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– Llevaros a todos a la c?rcel.

Hablaba en t?rminos tajantes. Los actores estaban aterrados. Con lo dura que era la vida errante de los pobres c?micos de la legua, ahora los amenazaban con la c?rcel.

– ?C?mo, mi capit?n? ?ste es un terreno comunal, libre para todos.

– De eso nada.

– ?D?nde est?n los cercados? -pregunt? Andr?-Louis describiendo un amplio c?rculo con el peine para indicar la amplia libertad de aquel lugar.

– ?Los cercados! -repiti? con sorna el sargento-. ?Para qu? se necesitan cercados? No se puede pacer aqu? sin pagar tributo al marqu?s de La Tour d'Azyr.

– Pero si no estamos paciendo -sonri? ingenuamente Andr?-Louis.

– ?Vete al diablo! ?Vosotros no est?is paciendo, pero vuestros animales s?! -?S?lo un poquito! -se disculp? Andr?-Louis sonriendo de nuevo.

El sargento estaba cada vez m?s furioso. -No se trata de eso. Se trata de que est?is cometiendo un robo y eso se paga con la c?rcel.

– T?cnicamente, usted lleva raz?n -suspir? Andr?-Louis sin dejar de peinarse y sosteni?ndole la mirada al sargento-. Pero si hemos cometido una transgresi?n, ha sido por ignorancia. Le agradecemos mucho el aviso.

Entonces pas? el peine a su mano izquierda y, metiendo la derecha en el bolsillo del pantal?n, dej? o?r un tintineo de monedas-. Lamentamos haberos apartado de vuestro camino. Tomando en consideraci?n la molestia que os hemos causado, ?querr?ais hacernos el honor de deteneros en la pr?xima posada para beber a la salud de… del… se?or de La Tour d'Azyr, o a la de cualquier otro de su clase?

El rostro del sargento se desencapot?, aunque no del todo.

– Bueno, bueno -refunfu??-, pero ten?is que marcharos de aqu?. ?Entendido?

Y se inclin? un poco en la silla alargando la mano en la que Andr?-Louis coloc? una moneda de tres libras.

– Nos iremos dentro de media hora -dijo el joven.

– ?Por qu? dentro de media hora y no ahora mismo?

– ?Oh, porque tenemos que almorzar!

Los dos hombres se miraron. Despu?s el sargento contemplo la moneda de plata que reluc?a en la palma de su mano, y la expresi?n de su rostro se suaviz?.

– Despu?s de todo -dijo-, no es nuestro oficio hacer de alguaciles de la hoz del se?or de La Tour d'Azyr. Nosotros somos de Rennes -los ojos de Andr?-Louis chispearon a punto de traicionarle-. Pero si permanec?is aqu? mucho tiempo, cuidado con los guardabosques del marqu?s. No est?n dispuestos a enternecerse. Bueno, bueno… que teng?is buen apetito, se?ores -se despidi?.

– Buen viaje, mi capit?n -contest? Andr?-Louis.

El sargento volvi? grupas y sus hombres le siguieron, pero cuando ya se iban, se volvi? de nuevo.

– Oiga, se?or -dijo dirigi?ndose a Andr?-Louis, quien enseguida estuvo a su lado-. Estamos buscando a un canalla llamado Andr?-Louis Moreau, de Gavrillac, un fugitivo de la justicia que est? condenado a la horca por sedici?n. ?Por casualidad hab?is visto por aqu? a alg?n individuo sospechoso?

– Creo que s?, vimos a uno -dijo Andr?-Louis audazmente y contento de poder complacer al sargento.

– ?Lo hab?is visto?- exclam? el gendarme-. ?D?nde y cu?ndo?

– Anoche, en las cercan?as de Guignen.

– S?, s? -dijo el sargento sintiendo que hab?a encontrado una pista.

