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No supe por qué preguntarle antes, si por mi estudio o por Valerie, su mujer a la que ya había mencionado otra vez, aquel domingo le rondaba la lengua. Pensé que si mostraba demasiada curiosidad por su suerte, él podría retraerse y contestarme de nuevo: 'Eso... Déjame que te lo cuente otro día, si te parece. Si no tienes inconveniente'. Era posible que ya no hubiera otro día. Más valía que aquel relato llegara solo, si llegaba.

—A mí me han estudiado —repetí—. He visto un informe sobre mí en un viejo fichero de la oficina. ¿Quién lo escribió? ¿Fue usted mismo?

—Oh no, no fui yo, yo no he escrito nunca informes, los he dado de viva voz solamente, ya sabes, limitándome a lo esencial, por encima; lo otro, qué burocrático, qué aburrimiento. No, debió de ser Toby, durante la época en que enseñaste en Oxford. Él fue quien te descubrió, si me permites la expresión. El primero que habló de ti, a mí y me imagino que a otros. El que descubrió tus buenas dotes, creo que ya te lo dije, hace ¿qué, quince años? ¿Veinte? No, no serán tantos.

No me pareció muy verosímil. Podía ser, pero en ese caso, ¿quiénes eran el 'tú' y el 'ella' a que aquel informe aludía? '... Casi da miedo imaginar lo que sabe, cuánto ve y cuánto sabe*, decía. 'De mí, de ti, de ella. Sabe más de nosotros que nosotros mismos. Quiero decir de nuestros caracteres. O todavía más, de nuestros moldes. Con un saber que nos es ajeno.,.' Tal vez 'tu' era Cromer-Blake, mi otro amigo oxoniense de aquella etapa y que también lo era mucho de Rylands; y entonces 'ella' tenía que ser Clare Bayes, mi antigua amante de juventud a la que no había vuelto a ver nunca. Pero eso significaría que Cromer-Blake había pertenecido también al grupo, y no le pegaba nada; aunque quién sabía, en Oxford disimula tanto todo el mundo... En aquello no creí a Wheeler. Supuse que no quería decírmelo, quién había hablado de mí por escrito, y era fácil atribuírselo a un muerto. O confesarme que había sido él, seguramente. El pudor lo acechaba siempre, hasta cuando lo perdía un poco, como aquel domingo.

—¿Qué pasó con su mujer, qué pasó con Valerie? —Y de nuevo tuve una sensación de abuso en los labios, de profanación al pronunciar su nombre.

Ahora se llevó la mano a la frente, la que había tenido en la mejilla y en el mentón previamente, con la otra sostenía el bastón, lo empuñaba más bien con fuerza. Entornó los ojos como hacemos los miopes para ver mejor a distancia, y ya no los dirigió hacia mí, sino más allá, hacia algún punto del jardín o del río, por los ventanales.

