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Es demasiada coincidencia que dos abogados, en una misma regi?n, tengan que ocultarse al mismo tiempo. Como ves, no hay que ser muy ingenioso para llegar a descubrirte. En fin, Andr?-Louis Moreau, abogado de Gavrillac, ?qu? vas a hacer?

– Hablaremos de eso mientras regresamos -dijo Andr?-Louis.

– ?De qu? hablaremos?

– De un par de cosas. Debo saber cu?l es el terreno que estoy pisando. Caminemos, por favor.

– Muy bien -dijo Binet mientras regresaban, sin soltarle el brazo por temor a que fuera a escaparse. Pero era una precauci?n in?til. Andr?-Louis no era hombre que gastase su energ?a en vano, y sab?a que su fuerza f?sica no era nada comparada con la del corpulento Pantalone.

– Si yo cediera ante tu persuasiva elocuencia -dijo Andr?-Louis suavemente-, ?qu? garant?a me dar?s de no ir a venderme por veinte luises despu?s de que me hayas utilizado como actor?

– Te doy mi palabra de honor -dijo enf?ticamente el se?or Binet.

Andr?-Louis se ech? a re?r.

– ?Oh, ahora me hablas de honor! Realmente, se?or Binet, ?crees que soy un imb?cil?

– Tal vez tengas raz?n -gru?? Binet, furioso, aunque rojo de verg?enza-. Pero ?qu? garant?a puedo darte?

– No lo s?.

– Ya dije que ser? fiel a mi palabra.

– Hasta que te resulte m?s rentable venderme.

– En tus manos est? hacer que sea m?s rentable para m? no perderte. A ti debemos el ?xito que hemos tenido en Guichen. Como ves, lo confieso con franqueza.

– En privado -agreg? Andr?-Louis.

El se?or Binet pas? por alto el sarcasmo.

– Lo que aqu? has hecho por nosotros con F?garo Scaramouche puedes hacerlo en otras partes con otros argumentos. Como es l?gico, a m? no me conviene perderte. ?sa es tu garant?a.

– Sin embargo, esta noche estabas dispuesto a venderme por veinte luises.

– Porque… ?redi?s!… ?Me sacaste de quicio neg?ndome un servicio que puedes prestarme! Si yo fuera tan canalla como supones, te hubiera podido vender el s?bado pasado. Me gustar?a que nos comprendi?ramos mejor, querido Parvissimus.

– Por favor, no te disculpes. ?Ser?a una lata!

– Es l?gico que te burles de m?. Nunca pierdes ocasi?n de burlarte. Eso te traer? muchos problemas en la vida. Bueno, ya hemos llegado a la posada y todav?a no me has dicho cu?l es tu decisi?n.

Andr?-Louis le mir?.

– Tengo que ceder, por supuesto. No tengo elecci?n.

El se?or Binet solt? al fin su brazo y le dio una cari?osa palmada en la espalda.

– Bien dicho, muchacho. No lo lamentar?s. Si yo s? algo de teatro, puedes estar seguro de haber tomado la gran decisi?n de tu vida. Ma?ana por la noche me lo agradecer?s.

Andr?-Louis se encogi? de hombros y avanz? hacia el hotel. Binet le llam?:

– ?Parvissimus!

Andr?-Louis se volvi? para ver c?mo aquel enorme hombre le tend?a la mano a la luz de la luna.

– ?Sin rencor? Es algo que no me gusta acumular en la vida. Nos damos las manos y olvidamos todo esto.

Andr?-Louis le contempl? disgustado. Estaba a punto de estallar. Pero comprendi? que ser?a rid?culo, casi tan rid?culo como astuto y vil era Pantalone. Sonri? y estrech? la mano que el otro le ofrec?a.

– ?Sin rencor? -insisti? Binet.

– Sin rencor -repiti? Andr?-Louis.

CAP?TULO V Entra Scaramouche

Vestido con el ajustado traje de otros tiempos, todo de negro desde la gorra de terciopelo hasta los zapatos, con la cara embadurnada de blanco y un bigotillo rizado; con su sable corto y una guitarra a la espalda, Scaramouche se contempl? en el espejo, disponi?ndose a mostrarse mordaz.

