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Extrañamente, puesto que yo era el causante de su recién iniciada soledad que iría en aumento, me permitía que me diera algo de lástima verla así, decaída, desganada, sin empuje, tal vez en los prolegómenos de un duradero languidecimiento, a todos nos marchita mucho la pérdida de quienes queremos, más aún que la de quienes nos quieren, y no me cabía duda de que Custardoy para ella se contaba entre los primeros. Pero por lo menos no tenía el cinismo de decirme que era para su bien, aunque fuera a serlo con certeza a la larga: tenía claro que era para el mío eminentemente, para mi relativa tranquilidad, mi sosiego lejano, para no preocuparme más de la cuenta por ella ni por mis hijos, y también para mis esperanzas quiméricas de las que no podía prescindir aún del todo, pese al ya tanto recorrido tiempo. Y esto sí lo pensé en el avión con la nitidez que había rehuido hasta entonces: que había sido egoísta y abusivo y desconsiderado, que me había inmiscuido en su vida de la peor manera posible, a sus espaldas, sin su conocimiento, no ya sin consultar con ella lo que debía o convenía hacerse, sino sin que ella me hubiera hablado siquiera de su problema que además no veía como problema, sino acaso como solución. Había actuado como un padre decimonónico respecto a su hija, la había tratado indirectamente como a una menor, sólo que no había ido a ofrecerle dinero al chulo por apartarse, como quizá había sido la tradición de los progenitores pudientes y autoritarios en aquel siglo, sino a amenazarlo de muerte y a violentarlo. Empezó a parecerme increíble todo aquello, que yo me hubiera comportado así, sin apenas cargo de conciencia, como un salvaje o como si fuera un convencido de la idea pragmática de que lo que hay que hacer más vale hacerlo y así está hecho, y de que, pase lo que pase luego, lo principal ya está hecho y no hay vuelta atrás ( 'I have done the deed.'O 'The deed is done'). Yo no sabía nada oficialmente de Custardoy, no ante ella, en realidad ante nadie con la sola excepción de su hermana Cristina, tenía que seguir llamándola desde Londres para advertirla, en cuanto hubiera regresado de sus días de ausencia, no recordaba si me había dicho una semana o algo más, lo cierto era que ya había probado a diario durante los últimos de mi estancia en Madrid, por si acaso, sin éxito, ni siquiera había podido hablar con su marido para averiguar; y continué haciéndolo durante los primeros tras mi regreso, fui probando a diferentes horas hasta encontrarla por fin en casa.

'Cristina, soy Jacques, tu cuñado, Jaime', le dije cuando me contestó el teléfono, a la vigésima. 'Estoy ya de vuelta en Londres, pero quería ponerte al tanto de una cosa importante. ¿Has hablado con Luisa?'

'No, todavía no, estoy recién llegada, se me ha alargado el viaje. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?'

'Nada malo. Durante mi estancia en Madrid puse remedio a lo de ese Custardoy con ella, o eso creo, habrá que esperar un poco para confirmarlo.

'¿Ah sí?', me contestó con curiosidad e indudable aprobación. '¿Cómo? ¿Qué hiciste? ¿Hablaste con él, hablaste con ella? Cuéntame.

'Eso es lo que quería decirte, que es mejor que no lo sepas, y fundamental que no lo sepa Luisa. Quiero decir que ni siquiera sepa que yo he estado enterado de nada, que tú me contaste. Esa historia ya se ha terminado, o está a punto. Lo que no quiero es que ella pueda sospecharse nunca que yo he tenido algo que ver. Para ella yo ignoro hasta la existencia de ese Custardoy, en ningún momento me ha hablado de él, y es lo que hace falta que siga creyendo. Ahora y siempre. Si tú le mencionas un día la conversación que tuvimos, aunque sea dentro de diez años, podría atar cabos y no me volvería a hablar, pese a los niños. Y tampoco a ti, seguramente. Aunque yo me haya encargado, lo más probable es que pensara que tú habías tenido parte, que habías encizañado o que me habías instigado a obrar como lo he hecho. Lo entiendes, ¿no? Si tú me traicionas tampoco yo tendría reparo en traicionarte a ti.

Cristina me entendió sin duda. Pero aún sentía curiosidad.

