'¿Y exactamente qué es, el bottox? ¿Tú lo sabes?'
'Me lo dijeron en su momento, pero no presté mucha atención. Una toxina, creo; o una antitoxina; la verdad es que no me acuerdo nada.'
'¿La toxina botulínica? ¿Puede ser? La del botulismo. No sé si sabes que eso se utilizaba como veneno antiguamente.' Y le mencioné mi etimología intuida.
No pareció alterarse. A través de sus conocidas, y de alguna amiga insegura, sí debía de estar en verdad acostumbrada a los más sanguinarios y ponzoñosos remedios contra el envejecimiento.
'No me acuerdo. Puede ser. Tampoco me extrañaría, la mitad de esos especialistas estéticos son unos irresponsables, si es que no unos criminales. María me contó que dejó de ir a uno que la adelgazaba a lo bestia cuando un día entraron juntos en una farmacia, él dijo haberse olvidado el recetario en casa y para convencer a la farmacéutica de que era médico no se le ocurrió otra cosa que regresar un momento al coche y traerle un fonendoscopio que llevaba en el asiento de atrás, por allí suelto. Te imaginas, "Mire, tengo un fonendo, soy médico", y se lo agitaba en la cara. María dedujo que ni colegiado ni titulado ni nada de nada, por mucha clínica que tuviera montada, se quedó de hielo. Así que bueno, me lo creo todo.'
'¿Tú podrías averiguármelo, si es eso, la toxina botulínica?'
'Supongo. María lo sabrá seguro, o Isabel Uña, también anda con historias de estas, puedo preguntarles. Pero, ¿qué te traes tú con el bottox? ¿Estás pensando en ponértelo como un Berlusconi, o es tu amiga descuidada? A ti no te hace ninguna falta, aún no tienes ni media arruga, una cosa intolerable, lo tuyo.' No había perdido de vista mi primera consulta sobre la sangre caída, aún pensaba que alguien podía haberme manchado el suelo, alguien ocasional o no tanto. La perspectiva de que Luisa fuera a hacerme una pequeña averiguación me alegró el ánimo ingenuo. Era algo en común al cabo de mucho tiempo, algo nuevo (no los niños ni el dinero ni asuntos prácticos), aunque se tratase de una minucia. Y habríamos de volver a llamarnos pronto por eso, ella a mí o yo a ella, para que me diera la información conseguida. Nos quedaba una cuestión pendiente, y ahora eso era novedoso.
'Gracias, tú también estás muy tersa', le contesté con no más humor que galantería, y añadí: 'No, es por pura curiosidad. Me han hablado aquí de ello, y me gustaría saber si es la misma sustancia que en su día mató a un dirigente nazi importante, en el 42, Wheeler me habló del caso. ¿Qué efecto causa, eso lo sabes? El proceso'.
'Creo que paraliza los músculos de la zona inyectada y así la alisa y le da turgencia, no me preguntes por qué ni cómo. Por lo visto se quedan un poco inexpresivas las que se lo ponen, aunque yo no se lo he notado ni a María ni a Isabel, que son las que conozco que lo han probado. Claro que a lo mejor no coincidió que las viera cuando estaban bajo su efecto, creo que dura unos meses y se lo renuevan tras una pausa, que tienden a ir acortando. Bueno, un poco rígidas sí que las he visto, ahora que caigo, y como más tirantes, más compactas... No sé, esta obsesión', y sonó más pensativa; 'ya no es sólo la gente rica, ni sólo mujeres, ya te he dicho. Acabaremos todos en eso. Tú no sabes lo que se hace la gente hoy en día, lo que se mete y se saca, lo que se pincha y se raja y a lo que se somete. Se te pondrían los pelos de punta, si conocieras el detalle. Pero ya lo verás, acabaremos todos en eso, y aún nos reprobarán, a los que no nos prestemos, "Cómo es que vas así", nos dirán, "con esa carne fláccida, y esos pliegues, y esas bolsas; con esos surcos, o con esas grasas, o esos pellejos, cómo vas tan descuidada". Ya hay quienes lo comparan con ir al dentista, "¿Acaso no nos arreglamos un diente mellado, que hace tan feo, y nos colocamos fundas? Pues lo mismo el resto". Como si envejecer fuera un defecto, o una lacra consentida, una negligencia. Como si se pudiera elegir, y uno fuera culpable de su envejecimiento. O bien pobre, claro, sin medios para disimularlo. Parecer viejo acabará denotando eso, que uno es un paria, ya lo verás. Será otra separación, otra diferencia, por si no hubiera bastantes. Será como si anduviera uno con las ropas raídas. Ojalá no lleguemos a ver eso.'