Pens? que su vida, que hasta hac?a poco hab?a sido esencialmente pac?fica y contemplativa, de pronto era mucho m?s activa. En s?lo una semana, hab?a sido abogado, orador popular, forajido, tramoyista, carpintero, portero, y por ?ltimo estaba a punto de convertirse en buf?n. El mi?rcoles de la semana anterior hab?a despertado la c?lera en el pueblo de Rennes, y este mi?rcoles deb?a despertar la hilaridad en el de Guichen. Antes hab?a arrancado l?grimas, y ahora su misi?n era arrancar carcajadas. A pesar de que hab?a una diferencia, hab?a una semejanza. En ambos casos hab?a sido comediante, y el papel que en Rennes hab?a interpretado se parec?a en algo al que ahora ten?a que representar en Guichen. Al fin y al cabo, ?qu? hab?a sido en Rennes sino una especie de Scaramouche, un astuto intrigante que sembraba la semilla del malestar ingeniosamente? La ?nica diferencia consist?a en que ahora sal?a al escenario con el nombre que mejor encajaba con su talante y su car?cter, mientras que la vez anterior se hab?a disfrazado de respetable abogado de provincias.

Tras hacer una profunda reverencia ante la imagen que le devolv?a el espejo, se insult?:

– ?Buf?n! Al fin has encontrado tu verdadera personalidad. Por fin est?s en posesi?n de tu herencia. Seguramente tendr?s un gran ?xito.

Al o?r que el se?or Binet le llamaba por su nuevo nombre, baj?, y se encontr? a toda la compa??a aguard?ndole en el vest?bulo de la posada. El director le examin? con ojos inquisitoriales, y su hija, la damisela, tambi?n lo hizo mir?ndolo de arriba abajo.

– No est? mal -dijo Binet comentando la caracterizaci?n del nuevo actor-. Al menos tiene la apariencia del personaje.

– Desgraciadamente los hombres no siempre son lo que aparentan -dijo Clim?ne ir?nicamente.

– ?sa es una verdad que a m? no me aplica -dijo Andr?-Louis-. Porque por primera vez en mi vida, parezco lo que soy.

La se?orita hizo un moh?n y le dio la espalda. Pero los dem?s consideraron su frase muy ingeniosa, seguramente porque no la hab?an entendido bien. Colombina le anim? con una sonrisa, y el se?or Binet asegur? que Andr?-Louis conseguir?a un gran ?xito, pues entraba en su papel con mucha vivacidad. Despu?s, con voz que parec?a haber pedido prestada al ruidoso capit?n, el se?or Binet orden? que todos desfilaran solemnemente hasta la plaza del mercado.

El nuevo Scaramouche iba al lado de Rhodomont. El antiguo, cojeando y con muleta, hab?a salido una hora antes para ocupar el sitio del portero ahora vacante por el cambio de funciones de Andr?-Louis.

Con Polichinela a la cabeza, tocando su gran tambor, y Pierrot soplando la trompeta, todos pasaron entre dos hileras de galopines que gozaban de aquel espect?culo sin pagar nada.

Poco despu?s sonaban los tres consabidos golpes de bast?n, alz?ndose el tel?n para mostrar una lamentable escenograf?a -mezcla de jard?n con bosque- donde Clim?ne miraba febrilmente a lo lejos, aguardando impaciente la llegada de L?andre. Entre bastidores, el melanc?lico gal?n, esperaba su turno para entrar en escena. Casi inmediatamente despu?s deb?a seguirle Scaramouche.

En ese momento, Andr?-Louis experiment? una especie de v?rtigo. Trat? de repasar mentalmente el primer acto de aquella comedia de la que era autor, pero ten?a la mente en blanco. Confuso y sudoroso, retrocedi?, hasta llegar a la pared donde, bajo la d?bil luz de un l?mpara, estaba pegada una hoja de papel con un resumen del argumento de la obra. Estaba reley?ndola cuando lo cogieron por un brazo y le arrastraron violentamente hacia los bastidores. Vio vagamente el rostro grotesco de Pantalone, y escuch? su voz ronca:

– Clim?ne ha pronunciado ya tres veces la palabra que apunta tu entrada.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que le dec?an, fue empujado a la escena, donde permaneci? unos instantes alelado, s?bitamente deslumbrado por las candilejas. Estaba tan aturdido que una risotada tras otra fue el saludo que le dedic? el p?blico desde la plaza. Temblando un poco, cada vez m?s asustado y confundido, se qued? all?, inm?vil, recibiendo el ruidoso tributo a su estupidez. Clim?ne le miraba burlona, saboreando de antemano su humillaci?n. L?andre le contemplaba consternado, y entre bastidores, el se?or Binet, daba saltos de rabia.

