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Tenía razón. A Wheeler se le escapaban pocas cosas aunque su cabeza pudiera no ser la de siempre y atendiera menos al exterior y estuviera desarrollando una especie de locuaz ensimismamiento (suponía que cuando estaba solo un ensimismamiento a secas). Sí, a algo había ido yo a Oxford, a algo había ido yo aquel domingo desterrado del infinito hasta su casa junto al río Cherwell, cuyo rumor sosegado o lánguido se oía muy débil desde donde estábamos, pero se oía, recordaba lo que le había atribuido mi pensamiento cuando se adormeció por fin, ya muy tarde, la noche en que había conocido allí a Tupra en el transcurso de una cena fría: 'Yo soy el río, soy el río y por tanto un hilo de continuidad entre vivos y muertos al igual que los cuentos que nos hablan de noche, me asemejo a los tiempos y también a los hechos, soy el río. Pero el río es el río. Y nada más'. Había ido a contarle a Wheeler lo que me había pasado o más bien lo que había hecho —en realidad no me había pasado nada: eran otros quienes de verdad habían salido perdiendo—, y a preguntarle si él podía haber previsto algo así cuando me introdujo en el grupo al que había pertenecido. Es decir, hasta qué punto sabía dónde me estaba metiendo con sus oficios de intermediario y a qué riesgos me sometía. Él debía de estar al tanto de las consecuencias que podían tener los informes y del uso que se les daba a veces, un uso inmediato y practico, en mi caso criminal y despiadado. Si en tiempos de relativa paz el resultado de uno de ellos era un homicidio y una detención de escándalo, la muerte de una persona inocente y la ruina de otra inducida a ser culpable, probablemente durante la Guerra, cuando el grupo se había creado y no habría mucho margen para comprobaciones y habría que tomar decisiones raudas, la interpretación de personas o la traducción de vidas o la anticipación de historias habría provocado la eliminación de gente y desastres y calamidades. Aunque además hubiera contribuido a evitarlas, de eso no me cabía duda. Tal vez Wheeler se hubiera visto entonces en alguna situación parecida a la mía de ahora, y él no era un desaprensivo, así hubiera esparcido en su día brotes de cólera, y de malaria, y peste, ese no era el que yo conocía. Tal vez no hubiera muerto uno solo, sino muchos, por causa de sus palabras, y acaso quienes no debían. Pero, de haberle sucedido eso, siempre habría tenido el consuelo, la justificación, el pretexto de estar en guerra. Yo no los tenía.

—Sí, he venido hoy por algo, Peter —le reconocí. Y lo puse en antecedentes y le expliqué lo ocurrido, como había hecho con Pérez Nuix la noche antes.

Wheeler me oyó en silencio, sin interrumpirme en ningún instante, ahora con el bastón en posición vertical, apoyado en el suelo, y una palma en la mejilla en ademán de escucha. Le conté de la primera cena con Dearlove y le conté de Edimburgo, así además descansaba su lengua cansada. Le hablé de mis sospechas —no, eran certezas— respecto al crimen sobre el que tanto especulaba la prensa aquellos días, lo imaginaba enterado.

—Sí, lo he leído en los periódicos. —Y rozó los que tenía a mano con la punta de los dedos, como si temiera mancharse—. Los despreciables dominicales vienen hoy llenos de eso, y Mrs Berry, que ve la televisión más que yo, también me lo ha comentado horrorizada y escandalizada. Y muy decepcionada: a ella le gusta la música de ese Dearlove, por lo visto. Tiene aficiones que desconozco. —Hizo una pausa y añadió, como si emitiera un dictamen—: Nunca se me habría ocurrido que vosotros tuvierais que ver en ello. Sorprendente que ese grupo aún me sorprenda. Aunque las cosas habrán cambiado más de lo que yo puedo figurarme, claro. —Pensó un poco más, luego dijo—: No sé, Jacobo. No sé en qué anda Tupra, me llama poco y me cuenta menos. Cuanto más viejo se hace uno más os vais alejando todos, no os lo reprocho. —Pero sí había reproche, también hacia mí, en esa frase—. Desde luego es el estilo de Tupra cuando no actúa por impulso y se toma su tiempo; en la medida en que lo conozco, no demasiado: Toby lo conocía más a fondo. O bueno, al que fue su discípulo, al que era antes. Se me hace difícil imaginar qué peligro podía representar ese cantante, para tenderle una trampa y quitarlo así de en medio. Pero nada es descartable, poco a poco se aprende a no descartar la peligrosidad de nadie. La encierra todo el mundo en principio, así hemos de verlo quienes nos dedicamos a esto. Y esto es proteger a los demás, no lo olvides, se trata de eso. Y de protegernos, porque si no nos resguardamos no protegeremos a nadie. Parece que tú no te equivocaste, en todo caso, si se han cumplido tan al píe de la letra tus vaticinios. Ese individuo era un peligro real, un desaforado, es evidente. Un homicida. No deberías atormentarte demasiado por eso.

