Súbitamente, Davis señaló detrás de ellos.
—¿Ven ustedes lo que yo estoy viendo? —preguntó.
Holt y Jackson se volvieron en redondo y miraron en la dirección señalada por su compañero. A cuatro millas de distancia divisábase perfectamente la redonda esfera de la nave, reflejando la luz del sol... como una estrella colgante.
—¡Caramba! —exclamó Holt—. Un comité de bienvenida... demasiado tímido. El, ella o lo que sea nos vieron aterrizar.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Davis—. ¿Seguir las huellas?
—Opino que no —dijo Jackson lentamente—. Creo que lo mejor que podemos hacer es regresar a la base y discutir la situación.
—No creo que fuera peligroso seguir las huellas un poco más —sugirió Holt.
—¿Para qué?
—Nunca se sabe... A lo mejor podemos obtener alguna prueba que nos permita hacernos una idea del personaje que dejó estas huellas.
—O podemos tropezarnos con el propio personaje —dijo Jackson secamente—. Y a lo mejor nos invita a visitar su casa y nos obsequia con café y pastas. O a lo peor le da por no aprobar la presencia de los... intrusos.
El capitán Harper contempló los rostros de sus cinco compañeros.
—Bien, ya hemos oído el relato del doctor Jackson y hemos visto la película de las huellas. Ahora tenemos que discutir lo que vamos a hacer para enfrentarnos con esta nueva situación. Como ustedes saben, cuando salimos de la Tierra no habíamos previsto nada de esto. ¿Alguna sugerencia?
El profesor Jantz se frotó pensativamente la barbilla.
—El tamaño de las huellas corresponde a un bípedo de considerable estatura. En la luna no existe atmósfera, de modo que ese ser puede pasarse sin ella, o proporcionársela por sí mismo. Creo que lo más sensato es suponer que se la proporciona a sí mismo. Esto parece indicar que se trata de un ser algo complejo o sumamente inteligente. Lo interesante es saber si es correcta la suposición de que existen muchos seres de su misma especie.
—Lo interesante es saber si vamos a investigarlo —replicó el doctor Holt—. O si, por el contrario, vamos a tratar de evitarle, a él o a ellos, hasta que llegue la próxima nave.
—O ellos pueden decidir investigar sobre nosotros —observó el capitán Harper—. El principal problema estriba en saber si serán peligrosos y si serán hostiles. Antes de emprender este viaje, le planteé al Organization Group la cuestión de que nos facilitaran algunas armas ofensivas. Pero insistieron en que aquí no podía existir ninguna forma de vida. ¡Imbéciles! Me llenaron la cabeza de cifras para demostrarme cuantas toneladas de combustible se necesitarían para cargar una unidad vibratoria u/s. Y ahora todo el proyecto puede estar en peligro debido a que un maldito animal no está de acuerdo con sus teorías de vía estrecha.
—No se preocupe por las armas, capitán —dijo Holt—. El laboratorio ya está montado. Y en doce horas puedo construir unos cuantos proyectiles cohete de efectos contundentes.
—También disponemos —dijo el doctor Jackson— de explosivos de alta potencia en cantidad suficiente para montar un campo de minas, el cual podemos hacer estallar por contacto o por radio.
El capitán Harper repiqueteó con los dedos encima de la mesa durante unos momentos, antes de contestar.
—De todos modos —terminó por decir—, es necesario que dispongamos de algo para protegernos. Mi opinión general es que no debemos hacer absolutamente nada hasta que tengamos unas cuantas granadas de mano, proyectiles cohete y, quizás unas cuantas minas.
—¿Y luego? —inquirió el doctor Holt.
—Luego, creo que debemos enviar una expedición a seguir las huellas. Es absolutamente necesario que descubramos si... si existe algún peligro. Aparte de nuestra propia seguridad, hemos de tener en cuenta el resto de la expedición.
—Cuando los productos de dos tipos de civilización se encuentran —observó Jantz pensativamente—, se produce un inevitable conflicto. Me pregunto cuál será la que triunfará.
Hubo un breve silencio.
