Wembling habló con entusiasmo de los progresos que estaba realizando en sus nuevas instalaciones, las cuales se encontraban a cincuenta millas a lo largo de la costa, en ambas direcciones.
—Para mí es un quebradero de cabeza el que haya usted decidido construir esas nuevas instalaciones tan separadas una de otra —dijo Dillinger—. Tengo que vigilarlas.
Wembling se inclinó hacia adelante y palmeó su brazo.
—Está usted haciendo un buen trabajo, Ernie. Desde que está aquí, no hemos tenido ninguna dificultad. No dude del hecho que hablaré de usted como se merece donde más pueda favorecerle.
—En esta península hay espacio para cincuenta hoteles —dijo Dillinger—. Y para unos cuantos campos de golf.
Wembling le dirigió una velada sonrisa.
—Política y leyes —murmuró—. Manténgase apartado de ambas, Ernie. Tiene usted cerebro y talento, pero no esa clase de cerebro y de talento.
Dillinger enrojeció y volvió a mirar a través del ventanal. La embarcación de pesca era una simple mancha en el horizonte. Probablemente navegaba con lentitud, pero desde aquella distancia parecía que estaba inmóvil.
—¿Ha oído usted algo acerca del comandante Vorish? —preguntó Wembling.
—Lo último que oí fue que había salido en el Hiln en viaje de prácticas.
—Entonces..., ¿no le fusilaron?
—Le hicieron un expediente —dijo Dillinger con una sonrisa—. Pero llegaron a la conclusión que merecía una citación por haberse desenvuelto con la mayor eficacia en una situación difícil. Mi opinión es que cualquier medida que hubieran tomado contra él habría provocado cierta propaganda, y hay alguien que no desea propaganda. Desde luego, no sé nada acerca de política y de leyes. ¿Deseaba usted acaso que fusilaran a Vorish?
Wembling sacudió la cabeza pensativamente.
—No. No le guardo ningún rencor. El rencor no produce beneficios. Los dos teníamos un trabajo a hacer, pero él enfoco el suyo de un modo equivocado. Lo único que yo deseaba era que me dejaran continuar el mío, y después que él se marchó escribí a algunos amigos para que no le ocurriera nada. Pero pensé que le expulsarían de la Marina, y de ser así me hubiera gustado verle de nuevo en Langri. Creo que comprendía a esos indígenas, y siempre puedo utilizar a un hombre en tales condiciones. Le dije que se mantuviera en contacto con mi oficina de Galaxia, y allí se encargarían de facilitarle el regreso aquí. Pero no he vuelto a saber de él.
—No le fusilaron. La próxima vez que le vea usted, probablemente será almirante.
—Lo mismo le digo a usted —dijo Wembling—. Si algún día deja la Marina, vuelva a Langri. Tendré que regir una empresa de gran envergadura, y necesitaré a todos los hombres capaces que pueda conseguir. Y los hombres capaces no son fáciles de encontrar.
Dillinger volvió el rostro a un lado para ocultar su sonrisa.
—Gracias —dijo—. No lo olvidaré.
Wembling dio una palmada en la mesa y se puso en pie.
—Bueno, tengo que marcharme a trabajar. ¿Una partida de ajedrez esta noche?
—Será mejor dejarlo para otro momento —dijo Dillinger—. Tengo mucho trabajo acumulado...
Contempló a Wembling mientras se alejaba. Tenía que admirar al hombre. Aunque le detestara, y detestara sus métodos, tenía que admirarle. Era un verdadero hombre de empresa.
Protz estaba esperándole cuando regresó a su oficina: comandante Protz, ahora, capitán del Rirga, la nave insignia del Escuadrón 984 de Dillinger. Dillinger le saludó y habló por su teléfono interior.
—Que nadie me moleste —dijo. A continuación se volvió hacia Protz—. ¿Qué hay de esa nave?
—Estamos completamente despistados —dijo Protz—. Definitivamente, no se estrelló. Según el centinela, efectuó un aterrizaje perfecto detrás del bosque. A Wembling no le falta ninguna nave de suministro, y nosotros sabemos que no es nuestra. Los aviones de reconocimiento han estado volando por encima de las copas de los árboles en aquella zona, y no han podido ver nada.
