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A

– ?Explicar qu??

– Explicar el secreto que ocultas a todos, incluy?ndome a m?.

– ?Qu? secreto?

– ?Acaso no es un secreto ocultar a tu futura esposa tu verdadera identidad? ?No lo es hacerte pasar por un abogaducho de provincia, cosa que se ve a la legua que no eres? Me parece muy rom?ntico, pero… en fin, ?te quieres explicar?

– Entiendo -dijo ?l soltando la pipa-. Si hay alg?n secreto en mi vida que no te haya contado ya, es porque no lo considero importante. Pero est?s equivocada, jam?s he pretendido ser lo que no soy. Y no soy ni m?s ni menos que lo que parezco ser.

Esta persistencia empez? a enojar a Clim?ne, alter?ndole la voz y enrojeci?ndole el rostro.

– Y esa fina dama de la nobleza a la que tratas con tanta confianza y que te ha llevado en su coche, mostrando por cierto muy poca consideraci?n para conmigo, ?qui?n es?

– Es como una hermana para m? -dijo ?l.

– ?Como una hermana! -Clim?ne estaba indignada-. ?Arlequ?n nos dijo que dir?as eso, y le divert?a mucho, pero yo no le veo la gracia! Supongo que esa especie de hermana tendr? alg?n nombre…

– Claro. Es la se?orita Aline de Kercadiou, sobrina de Quint?n de Kercadiou, se?or de Gavrillac.

– ?Oh! Un nombre de mucha alcurnia y abolengo para ser una especie de hermana tuya.

Por primera vez desde que se conoc?an, Andr?-Louis not? en la joven actriz un matiz de vulgaridad que no le gust? nada.

– Para ser m?s exactos, tal vez deb? decir que es una supuesta prima.

– ?Una supuesta prima! ?Y me puedes explicar qu? clase de parentesco es ?se?

– Eso exige una explicaci?n.

– Eso es exactamente lo que te pido, aunque pareces reacio a dar explicaciones.

– ?Oh, no se trata de eso! Simplemente es que no veo qu? importancia pueda tener. Pero, en fin, el t?o de esa dama, el se?or de Kercadiou, es padrino m?o, por lo cual ella y yo crecimos juntos. En el pueblo aseguran que ese caballero es mi padre. Lo cierto es que ?l cuid? de mi educaci?n desde ni?o y a ?l debo el haber estudiado en Louis Le Grand. Le debo todo cuanto tengo, mejor dicho, cuanto ten?a, pues por mi propia voluntad me separ? de ?l tras una discrepancia, y hoy s?lo poseo lo que puedo ganarme en el teatro, o en cualquier otra parte.

Frustrada en su orgullo, Clim?ne se qued? aturdida y palideci?. Si aquello ?l se lo hubiera contado un d?a antes, no le habr?a impresionado, no le habr?a dado la menor importancia. Pero ahora, despu?s de haberlo imaginado como un noble, despu?s de las fantasiosas suposiciones de Arlequ?n y Colombina, que la hab?an convertido en la envidia de toda la compa??a; despu?s de que todos la creyeran destinada a convertirse en una gran se?ora, aquello era como echarle un jarro de agua fr?a. ?Su pr?ncipe de inc?gnito no era m?s que el desheredado bastardo de un caballero provinciano! Esa revelaci?n la convertir?a en el hazmerre?r de toda la compa??a, de todos aquellos que hasta hac?a unos minutos hab?an envidiado su suerte de hero?na de novela rom?ntica.

– Deber?as hab?rmelo dicho antes -le reproch? con voz ahogada en un esfuerzo por aparentar serenidad.

– Tal vez tengas raz?n. Pero ?qu? importa todo eso?

– ?Que qu? importa? -dijo Clim?ne reprimiendo su furia-. ?No dices que la gente asegura que ese se?or de Kercadiou es tu padre? ?Y eso qu? significa exactamente?

– Exactamente lo que te he dicho. Porque es un rumor al que no doy cr?dito. Una corazonada me dice que no debo creer en esa hablilla. Adem?s, una vez se lo pregunt? al se?or de Kercadiou, y me dijo que no era ?l. El se?or de Kercadiou es hombre de honor y yo creo en su palabra. Sobre todo cuando coincide, como en este caso, con mis intuiciones. Me asegur? que no sab?a qui?n era mi padre.

