rostro de Gregor se volviу prбcticamente fetal.

Al fin los hombres vestidos de negro encontraron a los caballos, aunque parecieron tardar una eternidad. Entonces descubrieron la entrada de la caverna. Sus diminutas figuras gesticulaban con excitaciуn, entraban y salнan corriendo, y llamaron a la aeronave que aterrizу frente a la apertura aplastando las malezas. Cuatro hombres entraron; un rato despuйs, uno volviу a salir. Luego llegу otra aeronave y una nave mбs pesada, que descargу toda una patrulla. La boca de la montaсa los devorу a todos. Llegу otro vehнculo, y los hombres comenzaron a instalar luces, un generador de campo y sistemas de comunicaciуn.

Cordelia acomodу el saco de dormir para Gregor, suministrбndole pequeсos bocados y sorbos de su botella de agua. Bothari se tendiу en el fondo del nicho con una manta plegada bajo la cabeza. Mientras el sargento dormitaba, Cordelia mantuvo estrecha vigilancia de todo lo que ocurrнa en la caverna. A media tarde, calculу que unos cuarenta hombres habнan entrado y no habнan vuelto a salir.

Dos soldados fueron sacados en camillas flotantes, cargados en una nave mйdica y llevados de allн. Una aeronave sufriу un fallo en el aterrizaje, se derrumbу cuesta abajo y se estrellу contra un бrbol. Varios hombres se ocuparon de sacarla, enderezarla y repararla. Para el atardecer unos sesenta hombres habнan entrado en la caverna. Toda una compaснa que habнa salido de la capital, que no perseguнa a los refugiados, que no trataba de desentraсar los secretos del Hospital Militar… aunque no eran un nъmero suficiente para que se notase la diferencia, seguramente.

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