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Y yo le había contestado cada vez, sin alacridad pero con deferencia: 'Sí lo hay, incipiente, quiero decir que podría haberlo. Pero aún es pronto para eso, no nos hemos encontrado en situación inequívoca de ayudarnos, de sacarnos el uno al otro de un apuro o de un dilema, son esas cosas las que crean el compañerismo. O la mucha costumbre, el tiempo que ya no se advierte'. Y luego: 'Sí es buena, ve mucho y afina; matiza, aunque sin florituras, no se recrea ni exhibe; sí resulta entretenida, cuando me toca interpretar junto a ella no suelo irritarme ni aburrirme, siempre la escucho de buen grado y sin esforzarme'. Y más adelante: 'Sí, es bastante guapa, sin exagerar. Pero tiene humor, es carnal y no se guarda la risa, lo más atrayente de las mujeres, tantas veces. Más que atraerme hasta el punto de tomarme molestias que ya no suelo tomarme, de dar un paso por ese rumbo, digamos que no le haría ningún asco si se me presentara la oportunidad de balde'. Recuerdo que recurrí al español para toda esta frase, no hay rival para 'no hacer ascos' en otras lenguas, y añadí: 'No es más que una hipótesis: no se me ocurre, ni me lo planteo. Estaría fuera de lugar, es mucho más joven que yo. En teoría yo no podría aspirar a ella'.

Wheeler me respondió con sincera extrañeza:

'¿Ah no? ¿Desde cuándo te pones límites? ¿Desde cuándo trabas? Si no me equivoco, eres más joven que Tupra, y, por lo que yo sé, él aún no se los pone, ni en ese ni en ningún otro campo.'

Podía estar hablando en general o haciendo una referencia concreta a la liaisonentre él y Pérez Nuix de cuya pasada existencia tenía yo tantas sospechas. Fue un dato más a favor de ellas.

'No todos somos iguales, Peter', le contesté. 'Y cuanto más mayores los hombres, más nos diferenciamos, ¿no? Usted debería saberlo. Tupra y yo somos muy distintos. Seguramente lo fuimos siempre, desde nuestras respectivas infancias.'

Pero él no me hizo caso, o se lo tomó a broma.

'Oh vamos vamos. No lograrás hacerme creer que te has vuelto tímido a estas alturas, Jacobo. O que te ha entrado complejo de edad y has desarrollado esa clase de escrúpulos. ¿Qué importan diez años más, o veinte? Cuando la gente es adulta, lo es ya para siempre, y se iguala todo muy rápido a partir de entonces. Es algo sin vuelta atrás, por fortuna, aunque haya algunas personas que nunca llegan a serlo, ni en el aspecto vital ni en el intelectual, cada vez hay más de esas y son una peste, yo no las aguanto, están llenas las tiendas, los hoteles y las oficinas, y hasta los hospitales y los bancos. Es algo deliberado, provocado por nuestras sociedades. Aunque no entiendo por qué, les va bien crear irresponsables. No sé cómo te lo explicas. Es como si les conviniera crear inválidos. ¿Cuántos años tiene esa chica tan lista?'

'No más de veintisiete, supongo. Tampoco muchos menos.'

'Bah. Es una mujer hecha y derecha, habrá ya cruzado lo que Joseph Conrad llamaba la línea de sombra, o estará a punto de hacerlo. Ya sabes, la edad en que la vida se encarga de uno, si es que no se ha hecho cargo de ella uno antes. La línea que separa lo cerrado de lo abierto, la página escrita de la página en blanco: allí donde empiezan a agotarse las posibilidades, porque las que uno descarta se van volviendo irrecuperables, y están más perdidas cada día que uno cumple. Cada fecha de penumbra; o de memoria, que es lo mismo.'

'Eso sería en tiempos de Conrad, Peter. Ahora, a los veintisiete, la mayoría de la gente se sigue sintiendo sin estrenar, cómo decir, con todas las puertas de par en par y la vida de verdad aún no iniciada, esperando eternamente. Se sale a edad más tardía, de esa escuela de los irresponsables. Y como acaba usted de decir: cuando se sale.'