– Y tu madre, ?tampoco sab?a qui?n era? -pregunt? Clim?ne con un desd?n que ?l no advirti?, pues en ese momento ella estaba de espaldas a la luz.

– No quiso decirme su nombre. Pero s? me confes? que era muy amiga suya.

La muchacha contest? a estas palabras con una risita desagradable que hiri? a Andr?-Louis.

– Una amiga muy ?ntima, puedes estar seguro, bobalic?n. Y ?cu?l es entonces tu apellido?

Andr?-Louis reprimi? la indignaci?n que empezaba a arderle en las venas para contestar tranquilamente:

– Moreau. Es el nombre del pueblo donde nac?. En verdad no me lo merezco. De hecho, mi ?nico nombre es Scaramouche, pues me lo he ganado. De modo que ya ves, querida -concluy?-, nunca te ocult? ning?n secreto.

– Ya lo veo -replic? la joven ri?ndose mientras se dispon?a a levantarse-. Estoy muy cansada…

Al instante ?l se puso en pie para ayudarla, pero ella le rechaz? con un gesto.

– Voy a descansar hasta que empiece la funci?n -dijo.

Y avanz? hacia la puerta, que ?l corri? a abrirle. Clim?ne pas? por su lado sin dignarse a mirarlo siquiera.

El rom?ntico sue?o de Clim?ne hab?a terminado. El glorioso mundo que poco antes hab?a imaginado estaba hecho a?icos, a sus pies, y lo peor de todo era que aquellos escombros se alzaban como obst?culos que le imped?an volver a aceptar a Scaramouche tal como en realidad era.

Andr?-Louis se qued? fumando junto a la ventana, con la mirada perdida en el r?o. Estaba intrigado. Era evidente que Clim?ne estaba disgustada con ?l, pero ?por qu?? Haber confesado que no ten?a padre, ni apellido, no pod?a perjudicarle a los ojos de una muchacha criada en aquel ambiente de artistas ambulantes. Y sin embargo, era obvio que aquella confesi?n le hab?a molestado.

Media hora despu?s la alegre Colombina lo encontr? en el mismo sitio, junto a la ventana.

– ?Aqu? solo, mi pr?ncipe? -le pregunt?, y aquel saludo tan ingenuo ilumin? de pronto las tinieblas que Andr?-Louis trataba de desentra?ar en vano. S?bitamente comprendi? que Clim?ne estaba decepcionada al desaparecer la esperanza que la loca imaginaci?n de los c?micos hab?a engendrado a ra?z de su encuentro con Aline. ?Pobre ni?a!, pens? sonriendo tristemente a Colombina.

– No ser? ya pr?ncipe por mucho tiempo, pues pronto todos sabr?n que no lo soy.

– ?No eres un pr?ncipe? ?Oh, entonces seguramente ser?s duque o, como m?nimo, marqu?s!

– Ni marqu?s ni duque, tan s?lo soy un caballero andante. No soy m?s que Scaramouche, y todos mis castillos est?n construidos en el aire.

La decepci?n invadi? el candoroso rostro de la comedianta. -Yo hab?a imaginado que eras…

– Ya lo s? -interrumpi? ?l-. Y eso es lo malo. Andr?-Louis pudo medir el da?o que aquella fantas?a hab?a causado en Clim?ne por su conducta de aquella noche, pues durante los entreactos los caballeretes entraban m?s que nunca en su camerino para manifestarle su admiraci?n. Hasta entonces ella siempre los hab?a recibido con grave circunspecci?n y sin dejarles pasar de la puerta. Sin embargo, ahora se mostraba cascabelera y casi provocativa.

Mientras regresaban juntos a la posada, Andr?-Louis, con mucho tacto, reprendi? a Clim?ne aconsej?ndole mayor prudencia en lo sucesivo.

– Todav?a no nos hemos casado -replic? ella con aspereza-. Espera a entonces para criticar mi conducta. -Espero que entonces no me des motivos -dijo ?l. -?Esperas? ?Pues s? que esperas t? cosas!

