Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Y allí estaba Nin en la novela de Fleming, bastante al principio, no tardé en encontrarlo, Wheeler había marcado el párrafo como había hecho con otros en el Doble Diarioy en los demás libros, un lector minucioso y atento a la vez que impulsivo, escribía en los márgenes interjecciones burlescas, o notas despreciativas hacia el autor (no pasaba un razonamiento falso, ni la mentira, ni la ignorancia, ni la tontería: 'Silly', o 'Foolish', dictaminaba parco y contundente a veces), o también entusiastas según los casos, y llamadas meramente rememorativas, y signos de admiración o de interrogación cuando no daba crédito a algo o lo juzgaba ininteligible, y en ocasiones garabateaba 'Malo' (el trapacero e incompetente, Tello-Trapp o el que fuese, se había llevado unos cuantos) y señalaba con una flecha lo condenado por su maquinadora cabeza y sus exigentes ojos minerales, o 'Excelente' cuando una frase le parecía acertada o lo conmovía, 'Quite moving ', había leído una vez, creo que en el Homenajede Orwell. 'Quite right', ponía con aprobación también a veces, lo había visto en Benet, y 'Quitetrue' a menudo en Thomas, a quien debía de conocer en persona al haber éste enseñado muy cerca de Oxford, en la Universidad de Reading, lugar célebre por su vieja cárcel y por la balada que allí escribió el recluso C.3.3., no un alias precisamente.

El párrafo estaba hacia el final del capítulo séptimo, titulado 'The Wizard of Ice', es decir, 'El mago de hielo', en un juego de palabras intraducible con el famoso de Oz. 'Por supuesto Rosa Klebb', leí en inglés en ese párrafo, 'poseía una fuerte voluntad de supervivencia, o no se habría convertido en una de las mujeres más poderosas del Estado, y sin duda en la más temida. Su ascensión, recordó Krónsteen, se había iniciado con la Guerra Civil Española. En aquella época, como agente doble dentro del POUM —esto es, trabajando para el OGPU de Moscú así como para la Inteligencia Comunista en España—, había sido la mano derecha, y se decía que una especie de amante, de su jefe, el famoso Andreas Nin. Había trabajado con él entre 1935 y 1937. Luego él fue asesinado por órdenes de Moscú, y se rumoreaba que lo había asesinado ella. Tanto si esto era cierto como si no, a partir de entonces Rosa Klebb había ascendido, con lentitud pero en línea muy recta, por la escalera del poder, sobreviviendo a reveses, sobreviviendo a guerras, sobreviviendo (porque no forjaba lealtades ni se unía a ninguna facción) a todas las purgas, hasta que en 1953, con la muerte de Beria, aquellas manos manchadas de sangre se agarraron al peldaño (ya a tan pocos de la mismísima cúspide) que constituía el Jefe del Departamento de Operaciones de SMERSH.'

Ya puestos, lo tecleé. El OGPU me había aparecido en otros libros, y era lo mismo que la NKVD, o, de hecho, que la KGB más adelante, es decir, el Servicio Secreto soviético. Beria era, claro está, el celebérrimo Lavrenti Beria, Comisario de Asuntos Internos o jefe de la policía secreta durante muchos años y hasta la muerte de Stalin, su más astuto y despiadado instrumento en la organización de conspiraciones, depuraciones, purgas, ajustes de cuentas, reclutamiento forzoso, represión, chantaje, campañas de terror y difamación, interrogatorios, tortura y desde luego espionaje. En cuanto a SMERSH, iniciales que no conocía, explicaba Fleming en una nota previa, por él firmada, que: '... contracción de Smiert Spionam —Muerte a los Espías—, existe, y a día de hoy sigue siendo el departamento más secreto del Gobierno soviético. A principios de 1956, cuando fue escrito este libro, la fuerza de SMERSH, tanto en el interior como en el extranjero, era de unos cuarenta mil efectivos, y el General Grubozaboyschikov su jefe. Mi descripción de su apariencia es correcta. A día de hoy el cuartel general de SMERSH está donde, en el capítulo cuarto, yo lo he situado: en el número 13 de Sretenka Ulitsa, en Moscú...' Fui un momento a ese capítulo cuarto, que, bajo el título 'The Moguls of Death' —digamos 'Los Autócratas de la Muerte'—, comenzaba con los mismos o parecidos datos: 'SMERSH es la organización oficial del Gobierno soviético para el asesinato. Opera tanto en el interior como en el extranjero y, en 1955, daba empleo a un total de cuarenta mil hombres y mujeres. SMERSH es una contracción de Smiert Spionam, que significa "Muerte a los Espías". Es un nombre utilizado tan sólo por su personal y entre los funcionarios soviéticos. A ningún particular en su sano juicio se le ocurriría permitir que esa palabra atravesara sus labios...' Cuando los transeúntes pasaban por delante del número 13 de la ancha y mohína calle en cuestión, proseguía el narrador, bajaban la vista hasta el suelo con un escalofrío en la nuca o, si se acordaban a tiempo y podían hacerlo sin llamar mucho la atención, se cruzaban de acera antes de llegar a la ominosa altura del desgarbado y feo edificio. En fin, quién sabía, tampoco se me ocurrió dónde ir a mirar si SMERSH había existido de veras o si todo —con la nota previa a la cabeza— era una argucia de novelista para apuntalar o afianzar una falsa veracidad.

