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De pronto el camino descendiу hacia un amplio valle. El bosque se fue despejando, entremezclado con prados en la ladera. Cordelia podнa percibir el espacio que se extendнa frente a ella, verdaderas montaсas, vastos precipicios en sombras, peсascos gigantescos, el silencio de la eternidad. Tres copos de nieve se fundieron sobre su rostro vuelto hacia el cielo. Al final de un bosquecillo, Kly se detuvo.

— Fin del camino, amigos.

Conducido por Cordelia, Gregor caminу medio dormido hasta la pequeсa choza. Allн ella lo condujo a ciegas hasta un catre y lo acostу.

El niсo gimiу entre sueсos mientras Cordelia lo tapaba con las mantas. Entonces permaneciу tambaleante, aturdida, y en un ъltimo destello de lucidez se quitу las zapatillas y se acostу a su lado. Gregor tenнa los pies tan frнos como un cadбver sometido a la criogenia, y a medida que Cordelia los calentaba contra su propio cuerpo el niсo dejу de temblar para entrar en un sueсo mбs profundo. Vagamente Cordelia tuvo conciencia de que Kly, Bothari, o alguien habнa encendido el fuego en el hogar. Pobre Bothari, habнa estado despierto tanto tiempo como ella. En un sentido militar, йl estaba a su cargo; ella debнa ocuparse de que comiera, se calentara los pies, durmiera. Debнa… debнa…

Cordelia abriу los ojos repentinamente para descubrir que el movimiento que la habнa despertado era Gregor, sentado en la cama a su lado, frotбndose los ojos con expresiуn desorientada. La luz entraba por dos ventanas sucias, a ambos lados de la puerta de madera. La choza o cabaсa — dos de las paredes parecнan hechas con leсos enteros sin desbastar — constaba de una sola habitaciуn. En el hogar de piedras grises habнa una marmita y una caldera cubierta, apoyadas sobre una parrilla bajo la cual ardнan las brasas. Cordelia volviу a recordar que allн la madera representaba la pobreza, no la riqueza. Habнan visto una infinidad de бrboles el dнa anterior.

Cordelia se sentу y emitiу un gemido de dolor por el бcido lбctico que se habнa formado en sus mъsculos. Enderezу las piernas. La cama constaba de una red sujeta a un marco sobre la cual habнa dos colchones, el primero de paja y el segundo de plumas. Ella y Gregor estaban bien abrigados en aquel nido. El aire de la habitaciуn olнa a polvo y a leсa quemada.

Unas botas resonaron en las tablas del porche, fuera de la cabaсa, y Cordelia se aferrу al brazo de Gregor invadida por el pбnico. No podнa escapar, y ese atizador de hierro negro no serнa arma suficiente contra un aturdidor o un disruptor nervioso… pero los pasos eran de Bothari. Йl entrу en la cabaсa junto con una bocanada de aire frнo. La rudimentaria chaqueta parda que llevaba debнa de pertenecer a Kly, a juzgar por la forma en que sus muсecas huesudas asomaban bajo los puсos. Siempre que mantuviera la boca cerrada para no delatar su acento ciudadano, serнa fбcil confundir a Bothari con un montaсйs.

Йl los saludу con un movimiento de cabeza.

— Seсora. Majestad. — Se arrodillу junto al hogar y levantу la tapa de la caldera. Luego probу la temperatura de la marmita acercando la mano a ella -. Hay cereales y almнbar — informу -. Agua caliente. Tй de hierbas. Frutos secos. No hay mantequilla.

— їQuй estб ocurriendo? — Cordelia se frotу el rostro y bajу los pies al suelo, ansiosa por tomarse una taza de ese tй de hierbas.

— No mucho. El mayor dejу que su caballo descansara un rato y se marchу antes del alba, para cumplir con sus entregas. Desde entonces esto ha estado bastante tranquilo.

— їUsted ha podido dormir?

— Un par de horas, creo.

