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Sí me acordaba, palabra por palabra casi, en ninguna otra ocasión Rylands me había hablado con tanta intensidad, tan entregado a su memoria y prescindiendo tanto de su voluntad. Era cierto: no le gustaba recordar en compañía, y no quería dejar saber.

—Hablábamos de la muerte —dije. 'Lo grave de que la muerte se acerque no es la propia muerte con lo que traiga o no traiga, sino que ya no se podrá fantasear con lo que ha de venir', había dicho Rylands sentado en una silla de su jardín junto al mismo río pausado que ahora veíamos, el río Cherwell de terrosas aguas, sólo que la casa de Rylands daba a un tramo más selvático, más feérico, y mucho menos sosegador. A veces aparecían cisnes, a los que él lanzaba trozos de pan.

—¿De la muerte? También eso es raro —comentó Wheeler—. Es raro que hablara Toby, y es raro que nadie hable, más aún si ya se cuenta con ella, por enfermedad o por edad. O por carácter, también. —'Wheeler ya cuenta', pensé, 'pero más por su inteligencia que por su edad.'

—Cromer-Blake estaba ya muy enfermo, nos temíamos lo que luego pasó. Hablar de eso, y del poco tiempo, llevó a Toby a hacer recapitulación. —'Yo he tenido lo que se llama comúnmente una vida plena, o así la considero yo', había dicho Rylands. 'No he tenido mujer ni hijos, pero creo haber tenido una vida de conocimiento, que era lo que me importaba. Nunca he dejado de saber más de lo que sabía antes, y es indiferente dónde quieras poner ese antes, aunque sea hoy, aunque sea mañana.'

—¿Y te contó entonces lo que había hecho, te contó de sus andanzas? —me preguntó Wheeler, creí notar un poco de aprensión en su voz, como si pudiera estarse refiriendo a algo más concreto que haber colaborado con el MI6, que en el fondo, en Oxford, era algo intrascendente, vulgar.

—Quiso explicarme que él había tenido una vida plena, que no se había limitado al estudio y al conocimiento y a la enseñanza, como podía parecer —contesté. 'Pero también he tenido una vida plena porque esta vida ha tenido acción, e imprevistos', había dicho Rylands—. Y fue entonces cuando me confirmó lo que yo había oído como rumor por ahí: que había sido espía, esa fue la palabra que usó. Y yo deduje que había pertenecido al MI5, no se me ocurrió pensar en el MI6, quizá porque éste nos suena menos a los españoles.

—Eso te dijo. —No hubo tono de interrogación—. Usó esa palabra, hmm —murmuró Wheeler, como hacía tanta gente en Oxford, y Rylands también—. Hmm. —Vi a Peter tan meditativo y curioso que me pareció egoísta y de mal amigo no ampliarle el contexto, que tan bien recordaba, y no citarle verbatima su hermano menor—. Hmm —musitó otra vez.

—'Yo he sido espía', me dijo, 'como seguramente has oído y como lo han sido tantos de nosotros porque eso puede ser parte de nuestra tarea; pero no de oficina, como lo son ese Dewar de tu departamento y la mayoría, sino de campo'. —Noté en los ojos de Wheeler que acusaba la coincidencia con algunas de las expresiones que acababa él de emplear.

—¿Dijo algo más? —preguntó.

—Sí, dijo más: habló un rato seguido, casi como si yo no estuviera, y añadió algunas cosas. Por ejemplo dijo: 'Yo he estado en la India y en el Caribe y en Rusia, y he hecho cosas que ya no puedo contar a nadie porque resultarían ridículas y no se creerían, yo sé bien lo que se puede contar y lo que no se puede según los tiempos, porque he dedicado mi vida a saberlo en la literatura, y lo distingo'.