Volví a Rosa Klebb y al capítulo séptimo. La verdad es que nunca hasta entonces había leído una sola línea de Ian Fleming, pero sí había visto, como casi todo el mundo, las primeras películas de la serie Bond. Creía recordar a aquel personaje en su versión cinematográfica, una mujer madura, de pelo corto y lacio de color zanahoria, sin el menor atractivo ni escrúpulo, y que al final se enfrentaba a Connery de un modo inolvidable para el niño que era cuando debí de ver en Madrid Desde Rusia con amor(hube de colarme sin duda en algún cine permisivo: la censura franquista fue tan idiota siempre que aquellas cintas sólo eran aptas para mayores de dieciocho años): de la puntera de su zapato (o quizá de ambas) hacía surgir, mediante un mecanismo, una o dos tremendas navajas horizontales impregnadas de un raudo y fatal veneno, un mero rasguño de aquellos filos bastaba para que el arañado la palmara al instante y sin remisión, así que la mujer se liaba a patadas filosas con Bond o Connery y él la mantenía a distancia con una silla, como hacen los domadores de circo con sus decrépitos leones y tigres aburridos de puerilidades. En la película, también recordaba eso, el papel de la cruelísima Klebb lo había encarnado excepcionalmente la famosa cantante y actriz de teatro austriaca (raras sus apariciones en la pantalla) Lotte Lenya, máxima y más genuina intérprete de las canciones y óperas de Bertolt Brecht y Kurt Weill ( La ópera de tres peniquesla más conocida), y de hecho, si no me fallaba la memoria, mujer y viuda de este último, que había seguido componiendo para ella hasta su final, bastante anterior, desde luego, a aquella adaptación de Ian Fleming. El cual, dicho sea de paso, y a juzgar por las escasas páginas que leí en el estudio de Wheeler, me pareció mejor escritor, más hábil y perspicaz, de lo que la altiva Historia de la Literatura se ha avenido a concederle hasta ahora. La descripción que venía a continuación de Rosa Klebb, sin ir más lejos, contenía hallazgos curiosos y bien estimables, copié algunos párrafos: '...gran parte de su éxito se debía a la peculiar índole de su siguiente instinto más importante, el sexual. Porque Rosa Klebb pertenecía sin duda a la más infrecuente de todas las tipologías sexuales. Era neutra... Las historias de hombres y, sí, de mujeres, eran demasiado circunstanciadas para dudar de ellas. Podía disfrutar del acto físicamente, pero el instrumento no tenía ninguna importancia. Para ella el sexo no era más que un prurito. Y esta neutralidad psicológica y fisiológica suya la aliviaba al instante de tantas de las emociones y sentimientos y deseos humanos. La neutralidad sexual constituía la esencia de la frialdad de un individuo. Nacer con ello era algo magnífico y portentoso. El instinto gregario también estaba muerto en ella... Y por supuesto, en lo relativo al temperamento, era una flemática: imperturbable, tolerante con el dolor, haragana. Su vicio dominante sería la pereza. Por las mañanas le costaría arrancarse de su tibia y emporcada cama. Sus hábitos privados serían desaseados, incluso sucios. No resultaría agradable, pensó Kronsteen, asomarse al lado íntimo de su vida, cuando se relajara, ya sin el uniforme... Rosa Klebb tendría cuarenta y muchos años, supuso, guiándose por las fechas de la Guerra Española... El diablo sabe, pensó Kronsteen, cómo serán sus pechos, pero la uniformada protuberancia que reposaba sobre el tablero parecía un saco terrero llenado de cualquier forma...' ('Saco de harina, saco de carne', pensé, 'en ellos se clavan la bayoneta y la lanza'.) 'Las tricoteusesde la Revolución Francesa debieron de tener rostros como el suyo... Y sus caras transmitirían la misma impresión, concluyó Kronsteen, de frialdad y crueldad y fuerza de aquella —sí, tuvo que concederse la palabra emotiva— aterradoramujer de SMERSH'.

29
{"b":"146341","o":1}