El tй tuvo que esperar mientras Cordelia acompaсaba al emperador cuesta abajo, hasta el excusado de Kly. Gregor frunciу la nariz y observу el retrete con nerviosismo. De regreso en el porche, Cordelia hizo que se lavara las manos y el rostro en una palangana metбlica. Cuando se hubo secado el rostro con una toalla, descubriу que la vista desde ese sitio era magnнfica. Medio Distrito Vorkosigan parecнa extenderse a sus pies en colinas oscuras y praderas verdes y amarillas.

— їЙse es nuestro lago? — Cordelia seсalу un destello plateado entre las colinas, casi en el lнmite de su visiуn.

— Eso creo — asintiу Bothari, forzando la vista.

Tan lejos… y habнan llegado a pie. Aunque para una aeronave estaban demasiado cerca. Bueno, al menos desde allн se verнa cualquier cosa que se acercase.

Los cereales calientes con almнbar, servidos en un plato rajado, sabнan a gloria. Cordelia se tomу el tй con avidez, descubriу que habнa llegado peligrosamente cerca de la deshidrataciуn. Tratу, de convencer a Gregor para que la imitase, pero a йl no le gustу el sabor amargo del tй. Bothari pareciу enrojecer de vergьenza al no ser capaz de sacar leche del aire para complacer a su emperador. Cordelia resolviу el dilema endulzando el tй con almнbar, con lo cual lo hizo aceptable.

Cuando terminaron de desayunar, lavaron los pocos utensilios y platos y tiraron afuera el agua sucia; el porche se habнa entibiado bastante con el sol matinal.

— їPor quй no ocupa la cama, sargento? Yo vigilarй. Ah… їKly le dio alguna idea en caso de que llegue alguien hostil antes de su regreso? Parece que ya no nos queda ningъn lugar adonde ir.

— Todavнa hay uno, seсora. Hay unas cuevas en ese bosque de la parte trasera. Un viejo escondite de la guerrilla. Anoche Kly me llevу para que viese la entrada.

Cordelia suspirу.

— Bien. Vaya a dormir, sargento. Lo necesitaremos mбs tarde.

Cordelia se sentу al sol en una de las sillas de madera, descansando su cuerpo aunque no pudiese hacer lo mismo con su mente. Forzу los ojos y los oнdos tratando de divisar alguna aeronave ligera u otra clase de transporte aйreo. Improvisу unos zapatos para Gregor atбndole trapos en los pies, y йl se dedicу a recorrer el lugar examinando las cosas. Cordelia lo acompaсу en una visita al cobertizo para ver a los caballos. El del sargento seguнa cojo, y Rose apenas se movнa, pero tenнan buen forraje y agua de un pequeсo arroyo que corrнa en un extremo del cobertizo. El otro caballo de Kly, un alazбn esbelto, parecнa tolerar la invasiуn equina y sуlo se inquietaba cuando Rose se acercaba demasiado a su extremo del almiar.

Cuando el sol pasу el cйnit, Cordelia y Gregor se sentaron en los escalones del porche. Aparte de una brisa entre las ramas, el ъnico sonido que se oнa en el amplio valle eran los ronquidos de Bothari, los cuales resonaban a travйs de las paredes de la cabana. Decidiendo que difнcilmente podrнa encontrar un momento para estar mбs tranquilos, al fin Cordelia se atreviу a interrogar a Gregor acerca del golpe en la capital. Con sus cinco aсos, el niсo era capaz de narrar los hechos, aunque no conociese los motivos. A otro nivel ella tenнa el mismo problema, debнa admitirlo muy a su pesar.

