Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Wheeler se quedó entonces callado y pensativo y volvió a llevarse el dorso de la muñeca a la frente, como para secarse un sudor súbito o como sí se tomara de nuevo la temperatura. 'Dame tu mano y paseemos', cité para mis adentros. 'Por estos campos de la tierra mía, bordeados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo'. Conocía este poema desde la infancia, era lo que le había dicho Antonio Machado a su esposa niña ya muerta, Leonor, muerta de tuberculosis a los dieciocho años. Valerie no había muerto, sino que se había matado con algunos más, no muchos, mirando su propio reloj de arena y sosteniéndolo en su mano. Pero también había dejado a Peter del mismo modo, solo, triste, cansado, pensativo y viejo. Por mucho que después hubiera hecho.

Podía haber esperado aquella revelación tras cuanto Wheeler me había ido relatando, pero me quedé tan parado que no supe qué decir en el instante. Y como él no siguiera hablando inmediatamente, mencioné algo de lo que no pude evitar acordarme, aun a riesgo de desviarle el pensamiento hacia otro lado y perderme el final de la historia:

—Eso fue lo que me dijo Toby que le había pasado a él. Se lo conté, ¿no se acuerda? —Y también me vino a la memoria la irritada sorpresa de Wheeler al oírmelo. '¿Eso dijo, "he visto matarse..."? ', había repetido con un respingo, sin terminar la frase—. Que había visto matarse a la persona que amaba.

Wheeler reaccionó en el acto, pero ahora más bien fue conmiserativo.

—Sí. Me decepcionó, me enfadó un poco cuando me lo contaste. En fin, tú qué sabías. A él nunca le sucedió tal cosa; pero le gustaba hacerse el misterioso, y dar a entender que tenía un pasado más turbulento, o más trágico, del que en verdad tenía; no lo era poco, por otra parte: también él pasó lo suyo, como casi todo el mundo que atraviesa una guerra larga. Sin duda se apropió de mi historia cuando te dijo eso, para adornar un poco más la suya. Es lo malo que tiene el contar, que la mayoría olvida luego cómo o a través de quién llegó a enterarse de lo que sabe, y hay personas que incluso creen haberlo vivido o alumbrado ellas, lo que sea, un relato, una idea, una opinión, una anécdota, un chiste, un aforismo, una historia, un estilo, a veces hasta un texto entero, de los que se apropian ufanamente, o acaso sí saben que están robando pero lo alejan de su pensamiento y así se lo esconden. Es algo muy de nuestro tiempo, que no respeta las prioridades. Quizá no debí enfadarme como lo hice, con el pobre Toby, retrospectivamente. —Wheeler se detuvo, bebió dos sorbos de jerez y después murmuró con desgana, casi con aversión—: Por suerte para él, nunca tuvo que ver eso. No es una escena soportable, te lo aseguro. Las tragedias más vale ahorrárselas. Nada puede compensarlas. No desde luego contarlas.

—¿Cómo fue? —Y mi educación me llevó a añadir lo que ya le había dicho en alguna otra ocasión, aunque esta vez hube de forzarme para poder cumplir con lo que desde niño se me había enseñado, que nunca hay que apretarle las tuercas a nadie—. Si no quiere no me lo cuente, Peter.

Temía que la señora Berry cerrase el piano y bajase en cualquier momento y por así decir deshiciese el ensalmo, aunque aún nos llegaba su música discretamente, me pareció que ahora interpretaba a Scarlatti, siempre piezas alegres, casualmente de transterrados, Scarlatti se había pasado media vida en España y al parecer allí había muerto sin que se supiera bien cómo ni dónde ni si tenía tumba, lo mismo que Boccherini: en Madrid probablemente, los dos en mi ciudad mal enterrados. País indiferente a los méritos y a los servicios prestados. País indiferente a todo, sobre todo a lo que ya no existe, o a la materia pasada.