—No calculamos bien, o ni siquiera se me ocurrió hacer el cálculo. De haberse creado el grupo antes, de haber tenido la idea quien quiera que la tuviera unos meses antes (Vivian, Menzies, Cowgill o Crossman, o puede que fuera el propio Delmer, o hasta el mismísimo Churchill), quizá no se le habría permitido ir tan lejos. Yo no la habría dejado al menos, supongo. Ellos sí: no se paraban en barras. —Y esto lo dijo en español, pararse en barras—. Pero yo no estuve aquí mucho durante la Guerra, con mis 'encargos especiales'; venía sólo de vez en cuando y brevemente, así que a lo mejor no habría podido impedirlo de todas formas. —Se detuvo. Debió de pensar que ya había empezado. Que aun así podía pararse. Creo que decidió no plantearse el dilema, y sencillamente siguió adelante—. Valerie, como casi todo el mundo entonces, quería colaborar, ayudar en lo que fuera. Hablaba muy bien el alemán, como te he dicho, porque había pasado muchos veranos de su infancia y adolescencia con una familia austriaca que tenía vieja amistad con sus padres, y la hija pequeña de aquel matrimonio era de su edad más o menos; luego había otras tres mayores, la primogénita le llevaba unos diez años. Ella iba a Melk en verano, a orillas del Danubio, en la Baja Austria, donde está la famosa abadía benedictina, ya sabes, el monasterio barroco... —Vio que yo no reaccionaba, así que agregó, como en un paréntesis—: (da lo mismo, no lo conoces)... y la chica de su edad pasaba la Navidad con ella en Inglaterra. Al estallar la Guerra, Valerie pensó en ofrecerse como infiltrada, en ser destinada a Alemania. Pero sabía que no era muy valerosa, que habría flaqueado fácilmente y habría sido descubierta en seguida. Tenía muy buena voluntad y era inteligente, pero le faltaba carácter para una actividad así. Le faltaban aplomo y capacidad de fingimiento, sin duda capacidad de engaño. Nunca habría sido una buena espía. En contra de lo que se cree a veces, la mayoría de la gente no sabe, no puede hacer eso. Además era muy joven, diecinueve años cuando empezó la Guerra, yo le llevaba siete y ahora ya le llevo tantos, no debería seguir aumentándolos. —Se miró la mano con resignación como si lo constatara en ella, venosa, arrugada, con manchas—. Se dedicó a labores de traducción e interpretación para el Foreign Office, hasta que en agosto de 1941 toda la propaganda, la blanca y la negra, pasó a ser competencia del PWE y éste reclutó todo el personal que pudo con conocimientos altos de alemán. El Political Warfare Executive —me explicó por fin, y yo traduje al instante para mis adentros, aproximativamente: 'El Ejecutivo de la Guerra Política', pensé; 'o el Ejecutivo Político de la Guerra; o quizá sería más adecuado "del Guerrear"—. Me pareció bien para ella. Lo bastante seguro. Yo no quería que corriera riesgos, quiero decir excesivos, que estuviera muy expuesta, porque obviamente todo el mundo los corría, en el frente como en la retaguardia, tú sabes eso. El PWE fue un departamento secreto y temporal, duró sólo lo que duró la Guerra y empezó a desmantelarse nada más firmarse la rendición incondicional alemana, el 7 de mayo del 45. Ni siquiera su nombre o sus siglas fueron del dominio público hasta mucho después. Mucha de la gente que trabajaba en él ignoraba, de hecho, que trabajaba en él, y creía prestar servicio en el PID del Foreign Office, el Political Intelligence Department, en principio una pequeña sección no secreta del Ministerio. Los que se ocupaban de la propaganda blanca (las emisiones de la BBC para Alemania y la Europa ocupada, por ejemplo, o los panfletos que arrojaba la RAF en sus incursiones, con pie de imprenta del Gobierno de Su Majestad y todo) solían desconocer absolutamente que también existía la propaganda negra, incluso la gris, y que la llevaban a cabo compañeros suyos, en divisiones aparte y en el mayor secreto. La enorme ventaja de la negra era que nunca se admitía su origen británico, y por supuesto se negaba nuestra autoría cuando hacía falta. Y que como consecuencia de ello, claro está, se operaba con las manos libres, sin apenas límites. Ten en cuenta que oficialmente nosotros no hacíamos ciertas cosas, aunque las hiciéramos bajo cuerda. Nunca las reconocimos, entre otros motivos porque muy pocos sabían que en realidad sí se hacían. Cuando Richard Crossman habló del PWE en los años setenta, en un artículo de prensa relacionado con el caso Watergate que entonces trajo cola (recuerdo que intervinieron Lord Ritchie-Calder y otros), admitió que aquí hubo durante la Guerra lo que él llamó 'un Gobierno interno', con unas normas y códigos completamente distintos de los del Gobierno público y visible, y añadió que eso era un aparato necesario en la guerra total. Crossman fue uno de los hombres importantes del PWE, aunque no tanto como Sefton Delmer, que era un genio y quien creó un nuevo concepto de la guerra psicológica meramente destructiva. Crossman había llegado a ser Ministro del Gabinete con Harold Wilson, en los años sesenta, así que su voz era respetada y no se lo podía contradecir así como así...

Wheeler se paró. Pensé que se habría cansado de nuevo o que tendría la boca seca de tanto hablar. Era increíble lo fluida que conservaba la palabra cuando no se atascaba, aunque fuera con aquella locuacidad ensimismada en la que posiblemente había vuelto a caer. Me pregunté cuándo regresaríamos a la joven Valerie, ya siempre joven y cada día más pequeña que él. Le pregunté si le apetecía beber, me dijo que agua y que me sirviera yo lo que quisiera, que se lo pidiera todo a la señora Berry, se disculpó por no haberme ofrecido nada hasta entonces. Le contesté que iría a la cocina yo mismo, prefería no molestarla. Le traje su agua y, tras abrir una cerveza fría para mí, aproveché para satisfacer una curiosidad menor:

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