— Llegaron los soldados. El coronel nos dijo a mamб y a mн que lo acompaсбramos. Uno de nuestros hombres de librea entrу en la habitaciуn. El coronel le disparу. — їCon un aturdidor o con un disruptor nervioso? — Un disruptor nervioso. Fuego azul. El hombre cayу. Despuйs nos llevaron al Patio de Mбrmol. Tenнan aeronaves. Entonces entrу corriendo el capitбn Negri con unos hombres. Un soldado me cogiу a mн, y mamб tirу para que fuese con ella, y allн perdн el zapato. Ella se lo quedу en la mano. Tenнa que haberlo… atado mбs fuerte por la maсana. Entonces el capitбn Negri le disparу al soldado que me llevaba a mн, y otros soldados le dispararon al capitбn Negri…

— їCon arcos de plasma? їAllн fue donde sufriу esa horrible quemadura? — preguntу Cordelia. Trataba de mantener el tono muy tranquilo. Gregor asintiу con un gesto.

— Unos soldados se llevaron a mamб. Pero eran de esos otros… no los de Negri. El capitбn Negri me levantу y empezу a correr. Pasamos por unos tъneles bajo la Residencia, y salimos en un garaje. Subimos a la aeronave. Ellos nos disparaban. El capitбn Negri me decнa que me callara, que me quedara tranquilo. Volamos y volamos, y йl seguнa gritбndome que me callara… aunque yo ya estaba callado. Y entonces aterrizamos junto al lago. — Gregor estaba temblando otra vez.

— Hum. — A pesar de la simpleza con que el niсo habнa relatado los acontecimientos, Cordelia pudo imaginar a Kareen con todos los detalles. Su rostro habitualmente sereno, desencajado por la ira y el terror al ver que le arrebataban a su hijo y le dejaban… nada mбs que un zapato de todas sus ilusorias posesiones. Asн que las tropas de Vordarian tenнan a Kareen. їComo rehйn? їComo vнctima? їEstarнa viva o muerta?

— їCrees que mamб estб bien?

— Sн, seguro. — Cordelia se acomodу en el escalуn -. Es una seсora muy importante. No le harбn daсo. — Hasta, que les resulte conveniente hacйrselo.

— Ella estaba llorando.

— Sн.

Cordelia sintiу el mismo nudo en su vientre. La imagen que habнa estado evitando todo el dнa anterior volviу a irrumpir en su mente. Unas botas que abrнan la puerta del laboratorio a patadas. Escritorios y mesas tumbados. Ningъn rostro, sуlo botas. Culatas de armas que destrozaban delicados recipientes y monitores. Una rйplica uterina brutalmente abierta, y su contenido hъmedo vaciado sobre las baldosas… ni siquiera se necesitaba emplear el sistema tradicional de coger al bebй por los pies y lanzar la cabeza contra la pared mбs cercana. Miles era tan pequeсo que las botas no tenнan mбs que pisarlo y aplastarlo contra el suelo… Cordelia contuvo el aliento.

Miles estб bien. Es anуnimo, igual que nosotros. Somos muy pequeсos, estamos muy callados y nos encontramos a salvo. Cбllate chiquillo, no hagas ruido. Abrazу a Gregor con fuerza.

— Mi hijito tambiйn estб en la capital, como tu mamб. Y tъ estбs conmigo. Nos cuidaremos el uno al otro. Ya verбs.

Despuйs de cenar y al ver que todavнa no habнa seсales de Kly, Cordelia dijo:

— Ensйсeme esa cueva, sargento.

Kly tenнa una caja de velas frнas sobre la chimenea. Bothari encendiу una y condujo a Cordelia y al niсo hacia el bosque, por un estrecho sendero de piedra. El sargento tenнa un aspecto siniestro a la luz verdosa del tubo que brillaba entre sus manos.

Cerca de la cueva, la zona mostraba rastros de haber sido despejada en el pasado, aunque las malezas ya comenzaban a cubrirla de nuevo. La entrada no quedaba oculta. La gran apertura negra tenнa el doble de altura que Bothari y era lo bastante ancha para permitir el paso de una aeronave. En el interior, el techo se elevaba y los muros se ensanchaban creando una cueva polvorienta. Allн dentro podнan acampar patrullas enteras, y en el pasado lo habнan hecho, a juzgar por los antiguos desperdicios. Unos nichos tallados en la piedra hacнan las veces de literas, y los muros estaban cubiertos de nombres, iniciales, fechas y comentarios obscenos.

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