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—También Toby estuvo en el MI5, eso se contaba cuando yo enseñé aquí —dije—. Y bueno, la verdad es que en una ocasión él me lo confirmó.

—¿Te habló de eso? —Preguntó Wheeler—. Es raro. Raro y hasta muy raro, debiste de ser de los pocos a los que habló. Él estuvo más bien en el MI6, los dos estuvimos en él durante la Guerra, como casi toda la gente de Oxford y Cambridge, quiero decir los que teníamos suficiente formación y desenvoltura y sabíamos lenguas, y habríamos sido de utilidad mucho menor en los frentes, además, aunque alguno nos tocó pisar también. Que nos reclutaran o reclamaran el MI6 o el SOE pronto no tuvo nada de particular, es más, se empezaron a nutrir de nosotros para las tareas y puestos de responsabilidad. —Se percató de que yo no conocía estas últimas siglas y me las aclaró—: Special Operations Executive, funcionó durante la Guerra tan sólo, del 40 al 45. No, miento, fue desmantelado oficialmente en el 46. De verdad y del todo, bueno, supongo que nada de lo que existe se desmantela nunca del todo ni de verdad. Eran eso, ejecutores, y bastante brutos: el MI6 se dedicaba a la investigación y la información, bien, llámalo espionaje y premeditado engaño; el SOE al sabotaje, la subversión, los asesinatos, la destrucción, el terror.

—¿Asesinatos? —Me temo que ante esta palabra uno nunca sabe reprimirse y callar, aún menos que ante su compañera el terror.

—Sí, claro. Ellos acabaron con Heydrich, por ejemplo, el Protector del Reich en Bohemia y Moravia, una de sus mayores hazañas, qué ufanos estaban, el año 42. Fueron dos resistentes checos los que lanzaron granadas contra su automóvil y lo ametrallaron, pero la operación la había concebido y organizado el Coronel Spooner, uno de los jefes del SOE. Con escasa previsión, mal cálculo y regular ejecución, por cierto, quizá hayas oído hablar de ese episodio o lo hayas visto en películas, no sé si te ha interesado mucho la Segunda Guerra Mundial. Heydrich no recibió heridas mortales de necesidad; se creyó que salvaría la vida, y cada día de su convalecencia (resultó ser su agonía, bien) lo pagaban cien rehenes fusilados al anochecer. Tardó en morirse una semana, imagínate, y si de hecho murió fue, se dice, porque acabó por hacerle muy lento efecto el veneno que llevaban las balas. Bueno, eso según los alemanes: dijeron que habían sido impregnadas de toxina botulínica traída desde América por el SOE, no lo sé, puede que los médicos nazis metieran la pata, quisieran salvar el cuello y se inventaran eso. Pero si la historia es cierta y Frank Spooner mandó en efecto envenenar la munición, ya podrían haberla untado con algo más rápido y fulminante, ¿no?, quizá con curare, como los indios sus flechas y lanzas, ¿no? —Y Wheeler se rió un poco, sin alegría: por primera vez su risa me recordó a la de Rylands, que era breve y seca y un poco diabólica y no sonaba aspirada ( ja, ja, ja), sino plosiva, con una tclaramente alveolar, como es siempre la ten inglés: Ta, ta, ta, hacía. Ta, ta, ta—. Claro que habría dado lo mismo, la rapidez. Cuando Heydrich murió por fin, los nazis exterminaron a la entera población de Lidice, la aldea en que habían aterrizado con sus paracaídas los agentes del SOE que dirigieron el atentado in situ. No quedó un alma viva, pero eso no les bastó, así que redujeron el lugar a escombros, lo nivelaron, lo borraron del mapa, resultaba extraño su fuerte sentido espacial, una cosa malsana, su inquina a los sitios, como si creyeran en el genius loci, su odio espacial" —'Eso también lo tenía Franco', pensé; 'y por encima de todo odió a mi ciudad, Madrid, porque no lo quiso ni se le rindió hasta el final'—. Eran algo brutos los hombres del SOE, a menudo actuaban sin calibrar si las consecuencias compensaban o no la acción. Algunos soldados los detestaban, los despreciaban. Leí hace unos meses en un libro de Knightley que el Jefe de Bombardeos, Sir Arthur Harris, los tildaba de aficionados, ignorantes, irresponsables y mendaces. Otros dijeron cosas peores. Su efecto más beneficioso fue psicológico, en realidad, y eso no es desdeñable: saber de su existencia y de sus proezas (que eran más bien leyenda) elevaba la moral en los países ocupados, allí se les suponían poderes de los que carecían, y mucha más inteligencia e infalibilidad y astucia de las que jamás tuvieron. Fallaron mucho, ya lo creo. Pero la gente cree lo que necesita creer, eso lo sabemos, y todo tiene su tiempo para ser creído. ¿Dónde estábamos? ¿Por qué hablamos de esto?