—La Luna es estéril —dijo Holt inesperadamente—. Me pregunto qué tendrá nuestro amigo X para desayunar.
El capitán Harper decidió ocuparse de la misión de reconocimiento, llevándose a Jackson y a Davis. Holt permanecería en el laboratorio, construyendo más granadas y unas cuantas minas terrestres dirigidas por radio. El profesor Jantz y Pegram se repartirían el trabajo de patrulla en la superficie y el atender a las comunicaciones por radio.
Un doble sendero de huellas en el polvo lunar había desbaratado completamente los planes de la expedición Los seis hombres habían empezado a sentirse como si estuvieran en estado de sitio. La cosa no hubiese sido tan grave si las huellas hubieran correspondido a un ser de cuatro patas. Pero un bípedo sugería poder y elevado desarrollo evolutivo. Si las huellas eran de un indígena de la luna, no existía ningún motivo para suponer que no hubiera una gran cantidad de ellos. Y, si era así, lo más lógico era que acogieran con hostilidad a unos intrusos procedentes del espacio, tal como sucedería en la Tierra si la situación fuera a la inversa.
Harper y sus compañeros tomaron su carga de alimentos, agua y granadas. Treparon por la escalera metálica y salieron a la cegadora luz del sol.
Los suministros fueron cargados en el tractor y todo fue objeto de una concienzuda revisión antes de que los tres hombres emprendieran la marcha. Davis volvió a ocupar el asiento del conductor, y, mientras ponía el motor en marcha, el doctor Jackson establecía contacto por radio con el mundo metálico oculto en la profunda grieta. Entretanto el capitán Harper, con cuatro granadas de mano, se instaló en la torreta directamente encima del asiento del conductor.
—Tractor a Base —dijo Jackson—. Nos hemos puesto en camino. Estableceremos contacto cada cuarto de hora. Cambio.
—Base a tractor —respondió Pegram—. Recibida la llamada, perfectamente clara. Buena suerte. Corto.
El rugido del motor aumentó y el tractor empezó a deslizarse lentamente sobre las desoladas llanuras lunares, siguiendo su propio rastro anterior.
Al cabo de media hora llegaron, sin novedad. al lugar donde Holt había visto las huellas. Esta vez, el avance había sido más cauteloso. En un momento determinado, el capitán Harper, que no perdía de vista el cráter Tycho, creyó divisar cierto movimiento a lo lejos. Pero terminó por atribuirlo a su imaginación y a la fatiga producida por la atenta contemplación de aquellas brillantes y áridas llanuras de lava. Allí no había nada... nada más que un selvático silencio. Empezaba a pensar que todo el asunto había sido una especie de ilusión, cuando su mirada cayó repentinamente sobre las huellas. Unas huellas tan claramente visibles, que podían haber sido hechas sólo cinco minutos antes.
De común acuerdo, los tres hombres bajaron del tractor y se acercaron a contemplar de cerca las espaciadas depresiones.
—Nuestro Viernes tiene un paso muy exacto, ¿verdad? —dijo Jackson—. Creo que a nosotros nos sería imposible andar en línea completamente recta, manteniendo una distancia exacta entre cada uno de nuestros pasos.
—Es un gran diablo —dijo Harper—. Entre huella y huella hay casi un metro y medio. Bueno, vamos a cogerle por la cola. Cuanto más pronto pongamos en claro este misterio, mejor me sentiré.
—No será muy divertido si ha reunido a unos cuantos compañeros y se han sentado a esperarnos —dijo Jackson en voz baja.
—Tenemos que arriesgarnos. No podemos sentarnos en la Base y esperar a que nos manden una tarjeta de visita. ¿Puede usted sacarle veinticinco millas al tractor, Davis?
—Sí, señor. Suponiendo que no tengamos que recorrer más de cincuenta millas.
El capitán Harper señaló a Tycho.
—No tendremos que recorrerlas. Cuando lleguemos allí —si es que llegamos—, todos necesitaremos un descanso.
—¿Por qué no se mete un rato dentro, capitán? Yo me quedaré de guardia en la torreta.