'Vaya, conque así te las gastas, ¿tan grave ha sido la cosa? Descuida, si lo has conseguido seré la primera en alegrarme y en no hacer peligrar tu logro. Pero si los dos vamos a callarnos no importa mucho que yo lo sepa todo, ¿no? ¿Qué le dijiste a ese tipo? ¿Qué le hiciste? Anda, dime cómo has obrado, ya que ha sido por instigación mía.'

'Ya te he dicho, mejor no airearlo. Prefiero que sea él el único que lo sepa, el único que por un mal azar, si se encontraran más adelante y ella lo arrinconara, pudiera contárselo a Luisa, y no creo que lo hiciera en ningún caso, no le traería cuenta y sería su palabra contra la mía, sin corroboración posible. No es que no me fíe de ti, de ti ahora. Pero nunca se sabe. Un día podrías estar enfadada conmigo, y querer perjudicarme. Lo que no debe saberse es mejor que no lo sepa nadie, ni siquiera tu cómplice. ¿Por qué crees que los criminales se cargan a tantos?'

Cristina se lo tomó bien, se rió, no me insistió. Sólo me dijo:

'No te preocupes, no le diré nada a Luisa. Espero que tengas razón y que esa historia se haya acabado. Me haré de nuevas si me habla de ello, de la ruptura. Lo mismo sufre una temporada y le da por desahogarse, o por rumiarlo en voz alta. Y mira, si a Custardoy le ha ocurrido algo, seguramente me enteraré en algún sitio, la gente habla mucho, lo comenta todo.'

'No te enterarás, me parece. Él no está en Madrid y nadie va a verlo durante unas semanas como mínimo. Y cuando vuelva ya se inventará algún cuento, si es que aún se le nota que se cruzó conmigo. Alguna puerta de garaje, algún bolardo.' Me di cuenta de que ya había dicho demasiado, irse de la lengua es tan fácil, sobre todo al presumir y algo estaba yo presumiendo, aún al cabo de los días: sentía un poco de orgullo de mi hazaña pistola en mano, y no me costaba hacer caso omiso de que nunca hay tal hazaña ante un hombre desarmado. Eso era imperdonable, lo sabía, esa íntima jactancia, sobre todo tras haber descubierto lo que descubrí a mi llegada a Londres, o justo antes. Sin embargo así era, y nada podía hacer por evitarlo, supongo que eso le pasa a cualquiera que no sea violento cuando prueba a emplear la violencia, y le sale. De modo que añadí: 'Tampoco yo he dicho que le haya hecho nada, ni que le haya ocurrido nada. Nada malo, quiero decir'. (En esa breve charla había venido a recitarle a Cristina unas cuantas de las frases clásicas que recomiendan negación, ignorancia y silencio, lo propio del espionaje y las conspiraciones y lo delictivo, de lo clandestino y lo solapado: 'Es mejor que no sepas nada, y así, cuando te interroguen, dirás la verdad al decir que no sabes, la verdad es fácil y tiene más fuerza y es más creíble, la verdad persuade'. Y también: 'Si sólo conoces tu parte, aunque te cacen o falles la cosa seguirá adelante. Y asimismo: 'Es tu ignorancia lo que más va a protegerte, no preguntes más, no preguntes, será tu salvación y tu salvoconducto'. Y aún: 'Ya lo sabes, yo no he hablado contigo ni te he dicho nada. No han tenido lugar esta conversación ni esta llamada, estas palabras no las has oído porque no las he pronunciado. Y aunque las oigas ahora, yo no las digo'.)

Cristina volvió a reírse, quizá también por el contento de imaginar ya libre de peligro a su hermana.

'Suenas muy misterioso y un poco amenazante', me contestó, medio en serio y medio en broma. 'No es este el Jaime que yo conozco. A lo mejor te sienta bien Londres, y estar ahí solo. Eso sí, hayas obrado como hayas obrado, yo no soy tu cómplice. No hace falta que te me cargues.'

Pero todo esto fue días más tarde, ya en Londres y con más angustia y en peores circunstancias. Lo que sí tenía presente mientras volaba hacia allí era que Luisa había seguido sin hablarme de sí misma hasta el último instante. El día de mi despedida, la víspera de mi marcha, tras visitar a mi padre había pasado por el hotel para cambiarme, y luego había ido a su casa para decirles adiós a los niños, y a ella de paso.

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