—Me contaba de la gente de Oxford y Cambridge que ingresaba en el MI6 o en el SOE. —Basta con que a uno le mencionen y expliquen un nombre para pasar a emplearlo con casi familiaridad. Wheeler había dicho la misma frase que Tupra, 'todo tiene su tiempo para ser creído', pensé si sería un lema, conocido por ambos. Mientras Wheeler hablaba yo había ido echando vistazos al resto de su nota biográfica que ya no nos concernía: un hombre lleno de distinciones y honores, españoles, portugueses, británicos, norteamericanos, Comendador de la Orden de Isabel la Católica, de la del Infante Dom Henrique. Vi que entre sus escritos estaba este título de 1955: The English Intervention in Spain and Portugal in the Time of Edward III and Richard II. 'Lleva la vida entera estudiando las injerencias de su país en el extranjero', pensé, 'desde el siglo XIV, desde el Príncipe Negro, quizá le surgió el interés tras su paso por el MI6'—. Dijo que Toby perteneció al primero.

—Ah sí. Ah ya. Bueno, tú sabes de nuestro privilegio: se nos considera preparados, capacitados por principio para cualquier actividad, tenga o no relación con nuestros estudios o nuestras disciplinas. Y, bueno, esta Universidad lleva demasiados siglos interviniendo a través de sus vástagos en la gobernación de este país para que nos negásemos a colaborar cuando más se nos necesitaba. Tampoco se podía elegir entonces, no eran tiempos de paz. Aunque hubo quien lo hizo, hubo quien se negó. Y lo pagó, muy caro. Toda la vida. También quien fue agente doble y quien traicionó, habrás oído hablar de Philby, Burgess, Maclean y Blunt, su escándalo dosificado a lo largo de los años cincuenta y sesenta, y aun en los setenta, de Blunt nada se supo hasta el 79, cuando Mrs. Thatcher decidió incumplir su pacto heredado y hacer público lo que él había confesado en secreto quince años antes, y así hundirlo bien, lo desposeyeron de todo, empezando ridículamente por su título de Sir. En fin, siendo tantos los enrolados, nada hay de extraño en que surgieran cuatro traidores de nuestras Universidades, por suerte fueron de la otra los cuatro, no de la nuestra, eso lleva medio siglo favoreciéndonos calladamente, un poco más. —'El rencor espacial, el castigo al lugar', pensé, 'también aquí'—. Bueno, cuatro: los Cuatro de la Fama del Círculo de los Cinco, pero ha habido muchísimos más. —No entendí a qué se refería: 'The Four of Fame from the Ring of Five', habían sido sus palabras en inglés. Pero esta vez mi ignorancia la disimulé hasta en el gesto, no deseaba que por ella tuviese que interrumpirse más. 'Ringpodía ser 'anillo' también—. Yo entré, Toby entró, como tantos otros, no ha dejado de ser algo común, ni siquiera después de la Guerra, siempre han necesitado de todo y han ido a buscarlo a los mejores sitios, a los indicados. Y han necesitado siempre lingüistas, descifradores, gente que supiera idiomas: no creo que haya nadie de la SubFacultad de Eslavas aquí que no les haya prestado algún servicio alguna vez. No de campo, desde luego, ninguna misión, alguien de Eslavas estaba ya demasiado marcado por su profesión para serles útil allí, habría sido como enviar a un espía con un cartel en la frente que dijera 'Espía'. Pero sí los han requerido para traducir, hacer de intérpretes, descifrar, autentificar grabaciones y pulir acentos, realizar escuchas e interrogar, allí en Vauxhall Cross, o en Baker Street. Antes de la caída del Muro, claro está, ahora ya no los necesitan tanto, es el turno de los arabistas y los eruditos del Islam, éstos no se hacen aún verdadera idea de lo que les cae encima, no los dejarán en paz. —Me acordé entonces del cabezudo Rook, eterno traductor de Tolstoy y presunto e inverosímil amigo de Vladimir Nabokov, y de Dewar el Destapador, el Matarife, el Martillo y el Inquisidor (pobre Dewar aquejado de insomnio, y cuan injustos sus alias), que era hispanista pero leía a Pushkin en ruso, según descubrí, deleitándose con sus estancias yámbicas en alta o a media voz. Viejos conocidos de la ciudad de Oxford en la que había permanecido dos años pero siempre de paso, con casi todos había interrumpido el trato al regresar a Madrid. Cromer-Blake y Rylands muertos, con quienes había entablado mayor amistad. Clare Bayes de vuelta a su marido Edward Bayes, tal vez, o con un nuevo amante, en todo caso no quedaba hueco para mí como amigo, o para mí no había justificación, había sido secreta nuestra efusividad. Mantenía con Kavanagh un contacto esporádico, el jefe de mi SubFacultad, hombre divertido, gran hipocondriaco, quizá por eso escribía bajo aquel pseudónimo sus novelas de terror, dos formas distintas de adicción al pavor. Y Wheeler. Pero en realidad él era ya posterior a mi estancia, más bien una herencia de Rylands y su sucesor, su sustituto o relevo en mi vida, me enteraba ahora de su carácter familiar, el de la herencia y la sucesión, quiero decir. Wheeler se quedó pensativo un momento (quizá se apiadaba de algún arabista conocido suyo, y de su inminente sino acosado por el MI6), y luego retrocedió a algo anterior, insistió—: Es muy raro que Toby te contara nada de eso. A él no le gustaba que se supiera, ni recordar. Como de hecho tampoco a mí, no creas ahora que voy a relatarte andanzas en el Caribe ni en el África Occidental ni en el Sudeste Asiático, según las imprecisas acusaciones del Who's Who. ¿Qué te dijo en aquella ocasión? ¿Te acuerdas de cómo fue?

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