Duncan reflexionó unos minutos más, y luego se dirigió a la más pequeña de las cabañas. Una vez allí, desconectó las líneas que proporcionaban la energía desde las principales baterías cargadas por la dimano solar. Se sentó a esperar un poco. La aislada cabaña tardaría en perder todo su calor, pero no pasaría mucho tiempo sin que se notara un descenso de la temperatura, apreciable en los termómetros. Las baterías de emergencia de pequeño voltaje que había en la cabaña no le servirían de mucho a Lellie, suponiendo que se le ocurriera conectarlas.
Esperó una hora, mientras el lejano sol se ponía y el brillante arco de Callisto empezaba a surgir por el horizonte. Luego regresó a la ventana de la cabaña para observar los resultados. Llegó a tiempo de ver a Lellie poniéndose precipitadamente el traje espacial a la luz de un par de lámparas de emergencia.
Duncan murmuró una maldición. El proceso de congelación no iba a servir para nada. Además de que el calorífero traje espacial protegería a Lellie contra el frío exterior, la muchacha disponía de una reserva de aire muy superior a la suya... y en el interior de la cabaña había muchas botellas llenas que no se verían afectadas aunque el aire libre se helara hasta convertirse en sólido.
Esperó hasta que la muchacha se hubo colocado el casco, y entonces puso en funcionamiento su propio transmisor. Vio que Lellie se detenía al oír el sonido de su voz, pero no contestó. De pronto, desconectó deliberadamente su receptor. Duncan lo mantuvo conectado, preparado para el momento en que la marciana recobrara el juicio.
Duncan volvió a examinar mentalmente la situación. Su intención había sido la de abrirse paso hacia la cabaña sin causar daños en ella, a ser posible. Pero, si Lellie no experimentaba los efectos del frío, aquello parecía difícil. Lellie tenía sobre él la ventaja del aire. Y aunque era cierto que embutida en su traje espacial no podría comer ni beber, lo mismo, desgraciadamente, le sucedía a él. La única solución que parecía posible era forzar la cabaña.
A regañadientes, se dirigió de nuevo a la cabaña pequeña y conectó el soplete eléctrico. El cable se arrastró como una serpiente detrás de él mientras se dirigía una vez más hacia la cabaña grande. Al llegar junto a la curvada pared metálica, se detuvo a pensar en lo que iba a hacer... y en las consecuencias; En primer lugar tenía que abrir un boquete en la plancha exterior; luego, el material aislante: éste no presentaría ningún problema, ya que se derretiría como la mantequilla, y sin oxígeno no ardería. La parte más difícil sería atacar la plancha interior. Lo más prudente sería empezar dando unos pequeños cortes, para dejar que escapara lentamente el aire a presión del interior de la cabaña. Si permitía que saliera de golpe, la fuerza del impacto podía lanzarle a una distancia considerable. Y, ¿qué haría Lellie? Lo más probable era que intentara tapar los agujeros a medida que él los iba abriendo... una tarea bastante difícil. Las dos planchas podían ser soldadas de nuevo antes de que Duncan airease de nuevo el interior de la cabaña por medio de los cilindros... La pequeña pérdida de material aislante no importaba... De acuerdo, manos a la obra...
Levantó el soplete y apretó el gatillo. Volvió a apretarlo, y lanzó una maldición entre dientes, recordando que había desconectado la energía.
Tuvo que regresar a la cabaña pequeña y conectar de nuevo la línea a las baterías. La luz que brotó repentinamente de las ventanas de la cabaña grande iluminó las rocas. Se preguntó si el restablecimiento de la energía sugeriría a Lellie lo que estaba haciendo. ¿Y qué? De todos modos, no tardaría en saberlo.
Una vez más Duncan se instaló al lado de la pared metálica de la cabaña grande. El soplete funcionó ahora perfectamente. Sólo tardó unos minutos en cortar un círculo de unos dos pies de circunferencia. Sacó el trozo de chapa, y examinó la abertura. Luego, cuando alzaba de nuevo el soplete, oyó un chasquido en su receptor: la voz de Lellie resonó en su oído:
—Será mejor que no trates de cortarlo. Estoy preparada para ello.
