—No vas a quedarte aquí cuando me trasladen —determinó Jordan—. Ya pensaré en algo.
—Pero no le des nada.
—No estoy dándole nada, mierda. Ari no ha terminado. Mejor será que lo entiendas. Ella no mantiene los acuerdos si no le conviene. Grant es la prueba. Es muy capaz de cortar cuellos, hijo, y mejor será que consideres este factor la próxima vez que quieras engañarla con un truco de carta. A ella no le importamos más tú o yo o cualquiera de los sujetos de los laboratorios como el pobre azi de nueve años al que decide borrar la mente y enviar a otro laboratorio porque no va a salir bien como experimento o porque necesita espacio, ¡Dios mío! O los casos problemáticos que no quiere resolver, que no quiere que toque mi personal siquiera, porque de todos modos no va a usar de nuevo ese maldito grupo genético, y al final ya ha echado a perder tres azis saludables por ese asunto, así que asunto zanjado, los declara bajas porque no quiere tomarse tiempo para atenderlos, el experimento en que estaban terminó y eso es todo. No puedo probarlo porque no tengo los datos, pero sí que ha pasado. Y estás jugando al escondite con esa persona. A ella no le importa un carajo la vida de nadie, Dios ampare a sus sujetos experimentales de laboratorio, y ya está más allá de toda preocupación por lo que pueda pensar la opinión pública, a eso ha llegado, es tan inteligente que nadie entiende sus notas, sólo responde ante la ley de la Unión y tiene a esa ley en el bolsillo. No le importa nada, y todos estamos en su microscopio —Jordan empujó el plato y lo miró un momento antes de levantar la vista—. Hijo, no creas que va a tener piedad. Es capazde todo.
Él lo escuchaba. Lo escuchaba con mucha atención. Y recordaba a Ari diciendo que los accidentes eran muy frecuentes en Reseune.
VII
Su reloj marcaba las 2030 cuando salió de la ducha y lo levantó para ponérselo, en un apartamento totalmente silencioso y vacío deprimente.
Estaba casi contento de no pasar la noche allí, con el silencio y la habitación vacía de Grant, contento de forma parecida en que morderse el labio hace que duela menos un dedo magullado, más o menos así. Perder a Grant dolía más que cualquier otra cosa y la forma en que Ari lo perseguía constituía casi un antídoto para el otro dolor más agudo que le había causado.
Perra de mierda, pensó, y le dolieron los ojos, como si fuera a llorar, lo cual representaba una humillación que no estaba dispuesto a sufrir por causa de Ari. Grant era el factor que lo tenía desequilibrado, el lío en que estaba metido Grant era lo que hacía que las manos le temblaran hasta el punto de tener problemas con la gorra aerosol, y la estiraba todo el tiempo, rebotando alrededor del gabinete de espejos. Todo conspiraba para irritarlo, de forma que apoyó la botella con gestos controlados para sacar la cantidad que necesitaba.
Como preparar un cuerpo para el funeral, pensó. Todos en Reseune tenían algo que decir sobre el futuro de Justin Warrick, todos tenían una hipoteca sobre él, hasta su padre, que no le había preguntado si quería crecer con una R en el nombre y saber cada frase que iba a pronunciar antes de los cuarenta; gracias a Dios no tenía una cara fea, pero tampoco era original; una cara que conservaba todos los significados para los amigos de su padre, y también para sus enemigos; y Ari, que lo acorraló aquella primera vez en el depósito del laboratorio.
No había sabido cómo reaccionar; desde entonces, había deseado más de mil veces haberla tomado y darle lo que evidentemente no esperaba de un chico de diecisiete años con una mujer que podía ser dos veces abuela. Pero como tenía diecisiete años y no había pensado de antemano qué posibilidades tenía y estaba asustado y escandalizado, se había quedado helado y murmuró algún comentario idiota como que tenía que irse para una entrevista, ¿había recibido ella el informe que le había enviado sobre un proyecto cuyo número no podía recordar?