—No es agradable de recordar, ni de oír tampoco, Jacobo. Pero creo que con todo puedo contártelo. Alguna vez hay que contar las cosas, supongo, al cabo de mucho tiempo, para que no parezca que no pasaron o que fueron sólo un mal sueño —me respondió Peter—. 'No sé cómo', había escrito Maria en su carta, y Valerie, desde que la leyó, no dejó de repetir, incluso a veces en alemán como si hablara con ella: 'Yo sí sé cómo, yo sé cómo, lo sé muy bien, en realidad fui yo quien se lo hizo saber a las SS' . Y también se reprochaba insistentemente: 'Los niños. Cómo no pensé en Use y los niños. Debí haber pensado en ellos, cómo es posible. Y en cambio ni siquiera los tuve en cuenta'. Los últimos días de su vida los pasó atormentada, en un verdadero infierno, y en ningún momento pensó contestar a su amiga. 'Prefiero que me crea muerta', decía. 'No podría soportar confesárselo.' ' Y si no se lo confesaras y te limitaras a ayudarla?', trataba yo de convencerla. 'Quizá se podría hacer algo por el niño, conseguirle algún tipo de permiso, y una beca, no sé, yo podría hablar con gente, y echarle una mano económicamente.' Siempre he tenido dinero de familia, mi abuelo materno, Thomas Wheeler, vendió con provecho los periódicos de los que era propietario en Nueva Zelanda y Australia, y a Toby y a mí, aún muy jóvenes, nos tocó una buena herencia a su muerte. Hasta le propuse que lo adoptáramos, al joven Rendl, con el nulo entusiasmo que me provocaba la idea. Pero Val estaba paralizada por el horror y el pesar, no quería saber nada, no reaccionaba. Se pasaba las noches en vela, y si algún rato caía rendida, se despertaba sobresaltada en mitad de la noche, llorando y empapada en sudor, y me decía con una angustia exaltada: 'Esas niñas. Si al menos yo hubiera averiguado la historia por mis propios medios, quizá habría tenido algún derecho, quizá, no lo creo. Pero la sabía por Maria, y la traicioné sin pensármelo, cómo pude hacer eso, cómo no caí en la cuenta. Y esas niñas muertas por mi culpa en un campo, no entenderían nada, y su madre que se montó con ellas, qué otra cosa iba a hacer la pobre, santo cielo...'. —Wheeler se paró un momento y se mordisqueó el dedo índice, pensativo y tenso. ('El pesar rondó tu cama', cité yo para mis adentros.) Luego dijo—: La traición no estaba en su esencia, y la delación aún menos. Es más, esas eran las últimas cosas de que habría sido capaz en circunstancias normales. Era una persona excelente, en la que se podía confiar a ciegas. Era la antítesis de la mala fe, de la insidia, no sé cómo decírtelo: era una persona limpia. Pero la guerra lo trastorna todo, o crea dobles lealtades inconciliables. Tampoco estaba en su esencia regatear esfuerzos, no colaborar con su país al máximo cuando su supervivencia estaba en juego. Ya tenía la espina clavada de no haber tenido valor para infiltrarse en territorio enemigo, así que habría sido imposible que se guardase aquel dato, el de Hartmut Rendl, una vez convencida de que aportarlo era importante y de que podía salvar vidas inglesas. Pero ahora su perspectiva había cambiado, como ocurre siempre en tiempo de paz, excepto para los que sabemos que el de guerra acecha constantemente y está a la vuelta de la esquina, aunque casi nadie más lo crea; y que lo que en la paz nos parece condenable, espantoso y exagerado, podría repetirse mañana con el consentimiento de la nación entera. 'Crímenes de guerra', se llama hoy a cualquier cosa, como si la guerra no consistiese en la comisión de crímenes, de antemano perdonados en su gran mayoría. Pero ahora Valerie no lograba ver la utilidad, de qué modo lo que ella había contado, la idea que había dado, habían contribuido a la victoria, o mejor dicho, estaba segura de que si se hubiese callado el resultado habría sido el mismo. Y sin duda no le faltaba razón, como la habrían tenido todos los demás británicos respecto a su particular grano de arena, con excepciones muy contadas. Es lo que también pasa en las guerras, Jacobo. Se hace todo lo necesario, y eso incluye lo innecesario. Pero quién distingue lo uno de lo otro en su día. A la hora de destruir al enemigo, incluso sólo de vencerlo, es imposible medir qué es lo que de verdad le hace daño y qué es matarle los caballos, o alancear moros muertos, como decís vosotros, o hacer leña del árbol caído. Y estas dos últimas expresiones las dijo Wheeler en mi lengua—. Yo intenté hacerle ver eso por todos los medios: 'Valerie, era la guerra', le decía, 'y en ella los soldados matan a veces hasta a sus compañeros, sabes lo que es el fuego amigo; o los mandos sacrifican a sus propias tropas, las envían al matadero y no siempre eso sirve de nada: piensa en Gallípoli, en Chunuk Bair, en Suvla, y no te quepa duda de que con los años sabremos de casos parecidos e igual de sangrantes en esta Guerra nuestra recién ganada. En todas caen inocentes y se cometen errores y frivolidades, y siempre hay políticos y militares imbéciles o desaprensivos, en todas partes. En todas hay superfluidades. ¿Qué te crees, que yo no he hecho cosas repugnantes, si las miro ahora, o en el futuro, que tal vez me podría haber ahorrado? Las hice en Kingston, y más en Accra, y en Colombo. Lo son ahora y lo serán más dentro de un tiempo, cuanto más lejanas, pero no lo eran entonces. Y eso es lo que no puede hacerse, mirarlas fuera de sus circunstancias y en frío. La vista no se vuelve atrás después de una guerra, ¿no lo entiendes? Para poder seguir viviendo'.

108
{"b":"146343","o":1}