—De modo que no era de Wembling... —murmuró Dillinger. Desde que había recibido el primer informe acerca de la nave sin identificar, al amanecer de aquel mismo día, había estado pensando que sería de Wembling. Hizo dar media vuelta a su silla y miró hacia el mar—. De modo que los indígenas tienen visita...
—Quienesquiera que fuesen, eran esperados —dijo Protz—. Camuflaron apresuradamente la nave. Tal vez los indígenas disponen allí de un campo de aterrizaje semioculto.
—Wembling cree que alguien de su flota de suministro ha estado manteniendo a los indígenas en contacto con su abogado. Supongo que teníamos que haber comprobado la frecuencia de onda de todas las radios del planeta. Pero esto significaba tener que dejar una nave en órbita, y necesitamos a todos los hombres, puesto que Wembling se ha empeñado en construir hoteles por todos los sitios. Bueno, la nave está aquí. Ahora, el problema es el siguiente: ¿qué está haciendo?
—¿Contrabando de armas?
—Justamente lo que necesitábamos para darle un poco de animación a la cosa. ¿Ha descubierto algo el servicio de información?
—Nada, hasta las 0800 de esta mañana. ¿Desea que se lleve a cabo una investigación terrestre en relación con la nave?
—Necesitaríamos demasiados hombres. Y si disponen de un campo de aterrizaje en las condiciones que usted ha dicho antes, incluso las patrullas terrestres podrían pasarla por alto. Y, de todos modos, aunque la localizáramos sería demasiado tarde. A estas horas ya la habrán descargado. No. Deje que el servicio de información se ocupe del asunto, y facilíteles más hombres si creen que pueden utilizarlos.
—¿Algo más?
—Prepárese para lo peor. Protz, de todos los trabajos que la Marina me ha encargado, éste es el más sucio. Espero que podré darle cima sin disparar un tiro contra los indígenas. Preferiría disparar contra Wembling.
La cosa había sido enfocada erróneamente desde el principio, pensó Dillinger. El abogado que los indígenas habían utilizado era bastante competente: incluso Wembling lo reconocía así. Le había planteado a Wembling algunas dificultades, pero Wembling le estaba dando los toques finales al Hotel Langri, a pesar de todo.
La principal arma de Wembling era la influencia política. La política debe ser combatida con política, con la opinión pública, y no en un tribunal de justicia. Había tratado de explicárselo a Fornri, en cierta ocasión, pero el indígena pareció poco interesado en ello. El Plan, había dicho Fornri, se encargaría de todo. No parecía darse cuenta que era ya demasiado tarde.
Dillinger creía que si hubiese sabido a tiempo lo que estaba ocurriendo en Langri, hubiera podido impedirlo. Documentada información, facilitada anónimamente a las poderosas fundaciones etnológicas, a los periódicos de la oposición de los planetas clave, a los jefes de la oposición del Congreso de la Federación... La explosión resultante hubiera hecho saltar al gobierno y hubiera hecho saltar a Wembling de Langri.
Pero no se había enterado hasta recibir el informe del almirante Corning y hacerse cargo del mando en Langri. Entonces había hecho lo que había podido. Había preparado un centenar de copias de una declaración acerca de la situación en Langri, cada una de ellas acompañada de una fotocopia del tratado original. Pero no se había atrevido a confiarlas a los conductos normales de comunicación, teniendo por tanto que esperar a que uno de sus oficiales se marchara de permiso para enviarlas. Probablemente en aquellos momentos habían llegado ya a sus destinos, y eran objeto de examen y estudio. De un momento a otro provocarían la deseada reacción. Pero era demasiado tarde. Wembling tendría la mayor parte de lo que deseaba, y probablemente otros buitres, provistos del oportuno permiso, se presentarían en Langri para tomar parte en el saqueo.
La situación era muy difícil para los indígenas. Los hombres de Wembling comían una gran cantidad de pescado fresco, y las embarcaciones de pesca de los nativos no podían acercarse a los lugares donde Wembling estaba trabajando. Langri tenía una gran población indígena..., demasiado grande, y la mayor parte de su alimento procedía del mar. La consigna era que los nativos no obtuvieran lo suficiente para alimentarse.