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—Ese maldito lugar no pide presupuesto, lo único que tenemos para dominarlos es la devolución en impuestos. ¿Por qué mierda quiere Reseune que demos rango de Persona Especial a un químico de veinte años en Fargone? ¿Quién diablos es Benjamin P. Rubin?

Chávez buscó en los documentos sobre su escritorio, tomó uno que un ayudante le deslizó en la mano y se lo puso en el regazo mientras seguía el dedo de su ayudante por el papel.

—Un estudiante —dijo—. No hay datos especiales.

—¿Puede estar relacionado con el proyecto Hope?

—Es en Fargone. Está en el camino.

—Podríamos preguntárselo a Emory —comentó Chávez con amargura.

—Tal vez tengamos que hacerlo en la asamblea y aceptar la documentación que nos dé, mierda.

Hubo miradas severas a su alrededor.

—Ya no hay tiempo para bromas —recriminó Gorodin.

Lu, secretario de Defensa, se aclaró la garganta.

—Hay un contacto en el que tal vez podamos confiar, al menos una cadena de contactos. Nuestro candidato reciente para Ciencias.

—Es un xenólogo —objetó Tien.

—Y un amigo personal del doctor Jordan Warrick, de Reseune. El doctor Warrick está aquí. Llegó como parte del personal de avanzada de la canciller Emory. A través de Byrd, solicitó una entrevista con, digamos, ciertos miembros de Ciencias.

Cuando Lu hablaba con tanta propiedad, en general estaba comunicando más de lo que podía decir oficialmente en tantas palabras. Corain lo miró fijamente y Gorodin le prestó toda la atención. El almirante había venido de operaciones militares, volvería a operaciones militares y dejaría los detalles administrativos del Departamento de Defensa en manos del secretario y del personal. Era axiomático: los cancilleres eran expertos en sus respectivos campos, pero los secretarios mantenían el aparato en funcionamiento, y los jefes de departamento sabían quién se acostaba con quién.

—¿Byrd está con ellos?

—Seguramente —respondió Lu brevemente sin añadir más.

Anota ésa, pensó Corain.

—¿Es una amistad de hace años? —preguntó Tien en voz baja.

—Unos veinte.

—¿Y es seguro esto para Warrick? —puntualizó Gorodin—. ¿Qué estamos arriesgando?

—Muy poco —respondió Lu—. Desde luego, no la amistad de Warrick con Emory. Warrick tiene sus propias oficinas, rara vez va a las de ella, y viceversa. En realidad el ambiente es bastante hostil allí. El ha pedido autonomía dentro de Reseune. La tiene. No hay centristas en Reseune. Pero Warrick no es... digamos que no es partidario de Emory. En realidad ha venido para consultar con el Departamento, quiere que lo trasladen.

—Es uno de los Especiales —explicó Corain para los que no eran de Cyteen y tal vez no sabían bien quién era Warrick. Un genio certificado. Un tesoro nacional por ley—. Unos cuarenta años, contrario a Emory. Ha tenido una docena de oportunidades de marcharse y buscar un lugar propio donde trabajar, y ella lo bloquea en el Departamento, se lo impide cada vez que lo intenta. —Había hecho un estudio personal de Reseune y de Emory. Era razonable. Pero algunas de las informaciones no eran tan fáciles de conseguir como otras, y la forma en que Lu rastreaba las relaciones era una de ellas—. ¿Byrd puede hablarle?

—Los tiempos han cambiado —respondió Lu con suavidad, con aquel modo académico de hablar—. Claro que hay que volver a arreglarlo todo en el orden del día. Estoy seguro de que puedo hacer algo. ¿Quieres que lo copie?

—Sí. Hagámoslo. Que el personal se encargue de eso.

—Eso significa que tendremos que encontrarnos mañana por la mañana —dijo Tien.

—Mi personal estará aquí —intervino Corain— hasta bien entrada la noche. Si aparece algo que tengamos que... —Se encogió de hombros—. Si aparece algo, algo, ya me entiendes, algo que debamos saber... — Romper el quorumno eran palabras que pudieran pronunciarse abiertamente y no todo el personal presente sabía que eso estaba en el aire, sobre todo los empleados—. Mi personal te buscará directamente.

