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Y nada más pensarlo la monté, pese a la advertencia de Miquelín. Pero fue sólo una prueba y un instante, fue para ver cómo sus ojos negros y raros despedían una chispa de pánico, nada más que una chispa, pero yo se la vi. Y acto seguido puse el pulgar ante el percutor y bajé éste, y saqué el proyectil que ya había pasado al cañón o recámara o como se diga y me lo guardé, desmonté la Llama. Pero él ya se había dado cuenta de cuan rápido se la montaba y de que entonces las balas ya podían salir —un gesto más, y otro, y otro— hacia su cabeza o su pecho, hacia un brazo o una pierna, hacia su coquilla que quedaría hecha hilazas como la de la Muerte del cuadro o hacia donde se me antojase apuntar. 'Oh sí, qué extraña sensación', pensé, 'tener a un hombre a tu merced. Decidir que viva o muera, o ni siquiera es cuestión de decisión.'

Pero Custardoy aguantaba el tipo, o acaso es que quería tener razón, o, ya que no lo amparaba un arma, trataba de disuadirme o de amedrentarme o de hundirme, o de cavar mi tumba aún más hondo, con sus feas palabras y con su voz. Su voz no surgía nítida, sino que raspaba un poco, como si en su garganta hubiera unos diminutos pinchos semejantes a los del rodillo metálico de una caja de música, que son de hecho los que se enganchan con las varillas y determinan o marcan la melodía repetitiva y única. Lo que dijo salió arrastrándose, como si aquellas púas se lo hicieran lento de proferir. En todo caso mantenía las manos sobre la mesa. Se había acabado el cigarrillo pero no se olvidaba de obedecer mi orden anterior, eso era buena señal.

—Mira, Jaime. —Y me molestó indeciblemente que me llamara por mi nombre de pila, esto es, en la forma que empleaba Luisa y que sin duda le habría oído a ella (qué vergüenza me daba esa idea) al hablarle ella de mí—. Todo esto es una gran gilipollez, y de aquí a un rato, cuando hayas salido de aquí, tú serás el primero en verlo así. ¿Qué es lo que te molesta tanto? No será que me la tire de vez en cuando, a buenas horas. Tú harás lo mismo en Londres con quien te dé la gana, y a eso te tienes que acostumbrar, no me creo que no estés ya hecho a la idea, qué cojones, entre vosotros hubo lo que hubo y ya no lo hay. Pasa todos los días. Es que esto no me lo creo. —Se detuvo y se rió un poco, aún no veía del todo el peligro, mi peligro, con su risa que lo hacía casi agradable y más atractivo—. Es que de verdad, tiene gracia, es que esta escena es lo último que me podía esperar, la verdad. ¡Una escena de ópera, joder! —Esto volvió a decirlo como si le hablara a un tercero, a un fantasma presente en la habitación y no a mí, y eso me ponía negro. A lo mejor estaba ya relamiéndose al pensar en contárselo más tarde a un amigo ('¿Sabes lo que me ha pasado hoy? Tiene cojones, no te lo vas a creer'), o quién sabía si a la propia Luisa ('¿A que no sabes quién me ha visitado hoy, y además pistola en mano? Con vaya elemento te fuiste a casar, joder, no lo conoces, nada que ver con lo que me habías contado de él, está grillado de verdad'). Pero a Luisa no iba a volverla a ver, él no lo sabía, yo sí. Dudaba que fuera tan malhablado con ella; sin ella desde luego lo era, los tacos le salían naturales, a buen seguro mucho más que a mí, que no debía forzarlos cuando tocaban pero sí instalarme en su registro, para mí bien conocido como para casi todo el mundo, pero que no solía frecuentar.

—Tú sabes lo que me molesta. Tú sabes lo que no te consiento, cabrón. A partir de hoy, ya te lo he dicho, tú no la vuelves a tocar.

Todavía tuvo arrestos. Jugaba fuerte. Se arriesgaba a encender mi tibieza, me la debía de notar, y a que se me fueran la mano y el dedo. Quizá le valía la pena: quizá intentaba no sólo tener razón sino privarme a mí de ella, abrirme bien los ojos, quitarse de encima el estúpido e inesperado problema y seguir con su vida, hacerme así desistir.