– ?Maldita sea! -farfull? dirigi?ndose a los miembros de la compa??a que estaban a su alrededor, tan preocupados como ?l-. ?Qu? va a pasar cuando el p?blico descubra que este desgraciado no es un actor?

Pero el p?blico no descubri? nada. El miedo esc?nico que paralizaba a Scaramouche s?lo dur? un momento. Comprendi? que se estaban riendo de ?l, y record? que Scaramouche debe hacer re?r, pero no ser motivo de risa. Ten?a que salvar la situaci?n volvi?ndola a su favor lo mejor que pudiera. Entonces convirti? su confusi?n, su aut?ntico terror, en un terror deliberado, en una confusi?n fingida, mucho m?s exagerada y, por lo tanto, m?s divertida. Mirando en la distancia, dio a entender al p?blico que su espanto se deb?a a alguien que estaba fuera del escenario. Se escondi? detr?s de unos arbustos de cart?n pintados y, cuando las risas disminuyeron, se dirigi? a Clim?ne y a L?andre:

– Perdonadme, bella dama -dijo-, si mi brusca aparici?n os ha podido asustar. Desde mi ?ltimo problema con Almaviva, ya no soy el mismo. Tampoco lo es mi coraz?n. Cuando ven?a hacia ac?, all? en el prado, me encontr? con un viejo que llevaba un garrote, y tuve el horrible pensamiento de que pudiera ser vuestro padre y de que nuestra inocente estratagema para casaros hab?a sido descubierta. Creo que fue el garrote lo que me inspir? esa idea tan descabellada. Y no es que tenga miedo. En realidad, no tengo miedo a nada. Pero no pude menos que reflexionar que de haber sido vuestro padre, me hubiera roto la cabeza con su garrote, y todas vuestras esperanzas habr?an desaparecido conmigo. ?Qu? ser?a de vosotros sin m?, pobres chiquillos?

Las carcajadas del p?blico animaron gradualmente al reci?n estrenado actor hasta hacer que recobrara su presencia de ?nimo. Evidentemente le cre?an un c?mico consumado, mucho m?s c?mico de lo que ?l hab?a imaginado. Aquel histrionismo se deb?a en cierto modo a una circunstancia ajena a su nuevo oficio de actor. El temor a ser reconocido por alguien de Gavrillac o de Rennes, le hab?a obligado a maquillarse y disfrazarse exageradamente. Tambi?n hab?a distorsionado su voz, aprovechando el hecho de que F?garo era espa?ol. En el Liceo Louis Le Grand hab?a conocido a un espa?ol que hablaba un franc?s chapurreado, pr?digo en grotescos sonidos sibilantes. Muchas veces ?l hab?a imitado aquel dejo para hacer re?r a sus condisc?pulos. Oportunamente se hab?a acordado de aquel estudiante espa?ol, y pronunci? todo su parlamento con aquel acento. El p?blico de Guichen lo hall? tan c?mico en sus labios, como antes sus compa?eros de estudios lo hab?an hallado en labios del ridiculizado espa?ol.

Cuando Binet, entre bastidores, escuch? aquella graciosa improvisaci?n que no figuraba en el argumento, sinti? que todos sus temores se disipaban.

– ?Redi?s! -murmur?, riendo entre dientes-. ?Todo su terror era intencionado!

De todas maneras, no le cab?a en la cabeza que un hombre tan dominado por la confusi?n, como en un principio le hab?a parecido Andr?-Louis, hubiese podido recobrar su ingenio tan r?pida y eficazmente. Por eso a?n le quedaban algunas dudas.

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