—Tenía razón Toby en eso, hay cosas que ya no pueden contarse aunque hayan pasado, o difícilmente. Los hechos de guerra suenan pueriles en los tiempos de relativa paz, y que algo haya ocurrido no es suficiente para admitir su relato, no basta con que sea cierto para resultar plausible. La verdad se vuelve inverosímil a veces con el paso del tiempo; se aleja, y entonces parece fábula, o ya no más la verdad. A mí mismo me parecen ficticios episodios que yo he vivido. Episodios importantes, pero de los que el tiempo que sigue comienza a dudar, quizá no tanto el propio, el de uno, cuanto las épocas, son las épocas nuevas las que rebajan lo anterior y lo que ellas no vieron, no sé, casi como si le tuvieran celos. A menudo el presente infantiliza el pasado, tiende a convertirlo en fantasioso y pueril, y así nos lo deja inservible, nos lo estropea. —Hizo una pausa, asintió con la cabeza al cigarrillo que dubitativamente me había llevado a los labios tras beberme el café (no sabía si podía molestarlos el humo a aquellas horas). Miró por la ventana hacia el río, hacia su tramo de río más civilizado y armónico que el de Toby Rylands. Había perdido momentáneamente toda prisa y toda impaciencia, suele ocurrir eso cuando se rememora a los muertos—. Quién sabe si no morimos por eso, en parte: porque se nos anula del todo lo que hemos vivido, y entonces caducan hasta nuestros recuerdos. Caducan las vivencias primero. Y luego también nuestros recuerdos.

—También todo tiene su tiempo para no ser creído, es eso, ¿verdad?

Wheeler sonrió vagamente, como a su pesar. No le pasó inadvertida mi inversión de su frase de hacía poco, del lema posible que compartía con Tupra, si es que era un lema y no una coincidencia de sus pensamientos, una afinidad más entre ambos.

—Pero aun así te contó —murmuró entonces Wheeler, y más que aprensión creí notar ahora fatalidad o vencimiento o resignación en su voz, es decir, rendición.

—No se crea, Peter. Contó y no contó. Aunque se abstrajera a veces, él nunca perdía del todo su voluntad, creo yo, ni decía más de lo que tenía conciencia de querer decir. Aunque fuera una conciencia remota o recóndita, o amortiguada. Exactamente igual que usted.

—¿Qué más contó y no contó, así pues? —Dejó de lado mi última observación, o se la guardó para más adelante.

—En realidad no contó, sólo dijo. Dijo: 'Nada de esto debe ya ser contado, pero yo he corrido riesgos mortales y he delatado a hombres contra los que no tenía nada personalmente. Yo he salvado vidas y a otra gente la he enviado al paredón o a la horca. Yo he vivido en África, en lugares inverosímiles y en otras épocas, y he visto matarse a la persona que amaba'.

—¿Eso dijo, 'he visto matarse...'? —No repitió entera la frase. Era grande la sorpresa de Wheeler, o era irritación acaso—. ¿Y eso fue todo? ¿Dijo quién, cómo fue?

—No. Recuerdo que se paró en seco entonces, como si su voluntad o su conciencia le hubieran dado a su memoria un aviso, para que no se extralimitara; luego añadió: 'Y asistí a combates', me acuerdo bien. Después siguió hablando, pero de su presente. Ya no dijo más de su pasado, o sólo en términos muy generales. Aún más generales.

—¿Puedo saber qué términos fueron esos? —La pregunta de Wheeler no sonó autoritaria, sino más bien tímida, como sime pidiese permiso; fue casi un ruego.

—Cómo no, Peter —le contesté, y en verdad no hubo reserva ni insinceridad en mi tono—. Dijo que su cabeza estaba llena de recuerdos nítidos y fulgurantes, espantosos y exaltadores, y que quien pudiera verlos en su conjunto como él los veía pensaría que eran suficiente para no querer más, para que la sola rememoración de tantos hechos y tantas personas emocionantes llenara los días de la vejez más intensamente que el presente de tantos otros. —Me detuve un instante, para darle tiempo a escuchar las palabras interiormente—. Con bastante aproximación, esos fueron sus términos o eso vino a decir. Y añadió que no era así, sin embargo. Que no era así, en su caso. Dijo que seguía queriendo más. Dijo que aún lo quería todo.

Ahora Wheeler pareció a la vez aliviado y entristecido e inquieto, o tal vez no era una cosa ni la otra ni otra, sino conmovido. Seguramente en su caso tampoco era así, por muchos recuerdos fulgurantes y nítidos que conservara. Seguramente nada llenaba bastante los días de su vejez, pese a sus maquinaciones y esfuerzos.

—Y tú le creíste todo eso —dijo.

—No tenía por qué no —contesté—. Y además habló con verdad, eso lo sabe uno a veces sin asomo de duda, que alguien habla con verdad. No son muchas, eso es cierto —añadí—. En las que no quepa ni la menor duda.

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