—Mierda. ¿Qué quieres que haga contigo?
—Lo que quieras. Lo que hacen todos. Despídeme. Vas a recibir estos diseños una vez a la semana. Y si no me contestas, te preguntaré. Una vez a la semana. Quiero educarme, Yanni. Me lo debéis. Y tú eres el instructor que yo quiero. Haz lo que quieras. Di lo que quieras. No voy a darme por vencido.
—Mierda.
Justin miró a Yanni a los ojos, y no dudaba de que Yanni era capaz de levantarse, dar la vuelta al escritorio y propinarle una bofetada.
—Se lo preguntaría a Strassen —explicó—, pero no creo que les guste la idea de que me acerqué a ella. Y no creo que ella tenga tiempo. Así que sólo quedas tú, Yanni. Despídeme o demuéstrame que estoy equivocado y enséñame por qué. Pero hazlo con lógica. Si empleas trucos psicológicos, no vas a lograrlo.
—¡No tengo tiempo!
—Nadie tiene tiempo. Así que hazlo. No tardarás mucho si el error es tan evidente. Dos frases. Eso es todo lo que necesito. Dime dónde va a impactar en la próxima generación.
—Largo de aquí.
—¿Me despides?
—No —ladró Yanni. Era la cosa más amistosa que hubiera dicho a cualquiera de sus subordinados en años.
Así que hizo dos cintas. Una para Yanni. La otra era la cinta que deseaba que le dejaran usar. Porque le enseñaba cosas. Porque le permitía ver todo el grupo.
Porque, como decía Grant, una habilidad era muy importante para un azi.
Y todavía no podía dilucidar la moral del asunto, si era correcto hacer que un Theta experimentara genuino placer por el trabajo en lugar de que sintiera bienestar por la aprobación del trabajo. Había algo ético vinculado con todo eso. Y había problemas estructurales básicos en la idea de relacionar eso con el psicogrupo azi, ése era el problema y Yanni tenía razón. Un psicogrupo artificial necesitaba una base simple, no bases complicadas; de lo contrario, se metía en complejidades muy peligrosas. Las uniones muy profundas podían transformarse en neurosis o en comportamientos obsesivos capaces de destruir a un azi y ser mucho más crueles que el simple aburrimiento.
Pero siguió enviando los diseños para que Yanni los examinara cuando estuviera de buen humor; y Yanni había estado de buen humor de vez en cuando.
—Eres un tonto. —Fue lo mejor que pudo obtener. Y a veces un párrafo por escrito que hablaba de las posibles repercusiones. O sugería una cinta de estudio de Sociología.
Justin atesoraba esas notas. Consiguió las cintas. Las puso. Descubrió errores. Siguió pensándolas.
—Todavía eres un tonto —dijo Yanni—. Lo único que consigues, hijo, es que lo malo que tienes se haga más profundo y más lento. Pero sigue trabajando. Si dispones de todo ese tiempo libre, puedo sugerirte algunas tareas útiles en qué emplearlo. Tenemos un problema en el grupo Beta. Tenemos todo lo que podemos manejar. El grupo tiene diez años y está causando problemas en una de las tres cintas de habilidad manual. Eso creemos. Eso piensa el instructor. Tienes las historias de los casos en la ficha. Ocúpate de eso y a ver si tú y Grant podéis encontrar respuestas.
Justin se fue con la ficha, y con la carpeta, con un problema en una cinta. Era una maldición, el trabajo más real que Yanni le hubiera dado nunca.
Y cuando lo puso en la pantalla, comprendió que era una auténtica pesadilla. Los tres azi habían tenido más cintas de las que cabían en una página, y cada una tenía una aplicación distinta. Pero el problema era serio. Los azi estaban todos bajo cinta de reajuste, una cinta genérica del tipo cálmate-no-es-culpa-tuya, es decir que los tres estaban esperando angustiados que algún diseñador apareciera con algo que se llevara su inquietud sin nombre y la manejara de alguna forma.
Dios, el problema se remontaba a varios meses atrás. No estaban en Cyteen. Todos los supervisores jefes locales habían analizado el asunto, habían hecho dos arreglos en uno, y se habían amargado mucho.
Y eso significaba que era complejo. No era un problema teórico. Hizo dos llamadas, una a Grant.
—Necesito una opinión. Una a Yanni.