Y entonces se quedó callada, como si estuviera considerando de pronto su propio caso. Nunca le había visto la menor veleidad o tentación al respecto: oía contar a sus conocidas y amigas más angustiadas por el paso del tiempo, reía con benevolencia ante sus extravagancias y experimentos, le daban lo mismo, o los daba por bien empleados si ellas se ponían así contentas con su supuesto mejor aspecto, aunque fuera tan de prestado y tan falso, o tan comprado; tan monstruoso a veces. Aquello nunca había ido con ella. Pero Luisa ya no era tan joven, y nunca había mencionado mi falta de arrugas —cosa de mi familia; estaba a la altura de Tupra— como un reproche comparativo, ni siquiera en el tono de broma en que lo había hecho ahora. 'Tal vez se empieza a preocupar, por efecto o influjo de los demás', pensé. 'No tendría motivos reales, no la última vez que yo la he visto; aunque mi criterio le serviría de poco si se ha inventado motivos (de eso nadie está a salvo) o alguien se los ha instilado (tampoco de eso se está a salvo), piensa que yo la miro con ojos demasiado buenos.'
'¿No estarás pensando tú en recurrir a esas cosas?', le pregunté. 'A ti sí que no te hacen falta.'
Rió un momento, así salió de su breve silencio cavilatorio.
'Si no me hacen falta hoy, será mañana, ni siquiera pasado mañana', dijo. 'Pero en todo caso no podría permitírmelas, seré de los parias y de los raídos.' Y volvió a reírse, decir esto le había hecho gracia. 'Aunque estás mandando mucho dinero desde que tienes ese trabajo del que no cuentas nada', añadió. 'Quiero darte las gracias, Deza, ahora mismo estamos ya a un paso del lujo. No hace falta tanto.' Era como si quisiera hacerse perdonar, por aceptarlo; por eso me llamó Deza y no Jaime, no quería sacarme nada ni estaba de mal humor por mi causa.
'Ya me las das tras cada transferencia. Es lo justo, tienes a los niños, yo estoy ganando bien ahora y tampoco tengo muchos gastos. Ya lo reduciré, si me aumentan.'
'Ya, pero podrías ahorrar. Preguntan que cuándo vienes.'
'No sé si será muy pronto. He de acompañar a mi jefe en un viaje, pero aún no sabemos cuándo, si dentro de una semana o de un mes o más tarde, hasta entonces estoy atado. A ver si después puedo, algún fin de semana con bank holiday.'Así llaman en Inglaterra a los festivos, los hacen caer todos en lunes, Navidad y Año Nuevo aparte. 'Pero ya ahorro, me alcanza. Y me compro buenos libros de viejo, mejores y más caros que nunca.'
'Pues conserva ese trabajo. A ver si alguna vez me cuentas algo, de eso que haces.' No creía que le interesara de veras, era una forma de mostrarse amable. No había manifestado curiosidad al respecto, en otras conversaciones. O es que eran siempre más cortas.
'Apenas hay qué contar', dije, y aquí mentí, sobre todo pensando en dos noches antes. 'Traducir de diplomacia y negocios es rutinario, aunque haya gente interesante por medio, de vez en cuando. Pero no lo conservaré si me canso, ya lo sabes.'
Aguardó un par de segundos y respondió:
'Sí, ya lo sé. Y a mí me parece bien eso, también lo sabes.'
La vi sonreír al decirlo, con los ojos de la mente despiertos. Estaba en otra ciudad, en otro país. Pero yo la vi muy bien desde Londres.
Le di las gracias, las buenas noches, nos despedimos, colgué. Pero no con el pensamiento. Alcé la vista, me levanté del sillón, me acerqué a la ventana de guillotina y la subí de golpe para airear la habitación, había estado fumando mientras hablaba. No llovía, no hacía ningún frío o eso me pareció en el primer instante, podría haber sido una noche de primavera temprana de no ser porque no era muy tarde, ni siquiera para Inglaterra, y sin embargo había ya anochecido unas cuantas horas antes, fuera se veía la pálida oscuridad de la Square o plaza, apenas alumbrada por esas farolas blancas que imitan la siempre ahorrativa iluminación de la luna, y las luces encendidas del hotel elegante, algo más lejos, y de las habitadas casas que albergan familias o bien hombres y mujeres solos, cada uno encerrado en su protector recuadro amarillo, lo mismo que yo para quien me observara. También me pareció oír una música muy débil, tanto que cualquier movimiento mío la tapaba o la ahogaba, así que me estuve quieto —otro cigarrillo en la mano— y traté de escucharla e identificarla sin éxito, llegaba tan tenuemente que no distinguía su clase ni tan siquiera su ritmo. Miré entonces, como de costumbre, por encima y más allá de los árboles y de la estatua y la plaza y hasta el otro extremo, en busca de mi vecino despreocupado y danzante.