Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Yo estaba ahora ya limpiando la mancha en casa de Wheeler con algodón empapado, la sangre no era muy fresca pero tampoco estaba del todo seca o reseca, y la madera bien barnizada, encerada, pulida, permitía irla quitando o sacando, aunque no sin hacer fuerza e insistir una y otra vez y gastar alcohol y algodones como no había supuesto, los iba dejando a un lado, en el cenicero de Peter —los ya ensangrentados—, y a la vez iba con cuidado para no dañar la tarima ni sustituir una señal por otra, con el alcohol no se sabe. Lo que más cuesta limpiar de esas manchas o hasta de gotas minúsculas es su cerco, su círculo, la circunferencia, no sé por qué eso se aferra al suelo muchísimo más que el resto, o a la loza del lavabo o del baño, allí donde las gotas o las manchas caigan, y además eso ocurre en seguida, incluso cuando la sangre es bien fresca, nada más ser vertida, habrá una ley física sin duda alguna, pero yo la desconozco. 'Tal vez', pensé, 'tal vez es una forma de agarrarse al presente, una resistencia a desaparecer que también oponen los objetos y lo inanimado, no las personas tan sólo, tal vez es la tentativa de dejar su huella de las cosas todas, de hacer más difícil su negación o su difuminación o su olvido, es su manera de decir "Yo he sido", o "Soy aún, luego es seguro que he sido", y de impedir que los demás digamos "No, esto no ha sido, nunca lo hubo, no cruzó el mundo ni pisó la tierra, no existió y nunca ha ocurrido". Y ahora, mientras sigo limpiando y empieza a ceder y a desdibujarse ese terco cerco de sangre, me pregunto si una vez que lo haya borrado del todo y ya no quede ni rastro comenzaré a dudar de haberlo visto, como Comendador en su día sus manchas, y de haber estado aquí de rodillas como una antigua fregona española, sólo que sin aquella almohadilla de espuma que se colocaban debajo para no hincar los huesos en el duro suelo, ya tenían bastante las pobres con enseñarnos los muslos de espaldas, quiero decir a los niños, o a los varones. Y cuando ya no haya ni el menor vestigio, entonces quizá empiece a no estar seguro de que esta mancha no fuera una figuración mía, causada por el desvelo y las muchas lecturas y las demasiadas copas y las voces contrarias y el desganado y lánguido rumor del río. Y por la sinuosa conversación con Wheeler.' Y durante unos segundos me vinieron ganas —o era superstición tan sólo— de no suprimirla para siempre y del todo, de dejar un resto que yo pudiera volver a ver a la mañana siguiente que ya se había iniciado según los relojes, un fragmento de circunferencia, una mínima curva que me recordara 'Soy aún, luego es cierto que he sido: tú me ves y tú me has visto'. Pero concluí mi faena y la madera quedó impoluta, nadie sabría ya de la sangre si yo callaba y no preguntaba nada a Wheeler ni a la señora Berry. Y bajé de nuevo ese tramo de la escalera y no arrojé a la basura de la cocina los algodones rojos o marrones y usados, sino que fui al cuarto de baño para devolver a su sitio el paquete y el bote y allí levanté la tapa del retrete y vacié en su interior el cenicero, para tirar de la cadena al instante —aún se conserva la frase, aunque ya no haya cadenas ni se tire de ellas— y así acabar con los testimonios últimos materiales.

'Qué suerte tienes siempre, cabrón', le había dicho a Comendador. 'Dejas tirada a una pobre chica que se ha partido la crisma y además se está desangrando, la abandonas creyéndola muerta o sin querer ni enterarte, y resulta que es ella la que te pide disculpas por el susto que te llevaste y te da las gracias por haberte largado sin ayudarla. Si eso me pasa a mí y hago lo mismo, si eso me sucede a mí y tengo tu comportamiento, seguro que mi chica se me habría muerto y encima resultaría luego que podría haberse salvado de no perder yo tanto tiempo. Y lo llevaría siempre sobre mi conciencia.' Comendador me había mirado entonces con una mezcla de superioridad y resignada envidia, conocía bien esa mirada suya desde la infancia y después la he visto en mucha otra gente a lo largo de mi vida, aunque no fuese a mí referida: es la de quien no quisiera ser como es —más seguramente por motivos estéticos, o digamos narrativos más que morales— y a la vez sabe que tiene las de ganar y las de salir bien parado siendo como es exactamente, y no como sus envidiados. 'Pero es que tu no habrías hecho lo mismo, Jaime, no habrías tenido mi comportamiento', me respondió. 