– Clim?ne, sin querer te he ofendido. Lo siento mucho.

– No importa -dijo ella-. T? eres as?.

Sin embargo, Andr?-Louis no estaba preocupado. Comprend?a la causa de su enfado, por bien que la deploraba, y por eso mismo la perdonaba. Muy pronto advirti? que tambi?n su padre se hab?a contagiado con el mal humor de la actriz, cosa que en el fondo le divert?a. Ante el enojo de Pantalone demostr? un tolerante desd?n. En cuanto al resto de los c?micos, eran muy cari?osos con Scaramouche. Tal vez porque le hab?an visto caer del alto pedestal donde su imaginaci?n lo hab?a colocado, o porque se daban cuenta del desencanto que aquella ficci?n pasajera hab?a provocado en Clim?ne.

La excepci?n era L?andre. Su habitual melancol?a parec?a por fin haber desaparecido, y ahora sus ojos reluc?an con maliciosa satisfacci?n cuando ve?a a Scaramouche, a quien sol?a llamar con sorna: «mi pr?ncipe».

Durante la ma?ana del d?a siguiente, Andr?-Louis casi no vio a Clim?ne. Lo cual no era extra?o, pues estaba muy ocupado preparando la puesta en escena del F?garo Scaramouche, que tendr?a lugar al siguiente s?bado. Por otra parte, adem?s de sus ocupaciones teatrales, ahora dedicaba todas las ma?anas una hora a asistir a una academia de esgrima. De este modo, no s?lo procuraba rellenar una laguna en su formaci?n, sino tambi?n ganar en gracia y desenvoltura para moverse por el escenario. Aquella ma?ana su pensamiento no se apartaba de Clim?ne y Aline. Y lo m?s curioso es que era Aline quien m?s le preocupaba. La actitud de Clim?ne le parec?a algo pasajero, nada serio. Pero pensar en la conducta de Aline le desconcertaba, y lo que m?s le ensombrec?a era imaginar su boda con el marqu?s de La Tour d'Azyr.

Estas meditaciones le recordaron la misi?n que se hab?a impuesto y que casi hab?a olvidado. Hab?a jurado que har?a escuchar en todo el pa?s la voz que el marqu?s hab?a silenciado con la muerte. ?Y qu? era lo que hab?a cumplido de su juramento? Hab?a incitado al pueblo de Rennes y de Nantes con las mismas palabras que hubiera empleado el pobre Philippe, s?, pero luego hab?a puesto pies en polvorosa para ir a refugiarse en el primer cubil que encontr?, dedic?ndose a cosas que nada ten?an que ver con aquel juramento tan generoso. ?Qu? contraste entre lo prometido y su realizaci?n!

As? hablaba Andr?-Louis consigo mismo, reproch?ndose que mientras pasaba su tiempo haciendo de Scaramouche y aspirando a rivalizar con autores como Ch?nier y Mercier, el se?or de La Tour d'Azyr segu?a vivo, haciendo su voluntad orgullosamente. Sab?a que la semilla sembrada por ?l hab?a dado sus frutos, pues sus peticiones de Nantes para el Tercer Estado hab?an sido concedidas por Necker, gracias a su an?nima arenga. Pero esto no ten?a nada que ver con su misi?n, su prop?sito no era regenerar al g?nero humano, ni siquiera cambiar la estructura social de Francia. Lo ?nico que le importaba era que el marqu?s pagara bien cara la muerte de su amigo Philippe de Vilmorin. Y no le hizo sentirse mucho mejor descubrir que era la posibilidad de que Aline se casara con el marqu?s lo que hab?a estimulado su rencor record?ndole su juramento. Tal vez fuera un poco injusto consigo mismo, y descartaba como un mero sofisma el argumento que hasta entonces le hab?a retenido: la certeza de que si sal?a de su escondite lo arrestar?an y lo enviar?an a Rennes, donde le esperaba la horca.

Es imposible leer esta parte de sus Confesiones sin sentir cierta l?stima por ?l. Era evidente el estado de confusi?n de su mente, atormentado por sentimientos encontrados, incapaz de tomar una decisi?n acerca del primer paso a dar para llegar a su verdadera meta.

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