—Dime que alguien más está trabajando en esto, Yanni. Esto es probablemente una cinta borrada; por Dios, dáselo a alguien que sepa lo que está haciendo.
—Tú afirmas dominar el asunto —dijo Yanni y colgó.
—¡Maldito! —aulló Justin.
Y cuando Grant llegó, los dos dejaron todo lo que tenían entre manos y trabajaron en eso.
Pasaron tres semanas sin apenas descansar antes de que descubrieran una intersección en una cinta de habilidad. En los tres.
—Mierda —aulló delante de Yanni cuando se lo entregó—. Es un lío, Yanni. Podrías haberlo encontrado en una semana. Se trata de seres humanos, por Dios, uno de ellos está con un mal remiendo encima del otro.
—Bueno, tú te las arreglas, ¿eh? Pensé que te sentirías identificado con el problema. Arréglalo.
—¿Qué quiere decir «arréglalo»? ¡Haz un control!
—Eso es asunto tuyo. Arréglalo. No necesitas un control.
Justin respiró hondo, desesperado. Y miró a Yanni con ganas de estrangularlo.
— ¿Se trata de un problema de tiempo real? ¿O es un truco? ¿Un ejercicio que me has preparado?
—No, es tiempo real. Y mientras estás aquí de pie discutiendo, todavía están esperando la solución. Así que vamos. Lo has hecho bastante rápido. Quiero ver qué consigues ahora.
—¡Sé lo que me estás haciendo, mierda! ¡No se lo cargues a los azi!
—No digas eso —dijo Yanni. Y se dirigió a su oficina interna y cerró la puerta.
Justin se quedó inmóvil. Miró desesperado a Marge, ayudante de Yanni.
Marge lo miró con simpatía y agitó la cabeza.
Así que Justin volvió y se lo contó a Grant.
Y terminó el arreglo en tres días.
—Muy bien —dijo Yanni—. Espero que sirva. Tengo otro caso para ti.
X
—Forma parte de mi trabajo —dijo mamá, y Ari, que caminaba cogida de la mano de mamá, no porque fuera una niña pequeña, sino porque las máquinas eran muy grandes y las cosas se movían y todo era peligroso. Miró a su alrededor las cosas brillantes como el acero que llamaban tanques-útero, cada uno grande como un autobús y preguntó en una voz muy alta:
—¿Dónde están los bebés?
—Dentro de los tanques —respondió mamá. Una azi se acercó a ellas y mamá dijo—: Esta es mi hija, Ari. Va a mirar algunas de las pantallas.
—Sí, doctora Strassen —dijo la azi. Todos hablaban en voz muy alta—. Hola, Ari.
—Hola —aulló ella para contestar a la azi. Y se aferró de la mano de mamá, porque mamá estaba siguiendo a la azi por la larga fila. Y al final era sólo otro escritorio, con un monitor. Pero mamá dijo:
—¿Cuál es el más joven?
—El número diez tiene una semana.
—Ari, ¿puedes contar diez tanques? El que está cerca de la pared.
Ari miró y contó. Y asintió.
—Muy bien —dijo mamá—. Mary, echemos un vistazo. Ari, Mary nos va a enseñar el bebé que está dentro del número diez, aquí en la pantalla.
—¿Podemos mirar adentro?
—La luz molestaría al bebé —explicó mamá—. Son como regalos de cumpleaños. No puedes abrirlos hasta que llegue el día del nacimiento. ¿De acuerdo?
Le pareció raro. Ari rió y se apoyó bien sobre el asiento. En la pantalla apareció una cosita roja.
—Ese es el bebé —dijo mamá, y señaló—. Ahí.
—Aj. —Tenía que ver con algo que ella había visto antes. Probablemente en cinta. Era un tipo de bebé.
—Ah, sí, Aj. Todos los bebés son así cuando tienen una semana. ¿Cuántas semanas les lleva nacer?
—Cuarenta o algo así —respondió Ari. También recordaba eso de una cinta profunda—. ¿Todos son así?
—¿Cuál es el que se acerca más a las ocho semanas, Mary?
—el cuatro y el cinco tienen nueve —respondió la azi.
—Eso quiere decir tanques cuatro y cinco, Ari. Mira a ver dónde están; y te mostraremos... ¿Cuál es, Mary?