– Vimos a un individuo que parec?a tener miedo de que le reconocieran… Era un hombre de unos cincuenta a?os…

– ?Cincuenta! -exclam? el sargento desalentado-. ?Bah! El que buscamos no es m?s viejo que usted, delgado, de su misma estatura, y con el pelo negro como el suyo. Abran bien los ojos durante el viaje, se?or comediante. El procurador del rey, en Rennes, pagar? diez luises a quien le informe sobre el paradero de ese sinverg?enza. De modo que si ten?is los ojos abiertos y avis?is enseguida, pod?is ganaros diez luises. Una ganancia inesperada para vosotros, ?verdad?

– Ser?a un magn?fico golpe de suerte, mi capit?n -contest? Andr?-Louis ri?ndose.

Pero el sargento ya hab?a espoleado su caballo haci?ndolo trotar para alcanzar a sus soldados. Andr?-Louis segu?a sonriendo, en silencio, como sol?a hacer cuando su peculiar sentido del humor estaba satisfecho.

Entonces se volvi?, y regres? despacio adonde estaban Pantalone y el resto de los actores. Pantalone fue a su encuentro con los brazos abiertos. Andr?-Louis crey? que iba a abrazarle.

– ?Dios salve a nuestro salvador! -declam? el corpulento y gordo comediante-. Ya la sombra de la c?rcel se cern?a sobre nosotros. Porque aunque pobres, somos honrados y ninguno ha sufrido jam?s la ignominia de estar en prisi?n. Lo m?s probable es que ninguno de nosotros sobrevivir?a a esa experiencia. Pero gracias a usted, amigo m?o, estamos a salvo de eso. ?Cu?l es su magia?

– La magia que en Francia ejerce siempre un retrato del rey. Como habr? podido observar, los franceses son muy leales al rey. Lo aman, sobre todo en efigie, especialmente cuando est? acu?ada en oro. Pero tambi?n lo respetan si es de plata. El sargento se emocion? tanto al ver el noble rostro de Su Majestad, representado en una moneda de tres libras, que su enfado desapareci? como por arte de magia, y ha seguido su camino dej?ndonos partir en paz.

– ?Oh, es verdad, tenemos que levantar el campamento! ?Hala, muchachos! ?Vamos, vamos!

– Pero no nos iremos hasta despu?s de almorzar -dijo Andr?-Louis-. El sargento se emocion? tanto que nos concedi? media hora para almorzar. Es verdad que habl? de la posible visita de los guardabosques. Pero no hay que hacer mucho caso de eso, y si vinieran, de nuevo el retrato del rey, aunque sea de cobre, producir?a el mismo efecto. As? pues, mi querido se?or Pantalone, pueden almorzar a gusto. Puedo oler el guisado desde aqu?, y su aroma me dice que no tengo que desearos buen apetito.

– ?Mi amigo, mi salvador! -dijo Pantalone abrazando al joven abogado-. Te quedar?s a almorzar con nosotros.

– Confieso que estaba esperando esa invitaci?n -dijo Andr?-Louis.

CAP?TULO II Al servicio de Tespis

Mientras almorzaba con sus nuevos amigos detr?s de la casa con ruedas y bajo el sol, que suavizaba el rigor de aquella fr?a ma?ana de noviembre, Andr?-Louis advirti? que los c?micos eran tan curiosos como alegres y atractivos. Al parecer, no les preocupaba nada. Y hasta podr?a decirse que les divert?an las privaciones de su vida n?mada. Eran amables y teatrales hasta en los actos m?s cotidianos; exageraban sus gestos; engolaban la voz, buscaban las palabras m?s grandilocuentes. Realmente, parec?an seres de otro mundo, un mundo irreal que s?lo alud?a a la realidad cuando pon?an en escena una farsa, a la luz de las candilejas. Estaban unidos por lazos de lealtad y compa?erismo, y Andr?-Louis reflexion? c?nicamente que esta armon?a pudiera ser la causa de su aparente irrealidad. En el mundo real, la ambici?n y la competencia envidiosa imped?an que surgiera un ambiente de amistad como aqu?l.

La compa??a la formaban once personas: tres mujeres y ocho hombres que se llamaban entre ellos por el nombre de sus respectivos personajes, nombres que alud?an genialmente a los arquetipos que representaban y que nunca cambiaban, fuera cual fuere la obra teatral representada.