'Sea como sea. La tuya le será indiferente a esa muchacha, si le interesas o te ve la gracia. Si tiene tanto ojo como decís, no se habrá dormido en la pubertad ni en la infancia, no se habrá enquistado, sino que estará plenamente incorporada al mundo, en su momento se subiría a él con prisa, quizá obligada por sus circunstancias. Y no será de las que se divierten con hombres muy jóvenes, si tanto acierta. Le resultarán transparentes, en exceso descifrables, con las tapas cerradas se conocerá ya todo el cuento.' Wheeler hizo una pausa larga, de las que anunciaban su cansancio de hablar, por teléfono se fatigaba pronto, a la mano del viejo le pesa hasta el auricular, a su brazo le cuesta mantenerlo en alto. Antes de despedirse añadió: Tupra y tú no sois tan distintos, Jacobo. Lo sois. Pero no tanto como tú te crees, o como quisieras. Y deberías estar menos solo ahí en Londres, te lo tengo dicho, aunque ahora estés más distraído y más ocupado. No es lo mismo'.

Allí la tenía yo ahora, a la chica tan lista, y guapa sin exagerar, en mi casa, de noche, en mi sofá, con su perro, su media abierta, para pedirme un favor, bebiendo demasiado vino, y fuera se veía la lluvia aposentada, cómoda, tan sostenida y fuerte que parecía iluminar ella sola la noche con sus hileras continuas como varas flexibles metálicas o como lanzas interminables, era como si excluyera para siempre el raso y descartara todo otro tiempo futuro en el cielo y no permitiera ni concebir su ausencia, al igual que los abrazos cuando se dan con sentimiento y ganas y la repugnancia cuando es repugnancia lo único que ya existe entre los mismos dos que se abrazaron antes; lo uno antes y después lo otro, casi siempre van las cosas en ese orden, no en el inverso. Allí estaba la joven Pérez Nuix hablándome, probablemente ya la mejor sin aguardar a que pasara más tiempo, la que más afinaba y la más dotada de nuestro grupo en el edificio sin nombre, la que más arriesgaba y quien más profundo veía de nosotros cinco, más que Tupra y más que yo y mucho más que Mulryan y Rendel, me pregunté si adivinaría o sabría cuáles iban a ser mis reacciones y mi respuesta cuando por fin me pidiera a las claras lo que había venido a pedirme tras su caminata, mojada bajo el paraguas. Y pensé que sin duda habría hecho sus mediciones, sus cálculos y sus pronósticos, y que seguramente sabría lo que yo aún ignoraba sobre mí mismo —quizá tenía su presciencia—; yo debía ir con pies de plomo y apartarme de sus previsiones, o a propósito contravenirlas, pero eso era difícil, porque también era capaz de prever cuándo y en qué yo me apartaría, intencionada y previsoramente, de sus previsiones por mí previstas. Así podíamos acabar anulándonos el uno al otro y nuestra conversación no tendría verdad ni sentido, como nada de lo que hiciéramos. Cuando las fuerzas están parejas, es entonces cuando se deponen las armas: cuando la lanza se arroja a un lado y se baja el escudo para tumbarlo en la hierba, la espada se hinca en la tierra y sobre su empuñadura cuelga el yelmo. Era mejor que descansara y no intentara anticiparme, menos aún ir en mi contra; mejor no ser artificial y beber más de mi copa, sin cuidado, tranquilamente, sabiendo que al fin y al cabo estaba en mi mano contestar 'Sí' o 'No', y todavía guiar la charla.

—Broccoli, Saltzman, Pevsner, todos nombres extranjeros, quiero decir no británicos. Resulta llamativo, ¿no?, un poco raro, que los productores de Bond sean de origen alemán o italiano. —Eso respondí a la vez que daba un trago, cediendo a mis curiosidades onomástico-geográficas y sin urgencia a entrar en materia. Debían de ser otros ingleses postizos, los miembros de aquellas adineradas familias. Entre unas y otras razones, en verdad había unos cuantos—. Aunque tengan la nacionalidad o hayan nacido aquí. Suenan a británicos falsos.

—Bueno, eso es de lo más normal, no sé qué quieres decir con falsos. Se tiene la idea equivocada de que aquí no hay demasiada mezcla o de que la presencia extranjera es muy reciente, con ese Abramovich que se ha adueñado del Chelsea y ese Al Fayed y otros árabes millonarios. Hace siglos que Gran Bretaña está llena de apellidos no ingleses. Mira a Tupra, mírame a mí, mira a Rendel y mírate a ti. El único de nosotros cuyo nombre no viene de fuera es Mulryan, y hasta cierto punto, tiene toda la pinta de ser irlandés.

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