Le ardía la cara cada vez que lo recordaba. Había salido tan rápido por aquella puerta que se había olvidado la documentación y los informes y prefirió volver a escribirlos antes que volver a buscarlos. Ahora iba a esa cita con Ari, esa cita maldita e inevitable, con un sentimiento cuidadosamente cultivado de que tal vez podría recuperar parte de su autoestima si hacia las cosas correctamente.
Ella era vieja, pero todavía estaba en rejuv. Parecía tener unos cincuenta años y él había visto holografías de ella a los dieciséis, una cara que todavía no mostraba esa belleza dura de hoy. Como mujer que tenía seis veces la edad de Justin, todavía valía la pena mirarla, sus atributos eran los mismos que los de Julia Carnath en la oscuridad, se dijo con un cuidadoso cinismo, y mejor que Julia, al menos Ari lograba lo que quería. Tarde o temprano todos en Reseune se acostaban con todos los que tenían la categoría adecuada, y no resultaba tan extravagante que Ari Emory quisiera recordar su juventud con una réplica del hombre que habría sido tres veces demasiado joven para ella cuando él tenía diecisiete años. La situación tal vez se habría merecido una buena carcajada si la situación hubiera sido distinta y él no fuera el muchacho de diecisiete años metido en el asunto.
No estaba seguro de que pudiera hacer nada, pero se dijo que al menos sería una experiencia: la que él había tenido se limitaba a Julia, que al final le había pedido a Grant, y eso le había dolido tanto que nunca había vuelto a ella. Y ésa era la única experiencia amorosa de Justin, y estaba casi por decidir que Jordan tenía razón al ser misógino. Ari era una víbora, representaba todo lo malo, pero la clave de toda la situación, pensó ahora, era su propia actitud. Si él se desenvolvía como si llevara a cabo uno de sus trucos, como los llamaba Jordan, entonces Ari quedaría desarmada. Esa era la mejor forma de manejar el asunto, y eso era lo que había decidido hacer: ser un hombre, seguir adelante con el asunto, aprender de él (y por Dios que una mujer de la edad de Ari tendría bastante que enseñarle, en muchos sentidos), dejar que Ari hiciera lo que quisiese, llevar a cabo sus pequeños juegos y perder interés, o no.
Se imaginó que podría llegar a ocupar una página de las notas de Ari, que un muchacho de diecisiete años no iba a enamorarse de una mujer tan mayor, pero que una mujer de esa edad tal vez tendría la necesidad emocional de un compañero CIUD, atractivo, joven, de buen humor. Que ella quedara enganchada en el asunto.
Qué ella tuviera el problema y él la solución.
La edad y la vanidad podían ser la forma de manejarla, debilidades que nadie más podía encontrar en ella, porque nadie más era el muchacho de diecisiete años que ella deseaba.
VIII
Su reloj señalaba las 2105 cuando llegó a la puerta y llamó al timbre del apartamento de Ari, cinco minutos tarde porque quería que Ari se preguntara si iba a venir o si en lugar de eso él y Jordan habrían tramado algo; pero no más que cinco porque temía que si Ari lo pensaba, empezara algo que después no pudiera detener.
Catlin abrió la puerta de un apartamento que él nunca había visto; sobre todo travestino de ante y muebles blancos, muy caros, el tipo de lujo que Ari se podía permitir y el resto de los mortales sólo veía en lugares como el Salón de Estado, en las noticias. Y la rubia Catlin, coronada de trenzas, inmaculada en su uniforme negro muy formal; pero claro, Catlin siempre era formal.
—Buenas noches —le saludó Catlin, una de las primeras veces en que le oía una palabra amable.
—Buenas noches —respondió mientras ella cerraba la puerta. Había un fondo musical, apenas audible, flauta electrónica, fría como las habitaciones de piedra a través de las que se movían. Justin sintió que le flaqueaban las fuerzas. No había comido nada excepto esas pocas patatas fritas en el almuerzo y un pedazo de tostada a la hora de la cena, pensando que si se metía comida en el estómago tal vez tendría ganas de vomitar. Ahora sentía las rodillas flojas y la cabeza lejana e insegura y lamentaba no haber comido.