– Somos -explic? Pantalone a Andr?-Louis- una de las pocas compa??as que a?n conservan la tradici?n de la Comedia del Arte italiana. No queremos abusar de nuestra memoria ni frustrar nuestro talento con parlamentos altisonantes, fruto de las desdichadas lucubraciones de un autor. Cada uno de nosotros es su propio autor al mismo tiempo que actor. Somos improvisadores. Improvisamos al estilo de la noble escuela italiana.

– Ya me di cuenta -dijo Andr?-Louis- cuando sin querer asist? al ensayo de vuestras improvisaciones.

Pantalone frunci? el ce?o:

– Veo que usted es bastante ir?nico, por no decir mordaz. Eso est? muy bien. Es el temperamento que encaja con su fisonom?a. Pero en este caso se equivoca. El ensayo que vio es excepcional entre nosotros. Simplemente era necesario para adiestrar a L?andre en su papel de gal?n. Tratamos de inculcarle el arte que no le dio la naturaleza. Si siguiera fracasando y no hiciera honor a nuestra escuela… Pero, en fin, no echemos a perder esta armon?a anticipando cosas desagradables que espero puedan evitarse. Con todos sus defectos, queremos a nuestro L?andre. Y ahora voy a presentarle a los miembros de nuestra compa??a.

Primero se?al? al amable y alto Rhodomont, a quien Andr?-Louis ya conoc?a.

– Sus piernas son tan largas y su nariz tan ganchuda que le han hecho merecedor de los papeles de furibundos capitanes -explic? Pantalone-. Sus pulmones han justificado nuestra elecci?n. Hay que o?r c?mo ruge. Al principio le llamamos Spavento o ?pouvante 1 . Pero eran nombres demasiado vulgares para tan gran artista. Desde los tiempos en que el genial Mondor asombraba al mundo, no se ha vuelto a ver a un mat?n tan impetuoso en el escenario. Por eso decidimos conferirle el nombre de Rhodomont que Mondor hizo famoso, y le doy mi palabra de actor y de caballero, pues soy caballero, se?or m?o, de que nuestro bautismo ha quedado plenamente justificado.

Sus ojillos brillaban en el abotargado rostro mientras miraba al actor elogiado. El terrible Rhodomont se ruboriz? como una colegiala cuando Andr?-Louis se dedic? a escrutarlo solemnemente.

– Despu?s tenemos a Scaramouche, a quien tambi?n ya conoce. A veces hace el papel de Scapin, y otras, de Coviello. Pero d?jeme decirle que el papel en el que m?s se destaca es en el de Scaramouche. Incluso m?s de la cuenta, pues no s?lo es Scaramouche en la escena, sino tambi?n en la vida real. Tiene un don especial para la intriga y, en ocasiones, puede llegar a ser agresivo; nunca deja de ser Scaramouche y no pierde ocasi?n de demostrarlo. Podr?a decir algo m?s sobre ?l, pero soy de naturaleza caritativa y amo a todo el mundo.

Scaramouche mir? burl?n a su maestro y sigui? comiendo tranquilamente.

– Ustedes dos se parecen en el car?cter, pues Scaramouche es bastante mordaz -le dijo Pantalone a Andr?-Louis, y continu? presentando a su compa??a-: Ese brib?n de la gran nariz que hace muecas con la cara, l?gicamente es Pierrot. ?Acaso pod?a ser otro?

– Yo podr?a interpretar galanes perfectamente -dijo el r?stico querub?n.

– Una ilusi?n t?pica de Pierrot -coment? desde?osamente Pantalone-. Ese rufi?n grandull?n que est? all?, el de las cejas tupidas, que parece que naci? viejo y cuyos apetitos aumentan con los a?os, es Polichinela. La naturaleza le design? para ese papel. ?se tan ?gil y pecoso es Arlequ?n; no el Arlequ?n con lentejuelas que ?ltimamente ha degenerado tanto, sino el aut?ntico y original primog?nito de Momo, el estrafalario de la Comedia del Arte, harapiento, imprudente, cobarde y payaso sinverg?enza.


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