'Tú te habrías quedado hasta hacerla revivir como fuera, y de no conseguirlo habrías llamado a un médico o a una ambulancia en seguida, aun con el género encima y quién sabe qué más en la casa o en el cuerpo de la chica metido. Aun con todo el riesgo. Y si se te hubiera muerto, habría sido porque le tocaba morirse de todas todas, no por tu huida o tu negligencia. Yo tengo esa suerte, ya lo sabes, la del cobarde, es mucho mayor que la del valiente o intrépido siempre, digan lo que digan los cuentos del mundo entero y las leyendas. En realidad nada ha pasado, y no sólo no me guarda rencor la chica, sino que tampoco Cuesta. Ni siquiera desconfía ni se siente decepcionado, eso habría sido un poco grave ahora mismo. Pero eso no quita para que yo haya comprobado cuál es mi carácter. No es que no lo supiera, ojo, pero ahora lo he experimentado, lo he sufrido en mi propia carne, como se dice, y así como ni la chica ni Cuesta se acordarán de este episodio muy pronto, si es que todavía se acuerdan, a mí jamás va a olvidárseme, porque lo que para mí ocurrió durante bastantes minutos fue que una cría se había muerto ante mis ojos y yo había salido por piernas con mi cargamento a buen recaudo y sin hacer nada por ella.' 'Bueno, fuiste a avisar, corriste, al menos procuraste que otros se hicieran cargo', le dije. Comendador no era de los que se engañaban, o no mucho (quizá se engañe más ahora, que se ha hecho respetable en Nueva York o Miami o donde haya ido). 'Sí, podía haber sido aún peor, todo cabe, pero tú y yo sabemos que lo que hice no es nada, no era eso lo que me tocaba. Así que aunque la chica esté bien y nada malo le haya pasado por culpa mía ni por mi egoísmo, también yo lo llevaré sobre mi conciencia de todos modos.' Y luego añadió con una media sonrisa, como desmintiéndose (su media sonrisa del colegio ante los compañeros o los profesores, la que acababa librándolo de la mayor amenaza o castigo, la que sembraba una duda y desmentía siempre, tanto lo que había afirmado un momento antes como lo que juraba mientras retiraba un labio y nos la descubría): 'Menos mal que mi conciencia tiene muchísimo aguante'. Era verdad que tenía suerte, fuese o no la del cobarde. Ni siquiera podía considerarse mala, a la postre, la de la lenta gota que le bailó en la nariz frente a un carabinero muy deductivo en Palermo. Había pasado una temporada entre rejas especialmente cortantes, pero a raíz de aquellos filos se había dejado de menudencias y de riesgos a ras de suelo y ahora era un empresario forrado, lo último que había sabido, apenas recibía noticias suyas y así lo prefería de hecho, prefería que se hubieran enfriado y espaciado nuestros contactos, o quizá habían terminado: hay hermanos y primos, hay amigos de infancia y hay antiguos amores con los que uno no sabe qué hacer de adultos. Quizá yo sea uno de esos, para algún otro, o para alguna vieja llama. De lo que no estaba nada convencido era de que en el lugar de Comendador mi comportamiento hubiera sido otro que el suyo. No podía comprobarlo, en todo caso, al no haberlo sufrido en mi propia carne, como se dice. Quién sabía. Nadie sabe hasta que le toca verlo, y aun entonces. El mismo individuo puede reaccionar de maneras distintas u opuestas según el día y el miedo y el ánimo, según lo que esté en situación de perder o la importancia que dé a su retrato o historia en cada etapa de su vida, según vaya a contar o a callar su comportamiento luego, sea noble o mezquino, sea vil o elevado, cualquiera que sea. O según espere que se le compute más tarde, que se relate, que lo cuenten otros si él muere y no puede. Nadie sabe de la próxima vez, aunque haya habido una previa, ninguna anterior nos obliga a nada, ni nos condena al filo de las repeticiones, y quien fue ayer generoso y valiente puede resultar traicionero y huidizo mañana, quien fue cobarde y delator hace siglos puede ser hoy leal y entero, y acaso el futuro nos condiciona y obliga más que el pasado, lo por conocer que lo conocido, lo no probado que lo descontado, lo por venir que lo acontecido, lo posible que lo que ya se ha dado. Y a la vez, sin embargo. Tampoco nada de lo que hubo se borra jamás del todo, ni siquiera la mancha de sangre frotada y limpiada y su cerco, un analista habría encontrado sin duda algún vestigio microscópico sobre la madera al cabo del tiempo, y en el fondo de nuestra memoria —ese fondo rara vez visitado— hay un analista que espera con su lupa o su microscopio (y por eso el olvido es tuerto siempre). O aún peor, a veces está ese analista en la memoria de otros a la que no accedemos ('¿Lo recordará, estará al tanto?', nos preguntamos aprensivamente. '¿Lo tendrá presente o se le habrá olvidado? ¿Se acordará de mí o me verá como alguien desconocido y nuevo? ¿Estará enterado? ¿Se lo diría su padre, se lo contaría su madre, me reconocerá, se lo habrán transmitido? ¿O desconocerá quién soy, lo que soy, y lo ignorará todo? '(Calla, calla y no digas nada, ni siquiera para salvarte. Calla, y entonces sálvate.)' Lo sabré por cómo me mire, pero quizá no lo sepa por eso mismo, porque quiera engañarme con su mirada'). Hay mucho que me pertenece o no, en mi memoria, sin ir más lejos. Quién sabía, quién sabe, nadie sabe. Y seguro que tampoco Nin tenía idea de que iba a resistir hasta la sepultura, cuando lo torturaron sus vecinos políticos en la lengua que él había aprendido y a la que bien había servido. Ahí, ahí mismo, al lado de mi ciudad, Madrid, en la que ya no vivo. Allí en un sótano o en un cuartel o una cárcel, en un hotel o una casa de Alcalá de Henares. Allí en la colonia rusa, donde nació Cervantes.

28
{"b":"146341","o":1}