Duncan vaciló, con su dedo índice apoyado en el gatillo del soplete, preguntándose cómo demonios había podido adivinar lo que estaba haciendo. El tono amenazador de la voz de la muchacha le intranquilizó. Decidió acercarse a la ventana para ver lo que estaba haciendo Lellie, si es que estaba haciendo algo.
Lellie estaba de pie junto a la mesa, embutida aún en su traje espacial, entretenida con un aparato que había puesto encima. De momento Duncan no consiguió adivinar lo que estaba haciendo.
Había allí un saco de plástico, medio hinchado, y atado de algún modo al tablero de la mesa. Lellie estaba acoplando una placa de metal a un pequeño intersticio. A un lado del saco había conectado un alambre. Los ojos de Duncan recorrieron aquel alambre hasta llegar a una batería, una bobina, y un detonador unido a un manojo de media docena de cartuchos de dinamita...
Duncan quedó desagradablemente informado. Era algo muy sencillo, aunque tremendamente eficaz. Si la presión del aire en el interior de la cabaña disminuía, el saco se hincharía: el alambre establecería contacto con la placa: la cabaña volaría...
Lellie terminó su tarea, y conectó el segundo alambre a la batería. Luego se volvió a mirar a Duncan a través de la ventana. Resultaba endiabladamente difícil creer que detrás de aquella estúpida falta de expresión de su rostro, la muchacha pudiera darse perfecta cuenta de lo que estaba haciendo.
Duncan trató de hablar con ella, pero Lellie había cerrado su receptor y no dio la menor muestra de querer abrirlo otra vez. Se limitó a permanecer allí de pie mirando fijamente a Duncan, mientras él se sentía roído por la ira. Al cabo de unos instantes Lellie se acercó a una silla y se sentó a esperar.
—De acuerdo —gritó Duncan debajo de su casco—. ¡Pero tú volarás con ella, maldita seas!
Lo cual, desde luego, era una tontería, ya que no tenía la menor intención de destruir la cabaña ni de destruirse a si misma.
Duncan no había aprendido a conocer lo que había detrás de aquel estúpido rostro: Lellie podía estar fríamente decidida, o podía no estarlo. Si se hubiera tratado de darle a un interruptor que ella tuviera que apretar para destrozar la cabaña, Duncan podía haber corrido el peligro de que los nervios de la muchacha fallaran. Pero, de este modo, sería él quien apretaría el interruptor, en cuanto hiciera un agujero para que saliera el aire.
Una vez más, se dedicó a reflexionar sobre la situación. Tenía que existir algún medio de entrar en la cabaña sin hacer salir el aire... Se estrujó el cerebro durante unos minutos, pero si existía tal medio, él no era capaz de descubrirlo. Además, no existía ninguna seguridad de que Lellie no hiciera estallar la carga si se asustaba demasiado...
No, no se le ocurría ningún medio. Tendría que utilizar la canasta para catapultarse a Callisto.
Alzó la mirada hacia Callisto, que ahora colgaba, enorme, del cielo, con Júpiter más pequeño, pero más brillante, detrás. Lo que le preocupaba no era el vuelo, sino el aterrizar allí. Tal vez si pudiera rellenar la canasta con toda la guata que consiguiera encontrar... Más tarde, podría pedir a los hombres de Callisto que le acompañaran en su viaje de regreso al satélite; y entre todos encontrarían algún medio para entrar en la cabaña. Y Lellie lamentaría amargamente su actitud. La lamentaría amargamente...
Al otro lado de la cabaña estaban alineados los tres cilindros, cargados y listos para emprender el vuelo. A Duncan no le importaba admitir que aquel vuelo le asustaba: pero, asustado o no, si Lellie no se decidía a conectar su receptor para escucharle, aquella sería su única oportunidad. Y retrasarlo no serviría más que para disminuir la carga de su provisión de aire.
Ya decidido, se dirigió hacia el lugar donde estaban alineados los cilindros, La práctica hizo que para él fuera un juego de niños situar el más próximo de los cilindros sobre la rampa. Otra ojeada a la inclinación de Callisto contribuyó a tranquilizarle; al menos podría llegar allí directamente. Si el poste de señales de Callisto no funcionaba, podría establecer comunicación con ellos a través de su transmisor individual cuando estuviera más cerca.