Ulises te esperaba con el director desde hacía rato.
—Lo siento, he llegado un poco tarde —te disculpaste.
—¿Otro accidente en un taxi? —replicó Ulises sonriendo.
—No, he venido dando un paseo —no le seguiste la broma—, y cuando he querido darme cuenta.
—No importa —te interrumpió Ulises—. No importa, en la espera hemos repasado sus notas. Adrián Noguera, Estanislao Valle —añadió a modo de rápida presentación—. Siéntense por favor.
El director te estrechó la mano. Estanislao Valle era una figura reconocida en el mundo del cine. Sus películas, aun huyendo del tono comercial, conseguían atrapar al gran público. Había comenzado en la profesión con el llamado en su tiempo «Arte y ensayo», y su trabajo conservaba un sello personal. Tú le admirabas, por sus premios en festivales internacionales, y nunca habías entendido el fracaso de su última película. La elección de aquel director suponía que Ulises confiaba en ti. Estanislao Valle era una vieja gloria que volvía a trabajar después de nueve años sin estrenar, y lo haría con tu guión.
—Su idea es arriesgada. Difícil. Pero interesante —te dijo—, muy interesante. Las dificultades que plantea suponen un reto para encontrar soluciones. Y a mí me encantan los retos.
Simpático, Estanislao Valle se te hizo simpático con la primera frase. El director sostenía una pipa apagada en la mano, mordisqueaba la boquilla; sus palabras resbalaban silbando desde la comisura de su boca y la pajarita anudada a su cuello se movía al ritmo que marcaba el movimiento de sus labios:
—Con su perspectiva se puede hacer un buen trabajo. Una buena película es un buen estímulo para hacerme volver.
—Hemos pensado —intervino Ulises— que sería bueno que Estanislao colaborase en el guión.
—Estupendo —contestaste sin pensarlo, creyendo que sería una colaboración limitada y externa: lecturas, consultas, aprobación.
—Bien. Estaba seguro de que aceptaría, Noguera —dijo Ulises, demasiado satisfecho a tu parecer por algo tan natural—. Estanislao y usted escribirán juntos el guión —a él le llamaba Estanislao, a ti Noguera—. Me he tomado la libertad de redactar un nuevo contrato. Por supuesto, las condiciones económicas no varían —extendió el documento sobre la mesa, y te ofreció su propia pluma sacándola del bolsillo de su chaqueta.
Firmaste. Qué otra cosa podías hacer. Tu simpatía inicial hacia el director se convirtió en recelo. Ya no aparecería tu nombre en solitario detrás de la palabra guión en los títulos de crédito.
En cada letra de tu nombre que garabateabas, sentías que te arrebataban una pequeña parte de tu idea; completaste tu nombre despacio, rubricaste, y aceptaste compartir la idea entera. Tu idea. La entregaste.
—¿Cómo está su esposa, Noguera? —te dijo Ulises mientras guardaba su pluma.
Y sin esperar tu respuesta añadió:
—Salúdela de mi parte. Por favor.
A continuación, Ulises os propuso que escribierais el guión en un cortijo que poseía junto al mar, una propiedad que heredó de su padre, muy cerca de Punta Algorba, la costa de moda que acogía a la intelectualidad y donde se celebraba todos los años un prestigioso festival de cine. Una zona tomada por pintores, escritores, cineastas, que habían acudido a la llamada de la inspiración, detrás del primero que se instaló allí. Tú siempre habías deseado ser uno de ellos. Algún día tendrías tu propio chalet, y sería otro el que te envidiaría a ti.
—Mi casa se llama Aguamarina, tiene nombre de color azul, como su guión.
—Y como la piedra preferida de Molly Bloom —replicó Estanislao Valle. Tú le miraste en silencio, imaginando que su pajarita se podría echar a volar de un momento a otro—. Me parece una idea estupenda. Conozco el cortijo, es ideal para la concentración, nadie nos molestará. Trabajando allí los dos juntos, podríamos acabarlo en un par de meses.
—Un lugar aislado. Un sitio tranquilo para trabajar. Lleve a su esposa, Noguera —te sorprendió que Ulises hiciera la invitación extensiva a tu esposa y no mencionase a la de Estanislao—, yo iré a verles. Tengo que asistir al estreno de la película de Fisher Arnld, podremos ir juntos.
Aceptaste, de nuevo sin consultar a Matilde.