—Ya. Qué. Los golpes —dijo, y cada palabra se arrastraba como la música en la caja de música, le salían todas lentamente y como enganchadas, raspadas, había algo de chulería madrileña antigua, quizá, también, en aquella manera suya de hablar. Luego añadió una trivialidad, que sin embargo me dolió cuando entendí lo que me estaba diciendo, tardé unos segundos porque me costó entenderlo o no quise, o lo tuve que encajar—. Mira, chaval —otra vez la palabra odiosa que me disminuía—, cada sexualidad es cada sexualidad, con unas personas sale entera y con otras no. ¿Contigo no pasó? Vale, qué quieres que te diga, chaval, no lo sabía. Conmigo ha podido pasar y a cada uno hay que darle lo que le gusta. ¿O no? Yo no le he hecho nada que ella no haya querido, ojo. ¿Nos entendemos? Vamos a ver si no me culpas de lo que no tengo culpa, vamos a ver si nos entendemos, joder.

Sí, tardé unos segundos. 'Qué me está contando este tío', pensé. 'Me está contando que a Luisa le va que le casquen, me lo está contando a mí. No puede ser. Es mentira', pensé, 'la he conocido íntimamente durante años aunque ahora haga algún tiempo que no, y nunca le he visto el menor rasgo de eso, lo habría percibido aunque fuera mínimamente, algún indicio, un interrogante, un atisbo, este tío intenta escaquearse, intenta justificarse, librarse, ha comprendido por qué estoy aquí y que ese motivo sí es grave y lleva ya un rato preparando su explicación falaz, él sabe que lo que no voy a hacer es ir a preguntarle a Luisa y aprovecha para decirme que él sólo hace daño a quien se lo pide, algo así, pero Cristina me habló del espanto de las mujeres que se acostaban con él, de algunas, también de su silencio posterior o su ocultación de las prácticas, por qué callarán, si fuera una mala bestia lo contarían, se pondrían sobre aviso unas a otras, se prevendrían, por ejemplo esas putas con las que va, a veces hasta de dos en dos. Pero no, esto no puede ser y no es', me lo sacudí. Qué malo es que le cuenten a uno, de todas formas, qué malo es que nos metan ideas en la cabeza, aunque sean insólitas y descabelladas y aunque no se sostengan y resulten inverosímiles (pero todo tiene su tiempo para ser creído), cualquier dato que registra la mente se queda en ella hasta que lo alcanza el olvido y el olvido siempre es tuerto, cualquier relato o información y también hasta la posibilidad más remota se graba, y por mucho que uno limpie y restriegue y borre, ese cerco es de los que no salen jamás; cómo se entiende que la gente deteste el conocimiento y niegue lo que está ante sus ojos y no quiera enterarse de nada y repudie saber, que evite la inoculación y el veneno y lo aparte nada más vislumbrarlo o sentir su proximidad, lo mejor es no exponerse, qué comprensible es que casi todos hagamos caso omiso de lo que vemos y adivinamos y anticipamos y olemos, y que arrojemos a la bolsa de las figuraciones lo que se nos aparece claro durante un instante, antes de que se nos pueda asentar en el ánimo y nos lo deje turbado para siempre jamás, y así nada tiene de particular que no estemos dispuestos a conocer ningún rostro, ni hoy ni mañana ni ayer. 'Cuál es el mío ahora', me pregunté. 'Cuál es el de Luisa, que yo creía tener descifrado a todos los efectos y de arriba abajo, del pasado al futuro y del mañana al ayer, y viene este hijo de puta a hablarme de su sexualidad y a decirme que a él le pide caña en la cama, es de chiste, no debo creerle ni preguntarme siquiera al respecto, pero las personas cambian y sobre todo descubren cosas, los malditos descubrimientos que nos las quitan y se las llevan lejos, con la joven Pérez Nuix yo descubrí el placer de fingir que no se hace lo que se hace o de simular que no ocurre lo que está ocurriendo, no es lo mismo, creo yo, aquello fue algo político, un juego tácito, pero eso es lo que me diría este cabrón, que es todo un juego, un juego erótico, maldita sea la puta que lo parió, todo es posible pero no puede ser. El ojo morado de Luisa no era un juego, y una mierda era un juego, y sin embargo Custardoy ha dicho "Ya. Qué. Los golpes", por qué ha utilizado el plural si yo sólo he podido ver uno, quién sabe si bajo su vestido tendrá más, en su cuerpo, en este viaje yo no he visto a Luisa desnuda ni la voy a ver, seguramente no la veré nunca más y este hijo de puta sí, a menos que yo se lo impida y lo saque del cuadro ahora mismo y para siempre, sin vuelta de hoja y sin más espera, don't ever linger or delay, volver a montar el arma y apretar el disparador, es correr la mano sobre el cerrojo y mover un dedo, esto y esto, adelante y atrás y una bala en la frente y se acabó, llevo mis guantes, para siempre fuera del cuadro y se acabaron los golpes, se acabó la cama y las gracias y los donaires, está todo en mi mano y ni siquiera tengo por qué oírle ni hablarle más.'

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