—Sigue sin importarle que fume, ¿verdad? —Negó con la cabeza, le ofrecí de mi paquete, volvió a negar, me encendí un Karelias—. Me temo que se hayan cumplido tan sólo porque yo los hice, Peter —dije—. No es tan fácil. La cosa no ha pasado sin más, naturalmente, espontáneamente. Ha habido cálculo y artificio por medio, ha habido una maquinación, un montaje, una mano enterada a la que yo le había hecho la sugerencia, como si fuera un lago. Sin mis pronósticos nada habría sucedido, seguramente, y Dearlove no sería un homicida. Y ha muerto un chico que no tendría arte ni parte. Tal vez ni siquiera llegara a cobrar el encargo. Dudo que Tupra le adelantara el pago. Yo no sé cómo voy a vivir con eso. —Wheeler guardó silencio. Se me quedó mirando con la mano en la barbilla, con atención y cavilación, un poco como si yo le resultara nuevo, o como si se planteara qué hacer conmigo ante una situación sin arreglo, más que imprevista. Ni siquiera dijo 'Hmm', permaneció callado mirándome—. Cuando me metió en esto —le pregunté entonces—, ¿usted sabía que algo así podía ocurrir? ¿Que lo que usted llamó mi don o mi capacidad pudiera servir para esto, para que una persona muriera y otra fuese a parar a la cárcel? ¿Para que se tomaran medidas tan drásticas, para cambiar tanto las vidas, hasta para acabar con una? Yo no creo que pueda seguir en este trabajo. Prefiero que lo sepa antes que nadie, antes que Tupra. Al fin y al cabo, fue usted quien me llevó hasta él, y quien me habló del grupo.

Entonces me di cuenta de que había vuelto a atrancarse, de que no le salía la voz, o eran las palabras, de que lo había asaltado de nuevo su momentánea afasia, según él no fisiológica, sino como si la voluntad se le retirase: era la tercera vez que yo asistía a eso, luego no podía ser tan infrecuente como me había dicho. Al igual que en las dos ocasiones anteriores, no le había sucedido a mitad de una frase que yo pudiera ayudarle a concluir con conjeturas, como se hace con los tartamudos, sino desde un arranque. Pero además ahora no señalaba nada que me sirviera para orientarme (un cojín en la primera, el cartoonoriginal de Eric Fraser en la segunda, volado por el helicóptero). Con una mano se limitó a hacerme un gesto de que tuviera paciencia, de que esperase, como si él supiera que iba a pasársele pronto y que lo mejor era que lo dejara tranquilo, que no añadiera más preguntas a las que le había hecho, que no lo apremiase. Tenía los labios otra vez apretados, como si se le hubieran pegado y le costara abrirlos. El semblante no le había cambiado, sin embargo, seguía siendo de atención y cavilación, como si se preparara para decirme lo que fuera a decirme en cuanto pudiese, cuando recuperase el habla o liberase el vocablo que se le había atorado. Eso sucedió por fin al cabo de unos dos minutos. No hizo ninguna referencia a su dificultad, me contestó como si ese lapso mudo no hubiera existido:

—El problema no es el grupo, Jacobo —dijo—. Tú verás, pero no por dejarlo estarás más a salvo de que vuelva a ocurrirte lo que sientes que te ha ocurrido. En realidad no teha ocurrido. Simplemente ha ocurrido, y esa clase de cosas pueden darse en cualquier parte. Nadie puede controlar la utilización que se hace de sus ideas y de sus palabras, ni prever enteramente sus consecuencias últimas. En general en la vida. En ningún caso. No tiene sentido que me preguntes si yo sabía o no sabía: nadie sabe nunca lo que desata, en ninguna circunstancia, y todo puede servir para cualquier cosa, para esta y para su contraria. No había aquí más peligro de que desencadenaras desgracias del que habría habido si no te hubieras movido de tu casa, de Madrid, del lado de Luisa. —Me acordé de Custardoy un instante, de mi mano con pistola y de su mano deshecha. Wheeler, con su voz ya recobrada, seguía mirándome fijamente, como si me analizara. No pude evitar sentirme observado o más aún: espiado, descifrado, desentrañado. A continuación añadió, como si tras el examen se atreviera con un diagnóstico—: Sí podrás vivir con eso, descuida. A diferencia de Valerie, tú sí podrás vivir con lo tuyo, te lo aseguro, o con lo que has hecho tuyo. Por extraño que resulte, en algunos aspectos te conozco a ti mejor que a ella. A ti te hemos estudiado, a ella no llegamos a tiempo.

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