Y luego agregó mientras alcanzaba a Gorodin y a Lu, y el resto de ellos partía hacia las oficinas y reuniones de personal en sus propios departamentos:

—¿Puedes conseguir a Warrick? —¿Lu? —preguntó Gorodin y Lu encogió sus hombros de burócrata. —Supongo que sí.

II

El hombre que apareció en la sala de reuniones del Salón del Estado era muy normal, llevaba un traje castaño normal, con un maletín que parecía haber pasado demasiadas veces por los controles de equipaje. Corain no lo habría distinguido entre una multitud: de cabello castaño, atractivo, atlético, aparentaba menos de sus cuarenta y seis años. Pero ese hombre tenía guardaespaldas para atenderlo y cuidarlo hasta que la policía militar lo tomara bajo su custodia y seguramente disponía de empleados que le hacían todo menos vestirlo y ayudantes que le resolvían los asuntos rutinarios. Jordan Warrick no podía haber llegado en un avión de carga comercial y ningún control de equipaje tenía permiso para meter las narices en aquel maletín.

Emory era una Especial. Había tres en Reseune, el mayor número en cualquier institución de la Unión. Uno era ese hombre, que diseñaba y eliminaba los errores de las estructuras en las cintas de alteración psicológica y, según se decía, lo hacía con su cabeza. En general, los ordenadores se encargaban de este trabajo. Cuando había que construir o corregir un programa importante de cinta, lo pasaban al personal de Jordan Warrick, y si el problema sobrepasaba sus posibilidades, quedaba en manos de Warrick en persona. Al menos eso suponía Corain. El hombre era un genio reconocido y un Protegido del Estado. Como Emory. Como la otra docena de Personas Especiales.

Y seguramente, sí Emory quería otorgarle este rango a un químico de veinte años en Fargone y, según los rumores, abrir una oficina allí para ponerla bajo el control de Reseune, y daba la suficiente prioridad a ese proyecto como para equipararlo a su adorada oleada de exploración y nuevas colonias, debía de tener una excelente razón.

—Ser Lu —saludó Warrick y le tendió la mano a Lu—. Almirante Gorodin. Es un placer. —Y una mirada preocupada pero totalmente amistosa a Corain, al que también tendió la mano—. Canciller. No le esperaba.

El corazón de Corain dio un brinco. Intuía peligro. Warrick, recordó, no era uno de esos tipos brillantes que operan en un reino de lógica abstracta, totalmente al margen de la humanidad; era un cirujano de la psique, su trabajo consistía en manipular y cuando descubría las motivaciones de la gente estaba en su elemento. Y todo eso se escondía tras unos modales cómodos y serios, y unos ojos más jóvenes de cuarenta años.

—Tal vez haya adivinado —comentó Lu—, que esto es algo más de lo que le había advertido.

—¿Ah, sí? —se extrañó Warrick y en su expresión se reflejó una pequeña alarma.

—El canciller Corain tenía mucho interés en hablar con usted sin llamar la atención. Esto es política, doctor Warrick. Es muy importante. Desde luego, si usted prefiere asistir a otra reunión y no llegar diez minutos tarde, daremos por sentado que no desea verse comprometido con nuestras preguntas y, en ese caso, espero que acepte mis disculpas. Comprenderá que mi profesión me predispone a la intriga.

Warrick suspiró, se distanció unos pasos de la mesa de la sala de reuniones y apoyó el maletín en ella.

—¿Tiene que ver con el Concejo? ¿Le molestaría explicármelo antes de que tome una decisión?

—Es sobre la ley de apropiaciones de Ciencias.

Warrick inclinó un poco la cabeza como diciendo: «Ah...» Una sonrisita le iluminó la cara. Cruzó los brazos y se apoyó en la mesa; evidentemente, un hombre tranquilo.

—¿Qué pasa con la ley?

—¿Qué hay en ella... en realidad? —preguntó Corain.

La insinuada sonrisa se amplió y se endureció.

—¿Quiere decir si la ley está encubriendo algo? ¿U otra cosa?

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